Resopla. No está segura de hacerlo bien. Se pone la mirilla en el ojo derecho y cierra el izquierdo. Ve a Ángel, sonriente. Ella también sonríe. ¡Qué guapo es! Podría haber sido modelo si hubiese querido.
Toquetea la máquina hasta que por fin averigua cómo funciona el zoom. Aproxima y aleja la imagen una cuantas veces. Su chico, enfrente, no desespera, aunque comienza a dar pequeños golpecitos en el suelo con el tacón del zapato derecho.
—¿Todo bien? ¿Algún problema?
—Sí, uno. ¡Que no soy fotógrafa profesional! —un "clic" suena mientras Ángel grita.
—¡Ups! Creo que te he sacado con la boca abierta. —El chico regresa junto a ella. No parece molesto y no lo está. Le divierte la situación, al contrario que a Paula, que se puesto colorada.
—No te preocupes, si es solo una de prueba para que sepas cómo funciona la cámara. Nada más.
—Soy una torpe, perdona. No sé hacer nada bien.
—Hay algo en lo que eres mejor.
Ángel pone sus dos manos en la cintura de Paula, se inclina un poco y la besa cerrando los ojos. La chica se estremece cuando siente sus cálidas manos palpando su piel bajo el jersey amarillo. Las siente primero en la espalda, luego le rozan el abdomen; casi tocan el borde de su sujetador, pero él se detiene justo en el límite. Sabe hasta dónde debe llegar. Sin embargo, el corazón de Paula late muy deprisa.
Un par de minutos después, se separan.
—Uff. Sin duda. En esto no tienes rival.
—Ni tú, cariño —dice la chica, aún sobresaltada por el momento pasional.
—Venga, vamos. Si no, no habrá cantantes a los que fotografiar, que algunos le dan a la primera bola y se marchan.
De la mano, caminan hasta la Casa Club. Paula no las tiene todas consigo. La idea de ser ella la que tome las fotos no le entusiasma. Está convencida de que meterá la pata y no será capaz de hacer ni una sola fotografía decente. Sin embargo, no va a quejase más.
—Espérame aquí. Voy dentro a buscar las acreditaciones —dice Ángel una vez que están en la puerta del edifico. Sin decir nada, obedece.
Ve un pequeño banco vacío y se sienta en él. Piensa en todo lo que le está pasando últimamente. Es como un cuento. No, como una novela, una de esas románticas para adolecentes. Y ella es la protagonista. Se siente afortunada.
Mientras mira a ningún sitio y recuerda los últimos episodios de su historia, una chica se sienta a su lado. Lleva un curioso gorrito rosa y unas botas y una chaqueta del mismo color. Todo perfectamente conjuntado.
Paula la observa de reojo. La chica se da cuenta y gira sonriente. Entonces la reconoce. ¡Es esa joven actriz que sale ahora en un anuncio de chicles! ¿Cómo se llama? No lo recuerda. ¡Qué cabeza!
—Hola —le saluda la actriz amablemente.
Paula mira a su alrededor. ¿Es a ella? Sí, claro. No hay nadie más alrededor. No se lo puede creer. Está sentada al lado de una famosa y encima le está hablando. ¿Pero cómo se llama?
—Hola —responde tímidamente.
—¿Vienes al torneo?
—Bueno, algo así.
—No tengo ni idea de golf —confiesa la actriz sin dejar de sonreír—. Seguro ni le doy a la bola.
—Pues ya somos dos.
¡Qué simpática! Y eso que dicen que todos los famosos se lo tienen creído. Al menos esta chica no parece ser así. Entonces a Paula se le ocurre algo. Sí, estaría bien para empezar.
—Oye, ¿te puedo hacer una foto? Es para mi revista. Soy la fotógrafa.
La actriz la mira un poco desconcertada. ¿No es demasiado joven para eso? Sin embargo, en un momento recupera su sonrisa.
—Claro. Encantada.
La chica se pone de pie, se asegura de que el gorrito está recto y se sitúa delante de la Casa Club. Paula agarra la cámara con fuerza. Espera no meter la pata. Juega con el zoom hasta que cree que tiene el encuadre perfecto. Es increíble: ¡está haciéndole una foto con una cámara profesional a una estrella de la tele!
La actriz no deja de sonreír. Tiene la espalda apoyada en la pared del edificio, las piernas ligeramente abiertas y los dedos pulgares de ambas manos metidos en los bolsillos. ¡Qué bien lo hace! Clic.
—Ya está. Muchas gracias.
—¿Quieres que hagamos otra? —Pregunta la chica vestida de rosa.
—Vale.
—Espera. Si quieres me pongo junto a ese árbol —dice señalando un abedul.
—Perfecto.
Ahora la pose es diferente. Se inclina levemente hacia delante con una mano sobre la rodilla y la otra apoyada en el árbol. Sin duda, se desenvuelve perfectamente delante
de la cámara Paula enfoca, ahora mucho más tranquila. Se siente una fotógrafa de verdad. Clic.
—Ya. Gracias de nuevo.
Las dos regresan al banco. Se sientan juntas, una al lado de la otra, como si fueran viejas amigas. Animadamente, conversan sobre la fotografía y su experiencia en el mundo del golf. Minutos más tarde, un hombre muy bien vestido y que lleva gorrita de Nike sale de la Casa Club y se acerca hasta ellas. Va cargado con una pesada bolsa repleta de palos.
—Vamos. Ya tengo los pases —le dice a la joven actriz.
—Bueno, pues nada. ¿No me puedo librar de jugar? Con que esté aquí ya vale, ¿no?
—No seas así. Pero si enseguida le cogerás el truco… Por lo menos juega un par de hoyos.
La chica se levanta del banco, suspira y se encoge de hombros. Luego mira a Paula y le sonríe.
—Pues allá vamos. Te veré en alguno de los hoyos. Encantada.
Paula también se pone de pie.
—Lo mismo digo. Y muchas gracias por las fotos.
La actriz se despide agitando la mano y desaparece con su acompañante por una de las laderas del campo. La chica se sienta de nuevo. Trata de serenarse, pero es imposible. Está emocionada, tanto que ni se da cuenta de que Ángel ha vuelto.
—Ya tengo las acreditaciones. Luego vendré a buscar los palos.
—Ah, muy bien, amor.
—Toma.
El chico le entrega una tarjeta plastificada con un cordoncito que contiene su nombre. Paula la coge y se la cuelga. Se siente importante.
—Cariño, ¿sabes lo que me ha pasado?
—Si no me lo dices, no —bromea Ángel mientras se cuelga también su acreditación.
Paula le saca la lengua y a continuación le cuenta su encuentro con la actriz del gorrito rosa. El chico sonríe cuando termina.
—Entonces, ¿estás orgulloso de mí?
—Mucho. Aunque se te ha olvidado un pequeño detalle.
—¿Un pequeño detalle? ¿Cuál? —pregunta, arqueando las cejas.
—Que somos una revista de música, no de cine ni de televisión.
Paula chasquea los dedos. ¡Qué fallo!
Pero aunque aquellas fotos no le sirvan de nada a la revista, nadie le quita el gran rato que ha pasado con aquella actriz de la que aún no recuerda su nombre.
Esa misma mañana de marzo, en un lugar de la ciudad.
¿Dónde habrá ido?
El profesor de Filosofía ha preguntado por ellas. Es el segundo día consecutivo que falta de su clase. Una tercera y no podrá presentarse la semana que viene al examen del trimestre. Diana ha dicho que Paula se encontraba mal y se ha ido a casa. Por supuesto, Mario no la ha creído. La hora de filo ha pasado lentamente para él, casi rozando la desesperación. Cada minuto se ha hecho eterno porque el reloj parecía que no avanzaba.
No ha parado de mirar una y otra vez hacia el rincón de las Sugus, a la mesa libre en la que debería de estar sentada Paula. No tiene ni idea de lo que le ha podido pasar.
Sin embargo, a Mario no solo le preocupa el paradero de su querida amiga. Durante aquella hora no ha dejado de darle vueltas y más vueltas al momento que han vivido en el pasillo. Tan cerca el uno del otro, en silencio, sin penas distancia entre ambos. Aún podía sentir sus propios latidos a toda velocidad y respiración entrecortada de ella. ¿Qué hubiera pasada si Diana no interviene? Posiblemente, nada. Pero ese instante hace que sus esperanzas con Paula hayan aumentado. Esta tarde, cuando vaya a su casa, volverá a intentar decirle lo que se siente.
Esa misma mañana de marzo, en la misma clase en la que Mario piensa y piensa.
Ha estado toda la hora mirando hacia su esquina. Se siente halagada y también un poco emocionada. Incluso se han sonreído tres veces. No, han sido cuatro. La hora de filosofía para Diana ha pasado volando. Ni siquiera ha cruzado palabras con sus amigas.
Miriam y Cris le han preguntado si estaba enferma. Quizá, o tal vez esté empezando a estarlo. Pero su enfermedad no es de las que se curan con fármacos ni antibióticos. Es la primera vez en su vida que se siente así.
Pero aun tiene dudas. Por mucho que lo intenta, no se le va de la cabeza la imagen de Mario y Paula en el pasillo con sus rostros excesivamente cerca. ¡Qué tonta! ¿Cómo puede tener celos de una de sus mejores amigas? Paula en una Sugus y, además, tiene de novio. Y al escritor. Y él…, él va hacia ella en esos momentos. ¡Uff! no entiende
por qué le sudan las manos. ¿Estás nerviosa? No, nunca se poner nerviosas, y menos por un chico. Pero ahora es distinto. ¿Lo es?
—¿Qué le ha pasado a Paula?¿se ha puesto enferma?
—Pues…
Le cuesta hablar. Esta temblorosa. Le mira a los ojos. Son marrones. Dicen que los ojos marrones son demasiado corrientes, y sin embargo, a ella le parecen unos ojos increíbles, especiales.
—¿Qué le ha ocurrido a la señorita García? Como salido de ninguna parte, el profesor de matemáticas ha llegado para dar su clase y sigilosamente se ha deslizado hasta ellos. Diana no puede contarle a Mario que Paula se ha ido con su novio a quién sabe dónde.
—Se ha puesto enferma y se ha tenido que marchar a casa —miente.
—Esa chica es frágil como el cristal de Bohemia. En fin, no sé si podré soportar su ausencia—señala irónico—. Dele recuerdos de mi parte y dígale que, aunque no le mande flores como otros, le deseo una pronta recuperación. Especialmente para el examen de viernes.
—Se lo diré de su parte. —El profesor de Matemáticas hace una especie de reverencia y luego mira a Mario, que escucha atento la conversación entre ambos.
—Puede volver a su asiento, señor Parra. El maravilloso mundo de las derivadas, capítulo 37, está a punto de comenzar.
El chico sonríe débilmente y regresa al otro lado de la clase. Así que puede que sea verdad que Paula se haya puesto enferma.
¿Afectará eso a su "cita" de la tarde?
Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.
—Quizá debería de haber ido.
Mauricio Torres está sentado en la enorme silla de su despacho revisando unos contratos publicitarios que le han ofrecido a su representada. Ella lo observa seria desde un sofá de tres piezas.
—No sé jugar al golfo —responde Katia sin ningún tipo de expresividad.
—No hacía falta que supieras. Con estar allí habría bastado.
—No me apetece hacer nada, Mauricio. Y menos aprender a jugar al golf.
—Si yo te entiendo. Acabas de salir del hospital y aún estás convaleciente. No es sencillo superar tan deprisa un accidente de coche como el que tuviste. Pero cuanto antes nos pongamos las pilas, mejor. Y este acto benéfico hubiera sido una buena oportunidad para dejarte ver.
Katia no dice nada. Está triste, desganada. El accidente de coche influye un poco, pero lo que realmente la tiene así es otra cuestión. Está intentando por todos los medios olvidarse de Ángel. Pero cuanto más trata de no pensar en él, mas lo hace. Es agobiante.
—¡Katia! ¡Vamos! ¡Anímate! —exclamo su representante, que se ha levantado de su sillón y se ha sentado junto a ella.
La chica sonríe sin ganas.
— Ya, tranquilo. No te preocupes.
— Aún estamos a tiempo de llegar al torneo, ¿quieres que vayamos a ver si así te animas?
— Pero si no tengo ni coche.
En el accidente, el Audi rosa descapotable quedó seriamente dañado. Los mecánicos le han dicho que hasta la semana que viene no estará disponible.
—Vamos en el mío.
—Déjalo, Mauricio. En serio. Prefiero irme a casa y descansar. ¿Me pides un taxi?
El hombre suspira. Está seriamente preocupado por ella. Ha perdido toda su vitalidad. El accidente la ha dejado maltrecha psicológicamente.
Katia tiene ganas de llorar. No entiende nada. ¿Cómo puede estar así por un tío que conoce desde hace tan poco tiempo? Quiere irse a casa, meter la cabeza debajo de la almohada y olvidarlo de una vez por todas. Tiene que hacerlo. O eso o se volverá loca. Ángel se terminó. Se terminó. Nunca más.
Nada más lejos de la realidad. No sospecha que el reencuentro con el joven periodista está cerca.
Esa misma mañana de marzo, en otro lugar de la ciudad.
¡Fantástico! ¡Qué sorpresa!
No lo esperaba, sinceramente. Pero cuando ha abierto su correo electrónico, Alex se ha encontrado con dos e-mails que le están alegrando la mañana.
Es increíble. Caminaba tranquilamente con una amiga y se nos ocurrió metemos a hacer el tonto en un fotomatón y allí encontramos tu historia.
Tras la pared
es genial. Me encanta el protagonista. Y también Larry.
Eres buenísimo. Pero seguro que eso te lo han dicho un montón de veces y no soy nada original.
Te deseamos muchísima suerte mi amiga y yo. Y ya tienes dos compradoras de tu libro para cuando lo publiques, porque no tengo ninguna duda de que alguna editorial se fijará en ti y publicarás
Tras la pared
.
Tendrás noticias nuestras.
Muchos besos de Nerea y Susana.
Hola.
Me llamo Lucía, tengo 17 años y estoy flipando aún con tu historia. Me encanta leer y te aseguro que lo que haces vale muchísimo. Estoy segura de que algún día iré a la librería y allí encontraré
Tras la pared
en alguna de las estanterías.
Además, sí que tienes imaginación para promocionar así tu libro. Es una idea genial. Hablaré a todos mis amigos de tu novela y haré Unas cuantas copias para dejarlas por ahí, como has hecho tú, sino te importa, claro.
No me alargo más.
Encantada de conocerte y espero hacerlo un poco más con el tiempo.
Mucha suerte y un besazo.
Sonríe. No puede evitar leerlos varias veces. Por fin, la idea que los cuadernillos está teniendo algo de éxito. Había perdido un poco la esperanza. Hace un rato, cuando Paula le ha dicho que no podía ayudarlo, pensó en no continuar con sus intenciones de promocionar la novela de esa forma. Se limitaría a escribirla y ya está.