Anna vestida de sangre (26 page)

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Authors: Kendare Blake

BOOK: Anna vestida de sangre
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—Ya veremos —responde, y siento un sobresalto en el corazón al ver que mi
áthame
, el
áthame
de mi padre, desaparece en la oscuridad de su chaqueta. Lo que más deseo es atacarlo, pero no puedo arriesgarme a que alguien resulte herido. Para reafirmar esa idea, Thomas y Carmel se colocan junto a mí, uno a cada lado, dispuestos a sujetarme.

—Aquí no —dice Thomas—. Lo recuperaremos, no te preocupes. Ya pensaremos cómo.

—Será mejor que lo hagamos deprisa —digo, porque no sé si estaba diciendo la verdad hace un instante. A Anna se le ha metido en la cabeza que debe morir y es capaz de dejar entrar a Will en la casa para evitarme el dolor de tener que matarla yo mismo.

* * *

Pasamos de la pizza. De hecho, pasamos del resto de las clases y nos marchamos a mi casa. He convertido a Thomas y a Carmel en un buen par de delincuentes. Yo voy con Thomas en su Tempo de dos o tres tonos y Carmel nos sigue en su coche.

—Bueno —dice Thomas, pero se calla y se muerde el labio. Espero a que termine la frase, pero empieza a juguetear con las mangas de su sudadera gris, que son demasiado largas y se están empezando a deshilachar por los bordes.

—Sabes lo de Anna —digo para ayudarlo—. Sabes lo que siento por ella.

Thomas asiente con la cabeza.

Me paso los dedos por el pelo, pero vuelve a caer sobre mis ojos.

—¿Es porque no puedo dejar de pensar en ella? —pregunto—, ¿o realmente puedes escuchar lo que tengo en la cabeza?

Thomas frunce los labios.

—Ninguna de las dos cosas. He intentado mantenerme fuera de tu cabeza desde que me lo pediste. Porque somos… —se calla y adquiere el aspecto de un cordero degollado, con los labios y las pestañas caídos.

—Porque somos amigos —añado y le golpeo el brazo—. Puedes decirlo, tío. Somos amigos. Vosotros sois probablemente mis mejores amigos. Carmel y tú.

—Sí —dice Thomas. Los dos debemos de tener la misma expresión: algo avergonzada, pero alegre. Se aclara la garganta—. Bueno, de todas formas, supe lo tuyo con Anna por la energía. Por el aura.

—¿El aura?

—No se trata solo de algo místico. Probablemente la mayoría de la gente no la perciba, pero yo puedo verla con total claridad. Al principio, pensé que era simplemente la forma en que te comportabas con todos los fantasmas. Te rodeaba una especie de resplandor cada vez que hablabas de ella, sobre todo cuando estabas cerca de la casa. Pero ahora lo tienes todo el tiempo.

Sonrío en silencio. Ella está conmigo todo el tiempo. Ahora me siento un estúpido por no haberlo comprendido antes. Pero bueno, al menos tendré para contar esta extraña historia sobre amor, muerte, sangre y los asuntos de mi padre. Y también sobre estupideces sagradas, soy el sueño húmedo de cualquier psiquiatra.

Thomas mete el coche en el camino de acceso de mi casa. Unos segundos después, Carmel aparca junto a la puerta principal.

—Dejad las cosas en cualquier sitio —les digo cuando entramos. Desparramamos las chaquetas y tiramos las mochilas sobre el sofá. El suave golpeteo de unas pequeñas patas anuncia la llegada de Tybalt, que se encarama al muslo de Carmel para que lo levante en brazos y lo acaricie. Thomas lanza una mirada al gato, pero Carmel sucumbe al pequeño ligón de cuatro patas.

Los llevo a la cocina y se sientan alrededor de la mesa redonda de roble. Rebusco en el frigorífico.

—Hay pizzas congeladas y un montón de embutido y queso. Podría hacer unos bocadillos al horno.

—Bocadillos al horno —contestan Thomas y Carmel al tiempo, y hay un instante de sonrisas y rubor. Murmuro en voz baja algo sobre auras que brillan y Thomas alcanza el paño de secar los cacharros de la encimera y me lo tira. Unos veinte minutos después, estamos masticando unos deliciosos bocadillos al horno, y el vapor del mío parece estar ablandando la sangre que tengo todavía pegada a la nariz.

—¿Me está saliendo un cardenal? —pregunto.

Thomas me mira.

—Nooo —asegura—. Will no sabe dar buenos mamporros, imagino.

—Mejor —contesto—. Mi madre se está hartando de curarme. Creo que ha preparado más hechizos de sanación en este viaje que en los otros doce juntos.

—Este ha sido diferente, ¿verdad? —pregunta Carmel entre mordiscos de pollo y queso—. Anna te ha dejado realmente desconcertado.

Asiento con la cabeza.

—Anna y tú y Thomas. Nunca me había enfrentado a nada como ella. Y nunca había tenido que pedir a otras personas que me ayudaran en una caza.

—Es una señal —dice Thomas con la boca llena—. Creo que significa que deberías quedarte y dar un respiro a los fantasmas por algún tiempo.

Respiro hondo. Este es probablemente el único momento de mi vida en el que podría sentir la tentación de hacerlo. Recuerdo que, cuando era más pequeño, antes de que mi padre muriera, pensaba que sería agradable si lo dejara una temporada. Que sería agradable quedarse en un sitio, hacer amigos y que él jugara conmigo al béisbol los sábados por la tarde, en vez de estar colgado al teléfono con algún ocultista o con la nariz enterrada en un viejo libro mohoso. Pero todos los niños sienten lo mismo con sus padres y sus trabajos, no solo los hijos de los mata fantasmas.

Ahora noto esa sensación de nuevo. Sería agradable quedarse en esta casa. Es acogedora y tiene una cocina agradable. Y sería estupendo poder salir por ahí con Carmel y Thomas, y con Anna. Nos podríamos graduar juntos, tal vez ir a universidades próximas entre sí. Sería casi como una vida normal. Solo yo, mis amigos y mi chica muerta.

La idea es tan ridícula que resoplo.

—¿Qué pasa? —pregunta Thomas.

—No hay nadie más que haga esto —replico—. Incluso si Anna ha dejado de matar, otros fantasmas siguen haciéndolo. Necesito recuperar mi cuchillo. Y, finalmente, tendré que regresar al trabajo.

Thomas parece alicaído. Carmel se aclara la garganta.

—Entonces, ¿cómo recuperamos el cuchillo? —pregunta.

—Obviamente Will no parece dispuesto a dárnoslo sin más —dice Thomas, malhumorado.

—Oye, mis padres son amigos de los suyos —sugiere Carmel—. Podría pedirles que los presionen, ya sabéis, que les digan que Will ha robado un legado familiar muy valioso. No sería mentira.

—No quiero tener que responder demasiadas preguntas sobre por qué mi gran legado familiar es un cuchillo de aspecto terrorífico —digo—. Además, no creo que los padres sean presión suficiente esta vez. Vamos a tener que robarlo.

—¿Entrar en su casa y robarlo? —pregunta Thomas—. Estás loco.

—No tan loco —Carmel se encoge de hombros—. Yo tengo la llave de su casa. Mis padres son amigos de los suyos, ya os lo he dicho. Nos hemos intercambiado las llaves por si alguien se queda encerrado, o una llave se pierde, o es necesario entrar en la casa del otro mientras está fuera de la ciudad.

—Qué curioso —digo, y ella sonríe.

—Mis padres tienen las llaves de medio vecindario. Todo el mundo se muere por intercambiar sus llaves con ellos. Pero la familia de Will es la única con una copia de las nuestras —se encoge de hombros otra vez—. A veces es útil tener a toda una ciudad detrás de ti. Aunque la mayor parte del tiempo es fastidioso.

Por supuesto, ni Thomas ni yo sabemos a lo que se refiere. Hemos crecido con unos padres sonrientes, extraños y brujos. La gente no intercambiaría sus llaves con nosotros ni en un millón de años.

—Entonces, ¿cuándo lo hacemos? —pregunta Thomas.

—Tan pronto como sea posible —respondo—. En algún momento en el que no haya nadie dentro. Por el día. Pronto, justo después de que Will se haya marchado al instituto.

—Pero probablemente lleve el cuchillo encima —dice Thomas.

Carmel saca su teléfono móvil.

—Lanzaré el rumor de que ha estado llevando un cuchillo al instituto y que alguien debería denunciarlo. Él lo escuchará antes de mañana y lo esconderá.

—A menos que decida quedarse en casa sin más —añade Thomas.

Lo miro.

—¿Has oído alguna vez la expresión ser como santo Tomás, que si no lo ve no lo cree?

—No pega en este contexto —replica con petulancia—. Se refiere a una persona que es escéptica. Y yo no estoy siendo escéptico, sino pesimista.

—Thomas —dice Carmel con voz melosa—. No sabía que fueras un cerebrito —sus dedos se mueven frenéticamente por el teclado del teléfono. Ya ha enviado tres mensajes y recibido dos contestaciones.

—Vosotros dos, basta ya —digo—. Iremos mañana por la mañana. Supongo que nos saltaremos la primera y la segunda clase.

—Perfecto —responde Carmel—. Esas son las clases a las que hemos ido hoy.

* * *

La mañana nos sorprende a Thomas y a mí acurrucados en su Tempo de tres tonos, aparcados a la vuelta de la esquina de la casa de Will. Tenemos la cabeza tapada con la capucha de nuestras sudaderas y la mirada furtiva. Nuestro aspecto es exactamente el que se esperaría de alguien que está a punto de cometer un delito grave.

Will vive en una de las zonas más ricas y mejor conservadas de la ciudad. No podría ser de otra manera. Sus padres son amigos de los de Carmel. Por eso he conseguido tener una copia de las llaves de su casa tintineando en mi bolsillo delantero. Pero, por desgracia, eso significa que puede haber montones de esposas o amas de llaves entrometidas vigilando por las ventanas para ver qué hacemos.

—¿Lo hacemos ya? —pregunta Thomas—. ¿Qué hora es?

—Todavía no —digo, tratando de parecer calmado, como si hubiera hecho esto un millón de veces. Lo que no es cierto—. Carmel no ha llamado aún.

Se tranquiliza un segundo y respira hondo. Luego se pone tenso y se esconde detrás del volante.

—¡Creo que he visto a un jardinero! —susurra.

Lo levanto tirando de su capucha.

—No es posible. En esta época, los jardines están mudando. Tal vez fuera alguien recogiendo hojas. De todas maneras, no estamos aquí sentados con máscaras de esquí y guantes. No estamos haciendo nada malo.

—Aún no.

—Está bien, pero no actúes de forma sospechosa.

Estamos los dos solos. Entre el momento de urdir el plan y el momento de ejecutarlo, decidimos que Carmel sería nuestra infiltrada. Iría al instituto y se aseguraría de que Will estuviera allí. Según nos dijo, sus padres se marchan al trabajo mucho antes de que él salga hacia el instituto. Me imagino que su padre trabajará para un fondo de inversión inmobiliaria o algo así y que su madre será contable o agente de seguros. Sea lo que sea, suena aburrido de verdad.

Carmel puso objeciones, diciendo que estábamos siendo sexistas y que debería estar con nosotros por si algo iba mal, ya que al menos ella tendría una excusa razonable para estar en la casa. Thomas no quiso ni oír hablar de ello. Estaba tratando de ser protector, pero al verle morderse el labio inferior y saltar a cada momento, creo que hubiera sido mejor haber venido con Carmel. Cuando mi teléfono empieza a vibrar, se sobresalta como un gato asustado.

—Es Carmel —digo mientras descuelgo.

—No está aquí —susurra ella con pánico en la voz.

—¿Cómo?

—Ninguno de los dos. Chase tampoco ha venido.

—¿Cómo? —pregunto de nuevo, aunque he oído lo que ha dicho. Thomas me está tirando de la manga como un niño de Primaria impaciente—. No han ido al instituto —exclamo.

Thunder Bay debe de estar maldita. Nada sale bien en esta estúpida ciudad. Y ahora tengo en una oreja a Carmel, que se está preocupando, y en la otra a Thomas, que no deja de conjeturar, y hay demasiada gente en este condenado coche para que yo pueda pensar con calma.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntan los dos al mismo tiempo.

Anna. ¿Qué pasa con Anna? Will tiene el
áthame
y si le ha llegado el mensaje de texto que Carmel lanzó como señuelo, quién sabe lo que puede haber decidido hacer. Es suficientemente inteligente para urdir una traición; sé que lo es. Y, durante las últimas semanas al menos, he sido lo suficientemente estúpido para caer en una. Se podría estar riendo de nosotros justo en este momento, imaginando cómo registramos su habitación mientras sube por el camino de acceso a la casa de Anna con mi cuchillo y su lacayo rubio detrás.

—Vámonos —gruño mientras cuelgo a Carmel. Tenemos que llegar a casa de Anna y, rápido. Por lo que sé, podría ser demasiado tarde ya.

—¿A dónde? —pregunta Thomas, pero arranca el coche y rodea el edificio hacia la fachada de la casa de Will.

—A casa de Anna.

—No pensarás que… —empieza a decir—. Tal vez se hayan quedado en casa. Tal vez estén de camino al instituto y simplemente se hayan retrasado.

Él sigue hablando, pero mis ojos perciben algo mientras pasamos junto a la casa de Will. Hay algo extraño en las cortinas de una habitación del segundo piso. No es solo que estén echadas, cuando en todas las demás ventanas están descorridas. Es el modo en que están puestas. Parecen… como descolocadas. Como si las hubieran corrido de golpe.

—Para —digo—, y aparca el coche.

—¿Qué pasa? —pregunta Thomas, mientras yo mantengo los ojos fijos en la ventana del segundo piso. Está ahí dentro, sé que está ahí, y de repente enloquezco. Ya he soportado bastante esta mierda. Voy a entrar en esa casa y a recuperar mi cuchillo, y será mejor que Will Rosenberg no se interponga en mi camino.

Salgo del coche antes incluso de que esté parado. Thomas se apresura a seguirme, desabrochándose torpemente el cinturón de seguridad. Suena como si se hubiera medio caído al salir por la puerta del conductor, pero sus familiares pisadas torpes me alcanzan y empieza a hacerme un millón de preguntas.

—¿Qué estamos haciendo? ¿Qué vamos a hacer?

—Voy a recuperar mi cuchillo —replico. Corremos por el camino de acceso y subimos de un salto los escalones del porche. Aparto la mano de Thomas cuando va a llamar con los nudillos y, en vez de eso, utilizo la llave. Estoy alterado y no quiero dar a Will más advertencias de las necesarias. Que intente esconder el cuchillo. Que se atreva a intentarlo. Pero Thomas me agarra las manos.

—¿Qué? —exclamo.

—Usa esto al menos —dice, alargándome un par de guantes. Quiero decirle que ya no somos ladrones, pero es más sencillo ponérselos sin más que discutir. Él se coloca los suyos y yo giro la llave y abro la puerta.

Lo único bueno de entrar en la casa es que la necesidad de mantenerse en silencio evita que Thomas me asalte con sus preguntas. El corazón me golpea las costillas, silencioso pero constante, y noto los músculos tensos y agitados. No es en absoluto como acechar a un fantasma. No me siento seguro, ni fuerte. Tengo la sensación de ser un niño de cinco años en un laberinto de setos después del anochecer.

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