Read Anna vestida de sangre Online
Authors: Kendare Blake
—No lo creo —se vuelve. Sus gafas de alambre se han resbalado casi hasta la punta de su nariz—. Y aún no has salido de este «lío». Te han lanzado un hechizo
obeah.
Thomas, Carmel y yo hacemos eso que se hace cuando alguien está hablando en otro idioma: nos miramos unos a otros y luego decimos:
—¿Qué?
—
Obeah
, muchacho —exclama Morfran—. Magia vudú de las Indias Occidentales. Tienes suerte de que pasara seis años en Anguila con Julian Baptiste. Él sí que era un verdadero hechicero
obeah.
Estiro el cuerpo y me siento más erguido. Aparte de un ligero dolor en la espalda y el costado y de la sensación de vértigo, me encuentro bien.
—¿Un hechicero
obeah
me ha lanzado un hechizo
obeah
? ¿Es como cuando los pitufos dicen todo el tiempo que pitufean?
—No bromees, Casio.
Es mi madre. Tiene un aspecto horrible. Ha estado llorando. Odio que sufra.
—Aún no entiendo cómo logró entrar en la casa —dice—. Siempre hemos sido muy cuidadosos. Y el hechizo de barrera funcionaba. Funcionó con Anna.
—Era un hechizo magnífico, señora Lowood —responde Anna amablemente—. Jamás habría podido franquear esa puerta, por mucho que hubiera querido —cuando dice esta última parte, sus iris se oscurecen tres tonos.
—¿Qué pasó? Cuando perdí el conocimiento, o lo que fuera —ahora estoy interesado. El alivio de no estar muerto se ha desvanecido.
—Le dije que saliera fuera a enfrentarse conmigo, pero no aceptó. Simplemente sonrió con esa expresión terrible. Luego desapareció. No quedó nada, excepto humo —Anna se vuelve hacia Morfran—. ¿Qué es?
—Era un hechicero
obeah
. Lo que es ahora, lo ignoro. Cualquier limitación que tuviera desapareció con su cuerpo. Ahora es solo fuerza.
—¿Qué es exactamente el
obeah
? —pregunta Carmel—. ¿Soy yo la única que no lo sabe?
—Es solo otra palabra para designar el vudú —digo yo, y Morfran golpea con el puño el borde de madera del mostrador.
—Si piensas eso, entonces puedes darte por muerto.
—¿De qué estás hablando? —pregunto. Me pongo en pie con dificultad, vacilante, y Anna toma mi mano. Esta conversación no es para tenerla tumbado.
—El
obeah
es vudú —explica Morfran—, pero el vudú no es
obeah
. El vudú no es más que brujería afrocaribeña. Sigue las mismas reglas que la magia que todos nosotros practicamos. El
obeah
no tiene reglas. El vudú canaliza la energía. El
obeah
es la propia energía. Un hechicero
obeah
no canaliza nada, él absorbe, se convierte en la fuente de energía.
—Pero la cruz… Encontré una cruz negra, como la tuya de Papa Legba.
Morfran agita una mano.
—Probablemente empezó practicando vudú. Pero ahora es algo más, mucho más. Nos has implicado en una historia jodida.
—¿A qué te refieres con que os he implicado? —pregunto—. Yo no le he dicho: «¡Oye, tú, el que mató a mi padre, ven a meternos un poco de miedo a mí y a mis amigos!».
—Tú lo trajiste aquí —gruñe Morfran—. Ha estado contigo todo el tiempo —mira el
áthame
en mi mano—. Montado en ese maldito cuchillo.
No.
No
. Eso no puede ser lo que ha sucedido. Sé lo que está insinuando, y no puede ser cierto. El
áthame
parece pesado —más que antes— y el brillo de su hoja surge traicionero y acechante por el rabillo del ojo. Morfran está diciendo que ese hechicero
obeah
y mi
áthame
están relacionados.
Mi cerebro lucha contra esa idea, aunque sé que es cierta. ¿Por qué, si no, me habría devuelto el cuchillo? ¿Por qué, si no, Anna habría olido a humo cuando la cortó? Ella dijo que estaba unido a algo más. Algo oscuro. Pensé que se trataba simplemente del poder inherente del cuchillo.
—Él mató a mi padre —me oigo decir.
—Por supuesto que lo hizo —exclama Morfran—. ¿Cómo crees que logró conectarse con el cuchillo?
No digo nada. Morfran me lanza una mirada de
relaciónalo todo, genio
. Todos la hemos sufrido en un momento u otro, pero acaban de desembrujarme hace cinco minutos, así que dame un respiro.
—Es por tu padre —susurra mi madre. Luego añade—: porque se comió a tu padre.
—La carne —dice Thomas y sus ojos se iluminan. Mira a Morfran en busca de aprobación y continúa—. Es un devorador de carne. La carne es fuerza. Esencia. Cuando se comió a tu padre, absorbió su energía dentro de él —baja los ojos hacia mi
áthame
como si nunca lo hubiera visto antes—. Lo que tú llamaste lazo de sangre, Cas. Ahora él está unido al cuchillo. Lo ha estado alimentando.
—No —contesto débilmente. Thomas me lanza una impotente expresión de disculpa, tratando de decirme que no lo estaba haciendo a propósito.
—Espera —interrumpe Carmel—. ¿Estás diciéndome que esa cosa tiene trozos de Will y Chase? ¿Que lleva por ahí parte de ellos? —parece aterrorizada.
Bajo los ojos al
áthame
. Lo he utilizado para hacer desaparecer a docenas de fantasmas. Sé que Morfran y Thomas tienen razón. Entonces, ¿dónde demonios los he estado mandando? No quiero pensar en ello. Las caras de los fantasmas que he matado aparecen tras mis párpados cerrados. Veo sus expresiones, confusas y enfadadas, llenas de miedo. Veo los ojos asustados del autoestopista, tratando de llegar a casa para ver a su chica. No puedo decir que pensara que les estaba ofreciendo el descanso. Lo esperaba, pero no lo sabía con certeza. Pero con toda seguridad no quería hacer esto.
—Es imposible —digo por fin—. El cuchillo no puede estar unido a los muertos. Se supone que los mata, no que los alimenta.
—Lo que tienes en la mano no es el Santo Grial, muchacho —dice Morfran—. Ese cuchillo fue forjado hace mucho tiempo con poderes que es mejor haber olvidado. Que tú lo utilices ahora para hacer el bien no significa que fuera eso para lo que estaba destinado. No significa que sea lo único de lo que es capaz. Lo que quiera que fuera cuando tu padre lo blandía, ahora ya no lo es. Cada fantasma que has matado ha hecho a ese fantasma más fuerte. Es un devorador de carne. Un hechicero
obeah
. Es un coleccionista de energía.
Estas acusaciones me hacen desear ser un niño de nuevo. ¿Por qué mi mami no los está llamando tontos mentirosos? ¿Por qué no les dice que les va a crecer la nariz como a Pinocho? Pero mi madre permanece en silencio, escuchándolo todo y sin discrepar.
—Estás diciendo que ha estado conmigo todo el tiempo —me siento mareado.
—Estoy diciendo que el
áthame
es como las cosas que traemos a esta tienda. Ha estado con el cuchillo —Morfran mira a Anna con expresión sombría—. Y ahora la quiere a ella.
—¿Por qué no lo hace él mismo? —pregunto cansado—. Es un devorador de carne, ¿no? ¿Por qué necesita mi ayuda?
—Porque yo no soy de carne —dice Anna—. Si lo fuera, estaría podrida.
—Una explicación sin rodeos —comenta Carmel—, pero tiene razón. Si los fantasmas fueran de carne, serían más como zombis, ¿verdad?
Empiezo a tambalearme al lado de Anna. La habitación comienza a girar ligeramente y noto su brazo en torno a mi cintura.
—¿Qué importa todo esto ahora? —pregunta Anna—. Hay algo que hacer. ¿No podemos dejar esta discusión para más adelante?
Lo dice por mi bien. Hay un ligero tono protector en su voz. La miro con gratitud, mientras permanece a mi lado con su prometedor vestido blanco. Está pálida y delgada, pero nadie podría confundirla con alguien débil. A ese hechicero
obeah
le debe de parecer el festín del siglo. La quiere para convertirla en su premio de jubilación.
—Voy a matarlo —digo yo.
—Vas a tener que hacerlo —añade Morfran—, si quieres seguir vivo.
Eso no suena bien.
—¿De qué estás hablando?
—No soy un especialista en
obeah
, para eso serían necesarios más de seis años, hayas conocido o no a Julian Baptiste. Pero incluso si fuera un entendido, no podría deshacer el maleficio. Solo puedo contrarrestarlo y conseguirte tiempo. Pero no mucho. Estarás muerto al amanecer, a menos que hagas lo que él quiere. O que lo mates.
A mi lado, Anna se pone tensa, y mi madre se tapa la boca con la mano y empieza a llorar.
Muerto al amanecer. Está bien. No siento nada, aún, excepto un leve y cansino zumbido por todo el cuerpo.
—¿Qué es lo que me sucederá exactamente? —pregunto.
—No lo sé —replica Morfran—. Podría parecer una muerte natural, o tomar el aspecto de un envenenamiento. De cualquier modo, lo más probable es que algunos de tus órganos empiecen a fallar en las próximas horas. A menos que lo matemos, o la mates a ella —señala con la cabeza a Anna y ella aprieta mi mano.
—Ni se te pase por la cabeza —le digo a Anna—. No voy a hacer lo que él quiere. Y ya está bien del numerito de fantasma suicida.
Anna levanta la barbilla.
—No iba a sugerir eso —dice—. Si me mataras, solo lo harías más fuerte, y luego regresaría para acabar contigo de todos modos.
—Entonces, ¿qué hacemos? —pregunta Thomas.
No me gusta especialmente actuar de cabecilla. No tengo mucha experiencia en ello y me siento mucho más cómodo arriesgando solo mi propio pellejo. Pero esto es así. No hay tiempo para excusas ni anticipaciones. Entre los mil finales que hubiera imaginado para esta historia, nunca habría pensado en este. Aun así, resulta agradable no estar peleando solo.
Miro a Anna.
—Lucharemos en nuestro propio terreno —digo—. Y esperaremos a nuestro oponente recostados sobre las cuerdas.
Nunca había visto una operación tan desorganizada. Vamos avanzando en una pequeña y nerviosa caravana, apretados en coches destartalados que lanzan rastros de humo por el tubo de escape, preguntándonos si estaremos preparados para hacer lo que quiera que vayamos a hacer. Todavía no les he explicado qué significa esperar al oponente recostado sobre las cuerdas, pero creo que Morfran y Thomas al menos sospechan de qué se trata.
La luz está empezando a dorarse, desciende por nuestros flancos y parece dispuesta a colorear el atardecer. Tardamos una eternidad en cargar todo lo necesario en los coches —tenemos la mitad de la mercancía ocultista de la tienda empaquetada en el Tempo de Thomas y la furgoneta Chevy de Morfran—. No dejo de pensar en las tribus nativas nómadas y en cómo podían empaquetar una civilización entera en una hora para seguir a unos búfalos. ¿Cuándo empezaron los seres humanos a acumular tantos trastos?
Cuando llegamos a la casa de Anna, empezamos a descargar, llevando a rastras todo lo que podemos. Este es el lugar al que me refería cuando dije «nuestro propio terreno». Mi casa parece contaminada y la tienda se encuentra demasiado próxima al resto de la población. Le comenté a Morfran la presencia de los espíritus inquietos, pero parece pensar que se escabullirán a un rincón oscuro ante la presencia de tantos brujos. Le haré caso.
Carmel entra en su Audi, que ya estaba aquí de antes, y saca la mochila del instituto para vaciarla y guardar en ella ramilletes de hierbas y botellas de aceites. De momento, me siento bien. Aún recuerdo lo que dijo Morfran sobre que el hechizo
obeah
irá empeorando. Me está apareciendo un dolor en la cabeza, justo entre los ojos, pero podría ser de haberme golpeado contra la pared. Si tenemos suerte, aceleraremos la secuencia temporal lo suficiente para que la batalla haya terminado antes de que la maldición se convierta siquiera en un factor a tener en cuenta. No sé hasta qué punto sería de utilidad si estuviera contorsionándome de dolor.
Intento mantenerme positivo, lo cual resulta extraño, porque suelo ser de los que rumian todo. Tal vez sea por lo de intentar liderar el grupo y todo ese rollo. Tengo que aparentar que me encuentro bien. Tengo que mostrar confianza. Porque mi madre está preocupada hasta el punto de que le van a salir canas prematuramente, y Carmel y Thomas tienen un aspecto algo pálido incluso para unos chavales canadienses.
—¿Piensas que nos encontrará aquí? —pregunta Thomas mientras sacamos un saco de velas de su Tempo.
—Creo que siempre sabe exactamente dónde estoy —respondo—. O al menos, dónde está el cuchillo.
Mira por encima del hombro hacia Carmel, que sigue empaquetando cuidadosamente botellas de aceites y cosas flotando en jarras.
—Tal vez no las deberíamos haber traído —dice—. Me refiero a Carmel y a tu madre. Tal vez las deberíamos mandar a un lugar seguro.
—No creo que exista un sitio así —respondo—. Pero puedes llevártelas, Thomas. Morfran y tú podéis iros con ellas y refugiaros en alguna parte. Entre los dos, podríais luchar de algún modo.
—¿Y qué pasa contigo? ¿Y con Anna?
—Bueno, parece que somos a los que quiere —me encojo de hombros.
Thomas arruga la nariz para empujar sus gafas hacia arriba y sacude la cabeza.
—No me iré a ninguna parte. Además, probablemente estén más seguras aquí que en ningún otro lugar. Existe el riesgo de que les alcance el fuego cruzado, pero al menos no estarán solas, como víctimas.
Lo miro con cariño. La expresión que muestra su rostro es de absoluta determinación. Thomas no es en absoluto de naturaleza valiente, lo que convierte su coraje en algo aún más impresionante.
—Eres un buen amigo, Thomas.
Se ríe entre dientes.
—Sí, gracias. Y ahora ¿quieres ponerme al corriente de ese plan que se supone va a evitar que acabemos devorados?
Sonrío nervioso y miro hacia los coches, donde Anna está ayudando a mi madre con una mano y cargando un paquete con seis botellas de agua mineral en la otra.
—Lo único que necesito de Morfran y de ti es un hechizo de amarre para cuando él llegue aquí —le digo mientras continúo observándola—. Y si hay algo que podáis hacer para cebar la trampa, también ayudaría.
—Debería de ser bastante fácil —replica—. Hay millones de conjuros de invocación utilizados para atraer energías, o a un amante. Tu madre tiene que saber docenas. Simplemente habrá que adaptarlos. Y podemos hacer una especie de cordón de amarre. Para eso, podríamos modificar también la barrera de aceites de tu madre —tiene el ceño fruncido mientras divaga sobre las necesidades y los métodos.
—Debería funcionar —digo, aunque en su mayor parte no tengo ni idea de a qué se está refiriendo.