Read Anna vestida de sangre Online
Authors: Kendare Blake
—Justo después de que trataras con todas tus fuerzas de no matarme
a mí
—sonrío—. Me imagino que te habrá parecido de muy mala educación —estamos riendo juntos. Hemos entablado una conversación. ¿Qué es esto, una especie de síndrome de Estocolmo perverso?
—¿Por qué estás aquí? ¿Has vuelto para tratar de matarme otra vez?
—Por raro que parezca, no. Tuve… tuve una pesadilla. Necesitaba hablar con alguien —me alboroto el pelo con los dedos. Hacía años que no me sentía tan extraño, o tal vez nunca haya notado esta rara sensación—. Y me imagino que pensé, bueno, Anna debe de estar levantada. Así que aquí estoy.
Resopla un poco. Luego frunce el ceño.
—¿Qué podría decirte yo? ¿De qué podríamos hablar? Llevo demasiado tiempo alejada del mundo.
Me encojo de hombros. Las siguientes palabras escapan de mis labios antes de que sepa lo que está sucediendo.
—Bueno, en primer lugar, yo nunca he estado realmente en el mundo, así que…
Aprieto los dientes y bajo los ojos hacia el suelo. No me puedo creer que esté siendo tan sensiblero. Me estoy quejando a una chica que fue brutalmente asesinada a los dieciséis años. Ella permanece atrapada en esta casa llena de cadáveres, mientras yo voy al instituto y me convierto en un troyano, mientras me como los bocadillos de mantequilla de cacahuete y queso que me prepara mi madre, mientras…
—Tú caminas con los muertos —dice con delicadeza. Sus ojos están luminosos y, no lo puedo creer, muestran comprensión—. Has caminado con nosotros desde…
—Desde que mi padre murió —respondo—. Y antes de eso, él caminaba con vosotros y yo lo seguía. La muerte es mi mundo. Todo lo demás, el instituto y los amigos, son simplemente cosas que se interponen de camino al siguiente fantasma —nunca había dicho esto. Jamás me lo había planteado más de un segundo. Me he mantenido concentrado y, de ese modo, he logrado no pensar demasiado en la vida, en
vivir
, sin importar cuánto intente mi madre que me divierta, que salga, que solicite plaza en la universidad.
—¿Nunca te has sentido triste? —pregunta ella.
—No mucho. Contaba con ese poder superior, ya sabes. Tenía un propósito —alargo la mano hacia el bolsillo trasero del pantalón, agarro el
áthame
y lo saco de su funda de cuero. La hoja brilla bajo la luz grisácea. Algo en mi sangre, en la sangre de mi padre y en la de los que lo precedieron lo convierte en más que un cuchillo—. Soy el único en el mundo que puede hacer esto. ¿No implica eso que es lo que debo hacer? —nada más pronunciar estas palabras, me arrepiento de que hayan salido de mi boca. Me dejan sin ninguna posibilidad de elección. Anna cruza sus brazos pálidos. La inclinación de su cabeza ha deslizado el pelo sobre su hombro y resulta extraño verlo reposando ahí, como simples mechones oscuros. Estoy esperando que en cualquier momento empiece a moverse, a ondularse en el aire bajo una corriente invisible.
—No tener elección no es justo —dice ella, como si hubiera leído mi mente—, aunque disponer de todas las opciones tampoco es más sencillo. Cuando estaba viva, me sentía incapaz de decidir lo que quería hacer, en lo que quería convertirme. Me encantaba hacer fotografías, así que quería ser fotógrafa para un periódico. También me gustaba mucho cocinar y pensé en mudarme a Vancouver y abrir un restaurante. Tenía un millón de sueños diferentes, pero ninguno se imponía a los demás. Al final, probablemente me habrían paralizado. Habría terminado aquí, regentando la casa de huéspedes.
—No creo —esta muchacha razonable que mata con un simple movimiento de los dedos parece muy fuerte. Habría dejado todo esto atrás, si hubiera tenido la oportunidad.
—Para ser sincera, no me acuerdo —suspira—. No creo que fuera fuerte en vida. Ahora me parece que disfrutaba de cada momento, que cada bocanada de aire era agradable y fresca —aprieta las manos cómicamente sobre el pecho, respira profundamente por la nariz y luego suelta el aire con un resoplido—. Probablemente no fuera así. A pesar de todos los sueños y fantasías, no recuerdo ser… ¿cómo diría? Alegre.
Sonrío y ella me imita, luego se coloca el pelo detrás de la oreja con un gesto tan vivo y humano que me hace olvidar lo que iba a decir.
—¿Qué estamos haciendo? —pregunto—. Estás tratando de convencerme de que no te mate, ¿verdad?
Anna cruza los brazos.
—Teniendo en cuenta que
no puedes
matarme, creo que sería malgastar el tiempo.
Me río.
—Estás demasiado segura de ti misma.
—¿Tú crees? Sé que lo que me has mostrado no son tus mejores movimientos, Cas. Puedo notar la tensión en tu cuchillo. ¿Cuántas veces has hecho esto? ¿Cuántas veces has luchado y ganado?
—Veintidós en los últimos tres años —respondo con orgullo. Es más de lo que mi padre consiguió en el mismo intervalo de tiempo. Soy lo que se podría llamar un ganador. Deseaba ser mejor que él. Más rápido. Más preciso. Porque no quería terminar como él.
Sin mi cuchillo no soy nada especial, solo un chaval de diecisiete años con una constitución normal, tal vez tirando un poco a delgaducho. Pero con el
áthame
en mi mano, pensarías que soy cinturón negro tercer dan o algo así. Mis movimientos son seguros, fuertes y rápidos. Tiene razón al afirmar que no ha visto lo mejor de mí, pero no sé por qué es así.
—Anna, no quiero hacerte daño. Lo sabes, ¿verdad? No es nada personal.
—Igual que yo no quería matar a todas esas personas que están pudriéndose en el sótano —sonríe con arrepentimiento.
Así que eran reales.
—¿Qué te sucedió? —pregunto—. ¿Qué te empuja a hacer esto?
—No es asunto tuyo —contesta.
—Si me lo dijeras… —empiezo la frase, pero no la termino. Si me lo dijera, podría entenderla. Y una vez que la hubiera entendido, podría matarla.
Todo se está complicando. Esta muchacha inquisitiva y ese monstruo negro y mudo forman parte del mismo cuerpo. No es justo. Cuando le clave el cuchillo, ¿las separaré? ¿Irá Anna a un lugar y el monstruo a otro? ¿O Anna será arrastrada hacia el vacío al que se va el resto?
Creía que había desterrado estos pensamientos de mi mente hacía mucho tiempo. Mi padre siempre me decía que nosotros no debíamos juzgar, que éramos un mero instrumento. Nuestra misión era enviarlos lejos de los vivos. Sus ojos parecían tan confiados cuando lo decía… ¿Por qué yo no tengo ese tipo de certidumbre?
Levanto la mano lentamente para tocar su rostro helado, para rozar con mis dedos su mejilla, y me sorprendo al descubrir que es suave y no dura como el mármol. Se queda paralizada y luego, indecisa, alza su mano y la reposa sobre la mía.
El hechizo es tan fuerte que cuando la puerta se abre y Carmel la franquea, ninguno de los dos se mueve hasta que ella dice mi nombre.
—¿Cas? ¿Qué estás haciendo?
—Carmel —exclamo, y ahí está ella, enmarcada por la puerta abierta. Tiene la mano en el pomo y da la sensación de que está temblando. Da otro paso vacilante hacia el interior de la casa.
—Carmel, no te muevas —le digo, pero ella está mirando a Anna, que se aleja de mí, haciendo muecas y sujetándose la cabeza.
—¿Es ella? ¿Es la que mató a Mike?
Qué estúpida, se está adentrando aún más en la casa. Anna se está retirando tan rápido como puede con pasos inseguros, pero veo que sus ojos se han vuelto negros.
—Anna, no, ella no sabe lo que hace —digo demasiado tarde. Lo que sea que permite a Anna respetar mi vida obviamente no funciona con los demás. Se ha convertido en una loca de pelo negro y sangre roja, piel pálida y dientes. Hay un instante de silencio y luego escuchamos el
plic, plic, plic
de su vestido.
Y, entonces, ataca, dispuesta a clavar sus manos en las entrañas de Carmel.
Doy un salto y me enfrento a ella, pensando en el instante en que golpeo contra el muro de granito que soy un idiota. Pero consigo desviar su avance y Carmel salta a un lado, aunque en la dirección equivocada. Ahora está más lejos de la puerta. Se me ocurre que algunas personas solo tienen conocimientos teóricos. Carmel es un gato domestico y Anna se la almorzará si no hago algo. Cuando Anna se pone en cuclillas, con la sangre de su vestido fluyendo horriblemente por el suelo y con el pelo y los ojos desbocados, me precipito hacia Carmel y me coloco entre ambas.
—Cas, ¿qué haces? —pregunta Carmel, aterrorizada.
—Cállate y corre hacia la puerta —grito. Levanto el
áthame
frente a nosotros, aunque Anna no se asusta. Cuando salta esta vez, es hacia mí. Yo le agarro la muñeca con la mano libre, utilizando la otra para intentar mantenerla a raya con el cuchillo.
—¡Anna, para! —murmuro entre dientes y el blanco regresa a sus ojos. Está rechinando los dientes y escupe las palabras entre ellos.
—¡Sácala de aquí! —gime. La empujo con fuerza para alejarla de nuevo. Luego agarro a Carmel y nos escabullimos por la puerta. No nos volvemos hasta que hemos bajado los escalones del porche y estamos en el camino. La puerta se ha cerrado y escucho cómo Anna ruge en el interior, rompiendo y lanzando cosas.
—Dios mío, es espantosa —murmura Carmel, hundiendo la cabeza en mi hombro. La estrecho suavemente un instante antes de liberarme y volver a subir los escalones del porche.
—¡Cas! Aléjate de ahí —grita Carmel. Sé lo que piensa que ha visto, pero lo que yo vi fue a Anna tratando de detenerse. Cuando mis pies tocan el porche, el rostro de Anna aparece en la ventana, enseñando los dientes y con las venas surcando su piel blanca. Golpea el cristal con la mano y lo hace vibrar. Hay lágrimas oscuras en sus ojos.
—Anna —murmuro. Me acerco a la ventana, pero antes de que pueda levantar la mano se aleja flotando, gira, se desliza escaleras arriba y desaparece.
Carmel no deja de parlotear mientras bajamos rápidamente por el descuidado camino de grava de la casa de Anna. Me está haciendo un millón de preguntas a las que no estoy prestando atención. Lo único en que puedo pensar es que Anna es una asesina. Sin embargo, no es mala. Anna mata, pero no quiere hacerlo. No se parece a ninguno de los fantasmas a los que me he enfrentado. Por supuesto, he oído hablar de fantasmas sensitivos, los que parecen saber que están muertos. Según Gideon, son fuertes, pero rara vez hostiles. No sé qué hacer. Carmel me agarra por el codo y me obliga a volverme.
—¿Qué? —exclamo.
—¿Quieres explicarme lo que estaba sucediendo ahí dentro?
—Realmente no —debí de dormir más tiempo del que pensé, eso o he estado hablando con Anna más de lo que imaginaba, porque hay rayos de luz mantecosa rompiendo las nubes bajas por el este. El sol es suave, pero me hace daño en los ojos. Algo surca mi mente y parpadeo al mirar a Carmel, dándome cuenta por primera vez de que realmente está aquí.
—Me seguiste —digo—. ¿Qué haces aquí?
Cambia el peso de un pie a otro con expresión incómoda.
—No podía dormir. Y quería descubrir si era cierto, así que fui a tu casa y vi que te marchabas.
—¿Qué querías descubrir si era cierto?
Me mira por debajo de las pestañas, como queriendo que lo descubra yo mismo para que ella no tenga que decirlo en alto, pero no me gusta este juego. Después de mantenerme en silencio durante unos segundos eternos, empieza a hablar.
—Estuve hablando con Thomas. Él dice que tú… —sacude la cabeza como si se sintiera estúpida por creerlo. Yo me siento estúpido principalmente por confiar en Thomas—. Asegura que te ganas la vida matando fantasmas. Que eres un cazafantasmas o algo así.
—No soy un cazafantasmas.
—Entonces, ¿qué hacías en esa casa?
—Estaba hablando con Anna.
—¿Hablando con ella? ¡Mató a Mike! ¡Podría haber hecho lo mismo contigo!
—No, no lo habría hecho —miro hacia atrás. Me siento extraño hablando de ella tan cerca de su casa. No parece correcto.
—¿De qué hablabas con ella? —pregunta Carmel.
—¿Eres siempre tan entrometida?
—¿Qué pasa, es que era algo personal? —resopla.
—Tal vez sí —respondo. Quiero marcharme de aquí. Quiero dejar el coche de mi madre en casa y pedirle a Carmel que me lleve a despertar a Thomas. Creo que le voy a arrancar el colchón de debajo del cuerpo. Será divertido verlo rebotar como grogui sobre el somier—. Escucha, larguémonos de aquí, ¿vale? Sígueme hasta mi casa y luego nos vamos en tu coche a la de Thomas. Te lo explicaré todo, te lo prometo —añado cuando me mira con expresión escéptica.
—De acuerdo —dice.
—Y… Carmel…
—¿Sí?
—Nunca más me vuelvas a llamar cazafantasmas, ¿de acuerdo? —ella sonríe y yo le devuelvo la sonrisa—. Solo para que quede claro.
Pasa junto a mí para ir a su coche, pero yo la agarro del brazo.
—No le has mencionado el pequeño desliz de Thomas a nadie más, ¿verdad?
Ella niega con la cabeza.
—¿Ni siquiera a Natalie o a Katie?
—Le dije a Nat que había quedado contigo para que me cubriera si mis padres la llamaban. Les conté que iba a quedarme en su casa.
—¿Para qué le dijiste que habíamos quedado? —pregunto, y ella me mira con expresión resentida. Supongo que Carmel Jones solo queda con chicos en secreto por la noche por razones románticas. Me revuelvo el pelo con la mano.
—Entonces, ¿qué?, ¿se supone que tengo que inventar algo en el instituto?, ¿como que nos enrollamos? —creo que estoy parpadeando demasiado y tengo los hombros encorvados, así que me siento quince centímetros más bajo que ella. Carmel me mira desconcertada.
—No eres muy bueno en esto, ¿verdad?
—No es que tenga mucha experiencia precisamente, Carmel.
Se ríe. Maldición, es realmente preciosa. No me extraña que Thomas le descubriera todos mis secretos. Probablemente bastó una caída de sus pestañas para dejarlo fuera de combate.
—No te preocupes —dice—. Me inventaré algo. Le diré a todo el mundo que besas fenomenal.
—No hace falta que me hagas ningún favor. Escucha, simplemente sígueme hasta mi casa, ¿de acuerdo?
Ella asiente con la cabeza y se mete en su coche. Cuando entro en el mío, quiero apretar la cabeza contra el volante hasta hacer estallar el claxon. Así, el ruido silenciaría mis gritos. ¿Por qué este trabajo se ha vuelto tan complicado? ¿Es por Anna? ¿O por algo más? ¿Por qué no puedo mantener a todo el mundo alejado de mis asuntos? Nunca había sido tan difícil. Me servía cualquier estúpida coartada que inventaba, porque en lo más profundo de su ser la gente no quería saber la verdad. Como Chase y Will. Ellos se tragaron el cuento de hadas de Thomas con bastante facilidad.