Canciones para Paula (32 page)

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Authors: Blue Jeans

Tags: #GusiX, Infantil y Juvenil, Romántico

BOOK: Canciones para Paula
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¿Cuándo la volverá a ver? El sábado. Su amiga Diana lo ha invitado a su cumpleaños. Hasta entonces falta demasiado tiempo. No aguantará tanto, necesita verla ya. Debe encontrar una excusa creíble para quedar con ella.

Además, tiene que pensar en un regalo, algo lo suficientemente bueno y original para esta chica.

Sentado en la silla, con el portátil delante, pierde la noción de la realidad. Todo gira en torno a Paula: la música, las palabras… La música…, la música… ¡Claro, ya está! Ya sabe exactamente lo que le debe regalar.

De un cajón saca un bolígrafo de tinta azul y una libretita, y comienza a garabatear en ella. Entra en trance, como cuando escribe su novela. Pero no es suficiente, necesita algo más: unir la inspiración y el talento.

Esa misma noche de marzo, minutos más tarde, en ese mismo lugar alejado de la ciudad.

Entra rápidamente en la casa y cierra la puerta. ¡Qué frío hace afuera! Aquel vestido negro tan corto y escotado le va a terminar provocando un resfriado. Mañana irá a clases con vaqueros. Seguro que a su profesor cincuentón tampoco le importa demasiado. Cuando han terminado se le ha acercado y le ha dado las gracias por aquel interesante primer día. El hombre apenas si la ha podido dejar de mirar desde el comienzo de la jornada. Sin duda, se lo ha ganado. No esperaba menos.

Irene enciende la luz del recibidor. Deja la chaqueta y el bolso sobre una silla y sube por la escalera. Llega a la habitación de su hermanastro. La puerta está cerrada y parece que no hay luz dentro. ¿No está?

De repente, el sonido del saxo llega desde la azotea. ¿Cómo puede tocar allí arriba, con el frío de hoy? Camina hasta su dormitorio, donde se cambia de ropa. Se pone un pantalón gris de pijama y una sudadera del mismo color. Así al menos estará más abrigada para subir a verlo.

Demasiado tarde: Álex aparece bajando la escalera de la buhardilla con el saxofón en las manos. No se ha enterado del regreso de Irene y se sorprende cuando la ve.

―Hola, Álex ―le saluda con una amplia sonrisa.

―Hola ―responde sin interés, aunque observando de arriba abajo a su hermanastra. Está muy guapa vestida así también. Se ha quitado el maquillaje y aquel vestido tan sexi, y ahora luce más juvenil y natural.

―¿Has visto?

―¿El qué? —pregunta él, girándose y mirando a su alrededor buscando a lo que se refiere.

―Que no te he llamado hermanito. Lo he conseguido, por fin.

―Ah, era eso. Te lo agradezco.

―¿Cuánto?

―¿Cuánto qué?

―Que cuánto me lo agradeces… ―La chica es ahora quien lo observa atentamente―. ¿Te encuentras bien? Estás muy despistado.

―Estoy muy bien. No te preocupes.

―Si tú lo dices…

El chico camina hacia ella aunque ni la mira cuando pasa a su lado. Deja el saxo en su habitación, sobre la cama, y baja hasta la cocina. Cada paso que da es seguido atentamente por Irene, que le acompaña.

―¿Vas a cenar? ―pregunta la hermanastra.

―Sí, aunque no tengo demasiada hambre. ¿Tú quieres algo?

―No, gracias. Me he parado a tomar una hamburguesa con un compañero de clase.

Álex no dice nada. El primer día y ya se ha ligado a uno. Tal como iba vestida, no le extrañaba. Aunque en realidad, sea cual sea la ropa que lleve, ligaría igual. Tiene que reconocer que aquella chica es de las más guapas que ha conocido. Si a eso le suma su sensualidad y capacidad de llamar la atención, no cree que haya muchas como ella.

―¿Han ido bien las clases?

―Bueno, no ha estado mal. Tengo un profesor que me ha estado todo el rato mirando las piernas, pero por lo demás ha sido entretenido.

"Pobre profesor", piensa Álex. "No sabe lo que le espera…". Lo mismo que a él durante tres meses.

Corta un poco de queso y se lo come deprisa. Irene observa en silencio. Cuando acaba, lo guarda otra vez en el frigorífico y bebe un vaso de agua del grifo.

―Me voy a la cama.

―¿Ya? Qué poco has cenado…

―¿No será que estás enamorado? ―insinúa, maliciosa.

Álex no dice nada al respecto. Finge no inmutarse. Con un débil "buenas noches, Irene", abandona la cocina. ¿Y si lo está?

Entra en su habitación, coge el móvil y, tras pensarlo mucho, escribe: "Me alegro de que te haya gustado. También es uno de mis libros preferidos. Voy a volver a repartir cuadernillos. ¿Cuento contigo? Un beso".

Esperando una respuesta, que no llegará esta noche, se tumba en la cama preguntándose a sí mismo hasta qué punto es verdad lo que Irene ha insinuado.

Capítulo 38

Aquella misma noche de marzo, en dos lugares distintos de la ciudad.

¿Qué ocurre? ¿Qué le está pasando?

Paula cabecea de un lado para otro cuando lee el mensaje que acaba de recibir de Álex. Se destapa y se sienta sobre las rodillas en el colchón. Le ha vuelto a proponer quedar con él para repartir cuadernillo. Y ahora, ¿qué le dice?

Una tarde llena de trabajo. Quizá demasiado.

Ángel llega a casa y, quejoso, se quita los zapatos. Le ha tocado ir a una rueda de prensa que no le correspondía y luego buscarse la vida para entrevistar individualmente a cada miembro del grupo. Su compañera se ha puesto enferma y, en una redacción pequeña como la de su revista, todos deben estar preparados para cualquier imprevisto. Aunque últimamente siempre es el mismo el que se como los marrones. Un periodista nunca tiene horarios. Se lo sabe de memoria.

No tiene ganas de cenar. Es tarde, muy tarde, incluso para llamar a su chica.

No le estará empezando a gustar Álex, ¿verdad? No, eso no puede ser. Su novio es Ángel. Sí, está segura de que quiere al joven periodista. Claro que sí. ¿Qué chica no caería rendida a sus pies? Álex es solo un amigo, del que además casi no sabe nada. Aunque, pensándolo bien, al primero que conoció en persona y vio cómo era físicamente fue a él, no a Ángel. Por tan solo unos minutos de diferencia, eso sí. Todo entre ellos parece formar parte de un juego del destino. ¡Qué caprichoso es este a veces!

Mira el reloj. Sí es demasiado tarde para llamarla. Probablemente esté durmiendo ya. Y no le ha mandado ni un SMS en toda la tarde. El trabajo le está robando demasiado tiempo de su vida personal. Justo ahora que ha encontrado a la chica de sus sueños, no puede disfrutar lo que quisiera con ella. ¡Pero si estos días ha visto más a Katia que a Paula…! Este último pensamiento le hace sentirse culpable una vez más. Recuerda una frase que siempre le decían en la Facultar: "La verdad, sea de la forma que sea y cuando menos te lo esperas, siempre sale a la luz". Solo espera que sus profesores se equivocaran.

Entra en el cuarto de baño. Coge el cepillo, unta en él pasta dentífrica con sabor a fresa y comienza a lavarse los dientes. Es la tercera vez esta noche. Esta nerviosa, presionada. Se mira en el espero: se siente mayor; ya no es la niña que nunca tenía

preocupaciones. Se sorprende a sí misma. No puede creerse que mantenga una relación con un chico seis años mayor que ella. ¡Si solo tiene dieciséis años…! Diecisiete, el sábado. El sábado… Aún no ha hablado con Ángel de lo que tiene planeado.

Intenta sonreír a su propia imagen, pero se ve ridícula. Es como si todo en ese instante le viniera grande. ¿Está preparada?

Se quita la ropa. Son raras las ocasiones en las que Ángel duerme completamente desnudo a pesar de que nunca usa pijama. Mientras se pone una camiseta Nike sin mangas y un pantalón pirata deportivo, se observa reflejado en el cristal del armario. Tiene ojeras y está despeinado. ¡Qué mala cara! Será por dormir tan poco y por el cansancio acumulado. ¿Por qué no la ha llamado antes? Debería haberlo hecho, al menos para contarle lo que tiene planeado. ¿Y si resulta que no puede? Da igual. Podrá.

Coge el móvil. ¿Qué le dice a Álex? ¿Qué sí? ¿Que cuente con ella para repetir la aventura de los cuadernillos? ¿Y si aquello va a más? Estuvieron a punto de besarse en la FNAC. Menos mal que no pasó, se habría sentido tan culpable. Sin embardo, pudo suceder. Esconde el teléfono bajo la almohada. Tiene que reflexionar.

¿Se puede querer a dos personas a la vez?

Rápidamente, se da cuenta de que lo que está pensando es una locura.

No. Su novio es Ángel. El chico al que ama es Ángel. Y ya está. Fin.

Mete la mano bajo la almohada y recupera el móvil. Piensa durante unos instantes y escribe un mensaje.

Ángel se mete por fin a la cama. Ha hecho un esfuerzo para comer algo. Poca cosa, una manzana y un yogur con trocitos de melocotón.

Sí, definitivamente, lo mejor será darle a Paula una sorpresa. Si no puede, la convencerá para que haga un esfuerzo. Incluso llega a la conclusión de que ha sido mejor no hablar con ella hoy, así mañana tendrán ganas el uno del otro. Se sienta en el colchón y programa la alarma del despertador. Temprano.

Un "bip" le sobresalta. Tiene un SMS: "Amor mío. Te quiero. Te quiero. Te quiero. Necesito verte. ¿Mañana? Después de clase tengo un ratito libre. ¿Podemos vernos? Comemos juntos. O no comemos, solo besos y abrazos. Te echo de menos. Te amo".

El corazón de Ángel se acelera cuando lee el mensaje que su chica le ha enviado. Desaparecen la fatiga y el cansancio, renacen la ilusión y la energía. La felicidad. Está a punto de llamarla, pero, si lo hace, está seguro de que se le escapará lo que le tiene reservado. Resiste la tentación de contarle todo y se limita a escribirle un mensaje.

Paula apaga todas las luces. Ya se siente mejor, más relajada. Mañana le responderá a Álex. Ahora toca descansar y no analizar más la situación. Se tumba en la cama, añorando los brazos de Ángel rodeándola. El sueño recae en sus párpados. Oscurece. ¿Con qué puede soñar? Dicen que, si deseas algo con mucha fuerza, aparecerá en tus sueños. Se concentra en lo que le espera sea un día especial. Murmura susurrando, casi inaudible:

—El sábado… El sábado.

Un ruidoso "bip" la devuelve a la realidad.

Su teléfono centellea en la noche cerrada de su habitación. No tiene dudas de quién le manda SMS. Antes de abrirlo sonríe feliz. Sí está enamorada de él.

"Te quiero. Te amo tanto que siento que hasta me duele. Y te imagino a mi lado, en mis brazos, tumbada junto a mí. Ven conmigo amor. Mañana nos vemos, sí o sí. Te echo de menos. Te quiero.

Con la vista ya borrosa, lee le mensaje una decena de veces. Lo ama, está segura. ¿Cómo ha podido dudarlo?

Finalmente, cierra los ojos y plácidamente se queda dormida.

Mañana será un día lleno de emociones.

Capítulo 39

A la mañana siguiente, un día de marzo, en un lugar alejado de la ciudad.

Se quedó dormido con el móvil sobre el pecho esperando una respuesta que no llegó.

Paula no le devolvió el último mensaje. No parece que le haya entusiasmado demasiado la idea de repetir lo de los cuadernillos. La magia de anoche ha desaparecido.

Sentado en el asiento del copiloto de aquel Ford Focus negro, Álex revisa constantemente su teléfono, cada vez con menos esperanzas de recibir un SMS de Paula.

Suena todo
, de Pereza, en la radio del coche. Irene, mientras conduce, tararea bajito el estribillo. Está satisfecha. Hoy no ha tenido que usar demasiadas artimañas para convencer a su hermanastro de que vaya con ella. Le ha preguntado si lo llevaba a la ciudad y, para su sorpresa, le ha contestado tranquilamente que sí. Incluso se ha tomado un café juntos en el camino. Es un paso adelante.

De vez en cuando mira de reojo a Álex. Parece distraído. Tiene la vista fija en la carretera, pero a cada minuto examina el móvil.

—¿Esperas alguna llamada? —le pregunta, curiosa.

—¿Una llamada?

—Sí. No paras de mirar el móvil.

—Ah, eso. Es por la hora. Lo que mira es el reloj —miente.

Irene no le cree, pero no quiere insistir. Debe aprovechar la tregua que hay entre ambos esta mañana. Es un buen momento para profundizar en su relación.

—¿Nos echas de menos?

—¿Cómo?

—Que si nos echas de menos.

—¿A quiénes?

—Pues a quiénes va a ser, a mi mamá y a mí. Hemos pasado mucho tiempo viviendo juntos.

—Uno se acostumbra a vivir solo. No está tan mal.

—Ya. Pero ¿ni un poquito de nada? —dice sonriendo.

—Tú ya sabes que tu madre y yo nunca nos hemos llevado bien.

—Sí, esa es una batalla perdida.

—Perdida y acabada.

—Ya. —La chica guarda silencio. Sopesa si debe insistir con la pregunta para averiguar lo que realmente le interesa. Por fin se decide—. ¿Y a mí? ¿No me echas de menos a mí?

Álex no la mira. No puede ver los ojos brillantes de Irene que por un instante se han apartado de la carretera, buscando los preciosos ojos de su hermanastro.

—Tú estás aquí ahora. No puedo echarte de menos.

—¡Venga ya! —exclama—. Esa respuesta no vale.

—¿Quién dice que no valga?

—Pues yo. ¿De verdad que nunca te has acordado de mí en todo este tiempo en que no nos hemos visto?

La chica vuelve a mirarle apartando la vista del tráfico. Esta vez Álex se gira a su izquierda y se encuentra con su mirada.

—No quites los ojos de la carretera, Irene —protesta, sonrojándose.

—Tranquilo, soy una buena conductora.

—No lo dudo. Pero, si no miras hacia adelante, podemos tener un accidente.

Irene no dice nada y devuelve su atención a la carretera.

—¿Por qué eres tan frío conmigo? —Pregunta de repente.

—¿Qué?

—Venga, no te hagas el tonto. Eres muy arisco conmigo. De pequeños éramos uña y carne. Y de pronto, un día, me detestas.

—Yo no te detesto.

—Pues disimulas muy mal.

No hay coches delante. Irene acelera por la autovía. En un segundo pasa de ochenta a ciento veinte. Ciento cuarenta. Ciento sesenta.

—Oye, ¿no vamos muy deprisa? —pregunta preocupado Álex, que mira nervioso el cuentakilómetros del Ford.

—¿Deprisa?

Irene pisa un poco más el acelerador. Ciento setenta.

—¿Quieres dejar de acelerar, por favor?

—No entiendo por qué huyes de mí.

—¿Qué dices?

Ciento ochenta.

—Nada.

La chica disminuye la velocidad de golpe y enseguida el coche vuelve a circular a cien. Ochenta. Álex respira. Irene sonríe como si nada hubiera pasado, como si aquella conversación no hubiese tenido lugar.

Ahora no se habla. Ella, alegre, tararea canciones. Él, confuso, no entiende nada. ¿Qué ha sido todo aquello?

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