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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

Canciones para Paula (37 page)

BOOK: Canciones para Paula
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—Me quedaría aquí contigo toda la vida —le susurra Ángel al oído.

Paula se estremece. Un escalofrío recorre su cuerpo. Tiembla. Se da la vuelta y lo mira a los ojos. Está nerviosa.

—Me haces tan feliz. Te quiero.

—Te quiero.

Cierran los ojos y se besan en los labios lentamente, pausados. Un beso eterno que, si por ellos fuera, duraría infinito. Sin horizontes. Sin huellas. Sin límites.

Minutos más tarde se detienen, agitados. Les cuesta respirar e incluso hablar. Pero sonríen con sonrisas dibujadas de felicidad.

Una ligera brisa alborota el pelo de la chica. El, cariñosamente, la peina con sus manos. Paula se deja hacer. Quizá ese es el momento que estaba esperando. Sí, tiene que contarle algo.

—Cariño.

—Dime, amor.

Ángel pone las manos en la cintura de Paula. Ella coloca las suyas sobre los hombros de él.

—Ya sabes que el sábado cumplo diecisiete años.

—¿Ah, sí? Menos mal que me lo has recordado. Lo había olvidado por completo —bromea.

—¡Qué tonto eres! ¡Ya te vale! —exclama ella, aunque sin ocultar una bonita sonrisa.

Fingen que se enfadan unos instantes para reconciliarse con un nuevo beso.

Aunque Ángel sabe perfectamente que el sábado es el cumpleaños de su novia, todavía no se le ha ocurrido nada que pueda regalarle.

—No me vas a extorsionar para que te diga qué te voy a regalar, ¿no'

—Podría, pero no, no es eso.

—Menos mal.

—El caso es que mis amigas me van a organizar una fiesta sorpresa.

—¡Pues menuda sorpresa es, si ya lo sabes!

—Ya. Se le escapó a Diana. Es que son incapaces de guardar un secreto.

—Lo tendré en cuenta.

Paula ríe. Un cosquilleo le invade de pies a cabeza. ¿Cómo o dice?

—Sí. Mis amigas son así. Pero son buenas chicas.

—Es verdad. Me caen muy bien.

Ángel sonríe, pero nota algo extraño en Paula. Inseguridad. Tal vez le quiera contar algo y no sepa la manera de hacerlo. O no se atreva.

—Por supuesto, a esa fiesta sorpresa estás invitado. Es en la casa de Miriam.

—¿El sábado? —Consultaré mi agenda para comprobar que estoy libre. —indica, dubitativo.

La chica aparta las manos de sus hombros y lo mira muy seria.

—Como no vayas…

Ángel sonríe y le coge las manos.

—Pues claro que iré, amor. ¿No ves que estaba bromeando? No me perdería tu cumpleaños por nada del mundo.

La chica cambia su semblante. Vuelve a sonreír, aunque los nervios la devoran. El corazón le late muy deprisa.

—Eso no es todo. Hay más.

—¿Más?

—Sí —suspira—. Las chicas quieren hacerme un regalo. Y tú estás implicado en él.

Ángel arquea las cejas. No tiene ni idea de a qué se está refiriendo.

—¿Yo? ¿De qué se trata? —pregunta intrigado.

—Pues… Como tú y yo nos queremos… Quiero decir que como tú y yo… lo cierto es que, si tú quieres…, pero solo si quieres, ¿eh?, que si no quieres, pues… eso, que si no quieres, pues no quieres.

—¿Qué si yo quiero o no quiero qué? —la interrumpe.

—¡No te enteras!

—¿Cómo me voy a enterar de algo si no terminas las frases?

Paula agacha la cabeza, luego la alza nuevamente. Busca valor en ninguna parte y lo mira. Le brillan los ojos. Acerca los labios a su rostro y, dulcemente, le cuenta todo al oído.

Ángel escucha atento una palabra tras otra, frase tras frase. Poco a poco va comprendiendo. Traga saliva.

La chica concluye con su explicación y, tímida, se echa hacia atrás, sin dejar de mirarlo.

—Eso es todo —termina, ya en voz alta.

—¿Estás segura?

—Sí, completamente.

Ahora es a Ángel a quien el corazón le late a toda velocidad, aunque enseguida retoma su compostura habitual. Sus ojos azules lucen como nunca.

—Entonces estás convencida de que quieres que yo sea el primero. Y el sábado.

—Sí, es lo que quiero. ¿Tú quieres?

En la mirada de Paula se unen la incertidumbre, los nervios, la ternura, la esperanza y la pasión. Es la mirada de una adolescente insegura que está a punto de saltar la barrera de la inocencia, de dar un paso inolvidable en la vida.

Ángel lo sabe: comprende su responsabilidad, su importante papel.

—Sí, quiero ser el primero. Y te prometo que todo será perfecto.

La chica suspira profundamente. Siente algo por dentro inexplicable, de una intensidad desbordada. Hasta le entran ganas pe llorar. Ángel se da cuenta y la abraza con fuerza. Acomoda la cara de Paula en su pecho y, una vez más, su corazón se acelera. También su mente va a toda velocidad. Millones de pensamientos por

segundo. Todos relacionados con lo mismo. También los de ella coinciden. Iguales, paralelos. Son dos almas en una.

Y es que en sus vidas, en esos instantes, solamente existe el uno para el otro. No hay nada más. Ninguno sabe que en ese camino hasta el sábado deberán superar distintas pruebas para seguir reafirmando el amor que sienten mutuamente.

Capítulo 45

Esa misma tarde de marzo, en algún lugar de la ciudad.

Está con los pies apoyados sobre la mesa de cristal, sin zapatos. Sus calcetines blancos con puntitos naranjas apenas se mueven. Ningún gesto. Ninguna expresividad en sus aniñadas facciones.

De vez en cuando, a Katia le entran ganas de llorar. A duras penas consigue reprimirlas. Aprieta los puños y los dientes. Busca algo que le invite a sonreír, una mínima ilusión que la anime. Pero es inevitable no pensar en él.

Su mirada distraída se pierde al fondo del pasillo, en su habitación, allí donde tuvo la oportunidad de abrazarlo, de basarlo, incluso de hacer el amor con él. Sin embargo, fue honrada. ¿Honrada o tonta? ¡Qué más da! Paró antes de que sucediese lo que tanto deseaba. Él no estaba en condiciones de hacerlo. No así. Pero, ¿qué habría pasado si se hubiesen acostado juntos? Seguramente nada. Es posible que estuviera en la misma situación que ahora: intentando olvidarse de Ángel.

Su boca libera suspiros de desesperación. Otra vez esa angustia, esa estúpida agonía. De nuevo se le humedecen los ojos, el pecho se le comprime y siente que se quiere morir.

Toquetea el mando a distancia sin objetivo alguno. Ni siquiera presta atención a los canales que van pasando sin orden ni pausa.

No ha comido, ¿para qué? No tiene hambre, solo un nudo en el estómago. Tampoco ha cogido el teléfono en toda la mañana. Ha perdido la cuenta de las llamadas perdidas que se han ido acumulando y de los mensajes que le han dejado en el contestador automático del móvil. Curiosos, cotillas, chismosos, interesados, seudoamigos… Decenas de personas que querían saber cómo se encontraba después del accidente, o eso decían. Alguno incluso solicitaba una entrevista, aunque fuera telefónica. ¡Qué pesados! Estúpidos periodistas…

Es el precio de la fama. Si de ella dependiera, mandaba la fama bien lejos. Claro que no podría tener su Audi rosa o su lujoso ático pero, al fin y al cabo, son solo cosas materiales. El dinero no le da la felicidad. ¿Cómo va a ser feliz si no posee lo que verdaderamente necesita y quiere?

Ángel…

Con las manos en la cara, mira entre sus dedos la pantalla de plasma. En uno de los canales están tratando la noticia del torneo de golf benéfico al que ella no ha acudido. Esta vez no Cambia de sintonía. En la noticia aparecen, uno tras otro, primeros planos de famosos con la mejor de sus sonrisas.

Escucha lo que dicen: "… Diferentes personalidades del mundo del deporte, la canción, el cine y la televisión han puesto su granito de arena a favor de una buena causa. Alguno incluso ha aprovechado para hacer un poco de ejercicio…".

En ese momento, en la imagen aparece un conocido presentador de radio golpeando con estilo la bola desde el tie. Pero los ojos de la chica de pelo rosa van más allá, justo detrás, entre los periodistas y fotógrafos que cubren la noticia. ¡No puede ser!

Katia se arrodilla y se coloca junto a la televisión. ¿Ese no es…?

En ese mismo instante, en esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

"… Diferentes personalidades del mundo del deporte, la canción, el cine y la televisión han puesto su granito de arena a favor de una buena causa. Alguno incluso ha aprovechado para hacer un poco de ejercicio…"

—¡Mira, mira! ¡Está en la tele!

Los gritos de la pequeña Erica sobresaltan a su madre, que está recogiendo la mesa.

—¿Qué pasa, mi vida? —pregunta alertada Mercedes.

—¡Paula! ¡Es Paula! ¡Está ahí! ¡En la tele! ¡Mira, mira!

—Pero ¿cómo va a estar Paula en las noticias? —señala ya más tranquila, al comprobar que solo se trata de una de las ocurrencias de la niña.

—¡Que sí! ¡Que sí! ¡Mira, mira!

Mercedes deja los platos sobre la mesa y se acerca hasta la pequeña que, sentada en el suelo, señala constantemente la pantalla del televisor. En las imágenes aparece una joven actriz que protagoniza un anuncio de chicles con un palo de golf en las manos. ¿Cómo se llama? ¡Ah, sí! Andrea Alfaro.

—Cariño, esa es la chica de los chicles.

—¡Ya lo sé! Pero no digo esa.

—Solo he visto a esa chica.

—¡Te digo que era Paula! ¡Y llevaba una cámara de fotos!

—¿Una cámara?

—¡Sí!

—Sería alguien que se le parecería, princesa.

—¡Que no! ¡Que no! ¡Que era Paula!

La madre sonríe y, tras darle un par de palmaditas en la cabeza a su hija, la besa en la mejilla.

—¿Por qué no cambias de canal y buscas dibujos animados?

—Pero mamá…

Mercedes sonríe a la cría una vez más. Se da la vuelta, recoge los platos sucios que había dejado sobre la mesa y se mete en la cocina.

¡Dibujos animados! Erica está completamente indignada. Y palmaditas en la cabeza. ¡Como si fuera un perrito!

La niña se levanta. Está que echa humo y pone cara de enfado, esa cara que a su padre no le gusta porque dice que parece que se está comiendo un limón.

¿¡Cómo puede no creerla!? ¡Qué falta de respeto! ¡A ella, que ya tiene cinco años! Enfadada, muy enfadada, apaga la televisión.

Se marcha a su habitación dando grandes zapatazos en cada de los escalones que pisa hasta llegar a ella. ¡Que la oigan bien!

Resulta que Paula sale por la tele, es famosa… ¡y no la creen!

¡Dibujos animados!

En ese mismo instante de esa tarde de marzo, en otro lugar de la ciudad.

¡Ángel! ¿Era él?

Sí, sin duda. Y está en el torneo de golf benéfico al que ella estaba invitada. Pero, ¿qué hace ahí? Seguramente lo habrán mandado de su Revista para cubrir el evento.

Katia se maldice a sí misma por no haber asistido al acto.

Aunque, pensándolo bien, es mejor así. Si se hubieran encontrado se habría sentido peor. ¿Peor? Si ya está mal. Fatal. ¿A quién quiere engañar? Y todo es por él. Por ese periodista que ha parecido en su vida y del que se ha enamorado locamente.

Mira su reloj: son las cuatro menos diez. En llegar tardaría por lo menos una hora y cuarto. Eso suponiendo que no haya demasiado tráfico. El campo de golf está a las afueras, justo en el otro extremo de la ciudad.

Quizá Ángel ya se ha marchado. Claro, es lo más lógico porque el reportaje de las noticias era grabado.

¿Y si continúa allí? El torneo dura varias horas. ¿Lo llama? Coge el móvil y busca su número. "Ángel". Pulsa la tecla de llamada, pero rápidamente cuelga sin ni siquiera dejar que suene el primer "bip".

No, no puede hacerlo. Lo agobiaría y no quiere meter más la pata. Un momento. ¿En qué está pensando? Se había comprometido a olvidarlo, a no caer más en la tentación de ir tras él. Tiene novia. Es imposible que empiecen nada juntos. Además, ninguna señal indica que le guste. Sí, fue al hospital en cuanto se enteró de su accidente, pero lo hizo porque es un gran chico. Exclusivamente por eso. Vale, luego pasó la noche con ella. Otra muestra de su bondad y de su amistad. Nada más.

Y lo besó. Recuerda aquellos labios cálidos, dulces, irresistibles.

La chica del pelo rosa se pone las manos en la cara. Tiene ganas de gritar, de llorar, de que se la trague la tierra. Pero, sobre todo, tiene ganas de verlo. ¿Una última vez? Lo ve y se olvida de él para siempre.

¿Arriesga? ¡Uff! ¿Qué hace?

Ella no es así: no suele dudar ni mucho menos ir detrás de un tío. Pero Ángel no es un tío cualquiera. Es el chico perfecto, su chico perfecto. ¿Y si está renunciando al amor de su vida? ¿Y si están hechos el uno para el otro?

Sin saber de dónde, Katia va rescatando sus antiguas fuerzas, perdidas en las últimas batallas. Se levanta del suelo, donde lleva sentada desde que Ángel apareció en las noticias, con bríos renovados. Sí, tiene que ir. Se muere por verlo… una última vez.

De nuevo, coge el teléfono y marca un número. Una operadora la atiende amablemente en una conversación rápida y concisa. Cuelga.

En cinco minutos llegará un taxi que le llevará al campo de golf en el que aún permanece el chico al que ama.

Esa misma tarde de marzo, en un lugar de la ciudad.

Después de comer se ha tomado un café solo bien cargado. Ha pasado media hora y, sentado en la cama de su habitación, contempla cómo el humo que sale de la taza sube hacia el techo. Se ha servido otro café. Esta vez no va a quedarse dormido. Sería imperdonable y de tontos. Y, aunque él no se considera precisamente un chico demasiado listo, no va a cometer el mismo error dos veces seguidas. Mario sopla y da un pequeño sorbo. Mueve la cabeza de un lado para otro con los ojos cerrados y la nariz arrugada. Está muy amargo. Debería haberle echado más

azúcar. Da igual, lo importante es permanecer despierto hasta que llegue Paula. Luego, estando con ella, es imposible que se duerma. ¿Cómo aba a hacerlo?

Son algo más de las cuatro de la tarde. No queda ni una hora para que, esta vez sí, se produzca la "cita" que tanto tiempo lleva esperando.

Curiosamente, no está tan nervioso como el día anterior, pero sí ansioso, deseoso. ¿Se atreverá a confesarle a Paula su amor?

Quizá. Depende de si se da la ocasión. No quiere cometer más fallos. La próxima vez que le diga que la quiere, será la definitiva. Cara o cruz: la moneda no caerá más de canto.

—Toc, toc. Hola, ¿se puede?

La voz de Miriam, asomada en la puerta, irrumpe en el dormitorio.

—Pasa.

La chica entra en el cuarto y deja la puerta encajada.

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