Anna vestida de sangre (19 page)

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Authors: Kendare Blake

BOOK: Anna vestida de sangre
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—¿Lo dices en serio? —gruñe Will de nuevo.

—No le tiramos las patas de pollo —Thomas pasea sus ojos por todos nosotros—. Las colocamos cerca de ella. Las patas de pollo tienen un efecto calmante sobre los espíritus.

—Bueno, eso no será lo más complicado —dice Will—. Lo peor será meterla dentro de nuestro círculo humano.

—Una vez que haya entrado, estaremos seguros. Entonces, podré alargar la mano y colocar el cuenco de visión sin ningún miedo. Pero no podemos romper el círculo, no hasta que el conjuro haya terminado y ella esté débil. E incluso así, probablemente tengamos que salir pitando de allí.

—Estupendo —dice Will—. Podemos ensayar todo menos lo que podría matarnos.

—Es lo único que podemos hacer —digo yo—. Así que a cantar —intento no pensar en lo novatos que somos y en lo estúpido que parece todo esto.

Morfran atraviesa la tienda silbando y nos ignora por completo. Lo único que indica que sabe lo que estamos haciendo es que gira el cartel de la puerta de «Abierto» a «Cerrado».

—Espera un segundo —dice Will. Thomas estaba a punto de empezar a cantar y la interrupción le roba todo el impulso—. ¿Por qué vamos a marcharnos después del conjuro? Ella estará débil, ¿no? Entonces, ¿por qué no la matamos?

—Ese es el plan —replica Carmel—. ¿No es así, Cas?

—Sí —respondo—. Depende de cómo vayan las cosas. No sabemos siquiera si esto funcionará —no estoy resultando muy convincente. Creo que casi todo lo he dicho mirándome los zapatos y la suerte ha querido que sea Will el que se dé cuenta. Retrocede un paso y se aleja del círculo.

—¡Oye! No puedes hacer eso durante el conjuro —grita Thomas.

—Cierra el pico, friqui —responde Will con tono desdeñoso, y se me ponen los pelos de punta. Me mira—. ¿Por qué tienes que ser tú? ¿Por qué no puede hacerlo otra persona? Mike era mi mejor amigo.

—Tengo que hacerlo yo —respondo con rotundidad.

—¿Por qué?

—Porque soy el único que puede usar el cuchillo.

—¿Qué tiene de complicado? Cortar y apuñalar, ¿no es así? Cualquier idiota podría hacerlo.

—Contigo no funcionaría —digo—. En tus manos sería un simple cuchillo. Y un simple cuchillo no va a matar a Anna.

—No te creo —exclama, plantándose delante de mí.

Esto apesta. Necesito que Will participe, no solo para completar el círculo, sino porque parte de mí siente que se lo debo, que debería estar involucrado. De todas las personas que conozco, es el que más ha perdido con este asunto de Anna. Entonces, ¿qué voy a hacer?

—Iremos en tu coche —digo—. Vamos todos. Ahora mismo.

* * *

Will conduce con recelo, conmigo de copiloto. Carmel y Thomas van en el asiento trasero. No tengo tiempo de considerar lo sudorosas que se le deben de estar poniendo las palmas de las manos a Thomas. Necesito demostrarles —a todos— que soy realmente lo que afirmo ser. Que esta es mi vocación, mi misión. Y tal vez, después de ser vapuleado por Anna (tanto si se lo estoy permitiendo inconscientemente, como si no), necesito demostrármelo a mí mismo una vez más.

—¿Dónde vamos? —pregunta Will.

—Dímelo tú. Yo no soy un experto en Thunder Bay. Llévame donde estén los fantasmas.

Will digiere la información. Se pasa la lengua por los labios con expresión tensa y mira a Carmel por el espejo retrovisor. Aunque parece nervioso, podría asegurar que tiene ya una idea aproximada de dónde ir. Hace un inesperado giro de ciento ochenta grados y tenemos que agarrarnos todos a algo.

—El policía —dice.

—¿El policía? —pregunta Carmel—. No hablarás en serio. Eso no es real.

—Hasta hace unas semanas, nada de esto era real —replica Will.

Atravesamos la ciudad y el distrito comercial y entramos en la zona industrial. El paisaje cambia cada pocas manzanas de árboles con hojas doradas y rojizas a farolas y luminosos carteles de plástico y, por último, a vías de tren y sombríos e impersonales edificios de cemento. Will tiene el rostro lúgubre y no muestra curiosidad alguna. Está deseoso de enseñarme lo que sea que tenga guardado en la manga. Le encantaría que yo no pasara la prueba, lo que demostraría que soy un fantasioso y que todo esto es una mierda.

Por el contrario, Thomas parece un sabueso entusiasmado que no sabe que lo llevan al veterinario. Debo admitir que yo también estoy algo emocionado. He tenido pocas oportunidades de mostrar mi trabajo. Aunque no sé qué deseo más, si impresionar a Thomas o conseguir que Will se trague esa expresión petulante. Por supuesto, Will tiene primero que salir ileso.

El coche va deteniéndose hasta que avanza a paso de tortuga. Will está mirando los edificios de la izquierda. Algunos parecen almacenes y otros complejos de apartamentos baratos que no se han utilizado durante bastante tiempo. Todos son de color arenisca lavada.

—Allí —dice Will y luego masculla—, creo —en voz baja. Aparcamos en un callejón y salimos todos al mismo tiempo. Ahora que hemos llegado, Will parece algo menos impaciente.

Saco el
áthame
de la mochila y me lo coloco al hombro, luego le paso la mochila a Thomas y le indico a Will con la cabeza que abra la marcha. Rodeamos la fachada del edificio y pasamos junto a otros dos antes de llegar a uno que parece un antiguo apartamento. En la parte alta, hay ventanas de estilo residencial con paneles de cristal y jardineras vacías. Recorro con la mirada el muro lateral y veo una salida de incendios con una escalera colgando. Trato de abrir la puerta principal. No sé por qué no está cerrada con llave, pero así es, lo que resulta estupendo. De haber tenido que subir trepando por el lateral, habríamos llamado demasiado la atención.

Cuando entramos en el edificio, Will avanza hacia las escaleras. El lugar tiene el típico olor a cerrado, agrio y pesado, como si aquí hubieran vivido muchas personas diferentes y cada uno hubiera dejado un aroma que no combinara bien con el de los demás.

—Bueno —digo yo—, ¿es que nadie va a contarme lo que nos vamos a encontrar?

Will no responde. Solo mira a Carmel, que me lo explica diligentemente.

—Hace unos ocho años, hubo un caso de toma de rehenes en el apartamento del último piso. Un ferroviario se volvió loco, encerró a su mujer y a su hija en el baño y empezó a pasearse con un arma en la mano. Llamaron a la policía y enviaron a un negociador, pero no acabó lo que se dice bien.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Quiere decir —interrumpe Will— que el negociador recibió un disparo en la espina dorsal, justo antes de que el autor de los hechos se volara la cabeza con la pistola.

Intento asimilar la información y no burlarme al escuchar a Will utilizar la expresión «autor de los hechos».

—La mujer y la hija no sufrieron ningún daño —añade Carmel. Parece nerviosa, pero entusiasmada.

—¿Y cuál es la historia del fantasma? —pregunto—. ¿Me habéis traído a un apartamento con un ferroviario de gatillo ligero?

—No se trata del ferroviario —responde Carmel—, sino del poli. Ha habido rumores de que lo han visto en el edificio después de muerto. La gente lo ha distinguido a través de las ventanas y le ha escuchado hablar con alguien, tratando de convencerlo de que no hiciera algo. Se cuenta que una vez habló incluso con un niño en la calle. Sacó la cabeza por la ventana y le dijo a gritos que se fuera de allí. Le dio un susto de muerte.

—Podría ser otra leyenda urbana más —dice Thomas.

Por mi experiencia, no suele ser así. No sé lo que voy a encontrar cuando subamos al apartamento. Ignoro si habrá algo y, de ser así, no sé si debería matarlo. Después de todo, no han mencionado que el policía haya hecho daño a nadie, y nuestra costumbre ha sido siempre dejar en paz a los inofensivos, sin importar lo que giman o muevan las cadenas.

Nuestra costumbre
. El
áthame
ejerce un gran peso sobre mi hombro. Este cuchillo ha estado presente a lo largo de toda mi vida. He visto cómo su filo atravesaba luz y aire, primero en manos de mi padre y luego en las mías. El poder que alberga me embelesa —recorre mi brazo y atraviesa mi pecho—. Durante diecisiete años, me ha mantenido a salvo y me ha fortalecido.

El lazo de sangre, como siempre me ha dicho Gideon.

—La sangre de tus ancestros forjó este
áthame
. Hombres poderosos con sangre de guerrero para enviar a los espíritus bajo tierra. El
áthame
es de tu padre y es tuyo, y ambos le pertenecéis a él.

Eso es lo que me contó. En ocasiones con divertidos gestos y algo de mímica. El cuchillo me pertenece, y yo lo quiero como se quiere a un perro fiel. Hace desaparecer a los espíritus, pero no sé dónde los envía. Gideon y mi padre me enseñaron a no preguntarlo nunca.

Estoy tan concentrado en estos pensamientos que no me doy cuenta de que los estoy conduciendo al interior del apartamento. Hemos dejado la puerta entreabierta y entrado directamente a un salón vacío. Avanzamos sobre el suelo desnudo —lo que sea que quedara después de que arrancaran toda la moqueta—; parece aglomerado. Me paro tan repentinamente que Thomas se choca con mi espalda. Por un instante, pienso que el lugar está vacío.

Pero, entonces, veo una figura negra acurrucada en una esquina, cerca de la ventana. Tiene las manos sobre la cabeza y se balancea hacia delante y hacia atrás, hablando entre dientes consigo mismo.

—Guau —susurra Will—. No pensé que hubiera nadie aquí.

—Aquí no hay nadie —corrijo, y noto que se ponen tensos al entender lo que estoy insinuando. No importa si esto es o no lo que ellos pretendían mostrarme. Verlo de verdad es algo completamente diferente. Les indico con la mano que permanezcan alejados y avanzo dibujando un arco amplio alrededor del policía para conseguir una perspectiva mejor. Tiene los ojos muy abiertos; parece aterrorizado. Masculla y parlotea como una ardilla, todo tonterías. Resulta inquietante pensar en lo cuerdo que debió de estar en vida. Saco el
áthame
, no para asustarlo, sino para tenerlo a mano, por si acaso. Carmel lanza un pequeño grito ahogado y, por alguna razón, eso llama su atención.

Fija sus ojos brillantes en ella.

—No lo hagas—murmura.

Carmel retrocede un paso.

—Oye —digo en voz baja, pero no obtengo ninguna respuesta. El policía tiene la mirada clavada en Carmel. Debe de haber encontrado algo en ella. Tal vez le recuerde a las rehenes; la mujer y la hija.

Carmel no sabe qué hacer. Tiene la boca abierta, con una palabra atrapada en la garganta, y nos mira alternativamente al policía y a mí.

Siento una sensación familiar de intensidad. Así es como yo lo llamo: intensidad. No es que empiece a respirar más rápidamente o que el corazón me aporree el pecho. Es más sutil que eso. Respiro más profundamente y mi corazón bombea con más fuerza. Todo a mi alrededor se lentifica y las líneas se vuelven definidas y claras. Tiene que ver con la confianza, y también con mi lado salvaje. Tiene que ver con sentir los dedos vibrar al apretarlos en torno a la empuñadura del
áthame
.

Nunca he notado esta sensación al enfrentarme con Anna. Es lo que había echado en falta, y creo que al final Will ha sido un mal beneficioso. Esto es lo que estaba buscando: esta sensación, este hormigueo en los dedos de los pies. En un instante, hago una composición del lugar: Thomas está tratando de proteger a Carmel y Will intenta reunir valor suficiente para hacer algo por sí mismo, para demostrar que yo no soy el único que puede hacer esto. Tal vez debería dejarle. Y que el policía le dé un susto que lo devuelva a su sitio.

—Por favor —dice Carmel—, tranquilízate. En primer lugar, yo no quería venir y además no soy quien tú crees. ¡No quiero hacer daño a nadie!

Y, entonces, sucede algo interesante. Algo que no había visto antes. Los rasgos de la cara del policía cambian. Es casi imposible percibirlo, como atrapar la corriente de un río que se desplaza bajo su superficie. La nariz se ensancha, los pómulos se desplazan hacia abajo, los labios se vuelven más finos y los dientes se mueven dentro de la boca. Todo esto ha sucedido en dos o tres parpadeos. Estoy contemplando una cara diferente.

—Interesante —murmuro entre dientes, y mi visión periférica registra a Thomas poniendo expresión de
¿es eso lo único que se te ocurre?
—. Este fantasma no es solo el policía —explico—. Es los dos. El policía y el ferroviario atrapados en un mismo cuerpo —este es el ferroviario, creo yo, y bajo la mirada hacia sus manos justo cuando él levanta una de ellas para apuntar a Carmel con un arma.

Carmel chilla y Thomas la agarra y la empuja hacia el suelo. Will no reacciona de ninguna manera. Simplemente grita una y otra vez: «Solo es un fantasma, solo es un fantasma», lo que resulta bastante estúpido. Yo, por mi parte, no vacilo.

Siento el
áthame
ligero en la palma de la mano y le doy la vuelta de manera que la hoja no esté dirigida hacia delante, sino hacia atrás, como el tío de
Psicosis
cuando acuchilla a la chica en la escena de la ducha. Pero no lo voy a usar para apuñalarlo. El lado afilado de la hoja está colocado hacia arriba y, cuando el fantasma alza la pistola hacia mis amigos, levanto el brazo de un golpe hacia el techo. El
áthame
colisiona y le corta gran parte de la muñeca.

Él lanza un alarido y retrocede; yo también. El arma golpea el suelo sin hacer ningún ruido. Es extraño ver caer algo que debería producir un gran estruendo y no escuchar ni un susurro. Mira su mano con desconcierto. Está colgando de un jirón de piel, pero no sale sangre. Cuando se la arranca, se convierte en humo: volutas aceitosas y tóxicas. Creo que no es necesario avisar a nadie de que no respiren eso.

—¿Y eso es todo? —pregunta Will con pánico en la voz—. ¡Pensé que el cuchillo mataría a esa cosa!

—No es una cosa —digo sin alterarme—. Es un hombre. Dos hombres. Y ya están muertos. El cuchillo los envía donde deberían estar.

El fantasma se dirige ahora hacia mí. He captado su atención y me agacho y retrocedo con tanta facilidad, tan rápidamente, que ninguno de sus golpes consigue siquiera rozarme. Le corto otro trozo de brazo y me escabullo, y el humo ondula y desaparece en las turbulencias formadas por mi cuerpo.

—Cada fantasma desaparece de un modo distinto —les explico—. Algunos mueren de nuevo como si pensaran que siguen vivos —esquivo otro de sus ataques y lo golpeo con el codo en la nuca—. Otros se deshacen en charcos de sangre. Otros explotan —miro a mis amigos y los veo absortos, con los ojos muy abiertos—. Algunos dejan restos, como cenizas o manchas, y los hay que no dejan nada.

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