Anna vestida de sangre (18 page)

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Authors: Kendare Blake

BOOK: Anna vestida de sangre
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Otra vez
Los cazafantasmas
. Tiene que estar tomándome el pelo.

Capítulo catorce

Mi madre y yo estamos dentro del coche, junto al aparcamiento del instituto, viendo cómo los autobuses llegan y descargan, desparramando por la acera estudiantes que se apresuran a franquear las puertas. El proceso completo parece la línea de producción de una fábrica —una planta de embotellado al revés—.

Le he contado lo que me dijo Gideon y le he pedido ayuda para elaborar la mezcla de hierbas. Ha aceptado hacerla. Me doy cuenta de que se le empiezan a notar un poco los años. Tiene oscuros círculos rosados bajo los ojos y el pelo sin lustre. Normalmente le brilla como un recipiente de cobre.

—¿Estás bien, mamá?

Ella sonríe y me mira.

—Claro que sí, cariño. Solo preocupada por ti, como siempre. Y por Tybalt. Me despertó anoche cuando saltaba hacia la trampilla del ático.

—Mierda, lo siento —digo yo—. Olvidé subir y colocar las trampas.

—No te preocupes. Escuché algo que se movía allí arriba la semana pasada, y parecía mucho más grande que una rata. ¿Los mapaches pueden meterse en los áticos?

—Tal vez sea solo un grupo de ratas —sugiero, y ella se estremece—. Sería mejor que llamaras a alguien para que lo compruebe.

Suspira y tamborilea con los dedos sobre el volante.

—Ya lo he hecho. Y ha colocado unas cuantas trampas—se encoge de hombros.

—¿Cuándo?

—Hace unos días.

Ni me había enterado. No la he ayudado mucho en esta mudanza —ni con la casa, ni con nada—. Apenas la he visto tampoco. Miro hacia el asiento trasero y veo una caja de cartón llena de velas encantadas de varios colores, listas para venderlas en una librería local. Normalmente, habría sido yo quien las habría cargado, además de haber atado los carteles adecuados con kilómetros de cintas de colores.

—Gideon dice que has hecho algunos amigos —comenta, mirando hacia la multitud de estudiantes como si pudiera distinguirlos. Debería haber sabido que Gideon se iría de la lengua. Es como un padre suplente. No exactamente un padrastro, sino más bien un padrino o un caballito de mar que quisiera protegerme dentro de su bolsa.

—Solo Thomas y Carmel —digo—. Ya los has conocido.

—Carmel es una chica preciosa —dice esperanzada.

—Thomas parece pensar lo mismo.

Ella suspira y luego sonríe.

—Bueno. Aunque no le vendría mal un toque femenino.

—Mamá —gruño—. Qué dices.

—No ese tipo de toque —se ríe—. Me refiero a que necesita que alguien le dé un buen lavado y lo obligue a andar derecho. Ese muchacho es una arruga con patas. Y huele como la pipa de un viejo —rebusca algo en el asiento trasero durante un segundo y su mano reaparece llena de sobres.

—Me estaba preguntado qué sucedía con mi correo —digo, repasándolos. Ya están abiertos. No me importa. Son solo pistas de fantasmas, nada personal. En medio del montón hay una carta grande de Daisy Bristol—. Ha escrito Daisy —comento—. ¿La has leído?

—Solo quiere saber cómo te van las cosas. Y contarte todo lo que le ha sucedido en el último mes. Quiere que vayas a Nueva Orleans para acabar con el espíritu de una bruja que anda merodeando alrededor de un árbol. Supuestamente, solía hacer sacrificios allí. No me ha gustado el modo en que habla de ella.

Sonrío.

—No todas las brujas son buenas, mamá.

—Lo sé. Siento haber leído tu correspondencia. De todas maneras, estabas demasiado concentrado para prestarle atención; la mayoría de las cartas llevaban bastante tiempo en la mesita del correo. Quería ocuparme de ello por ti. Asegurarme de que no estabas pasando por alto nada importante.

—¿Y había algo importante?

—Un profesor de Montana te pide que acudas para acabar con un
wendigo.

—¿Pero quién se cree que soy? ¿Van Helsing?

—Dice que conoce al doctor Barrows, de Holyoke.

Doy un resoplido.

—El doctor Barrows sabe que los monstruos no existen en realidad.

Mi madre suspira.

—¿Cómo sabemos lo que es real? Para muchos, la mayoría de las cosas que has hecho desaparecer serían monstruos.

—Es cierto —pongo la mano en la puerta—. ¿Estás segura de que puedes conseguir las hierbas que necesito?

Ella asiente con la cabeza.

—¿Y tú estás seguro de que pueden ayudarte?

Miro hacia la muchedumbre.

—Ya veremos.

* * *

Hoy, los pasillos parecen salidos de una película. Ya sabes, esas escenas en las que los personajes importantes caminan a cámara lenta mientras el resto de la gente pasa a toda velocidad como borrones coloreados de carne y ropa. He visto de refilón a Carmel y a Will entre la multitud, pero Will se estaba alejando de mí y no he podido llamar la atención de Carmel. Todavía no me he encontrado con Thomas, a pesar de que he pasado dos veces por su taquilla. Así que trato de mantenerme despierto durante la clase de Geometría. No hago muy buen papel. Debería estar prohibido enseñar Matemáticas a estas horas de la mañana.

En medio de la explicación de un teorema, llega a mi pupitre un rectángulo de papel doblado. Cuando lo abro veo que es una nota de Heidi, una preciosa rubia que se sienta tres filas por detrás de mí. Quiere saber si necesito ayuda con los estudios y si me gustaría ir a ver la nueva película de Clive Owen. Guardo la nota en el libro de Matemáticas como si fuera a contestarla más tarde. Por supuesto, no lo haré, y si me pregunta, le contestaré que me las apaño bien con los estudios y que tal vez en otra ocasión. Puede que insista de nuevo, quizá en dos o tres ocasiones más, pero después pillará la indirecta. Probablemente parezca mezquino, pero no lo es. ¿Qué objetivo tiene ver una película, empezar algo que no puedo terminar? No quiero echar de menos a nadie, y tampoco que nadie me eche de menos a mí.

Después de la clase, me escabullo rápidamente por la puerta y me pierdo entre la multitud. Creo escuchar a Heidi llamándome, pero no me vuelvo. Hay trabajo que hacer.

La taquilla de Will es la más cercana. Ya está allí con Chase —como es habitual— pegado a su espalda. Cuando me ve, sus ojos hacen un barrido de izquierda a derecha, como si pensara que no nos deberían ver hablando.

—¿Qué pasa, Will? —pregunto. Le hago un gesto con la cabeza a Chase, que me devuelve la típica expresión de mejor que tengas cuidado o te voy a machacar en cualquier momento. Will no dice nada. Solo dirige los ojos hacia mí y sigue con lo que estaba haciendo, sacar los libros de la taquilla para la siguiente clase. Me sobresalto al darme cuenta de que Will me odia. Nunca le he gustado, por lealtad a Mike, y ahora me odia por lo que sucedió. No sé por qué no lo había notado antes. Me imagino que nunca pienso demasiado en los vivos. En cualquier caso, me alegra poder decirle que formará parte del conjuro. Lo ayudará a pasar página.

—Ayer dijiste que querías participar. Pues aquí está tu oportunidad.

—¿Qué oportunidad es esa? —pregunta. Tiene los ojos fríos y grises. Duros e inteligentes.

—¿No puedes deshacerte primero de tu mono volador? —hago un gesto hacia Chase, pero ninguno de los dos se mueve—. Vamos a hacer un conjuro para atrapar al fantasma. Reúnete conmigo en la tienda de Morfran después de clase.

—Eres un jodido friqui, tío —me escupe Chase—. Has traído toda esta mierda aquí. Nos has obligado a hablar con la policía.

No sé de qué se queja. Si los polis estuvieron tan tranquis con ellos como con Carmel y conmigo, ¿dónde está el problema? Y me imagino que fue así, porque no me equivoqué respecto a ellos. La desaparición de Mike generó solo una pequeña partida de búsqueda que peinó las colinas durante aproximadamente una semana y algunos artículos que abandonaron rápidamente la primera página de los periódicos.

Todo el mundo se está tragando la historia de que se largó sin más. Era lo esperable. Cuando la gente atisba algo sobrenatural, lo racionaliza. Los policías de Baton Rouge hicieron eso con la muerte de mi padre. Lo calificaron como un acto aislado de extrema violencia, probablemente perpetrado por alguien que estaba de paso por el Estado. Qué importa que se lo
comieran
. Qué importa que no fuera factible que un ser humano pudiera haberle dado esos mordiscos tan descomunales.

—Al menos la policía no sospecha que estéis implicados —me oigo decir con voz ausente. Will cierra la taquilla de golpe.

—Eso no es lo que importa —dice en voz baja. Me mira con dureza—. Espero que esto no sea otra tomadura de pelo. Y que aparezcas.

Mientras se alejan, Carmel se acerca a mí.

—¿Qué les sucede a esos? —pregunta.

—Siguen pensando en Mike —respondo—. ¿Te parece raro?

Carmel suspira.

—Es que da la impresión de que nosotros fuéramos los únicos que aún pensamos en él. Después de que ocurriera, pensé que me vería rodeada por una multitud de gente haciéndome un millón de preguntas. Pero ni siquiera Nat y Katie preguntan ya. Están más interesadas en cómo van las cosas contigo, en si somos tema de conversación y en cuándo pienso llevarte a las fiestas.

Mira a la multitud que pasa. Un montón de chicas la sonríen y algunas la llaman y la saludan con la mano, pero ninguna se acerca. Es como si yo me hubiera echado repelente de personas.

—Creo que están algo cabreados —continúa—. Porque no he querido salir mucho últimamente. Me imagino que para ellos será una putada. Son mis amigos. Pero… de lo que más me apetece hablar es de lo que no puedo compartir con ellos. Me siento tan aislada, como si hubiera tocado algo que me hubiera borrado el color. O tal vez soy yo la que tiene ahora color y ellos los que siguen en blanco y negro —se vuelve hacia mí—. Nosotros conocemos el secreto, ¿verdad, Cas? Y nos está alejando del mundo.

—Así es como suele ser —digo en voz baja.

* * *

En la tienda, después de clase, Thomas se mueve de un lado a otro detrás del mostrador —no en el que Morfran registra las ventas de lámparas a prueba de viento y lavabos de porcelana, sino el de la parte trasera, abarrotado de botes con cosas flotando en agua turbia, cristales cubiertos con trapos, velas y ramilletes de hierbas—. Al fijarme un poco más, me doy cuenta de que algunas de las velas están hechas por mi madre. Qué pillina. Ni siquiera me dijo que se habían conocido

—Mira —dice Thomas, y me acerca a la cara lo que parece un puñado de ramitas. Luego me doy cuenta de que son patas de pollo desecadas—. Han llegado esta misma tarde —se las enseña a Carmel, que intenta mostrar una expresión más impresionada que asqueada. Luego regresa al mostrador y desaparece tras él para buscar algo frenéticamente.

Carmel se ríe entre dientes.

—¿Cuánto tiempo te quedarás en Thunder Bay después de que todo esto haya acabado, Cas?

La observo. Espero que no se haya creído la mentira que ella misma inventó para Nat y Katie —que no haya quedado atrapada en una fantasía de damisela donde yo soy el cazador de malvados fantasmas y ella necesita ser constantemente rescatada—.

Pero no. He sido un estúpido al pensar eso. Ni siquiera me está mirando a mí. Está pendiente de Thomas.

—No estoy seguro. Tal vez algún tiempo.

—Bien —sonríe—. Por si no te habías dado cuenta, Thomas va a echarte de menos cuando te vayas.

—Tal vez encuentre a otra persona que le haga compañía —digo, y nos miramos el uno al otro. Durante un segundo, atraviesa el aire una corriente, un cierto entendimiento, y entonces la puerta tintinea detrás de nosotros y sé que Will ha llegado. Espero que esté solo.

Me vuelvo y mi deseo se convierte en realidad. Viene solo. Y aparentemente, bastante cabreado. Se acerca con las manos en los bolsillos, mirando las antigüedades.

—Entonces, ¿qué pasa con ese conjuro? —pregunta, y me doy cuenta de que se siente extraño al utilizar la palabra «conjuro». Es un término que no suelen utilizar las personas como él, aferradas a la lógica y en total sintonía con el mundo terrenal.

—Necesitamos cuatro personas para trazar un círculo de amarre —le explico. Thomas y Carmel se unen a nosotros—. En un principio, iba a ser únicamente Thomas el que trazara un círculo de protección en la casa, pero como nos arriesgábamos a que Anna le triturara la cara, hemos optado por el plan B.

Will asiente con la cabeza.

—Entonces, ¿qué hacemos?

—Ahora vamos a ensayar.

—¿Ensayar?

—¿Quieres equivocarte dentro de esa casa? —pregunto, y Will se calla.

Thomas me mira sin comprender, hasta que yo le doy paso con los ojos. Ha llegado el momento de representar su papel. Le di una copia del conjuro para que lo revisara y sabe lo que hay que hacer.

Sacude el cuerpo para desperezarse y saca del mostrador la copia escrita del conjuro. Luego se acerca a cada uno de nosotros y nos agarra por los hombros para colocarnos en la posición que nos corresponde.

—Cas va al oeste, donde las cosas terminan. También porque así será el primero que entre en la casa por si esto no funciona —me coloca al oeste—. Carmel, tú al norte —dice, y la dirige suavemente por los hombros—. Yo voy al este, donde las cosas comienzan. Will, tú te colocas al sur —Thomas ocupa su lugar y lee el papel probablemente por centésima vez—. Trazaremos el círculo en el camino de acceso, distribuiremos las trece piedras y ocuparemos nuestros lugares. Llevaremos la mezcla de hierbas de la madre de Cas en bolsas alrededor del cuello. Es una mezcla sencilla de hierbas protectoras. Las velas se encienden desde el este, en sentido contrario a las agujas del reloj. Y cantaremos esto —le pasa el papel a Carmel, que lo lee, pone cara rara y se lo da a Will.

—¿Estáis hablando en serio?

No digo nada porque la salmodia suena estúpida. Conozco algunas palabras mágicas y sé que funcionan, pero ignoro por qué algunas veces son tan ñoñas.

—Lo tenemos que cantar continuamente al tiempo que entramos en la casa. El círculo consagrado debería acompañarnos, incluso aunque dejemos las piedras atrás. Yo llevaré el cuenco de visión. Cuando estemos dentro, lo llenaré y empezaremos.

Carmel baja los ojos hacia el cuenco, que es un plato brillante y plateado.

—¿Con qué lo vas a llenar? —pregunta—. ¿Con agua bendita o algo así?

—Probablemente con agua mineral —responde Thomas.

—Te has olvidado de la parte chunga —digo yo, y todos me miran—. Ya sabes, cuando tenemos que meter a Anna dentro del círculo y tirarle patas de pollo.

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