Confirmación (17 page)

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Authors: Aurora Seldon e Isla Marín

Tags: #Erótico

BOOK: Confirmación
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Se había instalado en un pisito de tres ambientes en la avenida Northumberland, muy cerca del Heaven. Era más cómodo que la habitación que solía arrendar durante el verano, pero seguía siendo una vivienda temporal. Richie le le ayudó a decorarlo y juntos eligieron algunos muebles y detalles que le dieran calor de hogar.

—Me gusta —dijo Sasha mirando un enorme cuadro de las estepas rusas que Richie le había obsequiado y que acababa de colgar en el ambiente principal, que usaba como dormitorio, comedor y salón.

—Combina contigo, Tigre. Extenso y misterioso…

—Sí, claro. Tú y Tommy os pasáis comparándome con cualquier cosa.

Richie terminó de colocar las fotografías de Sasha en la mesita lacada que habían comprado. Había muchas y pronto sería necesario ponerlas en otra parte.

—Te gusta coleccionar fotos —observó.

—Sí —dijo Sasha, abrazándolo por detrás—. Aquí están las personas que más me importan: Tommy, tú, los Andrew. Las tenía en la mesa de noche, pero creo que en esta mesa lucen mejor. Me gusta mirarlas cuando me siento solo.

Richie sonrió imaginándolo mirar sus fotografías antes de irse a dormir. Era sin duda un rasgo tierno, aunque esa palabra fuera difícil de asociar con Sasha.

—Bien, creo que terminamos —dijo avanzando hacia el centro de la habitación. Un retrato de Anastasia, (hecho a lápiz por un pintor ambulante de Regent Street), dominaba la estancia y un sofá cama, algunas sillas y un escritorio completaban el conjunto.

—Yo creo que no —dijo Sasha en tono travieso.

—¿Qué falta?

—No hemos probado la cama. —Y con esas palabras, lo empujó hacia el sofá.

3

El enorme vestíbulo tenuemente iluminado de Sherbrook Wood, la finca del tío Joseph, le parecía a Tommy una seductora mezcla de museo de arte y hotel de lujo.

Podía entender por qué su tío prefería ésa entre todas sus propiedades y también entendía su resistencia a recibir visitas. Era como su paraíso privado, rodeado de las cosas que él más apreciaba.

—El señor lo espera en el salón. Por aquí, por favor.

Caminó en pos de Horbury, el mayordomo de su tío desde que tenía memoria. Él y su esposa dirigían la casa con eficiencia y querían sinceramente al tío Joseph.

—¿Y cómo ha estado mi tío? —quiso saber, intrigado por esa llamada urgente pidiéndole visitarlo unos días.

—Oh, pues como siempre, señor. Acaba de llegar de Italia y pilló un resfriado que no se le ha curado como debiera, pero él insiste en que no pasa nada. Ya sabe usted cómo es.

—Sí, entiendo.

Tío Joseph lo esperaba en uno de los salones, cómodamente instalado en un sillón.

—Tommy, querido muchacho —dijo apenas lo vio.

—Tío Joseph, cuánto me alegro de verte. ¿Cómo te encuentras? —preguntó mientras lo miraba intensamente, chequeándolo.

—No tan mal como otros quisieran —gruñó su tío—. Pero vamos, siéntate y cuéntame cómo está nuestra encantadora familia. ¿Te están tratando bien?

—Bueno, como siempre, para qué mentir. Andan emocionados con la boda de la prima Beth y ese tipo que es un pariente lejano de los Rothschild. Lo tratan como si fuera el príncipe Carlos y a mí me parece que es un vividor. Pero bueno, ya sabes cómo son… las apariencias con todo.

—Bah, déjalos. Beth siempre tuvo un gusto deplorable para los novios. —Hizo un vago gesto con la mano—. Pero cuéntame cómo estás tú. ¿Vas a quedarte en la residencia universitaria?

—Sí, mis padres no consideran adecuado darme dinero para tener una vivienda propia. Pero vamos, que me da igual. Con tal de estar lejos de ellos hasta debajo de un puente si fuera necesario —bromeó con una pícara risilla.

—Ah, Tommy, Tommy —Tío Joseph comenzó a levantarse, apoyándose en su bastón—. Supongo que si tú estás contento, estará bien. Pero hay cosas en las que ni siquiera Stephen puede contradecirme. Ven, acompaña a tu tío.

Avanzaron por la casa bellamente decorada, hasta llegar a la puerta vidriera que conducía hacia uno de los patios traseros. La cortina estaba corrida y tío Joseph se abrió paso por ella para abrir la puerta.

—Listo, ven y mira esta belleza.

—¡Oh, Dios mío! ¿Es el Aston Martin V8? ¿El de James Bond? Es precioso, tío Joseph. Te ha tenido que costar una pasta, éste en especial, que es edición limitada. —Señaló la pequeña chapita que así lo atestiguaba, mientras giraba alrededor del coche aguantando se las ganas de comenzar a sobarlo por todos lados.

—Te gusta, ¿eh? ¿Quieres probarlo? Las llaves están puestas, ve a dar una vuelta.

—No sé… no me gustaría estropeártelo. No he tenido mucha oportunidad de practicar desde que saqué el carnet —dijo Tommy sin dejar de mirar el coche con ansiedad. Era obvio que estaba deseando conducirlo.

—¿Estropeármelo? —Tío Joseph rió con ganas—. Oh, vamos, el coche es tuyo. Debí dártelo en tu cumpleaños, pero Stephen no me dejó.

—¿Qué? ¿Mío? San Jorge bendito… —Se dejó caer sentado en capó del coche—. Es increíble, tío… ¡Muchas, muchas, muchísimas gracias! —añadió abrazando al anciano—. Jamás me imaginé teniendo un coche así. Incluso cuando saqué el carnet pensé que tal vez no me iba a servir para nada en muchos años. Mi padre me dejó claro que no me iba a comprar uno. ¡Dios, no sé cómo agradecértelo! —Volvió a abrazarlo.

—Sacándole todo el provecho posible, en primer lugar. Un universitario debe tener un buen coche, ya sabes. Es fundamental cuando se quiere ligar. Mi primera esposa Rosalie se enamoró de mi coche. Era un Bentley del 48, enorme y confortable. Oíamos a Bing Crosby cuando… Ah, qué tiempos.

Tommy sonrió. Normalmente le gustaba oír al tío Joseph divagar sobre sus vivencias de juventud, pero estaba demasiado entusiasmado con el coche. Dio un par de vueltas con su tío de copiloto mientras oían
I want to break free
y era así como se sentía: libre e invencible. Sólo faltaba que Sasha estuviera a su lado.

Apagó el motor y sonrió a su tío.

—De verdad, muchas gracias. Volvamos dentro, está haciendo fresco. —Bajó y ayudó al anciano—. Ya lo seguiré probando luego. Pienso sacarle muchísimo provecho.

—Eso es. Vamos a la biblioteca, tomaremos el té allí.

La biblioteca era el gran atractivo de la casa. Tenía dos pisos, con una galería en forma de arco en el segundo nivel. Las paredes que no estaban cubiertas de estanterías tenían cuadros. Un retrato enorme del tío Joseph lo dominaba todo.

En medio del piso de mármol había una elegante mesita con el té servido y el anciano se dirigió allí.

—Me encanta esta habitación. Los libros la hacen acogedora, pero los cuadros la hacen interesante. Son todos tan originales. —Tommy miró varios de ellos, unas señoritas en un picnic en el campo con ropa de época, un caballero medieval con montura, armadura y todo, un paisaje en acuarela que tenía toda la pinta de ser oriental y un desnudo masculino—. Algunos muy peculiares —añadió, señalándolo.

Era un hombre moreno tumbado boca abajo en una cama de sábanas blancas, que no le tapaban nada, bañado por la luz del sol. La perspectiva era desde un poco más arriba del punto donde se encontraba el hombre y se podía observar perfectamente el trasero y los contornos de la figura. Era un cuadro que siempre le había fascinado: el hombre del cuadro había sido representado con mucho amor y resultaba hermoso y emotivo a la vista.

—¿Te gusta ese cuadro en particular? —preguntó tío Joseph sin asomo de malicia.

—Sí, siempre me ha gustado. Aunque es un desnudo no siento que escandalice, al contrario. Es cálido… Me da una sensación de ternura. No sé… —Se quedó mirando el cuadro, pensativo.

—¿Sabes que me costó mucho conseguirlo? Su autor es James Clarendon, un pintor americano de los años treinta que se hizo famoso con esta clase de pinturas. Representa a su amante y quizá por eso jamás fue puesto en venta. A la muerte de Clarendon, fue legado a lady Megan Rostombury, y cuando ella murió, lo compré en una subasta.

—¿Eran dos hombres? —preguntó curioso. Le habría gustado saber cómo era la homosexualidad en aquella época.

—Sí, desde luego —expresó tío Joseph—. Y bastante atrevidos, debo decir. La sociedad de esa época era casi tan hipócrita como ahora y la homosexualidad se asociaba a trastornos mentales. Clarendon fue un revolucionario… Contaba con la protección de lord Rostombury y quizá por ello fue tan audaz. Dos de sus cuadros están en la Galería Tate y representan desnudos masculinos.

—Me gustaría verlos. Tengo que ir un día cuando ya esté instalado en la universidad. —Siguió mirando el cuadro—. Me gusta como pinta. Casi… casi parece estar ahí.

El tío Joseph sonrió observando atentamente a su sobrino. Nunca lo había visto especialmente interesado en el arte y adivinó el significado subyacente del cuadro. Por eso dijo simplemente:

—Si tanto te gusta el cuadro, puedes quedártelo.

—¡Oh, no…! No puedo, tío. Me acabas de regalar un coche carísimo. No puedo aceptar el cuadro, más aun sabiendo lo que te costó conseguirlo. Además… —Sonrió y le hizo un guiño—. No tengo donde colgarlo, no me imagino poniéndolo en mi cuarto en la mansión de mis padres. A mi madre le daría algo.

—Ya sé, ya sé. Pero me encantaría ver la cara de Christine. De todos modos el cuadro es tuyo —dijo sin admitir réplica—. Ya te lo guardaré hasta que tengas un lugar dónde colgarlo sin escandalizar a nadie. Tengo que ponerlo en mi testamento. —Y comenzó a frotarse las manos mientras reía, como si tuviera un muy particular secreto.

—Espero que no tengamos que llegar a eso del testamento. Espero que me lo traigas a mi propio hogar y que me ayudes a elegir dónde colgarlo. —Tommy sonrió con calidez, sin querer discutir nada con su tío favorito y no pensar en testamentos. No le gustaba la idea de que quizá su tío no estaría a su lado en un futuro cercano.

4

—¿Mucho trabajo? —preguntó Angel al ver a Sasha concentrado en el computador y con un enorme montón de archivos sobre el escritorio.

—Un poco, sí. Déjame imprimir un par de cosas y nos vamos.

Desde que Angel había vuelto al trabajo hacía un par de semanas, se había hecho costumbre almorzar en la guardería del laboratorio con el pequeño Ariel, que ya tenía dos años. Alex solía acompañarlos cuando estaba libre, pero la mayoría de las veces no era así.

—¿Qué estás haciendo? —Angel se sentó frente a él y hojeó uno de los archivos.

—Reviso unos datos que no están en el nuevo sistema. Cuando lo compraron no incluyeron la información antigua y siempre se necesita analizarla. Pedí a los de Cómputo que la cargaran, pero no es exacta. Estoy encontrando las inconsistencias para que puedan revisarlas.

—¿Y eso para qué?

—El nuevo sistema ofrece proyecciones pero el antiguo no. Cuando hacemos análisis, utilizamos datos del sistema nuevo y del antiguo y Cómputo demora mucho en darnos un reporte consolidado que no siempre es correcto. Alex usa esos reportes para muchas decisiones administrativas…

Angel frunció el ceño. Sasha solía encontrar ese tipo de cosas. Problemas aparentemente triviales con los que el personal del laboratorio se había acostumbrado a vivir porque eran parte del día a día, pero que, vistos desde otra perspectiva, simplemente generaban ineficiencia.

—¿Se lo has dicho a Alex?

—Todavía no. Está preocupado con las pruebas del Angerix-B y no quiero distraerlo con algo tan trivial.

Eso era típico de Sasha. Había asumido la idea de que Alex debía ocuparse más de la gestión corporativa, y él se encargaría de los problemas domésticos.

—Ya. Espero que esas pruebas no fallen. Se ha invertido mucho en esa vacuna.

Sasha la observó por unos momentos. La maternidad había redondeado sus formas y dulcificado su rostro. Era mucho más bella así y sabía que no era el único en notarlo.

—¿Y cómo te va con «el Toro»? —preguntó por fin.

—Como siempre. Se insinúa pero mantiene su línea. No dice nada abiertamente y yo lo ignoro.

—Mejor para él. Ayer en la junta estuvo muy callado cuando Alex anunció que el Angerix-B se retrasaría unos meses.

—Es un desastre, pero no se podía prever. ¿Quién iba a imaginar que Barbara Elion sufriría un colapso? —Hubo una larga pausa y Angel preguntó—: ¿Has hablado con Tommy?

El rostro de Sasha se endureció un poco. Tommy había llamado a todo el mundo para contarles de su regalo, aunque había dicho también que seguramente su padre no lo dejaría llevarlo a Londres.

—Anoche. Sigue emocionado con el auto.

—No es para menos. Ese tío suyo es todo un personaje… Alex dice que es muy divertido.

—Seguro que lo es. Siempre está pendiente de él y le hace regalos costosos, pero esto es... —No terminó la frase.

—¿Es malo?

—No, no es malo. Es que Tommy…

—¿Crees que Tommy no se lo merece?

—¡Claro que no! Tommy merece lo mejor.

—¿Entonces qué pasa? No te noto feliz.

Sasha luchó unos momentos con sus sentimientos. Miró la pantalla del computador, como si los números que allí veía pudieran darle las respuestas. Sin mirar a Angel, dijo en voz baja:

—No he podido evitar pensar en lo distintos que somos Tommy y yo. Que su familia tiene mucho dinero y que yo todavía no tengo nada. Estaba deseando que viera mi apartamento, pensaba sorprenderlo y él de pronto sale con ese coche tan caro y... —«Es algo que yo no puedo darle».

Angel sonrió dulcemente.

—Lo entiendo, claro que sí. Me pasaba con Alex al inicio... Pensaba que todo lo que yo pudiera darle sería poco, porque Alex siempre daría más...

—¿Y qué pasó?

—Me di cuenta de que Alex no valora lo material porque siempre lo ha tenido y me concentré en las cosas que hacían única nuestra relación... Pero claro, lo nuestro era un noviazgo, no una amistad.

Sasha apartó la vista del computador y miró a Angel con intensidad. No había atisbo de malicia en su afirmación y meditó en esas palabras. Tommy era como Alex, no solía darle mucho valor a lo material, lo había dicho muchas veces.

Sólo esperaba que el famoso coche no cambiara su manera de pensar.

5

Tommy despertó sintiéndose desorientado por un momento. Las luces y la música del Heaven seguían en su mente y los recuerdos borrosos fueron dibujándose: su aparición a bordo de su auto, el asombro de Sasha y Richie, la sensación de ser el dueño del mundo mientras bajaba, con todas las miradas fijas en él.

Y todo gracias a su tío Joseph.

Había vuelto a Londres con Stephen la última semana de agosto, para instalarse en la residencia universitaria del Leithold College de la Universidad de Kingston. El lóbrego edificio no le transmitía calidez, pero su dormitorio estaba bien situado. Su padre se había ocupado de eso.

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