Anna vestida de sangre (32 page)

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Authors: Kendare Blake

BOOK: Anna vestida de sangre
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Sus voces se convierten en susurros. Me siento como un pervertido escuchando su conversación. No voy a interrumpirlos. Mi madre y Morfran pueden hacer los hechizos ellos solos. Dejaré que Thomas disfrute de este momento. Así que bajo las escaleras en silencio y me dirijo hacia el exterior.

Me pregunto cómo serán las cosas cuando esto haya acabado. Asumiendo que todos salgamos ilesos, ¿qué sucederá? ¿Volverá a ser todo como antes? ¿Se olvidará Carmel finalmente de esta aventura con nosotros? ¿Dará de lado a Thomas y volverá a ser el centro del instituto? No creo que sea capaz de hacer eso, ¿verdad? Aunque acaba de compararme con Buffy Cazavampiros, así que mi opinión sobre ella en estos momentos no es demasiado buena.

Cuando salgo al porche, ajustándome la chaqueta al cuerpo, veo a Anna sentada en la barandilla con una pierna en alto. Está mirando el cielo y su rostro iluminado por los rayos refleja a partes iguales sobrecogimiento y preocupación.

—Qué clima más extraño —dice.

—Morfran asegura que no es solo el clima —comento, y ella adquiere una expresión de
yo pensaba lo mismo
.

—Tienes mejor aspecto.

—Gracias —no sé por qué, pero me siento tímido. Y este no es el momento más adecuado para ello. Me acerco a Anna y rodeo su cintura con mis brazos.

Su cuerpo no transmite calor y, cuando hundo la nariz entre su pelo oscuro, no tiene aroma. Pero puedo tocarla, y he venido para conocerla. Y, por alguna razón, ella puede decir lo mismo sobre mí.

Me llega una ráfaga de olor de algo especiado. Miramos hacia arriba. De uno de los dormitorios de la segunda planta salen delgadas volutas de humo aromático, un humo que no se difumina con el viento, sino que se extiende en dedos etéreos para atraer algo. Los hechizos de llamada han comenzado.

—¿Estás preparada? —pregunto.

—Nunca y siempre —dice en voz baja—. ¿No es eso lo que se dice?

—Sí —respondo en su cuello—. Eso es lo que se dice.

* * *

—¿Dónde debería hacerlo?

—En un punto donde al menos parezca una herida mortal.

—¿Por qué no en el interior de la muñeca? Por algo es un clásico.

Anna se sienta en el centro del suelo. La parte interior de su pálido brazo aparece borrosa ante mis ojos cansados. Ambos estamos nerviosos y las sugerencias que llegan desde el piso superior no resultan de ayuda.

—No quiero hacerte daño —susurro.

—No lo harás. No exactamente.

Está completamente oscuro y la tormenta eléctrica se va acercando cada vez más a nuestra casa de la colina. Mi cuchillo, normalmente tan seguro y firme, tiembla y se balancea mientras lo deslizo sobre el brazo de Anna. La sangre negra fluye en una gruesa línea que mancha su piel y gotea sobre el suelo polvoriento en pesadas salpicaduras.

La cabeza me está matando. Necesito mantenerme despejado. Mientras miramos el charco de sangre, podemos sentirlo, una especie de movimiento en el aire, una fuerza intangible que nos eriza el vello de los brazos y el cuello.

—Se está acercando —digo suficientemente alto para que me puedan escuchar desde el segundo piso, donde están todos mirando por encima de la barandilla—. Mamá, vete a una de las habitaciones traseras. Tu trabajo ya ha terminado —no quiere marcharse, pero lo hace sin decir una palabra, aunque tiene en la punta de la lengua las típicas preocupaciones y el aliento de quien hace esto por primera vez.

—Me estoy mareando —murmura Anna—. Y está tirando de mí, como la otra vez. ¿Has hecho el corte demasiado profundo?

Le agarro el brazo.

—Creo que no. No lo sé.

La sangre está goteando, que era lo que pretendíamos, pero hay mucha. ¿Cuánta sangre tiene una muchacha muerta?

—Cas —dice Carmel con voz alarmada. En vez de mirarla a ella, dirijo los ojos hacia la puerta.

Desde el porche entra una niebla que se filtra por las grietas y se desliza por el suelo como una serpiente al acecho. No sé lo que esperaba, pero esto no. Pensé que haría saltar la puerta por los aires y aparecería recortado por la luz de la luna, un espectro sin ojos y con total confianza en sí mismo.

La niebla gira a nuestro alrededor. En todo el esplendor de nuestra táctica de engaño, nos arrodillamos, exhaustos, con aspecto derrotado. Solo que Anna parece más muerta de lo habitual. El plan podría fracasar.

Entonces, la niebla se concentra y me encuentro una vez más frente al hechicero
obeah
, que me devuelve la mirada con sus ojos cosidos.

Odio cuando no tienen ojos. Cavidades vacías, globos oculares turbios, ojos que simplemente están donde no deberían —odio todo eso—. Pierdo el control, y eso me cabrea.

Sobre nuestras cabezas, escucho que empiezan las salmodias y el hechicero
obeah
se ríe.

—Amarradme todo lo que queráis —dice—. Conseguiré lo que he venido a buscar.

—Sellad la casa —grito a la segunda planta. Me pongo en pie de un salto—. Espero que hayas venido a que te clave mi cuchillo en las tripas.

—Te estás convirtiendo en una molestia —dice él, pero yo ya no pienso en nada. Lucho, ataco y trato de mantener el equilibrio a pesar de las palpitaciones de la cabeza. Lanzo cuchilladas y hago cabriolas, enfrentándome a la rigidez del costado y el pecho.

Es rápido y ridículamente ágil para algo que no tiene ojos, pero finalmente lo alcanzo. Todo mi cuerpo se tensa como un arco cuando noto que la hoja del cuchillo le atraviesa el costado.

Hace un amago de retroceder y coloca una mano muerta sobre su herida. Mi triunfo es efímero. Antes de que pueda percatarme de lo que sucede, carga hacia mí y me lanza contra la pared. No me doy cuenta de que la he golpeado hasta que me deslizo hacia abajo.

—¡Amarradlo! ¡Debilitadlo! —grito, pero mientras lo hago, se desliza como una asquerosa araña, levanta el sofá como si fuera hinchable, y lo arroja contra mi equipo de hacedores de magia, hacia el segundo piso. Gritan al recibir el impacto, pero no hay tiempo de preguntar si están bien. Me agarra por los hombros, me levanta y me tira contra la pared. Cuando oigo algo que suena a ramitas partiéndose, sé que son unas cuantas de mis costillas. Tal vez toda la jodida caja torácica.

—Este
áthame
es nuestro —me escupe en la cara, despidiendo humo dulzón entre sus encías rancias—. Es como el
obeah
, es un propósito, ahora tuyo y mío y, ¿cuál de los dos crees que es más fuerte?

Un propósito. Por encima de su hombro veo a Anna, con los ojos negros y el cuerpo retorcido y cubierto por su vestido de sangre. La herida de su brazo ha crecido y está tumbada en un charco oleaginoso de un metro de diámetro. Mira el suelo con expresión perpleja. En la segunda planta diviso el sofá tirado y un par de piernas atrapadas debajo. Noto el sabor de mi propia sangre en la boca. Me resulta difícil respirar.

Y, entonces, de alguna parte, aparece una amazona. Carmel ha saltado desde las escaleras, lanzándose pared abajo. Está gritando. El hechicero
obeah
se vuelve justo a tiempo de recibir un bate de aluminio en la cara, y esta vez le hace más daño que a Anna, tal vez porque Carmel está más cabreada. Lo golpea en las rodillas, una y otra vez. Esta es la maldita reina del baile del instituto que pensó que no pintaba nada en esto.

Yo no desperdicio la oportunidad. Clavo mi
áthame
en su pierna y él aúlla, pero logra alargar el brazo y aferrar la pierna de Carmel. Escucho un estallido húmedo y por fin descubro cómo logra dar tales mordiscos a la gente: ha desencajado gran parte de su mandíbula. Y hunde los dientes en el muslo de Carmel.

—¡Carmel! —es Thomas, gritando mientras baja cojeando las escaleras. No logrará llegar a tiempo hasta ella, al menos no para que conserve la pierna de una pieza, así que me lanzo hacia el hechicero
obeah
y le clavo el cuchillo en la mejilla. Le destrozaré la mandíbula, lo juro.

Carmel chilla y se aferra a Thomas, que trata de alejarla del cocodrilo. Giro el cuchillo en su boca, pidiendo a Dios que no esté cortando a Carmel en el proceso, y él abre la mandíbula con un ruido húmedo. La casa entera se estremece con su ira.

Solo que no se trata de su ira. Esta no es su casa. Y, además, se está debilitando. Veo que le he cortado bastante la mejilla ahora que estamos luchando sobre un revoltijo baboso. Logra inmovilizarme mientras Thomas arrastra a Carmel lejos, así que no ve lo que yo veo, algo que se está elevando en el aire y que lleva un vestido que gotea sangre.

Me gustaría que tuviera ojos, así podría ver en ellos su sorpresa cuando ella lo agarra por detrás y lo lanza contra la barandilla. Mi Anna se ha levantado del charco de sangre, vestida para la batalla, con el pelo ondeando y las venas negras. La herida de su antebrazo sigue sangrando. No está bien del todo.

En la escalera, el hechicero
obeah
se pone en pie lentamente. Se sacude el polvo y enseña los dientes. No lo entiendo. Los cortes del costado y la cara, la herida de la pierna, ya no sangran.

—¿Crees que puedes matarme con mi propio cuchillo? —pregunta.

Miro a Thomas, que se ha quitado la chaqueta para anudarla en torno a la pierna de Carmel. Si no puedo matarlo con el
áthame
, no sé qué hacer. Hay otras formas de deshacerse de un fantasma, pero ninguno de los presentes las conoce. Apenas me puedo mover. Siento la caja torácica como un montón de ramas sueltas.

—No es tu cuchillo —replica Anna—. No después de esta noche —me mira por encima del hombro y sonríe, solo un poco—. Se lo voy a devolver a él.

—Anna —empiezo a decir, pero no sé cómo continuar. Mientras la observo, mientras todos la observamos, levanta un puño y lo hunde en los tablones del suelo, lanzando astillas y trozos de madera rota casi hasta el techo. No sé qué pretende.

Y entonces percibo un suave brillo rojo, como de ascuas.

El rostro de Anna transmite primero sorpresa, y luego felicidad y alivio. La idea era una apuesta arriesgada. Ella no sabía si pasaría algo cuando abriera el agujero en el suelo. Pero ahora que lo ha hecho, enseña los dientes y dobla los dedos como garfios.

El hechicero
obeah
sisea mientras ella se acerca. Incluso estando débil, Anna no tiene igual. Intercambian golpes. Ella le gira la cabeza y luego la deja volver a su lugar de golpe.

Tengo que ayudarla. No me importa que mis propios huesos me arañen los pulmones. Me impulso sobre el estómago y, utilizando el cuchillo como un piolet de escalador, tiro de mi cuerpo y me arrastro por el suelo.

Mientras la casa se agita, mil tablones y clavos oxidados gruñen desafinadamente. Y luego están los sonidos que ellos hacen al chocar entre sí, un ruido suficientemente denso para provocarme un estremecimiento. Me sorprende que no salten en sangrientos pedazos.

—¡Anna! —mi voz es apremiante, pero débil. No consigo tomar mucho aire. Forcejean, haciendo muecas de esfuerzo. Ella lo retuerce a derecha e izquierda; él gruñe y sacude la cabeza bruscamente hacia delante. Ella se tambalea hacia atrás y me ve acercarme.

—¡Cas! —grita con los dientes apretados—. ¡Tienes que salir de aquí! ¡Tenéis que salir todos de aquí!

—No voy a abandonarte —le contesto a gritos, o al menos eso creo. Mi adrenalina está al mínimo. Noto como si las luces parpadearan. Pero no voy a abandonarla—. ¡Anna!

Ella suelta un alarido. Mientras tenía su atención puesta en mí, el bastardo ha desencajado la mandíbula y ahora está aferrado a su brazo, hundido en su boca como una serpiente. Ver la sangre de Anna en sus labios me hace gritar. Me doy impulso con las piernas y salto.

Lo agarro por el pelo y trato de alejarlo de ella. El corte que le hice en la cara se sacude de manera grotesca a cada movimiento. Corto de nuevo, utilizo el cuchillo para forzar su boca, y juntos empleamos todas nuestras fuerzas para lanzarlo por los aires. Golpea la escalera rota y cae al suelo, despatarrado y aturdido.

—Casio, tienes que irte ahora —dice Anna—. Por favor.

A nuestro alrededor cae polvo. Le ha hecho algo a la casa al abrir ese agujero ardiente en el suelo. Lo sé, y sé que no puede detenerlo.

—Tú te vienes conmigo —la agarro del brazo, pero tirar de ella es como intentar mover una columna griega. Thomas y Carmel me llaman desde la puerta, pero parece que se encontraran a miles de kilómetros. Lo van a lograr. Sus pisadas aporrean los escalones del porche.

En medio de todo, Anna permanece tranquila. Pone su mano en mi cara.

—No me arrepiento de esto —murmura. Sus ojos transmiten ternura.

Luego su mirada se endurece. Me empuja lejos, me devuelve al otro lado de la habitación por el mismo camino por el que vine. Ruedo y siento el doloroso movimiento de mis costillas. Cuando levanto la cabeza, Anna está avanzando hacia el hechicero
obeah
, que sigue tirado boca abajo donde lo lanzamos, a los pies de la escalera. Lo agarra por un brazo y una pierna. Él empieza a agitarse mientras ella lo arrastra hacia el agujero en el suelo.

Cuando dirige sus ojos cosidos hacia el hueco y lo ve, se asusta. Lanza golpes a la cara y los hombros de Anna, pero sus arremetidas ya no son violentas, sino defensivas. Anna avanza de espaldas hasta que su pie encuentra el agujero y se hunde en él; el resplandor de fuego iluminando su pantorrilla.

—¡Anna! —grito cuando la casa empieza realmente a sacudirse. Pero no puedo levantarme. No puedo hacer otra cosa que mirar cómo se hunde más y más, cómo arrastra al hechicero hacia abajo mientras él chilla y lanza zarpazos y trata de liberarse.

Me impulso hacia delante y empiezo de nuevo a gatear. Siento el sabor de la sangre y el pánico. Tengo las manos de Thomas sobre mí. Está tratando de arrastrarme fuera, igual que hizo semanas atrás, la primera vez que entré en la casa. Sin embargo, parece que aquello sucedió hace años y esta vez me enfrento a él. Deja de insistir y corre hacia las escaleras, donde mi madre está pidiendo ayuda a gritos mientras la casa se zarandea. El polvo dificulta cada vez más la visión y la respiración.

Anna, por favor, mírame otra vez
. Pero su cuerpo apenas resulta ya visible. Se ha hundido a tanta profundidad que solo quedan unos mechones de su pelo ondeando por encima del suelo. Thomas ha regresado y tira de mí, me arrastra hacia el exterior de la casa. Le lanzo una cuchillada, aunque no es en absoluto mi intención. Cuando me baja por los escalones del porche y mi cuerpo rebota sobre ellos, mis costillas aúllan, y entonces sí que me gustaría apuñalarlo de verdad. Pero lo ha conseguido. Ha logrado arrastrarme hasta el borde del jardín, junto a nuestro pequeño y derrotado grupo. Mi madre está sujetando a Morfran y Carmel se apoya sobre una pierna.

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