Anna vestida de sangre (20 page)

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Authors: Kendare Blake

BOOK: Anna vestida de sangre
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—Cas —dice Thomas y señala detrás de mí, pero yo ya sé que el fantasma ha vuelto a la carga. Me aparto a un lado y lo apuñalo en el pecho. Se desploma sobre una rodilla.

—Cada vez es diferente —continúo—, excepto en esto —miro directamente a Will, dispuesto a terminar el trabajo. Es entonces cuando noto las dos manos del fantasma agarrándome los tobillos y tirando de mí.

¿Has leído bien? Ambas manos. Aunque recuerdo perfectamente que le corté una. Lo encuentro realmente interesante hasta que mi cabeza golpea contra el suelo de aglomerado.

El fantasma se abalanza hacia mi garganta y yo apenas puedo agarrarle las muñecas. Al mirarle las manos, veo que una es diferente. Está ligeramente más bronceada y tiene una forma completamente distinta: dedos más largos y uñas desiguales. Oigo que Carmel le grita a Thomas y a Will que deberían ayudarme, pero eso es lo último que quiero. Le quitaría la gracia al asunto.

Aun así, mientras estoy luchando con los dientes apretados, tratando de dirigir el cuchillo hacia la garganta del tipo, me entran ganas de tener una constitución más parecida a la de Will, de jugador de fútbol americano. Mi delgadez (soy bastante enjuto) me proporciona agilidad y rapidez, pero cuando se trata de estas situaciones de contacto, agradecería poder lanzar a alguien al extremo opuesto de la habitación.

—Estoy bien —le digo a Carmel—. Simplemente estoy viendo de qué va —pronuncio estas palabras con un gruñido forzado y poco convincente. Siguen mirándome con los ojos muy abiertos y Will da un paso inseguro hacia delante.

—¡Quédate ahí! —grito mientras consigo golpear el estómago del tipo con el pie—. Solo voy a tardar un poco más —les explico—. Hay dos tíos ahí dentro, ¿lo pilláis? —tengo la respiración agitada y por mi pelo caen algunas gotas de sudor—. Nada del otro mundo… solo significa que tengo que hacerlo todo dos veces.

Al menos, eso espero. Es lo único que se me ocurre, lo que reduce la cuestión a un desesperado cortar y trocear. Esto no era lo que yo tenía en mente cuando sugerí que fuéramos de caza. ¿Dónde están los fantasmas sencillos y agradables cuando los necesitas?

Reúno todas mis fuerzas y le doy una fuerte patada, alejando al policía/ferroviario de mí. Me pongo de pie rápidamente, agarro mejor el
áthame
y me concentro. Está dispuesto a cargar y, cuando lo hace, empiezo a cortar y despedazar como un cocinero de seres humanos. Espero que el aspecto resulte más atractivo que la sensación. Mi pelo y mi ropa se mueven con una brisa que no siento. Debajo de mí surge un humo negro.

Antes de que yo acabe —antes de que él esté acabado— puedo escuchar dos voces bien diferenciadas, superpuestas una sobre la otra, como una sombría armonía. En medio de mi trabajo de corte, me encuentro mirando dos caras que ocupan el mismo espacio: dos dentaduras rechinando, y un ojo azul y otro marrón. Me alegro de haber sido capaz de hacer esto. La sensación de inquietud y ambigüedad que tenía al entrar ha desaparecido. Tanto si este fantasma había causado daño a alguien como si no, lo que sí tengo seguro es que se estaba dañando a sí mismo, y dondequiera que lo esté enviando tiene que ser mejor que estar atrapado en el mismo cuerpo con la persona que odias, volviéndose más y más locos mutuamente cada día, cada semana, cada año que pasa.

Al final, me quedo solo en el centro de la habitación, rodeado de volutas de humo que se desvanecen y se dispersan por el techo. Thomas, Carmel y Will han formado un corrillo, y me miran. El policía y el ferroviario han desaparecido. El arma también.

—Ha sido… —es lo único que Thomas puede mascullar.

—Ha sido una demostración de lo que hago —digo sencillamente, y me gustaría no jadear tanto—. Así que se acabaron las discusiones.

* * *

Cuatro días después, estoy sentado en la encimera de la cocina, viendo cómo mi madre lava unas raíces de aspecto extraño, que luego pela y trocea para añadirlas a las hierbas que llevaremos alrededor del cuello esta noche.

Esta noche. Por fin ha llegado el día. Parece que ha transcurrido una eternidad y, aun así, desearía disponer de un día más. He acudido cada noche al camino de acceso de la casa de Anna y he permanecido allí de pie, incapaz de pensar algo que decirle. Y cada noche se ha asomado a la ventana y me ha mirado. No he dormido mucho últimamente, aunque debido en parte a las pesadillas.

Los sueños han empeorado desde que llegamos a Thunder Bay. No ha podido ocurrir de forma más inoportuna. Estoy agotado cuando no debería estarlo —cuando menos me puedo permitir estarlo—.

No puedo recordar si mi padre tenía sueños o no, pero incluso si hubiera sido así, no me lo habría contado. Gideon tampoco lo ha mencionado nunca y yo no se lo he comentado, porque ¿y si me pasara solo a mí? Significaría que soy más débil que mis antepasados. Que no soy tan fuerte como todos esperan que sea.

Siempre es el mismo sueño. Una figura inclinándose sobre mi cara. Estoy asustado, pero también sé que esa figura está unida a mí. No me gusta. Creo que es mi padre.

Sin embargo, no puede ser él. Mi padre se marchó. Mi madre y Gideon se aseguraron de ello; estuvieron deambulando por la casa de Baton Rouge donde lo asesinaron durante noches enteras, colocando runas y encendiendo velas. Pero él ya no estaba allí. No podría decir si mi madre se sintió contenta o decepcionada.

La observo ahora mientras corta y muele rápidamente diferentes hierbas, pesándolas, traspasándolas desde el mortero. Sus manos se mueven de forma rápida y precisa. Ha tenido que esperar hasta el último momento porque le ha resultado difícil encontrar una planta denominada tormentilla, y ha tenido que recurrir a un proveedor que no conocía.

—Por cierto, ¿para qué es esto? —pregunto mientras sostengo un trozo de raíz. Está deshidratada y tiene color marrón verdoso. Parece un montón de heno.

—Os protegerá de cualquier ser de cinco dedos —dice de forma distraída, luego alza los ojos—. Anna tiene cinco dedos, ¿verdad?

—En cada mano —respondo suavemente, y le devuelvo la tormentilla.

—He limpiado el
áthame
otra vez —dice mientras espolvorea briznas de aletris, que me explica que es útil para mantener a los enemigos a raya—. Lo necesitarás. Por lo que he leído del conjuro, la dejará sin fuerzas. Podrás acabar el trabajo. Haz lo que viniste a hacer.

Me doy cuenta de que no sonríe. Aunque no he pasado mucho tiempo en casa, mi madre me conoce. Sabe cuándo algo va mal, y normalmente se hace una idea bastante acertada de lo que sucede. Dice que es intuición de madre.

—¿Qué ocurre, Casio? —pregunta—. ¿Qué hay diferente en este caso?

—Nada. Nada debería ser diferente. Anna es más peligrosa que cualquier otro fantasma que haya visto. Tal vez más que cualquiera de los que vio papá. Ha matado a más personas; es más fuerte —bajo los ojos hacia el montón de tormentilla—. Pero está también más viva. No se muestra confusa. No es un ser cambiante que existe a medias y que asesina por miedo o rabia. Algo le hizo esto y ella lo sabe.

—¿Cuánto sabe?

—Creo que todo, solo que tiene miedo de decírmelo.

Mi madre se retira un mechón de pelo de los ojos.

—Después de esta noche, seguramente lo sabrás.

Bajo de un salto de la encimera.

—Creo que ya lo sé —comento enfadado—. Creo que sé quién la mató.

No he podido dejar de darle vueltas. Sigo pensando en el hombre que aterrorizaba a la muchacha, y me apetece destrozarle la cara. Con voz robótica, le relato a mi madre lo que Anna me contó. Cuando alzo los ojos, encuentro una mirada bovina en su cara.

—Es terrible —dice.

—Sí.

—Pero tú no puedes reescribir la historia.

Ojalá pudiera. Me encantaría que este cuchillo pudiera hacer algo más que matar, que pudiera cortar el tiempo y así entrar en aquella casa, en aquella cocina donde la mantuvo atrapada, para sacarla de allí. Me aseguraría de que disfrutara del futuro que debió haber tenido.

—Ella no quiere matar a nadie, Cas.

—Lo sé. Entonces, cómo puedo…

—Puedes porque debes —dice sencillamente—. Puedes porque ella necesita que lo hagas.

Miro el cuchillo colocado en su jarra de sal. Algo que huele a gominolas de anís impregna el ambiente. Mi madre está cortando otra hierba.

—¿Qué es eso?

—Anís estrellado.

—¿Para qué sirve?

Sonríe ligeramente.

—Huele bien.

Respiro hondo. En menos de una hora todo estará listo y Thomas me recogerá. Yo llevaré las pequeñas bolsas de terciopelo cerradas con largas cuerdas y las cuatro velas blancas impregnadas con aceites esenciales y él, el cuenco de visión y su bolsa de piedras.

Y trataremos de matar a Anna Korlov.

Capítulo quince

La casa se mantiene a la espera. Todos los que me rodean en el camino de acceso están muertos de miedo por lo que hay en su interior, pero a mí me produce más escalofríos la casa en sí. Sé que parece tonto, pero no puedo evitar sentir que nos está mirando, y que tal vez se ríe y se burla de nuestros infantiles intentos por detenerla, carcajeándose hasta los cimientos mientras agitamos patas de pollo en dirección a ella.

El aire es frío. El aliento de Carmel forma pequeñas nubes de vapor. Lleva puesta una chaqueta de pana gris oscuro y una bufanda roja de tejido suelto; oculta bajo la bufanda, está la bolsa de hierbas de mi madre. Will apareció con una cazadora del instituto, por supuesto, y Thomas ofrece un aspecto tan desaliñado como siempre con su desgastada chaqueta del ejército. Él y Will jadean mientras colocan las piedras del lago Superior alrededor de nuestros pies en un círculo de metro y medio.

Carmel se acerca y se sitúa junto a mí mientras yo contemplo la casa. El
áthame
cuelga de mi hombro por su correa. Lo guardaré en el bolsillo después. Carmel olfatea su bolsa de hierbas.

—Huele a caramelos de regaliz —dice, y huele la mía para asegurarse de que son lo mismo.

—Tu madre es lista —dice Thomas detrás de nosotros—. No estaba en el conjuro, pero nunca viene mal añadir un poco de suerte.

Carmel le sonríe en la oscuridad.

—¿Dónde has aprendido todas esas cosas?

—De mi abuelo —responde con orgullo y le entrega una vela. Le da otra a Will y luego una a mí—. ¿Listos? —pregunta.

Miro la luna. Está brillante, fría, y me da la sensación de que sigue llena. Sin embargo, el calendario indica que está menguando, y hay gente a la que le pagan por hacer calendarios, así que supongo que tendrán razón.

El círculo de piedras se encuentra a solo seis metros de la casa. Ocupo mi lugar al oeste y los demás se mueven hacia sus puestos. Thomas está tratando de mantener en equilibrio el cuenco de visión en una mano mientras sujeta la vela con la otra, y veo una botella de agua mineral que sobresale de su bolsillo.

—¿Por qué no le das las patas de pollo a Carmel? —sugiero cuando intenta colocárselas entre los dedos anular y meñique. Ella alarga la mano con cautela, pero no con demasiada cautela. No es tan remilgada como pensé cuando la conocí.

—¿Lo sentís? —pregunta Thomas con los ojos brillantes.

—¿Si sentimos el qué?

—Las energías se están moviendo.

Will mira a su alrededor con expresión escéptica.

—Lo único que siento es frío —dice en tono brusco—. Y que estoy acojonado.

—Encended las velas, en sentido contrario a las agujas del reloj desde el este.

Se prenden cuatro pequeñas llamas que nos iluminan el rostro y el pecho, revelando unas expresiones que combinan asombro, miedo y una ligera sensación de idiotez. Solo Thomas permanece imperturbable. Apenas está ya con nosotros. Tiene los ojos cerrados y cuando habla, su voz suena aproximadamente una octava más grave de lo habitual. Noto que Carmel está asustada, pero no dice nada.

—Empezad a salmodiar —ordena Thomas, y nosotros obedecemos. No puedo creerlo, pero ninguno se equivoca. La salmodia es en latín, cuatro palabras repetidas una y otra vez. Suenan estúpidas en nuestras bocas, pero cuanto más las decimos menos estúpido parece todo. Incluso Will está cantando con toda su alma.

—No paréis —dice Thomas, abriendo los ojos—. Moveos hacia la casa. No rompáis el círculo.

Cuando nos movemos todos juntos, siento el poder del conjuro. Noto que caminamos a la par, todas las piernas, todos los pies, unidos por un hilo invisible. Las llamas de las velas permanecen rígidas, sin titilar, como un fuego sólido. No puedo creer que sea Thomas el que esté haciendo esto —el pequeño y rarito de Thomas, ocultando todo este poder tras una chaqueta del ejército—. Subimos juntos los escalones y, antes de darme cuenta, llegamos a la puerta.

La puerta se abre. Anna nos mira.

—Has venido a hacerlo —dice con tristeza—. Es lo correcto —mira a los demás—. Ya sabes lo que sucede cuando ellos entran —me advierte—. No puedo controlarlo.

Quiero decirle que no pasará nada. Quiero pedirle que lo intente. Pero no puedo dejar de salmodiar.

—Dice Cas que todo saldrá bien —comenta Thomas detrás de mí, y mi voz está a punto de fallar—. Quiere que lo intentes. Necesitamos que entres dentro del círculo. No te preocupes por nosotros. Estamos protegidos.

Por una vez me alegro de que Thomas haya entrado dentro de mi cabeza. Anna lo mira, luego a mí y de nuevo a él, y entonces se retira en silencio de la puerta. Yo franqueo el umbral el primero.

Sé cuándo los demás están dentro no solo porque nuestras piernas se mueven al mismo tiempo, sino porque Anna empieza a transformarse. Las venas serpentean por sus brazos y su cuello y rodean su rostro. Su pelo se convierte en una maraña negra y brillante. Sus ojos se oscurecen. Y el vestido blanco se empapa de una sangre tan brillante que parece de plástico cuando la luz de la luna rebota sobre ella; resbala por sus piernas y gotea en el suelo.

Detrás de mí, el círculo no vacila. Estoy orgulloso de ellos; tal vez, después de todo, sean cazafantasmas.

Anna tiene los puños tan apretados que empieza a filtrarse sangre negra a través de sus dedos. Está haciendo lo que Thomas le pidió. Está tratando de controlarse, de dominar el impulso de desgarrar la piel de sus gargantas y arrancarles los brazos de los hombros. Yo dirijo el círculo hacia el interior y ella cierra los ojos, apretando los párpados. Nuestras piernas se mueven más deprisa. Carmel y yo giramos de modo que nos colocamos el uno frente al otro. El círculo se está ampliando, permitiendo que Anna se dirija hacia el centro. Por un instante, Carmel desaparece completamente de mi vista y lo único que veo es el cuerpo sangrante de Anna. Entonces entra y el círculo se cierra.

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