Read Anna vestida de sangre Online
Authors: Kendare Blake
—Estoy empezando a arrepentirme de no haberte matado —dice. Mi cerebro dormido tarda un minuto en comprender, pero luego me siento como un verdadero burro. He estado rodeado de demasiada muerte. He visto tanta mierda que se me escapa de la boca como si fueran canciones de cuna.
—¿Cuánto sabes —pregunta— de lo que me sucedió?
Su voz es más suave, aunque apagada. Hablar de asesinatos, relatar hechos, es algo con lo que he crecido. Solo que ahora no sé cómo hacerlo. Con Anna justo delante de mí, son más que unas simples palabras o fotografías en un libro. Cuando finalmente lo suelto, lo hago rápidamente y de golpe, como cuando arrancas una tirita.
—Sé que te asesinaron en 1958, cuando tenías dieciséis años. Alguien te cortó el cuello. Ibas de camino a un baile del instituto.
Una leve sonrisa se dibuja en sus labios, pero desaparece.
—Tenía muchas ganas de ir —dice con suavidad—. Iba a ser el último. El primero y el último—se mira y extiende su falda—. Este era mi vestido.
No me parece nada especial, un vestido suelto de color blanco con encaje y lazos, pero ¿qué sé yo de eso? En primer lugar, no soy una chica, y en segundo, no sé mucho sobre 1958. En esa época puede que fuera la mar de elegante, como diría mi madre.
—No es nada del otro mundo —dice, leyéndome el pensamiento—. Una de las inquilinas que teníamos en aquel momento era costurera. María. Era española y a mí me parecía muy exótica. Cuando se vino aquí, tuvo que dejar en su país a una hija algo más joven que yo, por eso le gustaba hablar conmigo. Me tomó las medidas y me ayudó a coserlo. Yo quería algo más elegante, pero nunca se me dio muy bien coser. Tengo los dedos torpes —se excusa y los levanta, como si yo pudiera deducir el desastre del que son capaces.
—Estás preciosa —le digo, porque es lo primero que cruza mi estúpida y vacía cabeza. Considero la opción de usar el
áthame
para cortarme la lengua. Probablemente no era lo que ella deseaba escuchar, y además mi voz ha sonado extraña. Tengo suerte de no haber soltado un gallo quebrado—. ¿Por qué iba a ser tu último baile? —pregunto rápidamente.
—Iba a escaparme —me cuenta. La rebeldía brilla en sus ojos igual que debió de hacerlo entonces, y hay un fuego en su voz que me entristece. Luego se extingue, y parece confundida—. No sé si lo habría hecho, pero quería.
—¿Por qué?
—Quería empezar una nueva vida —explica—. Sabía que nunca haría nada si me quedaba aquí. Habría tenido que gestionar la casa de huéspedes. Y estaba cansada de luchar.
—¿De luchar? —me acerco un paso. Un mechón de pelo negro le cae sobre los hombros, que se encorvan cuando se rodea con los brazos. Está tan pálida y es tan pequeña que apenas puedo imaginarla luchando con nadie. Al menos, no con los puños.
—No era exactamente una lucha —dice—. Y sí lo era. Con ella. Y con él. Tenía que fingir, hacerles creer que era débil porque era lo que ellos deseaban. Eso fue lo que ella me dijo que mi padre habría querido que fuera. Una chica buena y obediente. No una ramera. Una puta.
Respiro hondo. Le pregunto quién la llamó eso, quién podría haberle dicho eso, pero ya no me escucha.
—Él era un mentiroso. Un vago. Le hacía creer a mi madre que la quería, pero no era cierto. Dijo que se casaría con ella y que luego conseguiría todo lo demás.
No sé de quién está hablando, pero puedo imaginar a lo que se refiere con «todo lo demás».
—Eras tú —digo en voz baja—. En realidad, andaba detrás de ti.
—Él… me arrinconaba en la cocina, o fuera, junto al pozo. Me quedaba paralizada. Lo odiaba.
—¿Por qué no se lo contaste a tu madre?
—No podía… —se calla y empieza de nuevo—. Pero no iba a dejarle que lo hiciera. Iba a escaparme. Lo habría hecho —su rostro se vuelve inexpresivo. Ni siquiera sus ojos tienen vida. Es simplemente una voz y unos labios que se mueven. El resto de su ser se ha ocultado en su interior.
Alargo la mano y toco su mejilla, fría como el hielo.
—¿Fue él? ¿Fue él quien te mató? ¿Te siguió aquella noche y…?
Anna sacude la cabeza con fuerza y se aleja.
—Ya es suficiente —dice con un tono que pretende ser duro.
—Anna, tengo que saberlo.
—¿Por qué insistes en que te lo cuente? ¿Qué estás intentando conseguir? —se coloca la mano en la frente—. Apenas puedo recordarlo. Todo aparece embarrado y sangriento —sacude la cabeza con frustración—. ¡No hay nada que pueda decirte! Me asesinaron y todo se volvió negro y luego aparecí aquí. Me convertí en lo que soy ahora y empecé a matar y matar sin poder detenerme —empieza a jadear—. Ellos me hicieron algo, pero no sé qué. No sé cómo.
—Ellos —repito con curiosidad, pero no parece que esto vaya a avanzar. Puedo ver cómo se cierra literalmente sobre sí misma y, en un par de minutos, tal vez esté tratando de mantener a raya a una muchacha con las venas negras y un vestido que gotea sangre.
—Hay un conjuro —le digo—. Un conjuro que puede ayudarme a comprender.
Se calma un poco y me mira como si estuviera loco.
—¿Conjuros mágicos? —se le escapa una sonrisa incrédula—. ¿Me saldrán alas de hada y podré atravesar el fuego sin quemarme?
—¿De qué estás hablando?
—La magia no es real. Es fantasía, superstición, viejas maldiciones en la boca de mis abuelas finlandesas.
No puedo creer que se esté cuestionando la existencia de la magia cuando ella está aquí, muerta y hablando conmigo. Pero no tengo oportunidad de convencerla, porque empieza a suceder algo, algo se retuerce en su cerebro y la obliga a encogerse. Cuando parpadea, sus ojos están muy lejanos.
—¿Anna?
Alarga el brazo para mantenerme alejado.
—No es nada.
La miro más de cerca.
—No me digas que no es nada. Has recordado algo, ¿verdad? ¿Qué era? ¡Dímelo!
—No. Yo… no ha sido nada. No sé —se toca la sien—. No sé lo que ha sucedido.
Esto va a resultar muy difícil. O casi imposible si no consigo su colaboración. Una sensación pesada y desesperanzada está invadiendo mi cuerpo exhausto. Noto como si mis músculos empezaran a atrofiarse, y no tengo demasiados, precisamente.
—Por favor, Anna —digo—. Necesito tu ayuda. Es imprescindible que nos dejes hacer el conjuro, que permitas que otras personas entren aquí conmigo.
—No —responde—. ¡Ni conjuros ni otra gente! Ya sabes lo que sucedería. No puedo controlarlo.
—Puedes controlarlo conmigo, así que podrías intentarlo también con ellos.
—Ignoro por qué soy capaz de respetar tu vida. Y, por cierto, ¿acaso no es eso suficiente? ¿Por qué me estás pidiendo más favores?
—Anna, por favor. Necesito al menos a Thomas, y probablemente a Carmel, la chica que conociste esta mañana.
Se mira los pies. Está triste, sé que está triste, pero el estúpido aviso de Morfran de «menos de una semana» resuena en mis oídos y quiero acabar con todo esto. No puedo permitir que Anna siga aquí otro mes, probablemente coleccionando más cuerpos en el sótano. No importa que me sienta bien hablando con ella. No importa que ella me guste. No importa que lo que le sucedió fuera injusto.
—Preferiría que te marcharas —dice en voz baja y, cuando alza los ojos, veo que está a punto de llorar y que mira por encima de mi hombro hacia la puerta o tal vez hacia la ventana.
—Sabes que no puedo —digo, repitiendo sus palabras de hace unos instantes.
—Haces que desee cosas que no puedo conseguir.
Antes de que pueda descubrir a qué se refiere, se desvanece a través de los escalones, hacia las profundidades del sótano, donde sabe que no la seguiré.
* * *
Gideon llama justo después de que Thomas me deje en casa.
—Buenos días, Teseo. Siento levantarte tan temprano un domingo.
—Llevo horas en pie, Gideon. He estado liado con el trabajo —al otro lado del Atlántico, se ríe de mí. Al entrar en casa, hago un gesto de buenos días con la cabeza a mi madre, que está persiguiendo a Tybalt escaleras abajo y susurrándole que las ratas no son buenas para él.
—Qué lástima —dice Gideon riendo entre dientes—. Llevo horas esperando para llamarte, con el fin de dejarte descansar. Una verdadera lástima. Aquí son casi las cuatro de la tarde, ¿sabes? Pero bueno, creo que tengo la esencia de tu conjuro.
—No sé si eso importa ya. Te iba a llamar más tarde. Hay un problema.
—¿De qué tipo?
—Del tipo de que nadie puede entrar en la casa excepto yo, y yo no soy brujo —le explico un poco más de lo sucedido, omitiendo por alguna razón el hecho de que he estado teniendo largas conversaciones con Anna por la noche. Al otro lado del teléfono, escucho cómo chasquea la lengua. Estoy seguro de que está frotándose la barbilla y limpiándose las gafas.
—¿Has sido totalmente incapaz de someterla? —pregunta finalmente.
—Totalmente. Es Bruce Lee, Hulk y Neo de Matrix todo en uno.
—Ya veo. Gracias por las referencias totalmente incomprensibles de cultura pop.
Sonrío. Al menos Bruce Lee, sí sabe perfectamente quién es.
—Pero la cuestión sigue siendo que debes hacer ese conjuro. Algo en la manera en que esa muchacha murió la está dotando de un terrible poder. Es solo una cuestión de descubrir secretos. Recuerdo un fantasma que le dio algunos problemas a tu padre en 1979. Por alguna razón, era capaz de matar sin volverse corpóreo. Nos costó tres sesiones de espiritismo y una visita a una secta satánica en Italia descubrir que lo único que le permitía continuar en el plano terrenal era un hechizo grabado en un cáliz de piedra bastante ordinario. Tu padre lo rompió y, sin más, el fantasma desapareció. Ocurrirá lo mismo en tu caso.
Mi padre me contó esa historia una vez, y recuerdo que era mucho más complicado. Pero lo dejo pasar. De todas maneras, tiene razón. Cada fantasma tiene sus propios métodos, sus propios trucos. Siguen diferentes caminos y tienen distintos deseos. Y, cuando los mato, cada uno parte en su propia dirección.
—¿Cómo funciona exactamente ese conjuro? —pregunto.
—Las piedras consagradas forman un círculo protector. Una vez que el círculo esté trazado, ella no tendrá ningún poder sobre los que se encuentren en su interior. El brujo que esté realizando el ritual podrá someter las energías que posea la casa y reflejarlas en el cuenco de visión. El cuenco te mostrará lo que estás buscando. Por supuesto, no es así de simple; también hay que utilizar patas de pollo, una mezcla de hierbas que tu madre puede preparar y una salmodia. Te mandaré el texto por correo electrónico.
Hace que parezca sencillo. ¿Pensará que estoy exagerando? ¿Es que no se da cuenta de lo duro que me resulta admitir que Anna puede acabar conmigo cuando ella quiera? ¿Que puede zarandearme como un muñeco de trapo, darme un montón de mamporros y luego señalarme con el dedo y reírse?
—No va a funcionar. Yo no puedo trazar el círculo. Nunca he tenido habilidad para la brujería. Mi madre debe de habértelo contado. Hasta que cumplí siete años, estropeaba sus galletas de Beltane todos los años.
Sé cómo va a reaccionar. Suspirará y me aconsejará que regrese a la biblioteca y empiece a hablar con la gente que pueda saber lo que sucedió. Que intente aclarar un asesinato que lleva frío más de cincuenta años. Y eso es lo que tendré que hacer. Porque no voy a poner en peligro a Thomas o a Carmel.
—Ya veo.
—Ya ves, ¿qué?
—Bueno, estoy pensando en todos los rituales que he llevado a cabo durante mis años de parapsicología y misticismo…
Puedo escuchar cómo se retuerce su cerebro. Tiene algo, y empiezo a recuperar la esperanza. Sabía que valía más que un simple plato de salchichas con puré de patatas.
—¿Has dicho que dispones de varios expertos?
—¿Varios qué?
—Varios brujos.
—En realidad, tengo un brujo. Mi amigo Thomas.
En el extremo opuesto de la línea, escucho cómo Gideon toma aire y luego hace una pausa complacido. Sé lo que este viejo pájaro está pensando, que nunca antes me había oído utilizar la expresión «mi amigo». Será mejor que no se ponga sensiblero.
—No es que tenga mucha experiencia.
—Si tú confías en él, es lo único que importa. Pero necesitarás más colaboradores. Tú mismo y otras dos personas. Cada uno debe representar un punto cardinal. Trazaréis el círculo fuera, ¿de acuerdo?, y luego entraréis en la casa preparados para trabajar —hace una pausa para pensar algo más. Está muy complacido consigo mismo—. Cuando atrapéis a vuestro fantasma en el centro, estaréis completamente a salvo. Interceptar su energía permitirá también que el conjuro sea más potente y revelador. Podría incluso debilitarla lo suficiente para que tú puedas acabar el trabajo.
Trago saliva y siento el peso del cuchillo en el bolsillo trasero del pantalón.
—Claro —digo.
Escucho otros diez minutos mientras me explica los pormenores, pensando en todo momento en Anna y en lo que me revelará. Al final, creo recordar la mayor parte de lo que se supone debo hacer, pero aun así le pido que me envíe por correo electrónico una copia de las instrucciones.
—Ahora, ¿a quién implicarás para completar el círculo? Las personas más idóneas son las que tengan alguna conexión con el fantasma.
—Se lo diré a un tío que se llama Will y a mi amiga Carmel —respondo—. Y no me digas nada. Sé que estoy teniendo algunos problemas para mantener a la gente apartada de mis asuntos.
Gideon suspira.
—Ah, Teseo. La intención de esto nunca ha sido que estés solo. Tu padre tenía muchos amigos, y contaba con tu madre y contigo. A medida que pase el tiempo, tu círculo se ampliará. No hay nada de lo que avergonzarse.
El círculo se está agrandando. ¿Por qué todo el mundo se empeña en decir eso? Los círculos grandes significan más personas con las que tropezar y caer. Tengo que irme de Thunder Bay. Alejarme de este lío y regresar a mi rutina de mudarme, cazar y matar.
Mudarme, cazar y matar. Como con el champú: enjabonar, enjuagar y repetir lavado. Mi vida, desplegada como una simple rutina. Parece vacía y pesada al mismo tiempo. Pienso en lo que dijo Anna sobre desear lo que no se puede tener. Tal vez ahora comprendo lo que quiso decir.
Gideon sigue hablando.
—Si necesitas cualquier cosa, házmelo saber —añade—. Aunque solo pueda proporcionarte libros polvorientos y viejas historias desde el otro lado del océano. Al mundo real tendrás que enfrentarte tú.
—Sí. Yo y mis amigos.
—Sí. Fantástico. Seréis como esos cuatro tipos de la película. Ya sabes, en la que sale un hombre de malvavisco gigante.