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Authors: Kendare Blake

Anna vestida de sangre (16 page)

BOOK: Anna vestida de sangre
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Pero ya es demasiado tarde. Thomas y Carmel están implicados en el juego. Y el juego es mucho más peligroso esta vez.

* * *

—¿Thomas vive con sus padres?

—Creo que no —responde Carmel—. Sus padres murieron en un accidente de coche. Un conductor borracho invadió su carril. O al menos es lo que la gente cuenta en el instituto —se encoge de hombros—. Creo que vive con su abuelo. Ese viejo tan raro.

—Bien —aporreo la puerta. No me importa despertar a Morfran. A ese viejo cascarrabias tal vez le venga bien la emoción. Pero después de unos trece golpazos, la puerta se abre y aparece delante de nosotros Thomas, vestido con un albornoz verde muy poco favorecedor.

—¿Cas? —murmura con voz ronca. No puedo evitar sonreír. Resulta difícil enfadarse con él cuando parece un chavalín de cuatro años demasiado crecido, con el pelo encrespado y las gafas caídas. Cuando se da cuenta de que Carmel está detrás de mí, comprueba rápidamente si tiene babas en la cara y trata de alisarse el pelo. Pero sin éxito.

—¿Qué hacéis aquí?

—Carmel me siguió hasta la casa de Anna —digo con una sonrisa—. ¿Quieres que te explique por qué? —está empezando a ruborizarse, aunque no sé si es porque se siente culpable o porque Carmel lo está viendo en pijama. De cualquier manera, se aparta para dejarnos pasar y nos conduce por la casa, tenuemente iluminada, hasta la cocina.

Todo huele a la pipa de Morfran. Luego lo veo, una descomunal figura encorvada sirviendo café. Me alarga una taza antes de que yo se la pida y abandona la cocina, refunfuñando.

Mientras tanto, Thomas ha dejado de deambular de un lado a otro y está mirando a Carmel.

—Anna ha intentado matarte —le suelta de golpe con los ojos muy abiertos—. Y no puedes dejar de pensar en cómo lanzó sus dedos ganchudos hacia tu estómago.

Carmel parpadea.

—¿Cómo sabes eso?

—No deberías hacerlo —advierto a Thomas—. Hace que la gente se sienta incómoda. Invasión de la intimidad, ya sabes.

—Entiendo —responde—. No puedo hacerlo muy a menudo —añade dirigiéndose a Carmel—. Normalmente solo cuando la gente está teniendo pensamientos intensos o violentos, o no deja de pensar en lo mismo una y otra vez —sonríe—. En tu caso, las tres cosas a la vez.

—¿Puedes leer la mente? —pregunta ella con incredulidad.

—Siéntate, Carmel —digo yo.

—No me apetece —responde—. Estoy descubriendo muchas cosas interesantes de Thunder Bay estos días —cruza los brazos sobre el pecho—. Tú puedes leer la mente, hay algo en esa casa que ha asesinado a mi ex novio y tú…

—Mato fantasmas —añado para terminar su frase—. Con esto —saco mi
áthame
y lo coloco sobre la mesa—. ¿Qué más te ha contado Thomas?

—Solo que tu padre también lo hacía —dice—. Y me imagino que uno lo mató a él.

Miro a Thomas con mirada crítica.

—Lo siento —dice él con expresión de impotencia.

—Está bien. Lo tenías muy difícil. Lo sé —sonrío y él me mira desesperado. Como si Carmel no se hubiera dado cuenta ya. Tendría que estar ciega.

Suspiro.

—Bueno, ¿y ahora qué? ¿Hay alguna posibilidad de que te marches a casa y te olvides de esto? ¿Existe algún modo de evitar que formemos un divertido grupo de…? —antes de terminar la frase, me inclino hacia delante y dejo escapar un gruñido entre las manos. Carmel lo entiende a la primera y se ríe.

—¿Un divertido grupo de cazafantasmas? —pregunta.

—Me pido Peter Venkman —dice Thomas.

—Nadie se pide a nadie —exclamo—. Nosotros no somos cazafantasmas. Yo tengo el cuchillo y yo mato a los fantasmas y no puedo estar tropezándome en todo momento con vosotros. Además, es obvio que yo sería Peter Venkman —miro a Thomas con insistencia—. Tú te quedas con Egon.

—Espera un minuto —dice Carmel—. Tú no tienes por qué ser el que lleve la voz cantante. Mike era mi amigo, o algo así.

—Eso no quiere decir que tengas que ayudar. Esto no va de buscar venganza.

—Entonces, ¿de qué va?

—De… detener a Anna.

—Pues no has hecho lo que se dice un buen trabajo. Y por lo que vi, ni siquiera parecías estar intentándolo —Carmel me mira con una ceja levantada. Su mirada me está provocando una especie de calor en las mejillas. Maldita sea, me estoy ruborizando.

—Esto es de locos —exclamo—. Es dura de pelar, ¿vale?, pero tengo un plan.

—Es verdad —dice Thomas, saliendo en mi defensa—. Cas lo tiene todo organizado. Yo ya he recogido las piedras del lago. Se estarán recargando bajo la luna hasta que mengüe. Y las patas de pollo ya están encargadas.

Por alguna razón, hablar del conjuro me inquieta, como si hubiera algo que no estoy teniendo en cuenta. Algo que he pasado por alto.

Alguien franquea la puerta sin llamar. Apenas me fijo, porque eso intensifica la sensación de haber pasado algo por alto. Después de unos segundos estrujándome el cerebro, levanto los ojos y veo a Will Rosenberg.

Por su aspecto, parece que lleva días sin dormir. Respira de forma pesada y tiene la barbilla hundida contra el pecho. Me pregunto si habrá estado bebiendo. Lleva tierra y manchas de aceite en los vaqueros. El pobre chaval lo está pasando mal. Está mirando el cuchillo, que descansa sobre la mesa, así que lo guardo en el bolsillo trasero del pantalón.

—Sabía que había algo raro en ti —dice. Su aliento es un sesenta por ciento cerveza—. Todo esto es culpa tuya, de alguna manera, ¿verdad? Desde que llegaste aquí, todo ha ido mal. Mike lo sabía. Por eso no quería que estuvieras rondando alrededor de Carmel.

—Mike no sabía nada —digo yo con tranquilidad—. Lo que le sucedió fue un accidente.

—Un asesinato no es un accidente —murmura Will—. Deja de mentirme. Quiero participar en lo que sea que esté sucediendo.

Suelto un gemido. Nada sale bien. Morfran regresa a la cocina y nos ignora a todos, mirando su café como si fuera algo extremadamente interesante.

—El círculo se va agrandando —es lo único que dice y el asunto que se me estaba pasando por alto se me revela de golpe.

—Mierda —digo, dejando caer la cabeza hacia atrás y mirando al techo.

—¿Qué pasa? —pregunta Thomas—. ¿Qué va mal?

—El conjuro —replico—. El círculo. Tenemos que estar dentro de la casa para trazarlo.

—Sí, ¿y qué? —dice Thomas. Carmel se da cuenta al instante del problema; tiene el rostro abatido.

—Pues que Carmel entró en la casa esta mañana y Anna casi la devora. La única persona que puede permanecer en la casa sin peligro soy yo, pero no sé lo suficiente de brujería como para trazar el círculo.

—¿No podrías mantenerla a raya el tiempo suficiente para que nosotros lo hagamos? Una vez que estuviera trazado, estaríamos protegidos.

—No —dice Carmel—. Imposible. Deberíais haberla visto esta mañana; ella lo apartó de un golpe, como si fuera una mosca.

—Gracias —resoplo.

—Es verdad. Thomas nunca lo conseguiría. Y, además, ¿no tiene que concentrarse o algo así?

Will se lanza hacia Carmel y la agarra del brazo.

—¿De qué estáis hablando? ¿Has entrado en la casa? ¿Estás loca? ¡Mike me mataría si te ocurriera algo!

Y entonces recuerda que Mike está muerto.

—Tenemos que buscar la manera de trazar el círculo y hacer el conjuro —digo, pensando en alto—. Nunca me dirá lo que le sucedió por iniciativa propia.

Por fin Morfran habla.

—Todo sucede por alguna razón, Teseo Casio. Tienes menos de una semana para descubrirlo.

* * *

Menos de una semana. Menos de una semana. No hay modo de que me convierta en un brujo competente en menos de una semana, y desde luego tampoco me voy a volver más fuerte ni voy a ser capaz de controlar a Anna. Necesito apoyo. Necesito llamar a Gideon.

Estamos todos en el camino de acceso, después de haber salido en desbandada de la cocina. Es domingo, un domingo perezoso y tranquilo, y es demasiado temprano incluso para los fieles que van a la iglesia. Carmel se dirige hacia los coches junto a Will. Ha dicho que lo seguiría hasta su casa y que se quedaría con él un rato. Después de todo, es la más cercana de los tres a él y no cree que Chase le resulte de mucho consuelo. Me imagino que tiene razón. Antes de marcharse, Carmel se aparta a un lado con Thomas y le habla en susurros unos instantes. Cuando la vemos marcharse, le pregunto qué le ha dicho.

Él se encoge de hombros.

—Solo quería agradecerme que se lo contara. Y espera que no te hayas enfadado demasiado conmigo por arruinar tu secreto, porque lo guardará. Solo quiere ayudar.

Y luego sigue hablando y hablando, tratando de evocar la manera en que ella le ha tocado el brazo. Ojalá no le hubiera preguntado, porque ahora no dejará de hacer comentarios sobre ello.

—Escucha —digo—. Me alegro de que Carmel se esté fijando en ti. Si juegas bien tus cartas, tal vez tengas una oportunidad. Simplemente, no invadas demasiado su mente. Le resulta bastante desagradable todo eso.

—Carmel Jones y yo —se burla, aunque mira esperanzado hacia el coche de ella—. En un millón de años tal vez. Es más probable que acabe reconfortando a Will. Es inteligente y pertenece al grupo, como ella. No es un mal tipo —Thomas se coloca las gafas. Él tampoco es un mal tipo, y tal vez algún día se dé cuenta de ello. Por ahora, le digo que vaya a ponerse algo de ropa.

Cuando se vuelve para subir por el camino, veo algo. Hay un sendero circular cerca de la casa que comunica con el final del camino de acceso y, en la bifurcación, un pequeño árbol de corteza blanca, un abedul. De la rama más baja cuelga una delgada cruz negra.

—Oye —lo llamo y señalo el objeto—. ¿Qué es eso?

No es Thomas quien responde. Morfran camina con aire arrogante hacia el porche, ataviado con unas zapatillas, un pantalón de pijama azul y una bata a cuadros escoceses ajustada alrededor de su prominente barriga. Su indumentaria parece ridícula en comparación con la rocanrolera barba trenzada, pero en este momento no estoy pensando en eso.

—La cruz de Papa Legba —dice simplemente.

—Practicas vudú —digo yo, y él murmura lo que parece una afirmación—. Yo también.

Morfran resopla sobre su taza de café.

—No, tú no lo practicas. Y tampoco deberías hacerlo.

Bueno, era un farol. No practico vudú. Investigo sobre él. Y aquí tengo una oportunidad de oro.

—¿Por qué no debería? —pregunto.

—Hijo, el vudú utiliza la energía. La que tienes en tu interior y la que canalizas. La que robas y la que obtienes de cada puñetero pollo que te cenas. Y tú llevas unos diez mil voltios de energía al costado en una funda de cuero.

Instintivamente toco el
áthame
que tengo en el bolsillo trasero del pantalón.

—Si estuvieras practicando vudú y canalizando eso, bueno, mirarte sería como ver una polilla entrando en un mata insectos eléctrico —me mira con los ojos entrecerrados—. Tal vez algún día te enseñe.

—Me encantaría —respondo al tiempo que Thomas aparece de nuevo en el porche con ropa de calle, pero que sigue sin combinar. Baja corriendo los escalones.

—¿Dónde vamos? —pregunta.

—De vuelta a la casa de Anna —respondo. Su piel adquiere un tono verdoso—. Necesito organizar este ritual o de aquí a una semana estaré contemplando tu cabeza cortada y las tripas colgantes de Carmel —Thomas se pone más verde aún y yo le palmeo la espalda. Vuelvo la vista hacia Morfran. Nos está mirando de arriba abajo por encima de su taza de café. Así que los hechiceros vudú canalizan la energía. Es un tipo interesante. Y me está descubriendo demasiadas cosas para considerar la opción de dormir.

* * *

Durante el viaje en coche, el subidón de los acontecimientos de la noche pasada empieza a diluirse. Noto los ojos como lija y estoy dando cabezazos, incluso después de beberme de un trago esa taza del aguarrás al que Morfran llama café. Thomas permanece callado todo el trayecto hasta la casa de Anna. Probablemente siga pensando en el tacto de la mano de Carmel sobre su brazo. Si la vida fuera justa, Carmel lo miraría a los ojos, descubriría que Thomas es su fiel esclavo, y se sentiría agradecida. Luego lo levantaría del suelo y él dejaría de ser un esclavo para convertirse simplemente en Thomas, y se alegrarían de tenerse el uno al otro. Pero la vida no es justa y probablemente Carmel acabe con Will o con otro deportista y Thomas sufrirá en silencio.

—No quiero verte cerca de la casa —le digo para sacarlo de sus pensamientos y asegurarme de que no se pasa el desvío—. Puedes esperar en el coche o acompañarme hasta el camino de acceso. Aunque probablemente ella se encuentre algo alterada después de lo de esta mañana, así que deberías quedarte fuera, en el porche.

—No hace falta que me lo digas dos veces —dice con un resoplido.

Cuando aparcamos junto al camino de acceso, opta por permanecer en el coche. Me acerco a la casa solo. Tras abrir la puerta principal, miro hacia el suelo para asegurarme de que estoy caminando en dirección al vestíbulo y no a punto de caer de morros entre un montón de cadáveres.

—¿Anna? —la llamo—. ¿Anna? ¿Estás bien?

—Eso es una pregunta estúpida.

Acaba de salir de una habitación en la parte alta de la escalera. Está apoyada sobre el pasamanos, no la diosa oscura, sino la muchacha.

—Estoy muerta. No puedo estar ni bien ni mal.

Tiene los ojos alicaídos. Está sola, atrapada, y se siente culpable. Tiene lástima de sí misma, y no puedo decir que no tenga razones para ello.

—No pretendía que sucediera algo así —le digo con sinceridad, y doy un paso hacia la escalera—. Yo no quería exponerte a esa situación. Ella me siguió.

—¿Está bien? —pregunta Anna con una voz curiosamente aguda.

—Está bien.

—Me alegro. Pensé que tal vez la había herido. Y tiene una cara muy bonita.

Anna me está mirando. Toquetea la madera de la barandilla como si quisiera que dijera algo, pero no sé el qué.

—Necesito que me digas lo que te sucedió. Que me cuentes cómo fue tu muerte.

—¿Por qué quieres obligarme a que lo recuerde? —pregunta en voz baja.

—Porque necesito comprenderte. Tengo que descubrir por qué eres tan fuerte —empiezo a pensar en voz alta—. Por lo que sé, tu asesinato no fue tan extraño ni horrible. Ni siquiera fue brutal. Entonces, no puedo imaginar por qué te has convertido en lo que te has convertido. Tiene que haber algo… —cuando me callo, Anna me está mirando con los ojos disgustados y abiertos de par en par—. ¿Qué pasa?

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