Bailando con lobos (35 page)

Read Bailando con lobos Online

Authors: Michael Blake

Tags: #Aventuras

BOOK: Bailando con lobos
10.8Mb size Format: txt, pdf, ePub

Luego, le dio un golpecito en el hombro a Bailando con Lobos y los guerreros escucharon con atención mientras hablaba.

—Si fueras un soldado blanco —dijo el anciano con sequedad—, y tuvieras a tu disposición a todos estos hombres con armas de fuego, ¿qué es lo que harías? Bailando con Lobos lo pensó con rapidez.

—Me ocultaría en el poblado…

Unos gritos de desprecio surgieron de las bocas de los guerreros que lo habían escuchado. Diez Osos los tranquilizó levantando una mano y dirigiéndoles una advertencia.

—Bailando con Lobos no ha terminado aún su respuesta —dijo con firmeza.

—Me ocultaría en el poblado, detrás de las tiendas. Vigilaría sólo los matorrales del otro lado de río, y no los que puedan venir desde la pradera. Primero dejaría que el enemigo se pusiera al descubierto. Le haría creer que estamos luchando en la otra parte y que podría arrollar el campamento con facilidad. Entonces, haría que los hombres que se ocultan tras las tiendas salieran y gritaran. Haría que esos hombres cargaran contra el enemigo con cuchillos y mazas. Atraería al enemigo hacia el río y mataría a tantos que jamás volverían a seguir por este camino.

El anciano le había estado escuchando con atención. Después, levantó la vista, miró a sus guerreros y dijo en voz alta:

—Bailando con Lobos y yo tenemos la misma opinión.

Debemos matar a tantos de ellos que nunca más se les ocurra seguir este camino. Movámonos sin hacer ruido.

Los hombres se movieron sigilosamente por entre el poblado, llevando sus nuevos rifles, y tomaron posiciones detrás de las tiendas, de cara al río.

Antes de ocupar su lugar al lado de ellos, Bailando con Lobos se deslizó dentro de la tienda de Pájaro Guía. Los niños habían sido reunidos bajo las mantas. Las mujeres estaban a su lado, sentadas en silencio. Las esposas de Pájaro Guía sostenían palos sobre los regazos. En Pie con el Puño en Alto tenía su rifle. No dijeron nada, y Bailando con Lobos tampoco pronunció palabra. Sólo quería comprobar que estaban preparados.

Se deslizó por detrás del cobertizo y se detuvo detrás de su propia tienda. Era una de las situadas más cerca del río. Ternero de Piedra estaba al otro lado. Se hicieron un gesto de asentimiento el uno al otro y volvieron toda su atención hacia el terreno abierto que se extendía delante de ellos. Formaba una ligera pendiente de unos cien metros antes de llegar a los matorrales.

Ahora, la lluvia era mucho más ligera, pero aún servía para impedirles la visibilidad. Las nubes bajas eran muy oscuras, y la media luz del amanecer casi no servía de nada. Podían ver muy poco, pero estaba seguro de que los enemigos se encontraban allí.

Bailando con Lobos miró la línea de
tipis
, a uno y otro lado de donde estaba. Había grupos de guerreros comanches detrás de cada tienda, esperando, con los rifles preparados. Hasta Diez Osos estaba allí.

Poco a poco, la luz fue haciéndose más intensa. Las nubes de tormenta empezaron a elevarse y la lluvia se fue con ellas. De repente, salió el sol y un momento más tarde empezó a levantarse vapor de la tierra, como niebla.

Bailando con Lobos miró intensamente hacia los matorrales y distinguió las formas oscuras de los hombres, moviéndose como espíritus a través de los sauces y los chopos.

Empezó a experimentar algo que no había sentido desde hacía mucho tiempo. Era algo intangible que hizo que sus ojos adquiriesen una tonalidad negra, que puso en marcha la maquinaria que ya no podía parar.

Aquellos hombres que se movían entre la niebla no le producían ningún temor, sin que importara lo grandes que fueran, lo elevado de su número o lo poderosos que fuesen. Ahora eran el enemigo, y estaban a la puerta de su casa. Quería luchar contra ellos. Ya casi no podía esperar más a luchar.

Por detrás de él sonaron unos disparos. La fuerza de diversión se había lanzado contra el pequeño grupo de defensores del otro frente.

A medida que aumentó el ruido de la lucha, sus ojos registraron la línea del frente. Unos pocos exaltados trataron de alejarse y echar a correr hacia donde se estaba produciendo la otra lucha, pero los guerreros más veteranos hicieron un buen trabajo al contenerlos y nadie se desmandó.

Su mirada volvió a registrar con intensidad los matorrales a los que se adhería la neblina.

Se acercaban con lentitud, algunos a pie, otros a caballo. Ahora subían por la ladera, como sombras enemigas que soñaran con una matanza.

La caballería pawnee avanzaba por detrás de los hombres que iban a pie y Bailando con Lobos los hubiera querido tener al frente. Quería que los hombres a caballo recibieran lo más nutrido del fuego.

«Traed los caballos —rogó en silencio—. Traedlos delante».

Miró a lo largo de la línea del poblado, confiando en que todos esperarían unos pocos segundos más y le sorprendió ver que había muchos ojos puestos en él. Seguían mirándole, como si esperaran una señal.

Bailando con Lobos levantó un brazo por encima de la cabeza.

Un agitado sonido gutural subió por la pendiente. Se fue haciendo más y más fuerte hasta atronar la tranquila mañana lluviosa. Los pawnee gritaban, lanzándose al ataque.

En ese momento, la caballería cargó, situándose por delante de los hombres que iban a pie.

Bailando con Lobos dejó caer el brazo y salió desde detrás de la tienda, con el rifle levantado. Los otros comanches le imitaron en seguida.

El fuego de sus armas alcanzó a los jinetes a una distancia de unos veinte metros y destrozó la carga de los pawnee con la misma limpieza con que un escalpelo corta la piel. Los hombres cayeron de sus caballos como juguetes zarandeados sobre una estantería y los que no fueron alcanzados quedaron aturdidos por la conmoción producida por cuarenta rifles.

Los comanches contraatacaron, sin dejar de disparar, surgiendo por entre la pantalla de humo azulado, para lanzarse sobre el enemigo aturdido.

La carga fue tan furiosa que Bailando con Lobos arrolló al primer pawnee con el que se encontró, desmontándolo. Al rodar juntos sobre el suelo colocó el cañón del revólver sobre la cara del hombre y disparó.

Después de eso, disparó contra los atacantes allí donde los encontraba en la confusión y mató a dos más en una rápida sucesión.

Algo grande le golpeó con dureza desde atrás, casi haciéndole perder el equilibrio. Era uno de los ponis pawnee supervivientes. Le tomó la brida y saltó sobre su lomo.

Los pawnee eran como gallinas atacadas por lobos y ya empezaban a retroceder, tratando desesperadamente de regresar a la seguridad de los matorrales. Bailando con Lobos vio a un guerrero corpulento que corría para salvar su vida y cabalgó hacia él. Disparó contra la cabeza del hombre, pero se había quedado sin balas. Hizo girar el arma y golpeó al guerrero que huía con la culata del revólver. El pawnee cayó justo delante de él y Bailando con Lobos sintió cómo los cascos del poni pisoteaban el cuerpo al pasar por encima.

Por delante de él, otro pawnee, con la cabeza rodeada por una brillante bufanda roja, se estaba levantando del suelo y se disponía a huir también hacia los matorrales.

Bailando con Lobos hundió con fuerza los pies en los flancos del poni y al acercarse se lanzó contra el hombre de la bufanda, agarrándole por la cabeza.

El impulso les hizo recorrer los últimos metros de espacio abierto y chocaron con dureza contra un gran chopo. Bailando con Lobos sujetó al hombre por ambos lados de la cabeza y golpeó su cráneo contra el tronco del árbol una y otra vez, hasta que se dio cuenta de que los ojos del hombre estaban muertos. Una rama baja del tronco había ensartado al pawnee como si fuera un trozo de carne en un asador.

Al apartarse de aquella vista capaz de amilanar a cualquiera, el hombre muerto cayó pesadamente hacia adelante, con los brazos lastimosamente colgando contra Bailando con Lobos, como si quisiera abrazar a quien lo había matado. Bailando con Lobos se apartó más y el cuerpo cayó de bruces al suelo.

En ese instante se dio cuenta de que el griterío de la lucha había dejado de escucharse.

La lucha había terminado.

Sintiéndose repentinamente débil, avanzó tambaleante a lo largo del borde de los matorrales, tomó el sendero principal y descendió hacia el río, sorteando los cadáveres de los pawnee.

Una docena de comanches montados, con Ternero de Piedra entre ellos, perseguían a los restos de la fuerza pawnee más allá del otro lado del río.

Bailando con Lobos se quedó mirando hasta que aquellas pequeñas escaramuzas desaparecieron de su vista. Luego, regresó lentamente. Mientras subía por la ligera pendiente pudo escuchar gritos. Al llegar a la cresta de la pendiente, el campo de batalla que había ocupado hacía poco se abrió ante él.

Parecía como un picnic abandonado apresuradamente.

Había restos desparramados por todas partes. Y un gran número de cadáveres pawnee. Los guerreros comanches se movían entre ellos, llenos de excitación.

—Yo he matado a éste —gritaba alguien.

—Éste todavía respira —anunciaba otro urgiendo a quien estuviera más cerca a que le ayudara a acabar con él.

Las mujeres y los niños habían salido de las tiendas y ahora se estaban desparramando por el campo de batalla. Algunos de los cuerpos estaban siendo mutilados.

Bailando con Lobos permaneció allí, quieto, demasiado fatigado como para alejarse, sintiendo demasiadas náuseas como para continuar.

Uno de los guerreros lo vio y gritó:

—¡Bailando con Lobos!

Antes de que se diera cuenta de lo que sucedía, se vio rodeado por los guerreros comanches, que le empujaron hacia el campo de batalla como si fuera un guijarro arrastrado por hormigas cuesta arriba. Y mientras lo hacían, cantaban su nombre. Aturdido, dejó que lo llevaran de ese modo, incapaz de comprender la intensa felicidad que experimentaban aquellos hombres. Se sentían muy contentos con la muerte y la destrucción que yacían a sus pies, y eso era algo que Bailando con Lobos no podía comprender.

Pero mientras estaba allí de pie, escuchándoles gritar su nombre, comprendió por fin. Él nunca había participado en esta clase de lucha, pero poco a poco empezó a considerar la victoria de una nueva forma.

Esta matanza no se había cometido en nombre de ningún oscuro objetivo político. No había sido una batalla por la posesión de territorios o riquezas, o para liberar a los hombres. Esta batalla no tenía ego.

Se había librado para proteger los hogares que se alzaban a pocos pasos de distancia. Y para proteger las vidas de las esposas y los hijos y personas amadas acurrucados en su interior. Aquella lucha se había librado para preservar las reservas de alimentos que les permitiría pasar el invierno, reservas que todos habían contribuido a reunir con su duro trabajo.

Aquello constituía una gran victoria personal para cada uno de los miembros de la tribu.

De pronto, se sintió orgulloso de escuchar su nombre que estaba siendo gritado y cuando volvió a enfocar la mirada, la bajó y reconoció a uno de los hombres que había matado.

—Yo disparé contra éste —gritó.

Y alguien le gritó junto a su oreja:

—Sí, yo vi cómo le disparabas.

Poco después, Bailando con Lobos marchaba con ellos, pronunciando los nombres de los compañeros comanches a medida que los reconocía.

La luz del sol se fue extendiendo sobre el poblado, y los guerreros iniciaron espontáneamente una danza de la victoria, exhortándose los unos a los otros con palmadas en la espalda y gritos de triunfo, mientras se divertían ruidosamente sobre el campo de batalla cubierto de pawnees muertos.

La fuerza que defendía el otro frente del poblado había muerto a dos enemigos más. En total, sobre el campo de batalla quedaron veintidós cuerpos. Entre los matorrales se encontraron otros cuatro más, y el grupo perseguidor de Ternero de Piedra se las arregló para matar a otros tres. Nadie sabía cuántos habían logrado huir heridos.

Siete comanches habían resultado heridos, aunque sólo dos de ellos de gravedad. Pero el verdadero milagro lo constituía el número de muertos. Ni un solo guerrero comanche había resultado muerto. Ni siquiera los ancianos fueron capaces de recordar una victoria tan grande.

El poblado se deleitó con su triunfo durante dos días. Todos los hombres se vieron colmados de honores, pero hubo un guerrero que fue exaltado por encima de todos los demás: Bailando con Lobos.

A lo largo de los meses que había pasado en las llanuras, la percepción que tenían los nativos de él había cambiado en numerosas ocasiones. Ahora, el círculo se había cerrado. Ahora se le consideraba de una forma bastante cercana a la idea original. Nadie se adelantó para declarar que era un dios, pero en la vida de aquellas personas se convirtió en lo más cercano posible a un dios.

Los hombres jóvenes rondaban todo el día alrededor de su tienda. Las muchachas flirteaban abiertamente con él. Su nombre estaba en los pensamientos de todos. Ninguna conversación, fuera cual fuese el tema, se desarrollaba sin que, de una u otra forma, se hiciera mención de Bailando con Lobos.

El espaldarazo definitivo procedió de Diez Osos. En un gesto no conocido hasta entonces, le regaló al héroe una pipa de su propia tienda.

A Bailando con Lobos le encantó la atención, aunque no hizo nada por estimularla. Aquella celebridad instantánea y duradera ejercía una presión sobre su disponibilidad de tiempo. Ahora parecía que siempre hubiese alguien cerca de él. Lo peor de todo fue que eso le proporcionó muy poca intimidad para estar con En Pie con el Puño en Alto.

De todos los presentes en el campamento, él fue quizá el que más aliviado se sintió con el regreso de Pájaro Guía y Cabello al Viento.

Después de haber seguido durante varias semanas el sendero de la guerra, aún tenían que enfrentarse con el enemigo cuando, inopinadamente, se vieron sorprendidos por las primeras nevadas en las estribaciones de una cadena montañosa.

Interpretando aquello como una señal de un invierno adelantado y feroz, Pájaro Guía reunió a los miembros de la expedición y emprendieron el regreso con rapidez para hacer los preparativos de la gran emigración hacia el sur.

Capítulo
27

Si la partida tuvo algunas dudas por tener que regresar con las manos vacías, éstas desaparecieron ante las increíbles noticias de la completa derrota de los pawnee. Uno de los efectos secundarios inmediatos del regreso de los que se habían marchado fue la disminución de la celebridad a la que Bailando con Lobos se había visto sometido. No fue por ello menos honrado, pero debido a su posición, tradicionalmente más elevada, una buena parte de la atención se desplazó hacia Pájaro Guía y Cabello al Viento, y se restableció algo bastante similar a la vieja rutina.

Other books

Dying to Live by De Winter, Roxy
A Shore Thing by Julie Carobini
The Revenant by Sonia Gensler
Weapon of Choice by Patricia Gussin
Jake's Bride by Karen Rose Smith
Her Accidental Husband by Mallory, Ashlee
Proximity by Amber Lea Easton
The London Eye Mystery by Siobhan Dowd
Death and Honesty by Cynthia Riggs