Read Anna vestida de sangre Online
Authors: Kendare Blake
—¿Estás seguro de que es esta? —susurra Chase, pero yo sé que sí. Puedo afirmarlo por la manera en que la brisa me mueve el pelo y la ropa, sin perturbar nada más. La casa se mantiene en una calma tensa, nos observa. Doy un paso hacia ella. Unos segundos después, las pisadas vacilantes del resto crujen detrás de mí.
Durante el trayecto me aseguraron que Anna asesina a todo el que entra en su casa. Me contaron la historia de varios vagabundos que llegaron dando traspiés en busca de un lugar donde dormir y que acabaron destripados mientras estaban tumbados. Por supuesto, es imposible que nadie supiera eso, aunque probablemente sea cierto.
Escucho un ruido seco a mi espalda, seguido de unas pisadas apresuradas.
—Esto es estúpido —exclama Carmel. Ha refrescado y se ha puesto una chaqueta gris sobre la camiseta. Tiene las manos metidas en los bolsillos de la minifalda caqui y los hombros encorvados, malhumorada—. Deberíamos habernos quedado en la fiesta.
Nadie la escucha. Los chicos están dando tragos a sus cervezas y hablando demasiado alto para ocultar su nerviosismo. Avanzo hacia la casa con pasos cautelosos, paseando los ojos de una ventana a otra, ansioso por percibir algún movimiento que no debiera estar ahí. Agacho la cabeza para esquivar una lata de cerveza que pasa volando por encima de mí, aterriza en el camino y rebota hacia el porche.
—¡Anna! ¡Oye, Anna! ¡Sal a jugar, puta muerta!
Mike se ríe y Chase lanza otra cerveza. Incluso en la creciente oscuridad, veo que tiene las mejillas coloradas de beber. Está empezando a dar traspiés.
Les echo un vistazo a ellos, y luego a la casa. Por mucho que quiera investigar, tengo que detenerme. Esto no está bien. Ahora que están aquí, asustados, se están riendo de ella para tratar de convertirla en una broma. Aplastarles las latas de cerveza contra la cabeza me parece una magnífica idea de parar esto, y sí, sé que estoy actuando como un hipócrita al querer defender algo que estoy tratando de matar.
Miro a Carmel, que está algo más atrás, balanceando el cuerpo de un pie a otro, rodeándose con los brazos para protegerse de la fría brisa del lago. Bajo la luz plateada, su pelo rubio parece muy fino, como hebras de telaraña en torno a su rostro.
—Vamos tíos, larguémonos de aquí. Carmel se está poniendo nerviosa y ahí no hay nada aparte de arañas y ratones —me abro paso entre Mike y Chase, pero me agarran cada uno de un brazo. Veo que Will ha retrocedido hasta donde está Carmel y que habla con ella en voz baja, inclinándose y señalando hacia el coche. Ella niega con la cabeza y se adelanta hacia nosotros, pero él la agarra del brazo.
—De ninguna manera nos vamos a marchar sin echar un vistazo dentro —dice Mike. Entre los dos me giran y me escoltan por el camino de acceso, como guardias de seguridad con un preso, uno a cada lado.
—De acuerdo —no discuto tanto como tal vez debería. Porque
estoy deseando
acercarme más. Solo que preferiría que ellos no estuvieran aquí cuando lo hiciera. Agito la mano hacia Carmel para asegurarle que todo va bien y me encojo de hombros.
Cuando coloco el pie sobre el primer tablón mohoso de los escalones del porche, me da la sensación de que la casa se contrae, como si tomara aire, como si despertara después de mucho tiempo sin que nadie la tocara. Subo los dos últimos peldaños y me planto, solo, frente a la puerta gris oscuro. Ojalá tuviera una linterna o una vela. No puedo distinguir el color original de la casa. Desde lejos, parecía que hubiera sido grisáceo y que los desconchones de pintura fueran lonchas grises cayendo al suelo, pero ahora que estoy más cerca parecen podridas y negras. Lo que resulta imposible, porque nadie pinta una casa de negro.
Los altos ventanales a ambos lados de la puerta están cubiertos de suciedad y polvo. Me dirijo a la izquierda y restriego la palma contra el cristal en un círculo rápido. El interior de la casa está casi vacío, excepto algunos muebles desperdigados. Hay un sofá cubierto con una sábana blanca en el centro de lo que debió de ser el salón y del techo cuelgan los restos de una lámpara de araña.
A pesar de la oscuridad, puedo ver el interior con facilidad. Está iluminado por resplandores grises y azules que parecen surgir de la nada. Hay algo extraño en esa luz que no identifico en un principio, hasta que me doy cuenta de que ningún objeto proyecta sombra.
Un susurro me recuerda que Mike y Chase están conmigo. Estoy a punto de volverme para decirles que no hay nada que no haya visto antes y que si podríamos volver a la fiesta, por favor, cuando veo en el reflejo de la ventana que Mike tiene los brazos levantados por encima de la cabeza y un trozo de tablón roto dirigido a mi cráneo… y, entonces, tengo la impresión de que no voy a pronunciar palabra en un buen rato.
* * *
Me despierto oliendo a polvo y con la sensación de que gran parte de mi cráneo ha quedado hecho pedazos. Luego parpadeo. Cada vez que respiro, se levanta una pequeña nube gris de los tablones del suelo, viejos y desnivelados. Giro el cuerpo para tumbarme boca arriba y noto que tengo la cabeza intacta, aunque me duele tanto que debo cerrar los ojos de nuevo. No sé dónde estoy. No recuerdo lo que estaba haciendo antes de llegar aquí. Solo puedo pensar en que siento como si mi cerebro chapoteara suelto dentro del cráneo. Una imagen cruza mi mente: un neandertal patán balanceando un tablón. Las piezas del rompecabezas empiezan a encajar. Parpadeo de nuevo bajo una extraña luz gris.
Una extraña luz gris. Abro los ojos de repente. Estoy dentro de la casa.
Mi cerebro se agita como un perro sacudiéndose el agua y un millón de preguntas salen despedidas de su pelo. ¿Cuánto tiempo llevo inconsciente? ¿En qué habitación estoy? ¿Cómo salgo? Y por supuesto, la más importante: ¿han sido esos gilipollas los que me han dejado aquí?
La voz de Mike responde al instante mi última pregunta.
—Ves, te dije que no lo había matado —golpea el cristal con los dedos y yo me vuelvo hacia la ventana para ver su sonriente cara de idiota. Dice alguna estupidez sobre que soy hombre muerto y que esto es lo que le ocurre a los tipos que juegan con su propiedad. Es cuando oigo a Carmel gritar que va a llamar a la policía, luego pregunta con voz aterrorizada si al menos me he despertado.
—¡Carmel! —grito, tratando de arrodillarme—. Estoy bien.
—Cas —responde ella a voces—. Estos imbéciles… No lo sabía, lo juro.
La creo. Me froto la nuca y veo un poco de sangre en mis dedos. En realidad, mucha sangre, pero no me preocupo, porque las heridas en la cabeza gotean como el agua de un grifo incluso cuando se trata simplemente de un corte con un papel. Pongo la mano de nuevo en el suelo para auparme y la sangre se mezcla con el polvo formando una pasta rojiza y arenosa.
Es demasiado pronto para levantarme. La cabeza me da vueltas. Necesito tumbarme. La habitación empieza a moverse sola.
—Por Dios, míralo. Se ha tumbado otra vez. Tal vez deberíamos sacarlo de ahí, tío. Podría tener una conmoción cerebral o algo así.
—Lo he golpeado con un tablón; por supuesto que tiene una conmoción. No seas idiota.
Me gustaría responderle que mira quién había ido a hablar. Todo parece irreal, inconexo, casi como un sueño.
—Olvídate de él. Encontrará el camino de vuelta.
—Tío, no podemos hacer eso. Mírale la cabeza; está sangrando como un cerdo.
Mientras Mike y Chase discuten sobre si deberían echarme una mano o dejarme morir, siento que me sumo en la oscuridad. Pienso que tal vez haya llegado mi hora: me han asesinado unos vivos —algo bastante inconcebible—.
Pero entonces escucho la voz de Chase elevarse unas cinco octavas.
—¡Dios! ¡Dios!
—¿Qué pasa? —grita Mike con voz irritada y asustada al mismo tiempo.
—¡La escalera! ¡Mira la jodida escalera!
Me obligo a abrir los ojos y consigo levantar la cabeza dos o tres centímetros. Al principio, no veo nada raro en la escalera. Es un poco estrecha y la barandilla está rota en al menos tres puntos. Entonces, veo algo más arriba.
Es ella. Aparece y desaparece como una imagen parpadeante en la pantalla de un ordenador, como un oscuro espectro tratando de salir de un vídeo para adentrarse en la realidad. Cuando su mano agarra la barandilla, se vuelve corpórea y oigo cómo la madera gime y cruje bajo la presión.
Sacudo la cabeza con suavidad. Sigo desorientado. Sé quién es, sé su nombre, pero ignoro por qué estoy aquí. De repente, se me ocurre que estoy atrapado. No sé qué hacer. Escucho las letanías aterrorizadas de Chase y Mike mientras discuten si salir corriendo o tratar de sacarme de la casa de algún modo.
Anna se está dirigiendo hacia mí, descendiendo la escalera sin prisa. Arrastra los pies de una manera horrible, como si no los pudiera mover, y unas venas oscuras y amoratadas surcan su pálida piel. Su pelo es completamente negro y oscila en el aire como si estuviera suspendido en el agua, serpenteando hacia detrás y balanceándose como los juncos. Es lo único en ella que parece vivo.
No muestra las heridas que la mataron, como otros fantasmas. Cuentan que la degollaron, pero el cuello de esta muchacha es largo y blanco. Sin embargo, ahí está el vestido, húmedo, rojo y en constante movimiento. Gotea sobre el suelo.
No me doy cuenta de que me he ido deslizando hacia la pared hasta que noto el frío en la espalda y el hombro. No puedo retirar mis ojos de los suyos. Son como dos gotas de petróleo. Es imposible saber hacia dónde está mirando, pero no soy tan estúpido como para esperar que no pueda verme o que no me haya visto. Es horrible. No grotesca, sino de otro mundo.
El corazón me golpea el pecho y el dolor de la cabeza me resulta insoportable. Me suplica que me tumbe. Me dice que no puedo salir. No tengo fuerzas para luchar. Anna va a matarme, y me sorprende descubrir que preferiría que fuera un fantasma como ella quien lo hiciera, con su vestido cubierto de sangre. Prefiero sucumbir a cualquiera que sea el infierno que me tiene preparado que irme apagando poco a poco en un hospital porque alguien me ha golpeado la cabeza con un trozo de tabla.
Se está acercando. Los ojos se me van cerrando poco a poco, pero escucho el susurro de sus movimientos en el aire. Escucho cada goterón de sangre al golpear el suelo.
Abro los ojos. Está frente a mí, la diosa de la muerte, con los labios negros y las manos frías.
—Anna —mi boca esboza una débil sonrisa.
Baja la vista hacia mí, un ser patético apoyado contra la pared de su casa. Su ceño se frunce mientras flota. Luego desvía bruscamente la mirada hacia la ventana que hay sobre mi cabeza. Antes de que yo pueda hacer ningún movimiento, lanza los brazos hacia delante y atraviesa el cristal. Escucho a Mike o a Chase, o a ambos, lanzando alaridos casi en mi oreja. Más lejos, oigo a Carmel.
Anna ha arrastrado a Mike dentro de la casa a través de la ventana. Él grita, berrea como un animal atrapado, se retuerce entre las manos de Anna tratando de no mirarle la cara. Los forcejeos de Mike no parecen inquietarla y sus brazos permanecen tan inmóviles como el mármol.
—Déjame marchar —tartamudea él—. Déjame marchar, vamos, ¡era solo una broma! ¡Era solo una broma!
Ella lo deja en el suelo. Mike tiene cortes sangrantes en la cara y las manos; retrocede un paso. Anna enseña los dientes. Escucho mi propia voz saliendo no sé de dónde, pidiéndole a Anna que se detenga o simplemente gritando. Mike no tiene tiempo de gritar antes de que ella lance las manos hacia su pecho y le desgarre la piel y los músculos. Anna empuja los brazos hacia los lados, como si tratara de entrar a la fuerza por una puerta que se cierra, y parte a Mike Andover por la mitad. Los dos pedazos caen de rodillas, sacudiéndose y agitándose como fragmentos de un insecto. Sus entrañas golpean el suelo, pesadas y sanguinolentas.
Los gritos de Chase proceden de más lejos. Un coche arranca. Me alejo gateando del montón de carne que solía ser Mike, tratando de no mirar la mitad del cuerpo que aún permanece unida a la cabeza. No quiero saber si sigue vivo. No quiero descubrir que está mirando cómo su otra mitad se mueve.
Anna contempla el cadáver con tranquilidad. Levanta la vista hacia mí y me mira un largo rato, antes de devolver su atención a Mike. Cuando la puerta se abre de un golpe, ella no parece darse cuenta. Alguien me arrastra por los hombros, me saca de la casa y me aleja de la sangre; al bajarme por el porche, mis piernas golpean los escalones. Cuando quienquiera que sea me suelta, me deja caer con demasiado ímpetu sobre la cabeza, y ya no veo nada más.
—Oye. Oye, tío, ¿te estás despertando?
Conozco esa voz. No me gusta esa voz. Abro los ojos y ahí está su cara, inclinada sobre mí.
—Nos has tenido preocupados. Tal vez no deberíamos haberte dejado dormir tanto tiempo. Y probablemente deberíamos haberte llevado al hospital, pero no se nos ocurría ninguna explicación.
—Estoy bien, Thomas —levanto las manos y me restriego los ojos, luego reúno todas mis fuerzas y me siento, descubriendo que mi mundo está a punto de empezar a dar vueltas con suficiente intensidad como para hacerme vomitar. De algún modo, consigo girar las piernas y reposar los pies en el suelo—. ¿Qué ha pasado?
—Dímelo tú —Thomas enciende un cigarrillo. No me importaría que lo apagara. Debajo de su pelo revuelto y sus gafas, parece un niño de doce años que ha birlado un paquete de tabaco del bolso de su madre—. ¿Qué estabas haciendo en la casa de los Korlov?
—¿Y qué hacías tú siguiéndome? —respondo yo, aceptando el vaso de agua que me ofrece.
—Lo que te dije que haría —replica—. Solo que nunca imaginé que necesitarías tanta ayuda. Nadie entra en esa jodida casa —sus ojos azules me miran como si fuera una especie de novato idiota.
—Bueno, no es que entrara y me cayera.
—Eso pensaba yo. Aunque no puedo creer que te tiraran dentro de la casa y trataran de matarte.
Miro a mi alrededor. No tengo ni idea de qué hora es, pero el sol ha salido ya y estoy en una especie de anticuario, en un sofá próximo a la parte trasera. La tienda está abarrotada, pero de cosas bonitas, no las pilas de trastos viejos que se encuentran en lugares más sórdidos. Aun así, huele como los ancianos.
Estoy sentado en un viejo sofá polvoriento en la parte trasera de la tienda sobre una almohada cubierta con mi sangre seca. Al menos espero que sea mi sangre. Confío en no haber estado durmiendo sobre un harapo infectado con la hepatitis de otra persona.