Dinamita (14 page)

Read Dinamita Online

Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, Policiaco

BOOK: Dinamita
5.27Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Has encontrado algo interesante? —preguntó Berit a su espalda.

Anmka se levantó del borde de la mesa.

—¡Menos mal que has vuelto! No, nada especial, bueno, quizá. Furhage despidió a una joven por tener una relación con un jefe. Puede estar bien saberlo… ¿Tú qué has conseguido?

—Bastante. ¿Quieres que lo analicemos rápidamente?

—Esperemos a Patrik —respondió Annika.

—¡Aquí estoy! —voceó a lo lejos desde la redacción—. Sólo voy…

—Vayamos a mi despacho —anunció Annika.

Berit se fue con el abrigo y lo colgó en su despacho. Luego se sentó en el viejo sofá de Annika con sus apuntes y una taza de plástico de café de máquina.

—He intentado reconstruir las últimas horas de Christina Furhage. El comité organizador de los Juegos Olímpicos tuvo el viernes por la noche una fiesta en un bar de Kungsholmen. Christina estuvo hasta medianoche. He estado ahí y he hablado con el personal y también he hablado a solas con Evert Danielsson, el jefe del comité.

—¡Qué bien! —exclamó Annika—. ¿Qué hizo ella?

—Llegó tarde al bar, después de las diez. Los otros ya habían cenado: bufé de Navidad. Bufé de Navidad básico, en concreto. Se fue con otra mujer, Helena Starke, justo antes de las doce. Luego ya nadie la volvió a ver.

—La explosión fue a las tres y diecisiete, una laguna de tres horas —comentó Annika—. ¿Qué dice esa tal Helena Starke?

—No lo sé, tiene un número de teléfono secreto. Está empadronada en Söder, no he tenido tiempo de ir allí.

—Starke, está bien, tenemos que conseguirla —dijo Annika—. ¿Algo más? ¿Qué hizo Furhage antes de ir al bar?

—Danielsson cree que se quedó trabajando en la oficina, pero no está seguro. Según parece solía hacer largas jornadas laborales, catorce, quince horas era lo normal.

—Supermujer —murmuró Annika y pensó en las alabanzas del marido por su trabajo en casa.

—¿Quién haceThe Furhage Story?—preguntó Berit.

—Alguno de los estilistas de la central. He estado con la familia, no dio para mucho. Gente rara…

—¿En qué sentido?

Annika meditó.

—El marido, Bertil, era viejo y gris. Estaba bastante desconcertado. Me pareció que admiraba a su mujer más de lo que la amaba. La hija llegó, chilló, lloró y dijo que estaba contenta de que su madre estuviera muerta.

—¡Vaya! —dijo Berit.

—¿Qué tal? —preguntó Patrik y entró por la puerta.

—¡Muy bien! ¿Y a ti cómo te va? —inquirió Annika.

—Bien, esto va estar francamente bien —respondió y se sentó junto a Berit—. Hasta el momento la policía ha encontrado ciento veintisiete pedazos de Christina Furhage.

Tanto Berit como Annika hicieron muecas incontroladas.

—¡Joder, qué asco! ¡Eso no lo puedes usar! —dijo Annika.

El joven reportero sonrió imperturbable.

—Han encontrado sangre y dientes hasta en la puerta principal, es decir, en un radio de unos cien metros.

—Eres tan desagradable que dan ganas de vomitar. ¿No sabes algo peor? —preguntó Annika.

—Todavía no saben, o no lo quieren contar, lo que el Dinamitero utilizó para hacerla picadillo.

—¿Quéstoryestás haciendo, entonces?

—He hablado con un buen policía sobre la persecución del asesino. Puedo escribir eso.

—Okey—dijo Annika—. Yo puedo añadir algo más. ¿Qué sabes tú?

Patrik se inclinó hacia adelante, sus ojos brillaban.

—La policía está buscando el maletín personal de Christina Furhage. Saben que tenía un ordenador portátil en un maletín el viernes por la noche; una chica del comité lo vio. Pero el ordenador ha desaparecido, no estaba entre los otros restos del estadio. Creen que el asesino se lo llevó.

—¿No pudo destruirse con la explosión? —preguntó Berit.

—No, totalmente descartado, por lo menos según mi fuente —comunicó Patrik—. El ordenador ha desaparecido, y de momento es la mejor pista.

—¿Algo más? —interrogó Annika.

—Están pensando emitir una orden de busca y captura contra Tigern a través de Interpol.

—No ha sido Tigern —informó Annika—. Fue un trabajo desde dentro, la policía está segura de eso.

—¿Cómo lo pueden saber? —dijo Patrik sorprendido.

Annika pensó en su promesa de no decir nada sobre los códigos de las alarmas.

—Créeme, tengo una buena fuente. ¿Algo más?

—He hablado con los empleados del comité organizador de los Juegos Olímpicos. Están conmocionados. Parece ser que Christina Furhage era una especie de Dios para ellos. Todos lloraban, incluso Evert Danielsson. Lo oí a través de la puerta. No se imaginan cómo van a poder seguir sin ella. Aparentemente poseía todas las cualidades que puede tener una persona en la tierra.

—¿Por qué te sorprendes? —preguntó Berit—. ¿No puede una persona de mediana edad ser querida y apreciada?

—Por supuesto, pero hasta ese punto…

—Christina Furhage hizo una carrera increíble, y superó el trabajo como jefa de los Juegos Olímpicos con nota. Si una mujer puede llevar acabo un proyecto de esta magnitud de principio a fin, entonces puedes estar seguro de que es algo fuera de lo normal. Veintiocho campeonatos mundiales al mismo tiempo, eso es lo que son unos Juegos Olímpicos —dijo Berit.

—¿Sus hazañas tienen que ser especialmente importantes por ser mujer? —inquirió Patrik con sorna, y Berit se enfadó de verdad.

—¡Por favor, jovencito! A ver si crecemos.

Patrik se levantó: un metro noventa en calcetines.

—¿Qué coño quieres decir?

—Oye, oye, vamos —dijo Annika e intentó parecer tranquila y controlada—. Siéntate, Patrik, tú eres hombre y no necesitas meterte en el fenómeno de la opresión de la mujer. Por supuesto, es más difícil para una mujer que para un hombre estar en el puesto de jefe de unos Juegos Olímpicos, lo mismo que sería más difícil para un sordomudo que para una persona sana. Ser mujer es igual que ser una imperfección ambulante. ¿Tienes algo más?

Patrik se había sentado, pero todavía estaba enfadado.

—¿Qué es eso de la imperfección ambulante? ¿Qué clase de jodido discurso feminista es éste?

—¿Tienes algo más?

Hojeó sus anotaciones.

—La persecución del Dinamitero, el comité de los Juegos Olímpicos conmocionado, no, eso es todo lo que tengo.

—Okey,Berit hace el último día de Christina Furhage, yo hago la familia y añado algo a la caza del asesino. ¿Listos?

Se separaron sin decir nada más. «Empezamos a estar agotados», pensó Annika y puso el
Eko
de las seis menos cuarto. Los titulares, era previsible, giraban en torno a las consecuencias de la muerte de Christina Furhage, la mujer más poderosa y conocida de Suecia. Abría con comentarios sobre su vida y obra, y continuaba con las consecuencias para los Juegos y el deporte. Samaranch efectivamente negó sus declaraciones en elKonkurrenten.Después de once minutos se informaba de que Furhage había sido asesinada. Así actuaban enDagens
Eko
, primero lo general e impersonal, luego —si es que ocurría— lo desagradable y lo escandaloso. Si
Eko
cubría un asesinato, casi siempre se concentraba en alguna argucia legal, nunca en la víctima, la familia o el asesino. Sin embargo podían emitir diecisiete reportajes sobre el aparato que investigaba el cerebro del asesino: eso era científico y bonito. Annika suspiró. De pasada mencionaron, superficialmente, sus datos del periódico del día anterior sobre la amenaza y la protección en el padrón. Apagó la radio y recogió su material para la reunión de redacción en el despacho del director. Se dirigió allí con una desagradable sensación en el estómago. Ingvar Johansson se había comportado de una forma muy extraña todo el día, había estado quisquilloso y cortante. Comprendía que había hecho algo mal pero no sabía qué. Ahora no se le veía.

Anders Schyman hablaba por teléfono. Parecía como si al otro lado de la línea hubiese un niño. El de Foto Pelle ya estaba sentado en la mesa de conferencias con sus largas listas; ella prefirió sentarse junto a la ventana y mirar fijamente su propio reflejo. Si colocaba la mano haciendo visera a la luz de la habitación y se colocaba muy cerca del cristal aparecía la imagen de detrás. Afuera la oscuridad era densa y pesada. Las farolas de luz amarilla de la embajada rusa flotaban como pequeños puntos dorados sobre islas de oscuridad. Hasta este pequeño pedazo de tierra rusa era sombrío y fatídico. Tiritó a causa del frío que entraba por la ventana.

—Alies gut?5—dijo Jansson, el alegre jefe de noche detrás de ella, y vertió un poco de café sobre la alfombra del director—. Ultima noche con la pandilla, luego tengo vacaciones… ¿Dónde está Johansson?

—Aquí. ¿Comenzamos?

Annika se sentó a la mesa y notó que Ingvar iba a tomar el mando. ¡Así que era eso! Había hablado demasiado en la reunión de ayer.

—Sí, comencemos —respondió Anders Schyman y colgó el teléfono—. ¿Qué tenemos y con qué abrimos?

—Yo pienso que podemos titular con el artículo de Nils Langeby. La policía está segura de que es una acción terrorista. Están buscando a un grupo terrorista extranjero.

Annika se quedó estupefacta.

—¿Qué dices? —dijo indignada—. ¿Está Nils hoy aquí? Ni siquiera lo sabía. ¿Quién le ha llamado?

—No lo sé —contestó Ingvar Johansson irritado—. Supuse que tú lo habías hecho, tú eres su jefa.

—¿De dónde ha sacado eso de «una acción terrorista»? —preguntó Annika y sintió que apenas podía controlar la voz.

—¿Por qué exiges que muestre sus fuentes? Tú nunca lo haces —respondió Ingvar Johansson.

Annika notó que su rostro cambiaba de color. Todos los que estaban alrededor de la mesa la miraron expectantes. De repente fue consciente de que todos eran hombres menos ella.

—Tenemos que sincronizar nuestro trabajo —dijo con un hilo de voz—. Yo tengo datos totalmente opuestos. No era una acción terrorista, sino que la explosión iba dirigida personalmente contra Christina.

—¿De qué manera? —indagó Ingvar Johansson y Annika supo que la habían pillado. Podía revelar lo que sabía, y entonces tanto Jansson como Ingvar Johansson pedirían que escribiese un artículo sobre los códigos de las alarmas. No existía un redactor jefe que aceptase retener un artículo tan bueno. La alternativa era cerrar la boca, y eso no podía hacerlo. Entonces la harían papilla. Eligió rápidamente una tercera alternativa.

—Llamaré y hablaré con mi fuente una vez más —informó.

Anders Schyman la observó pensativo.

—Esperaremos antes de decidir sobre la pista terrorista. Continuemos.

Annika esperó en silencio a que Ingvar Johansson continuara. Lo hizo encantado.

—Vamos a hacer un suplemento: «Así recordamos a Christina». Su vida en texto y fotos. Tenemos cantidad de buenos comentarios: el rey, La Casa Blanca, el gobierno, Samaranch, muchas estrellas del deporte, famosos de la televisión. Todos quieren homenajearla. Será fuerte e imponente…

—¿Qué pasa con el suplemento deportivo? —preguntó con precaución Anders Schyman.

Ingvar Johansson dudó un instante.

—Sí, bueno, cogemos esas páginas para hacer el suplemento de recuerdo, dieciséis páginas a cuatro tintas, y el deporte lo dejamos en las páginas enfrentadas habituales.

—¿A cuatro tintas? —dijo Anders Schyman pensativo—. Pero eso quiere decir que hemos quitado muchas páginas en color del periódico habitual para pasarlas al suplemento. El resto del periódico quedará muy gris, ¿no?

Ahora Ingvar Johansson casi enrojece.

—Sí, e… así es.

—¿Cómo es que no he sido informado de este proyecto? —preguntó Anders Schyman con calma—. He estado aquí prácticamente todo el día. Podías haber venido en cualquier momento y discutirlo.

El redactor jefe quería desaparecer.

—No puedo darte ninguna razón. Todo ha ido muy deprisa.

—Qué pena —respondió Schyman—. Pues no vamos a tener ningún suplemento a cuatro tintas de Christina Furhage. No era tan querida como para hacerlo. Era una directora de empresa elitista, si bien es cierto que era muy admirada en ciertos sectores, pero no era ni de la familia real, ni un personaje político, ni una famosa de la televisión. Haremos en cambio una separata especial de recuerdo dentro del periódico. Olvídate del suplemento y aumenta el número de páginas en la edición. Supongo que la sección de deportes no habrá hecho ningún suplemento.

Ingvar Johansson miraba fijamente al suelo.

—¿Qué más tenemos?

Nadie dijo nada. Annika esperó en silencio. Esto era realmente desagradable.

—¿Bengtzon?

Irguió la espalda y miró sus papeles.

—Berit hace «su último día», yo he visitado a la familia.

—Sí, eso, ¿qué tal fue? —inquirió Schyman.

Annika reflexionó.

—Hay que decir que el hombre estaba algo desconcertado. La hija estaba totalmente descontrolada, a ella no la saco. La pregunta es si publicamos algo. Podemos ser muy criticados por haber hablado con el marido.

—¿Le engañaste para conseguir hablar con él? —preguntó Anders Schyman.

—No, por supuesto que no —respondió Annika.

—¿Se mostró reacio de alguna manera?

—En absoluto. Nos pidió que fuéramos para poder contarnos cosas de Christina. He escrito lo que dijo, no fue mucho. Está en
la lata
.

—¿Tenemos alguna foto? —indagó Schyman.

—Una foto maravillosa que ha sacado Henriksson —informó Pelle Oscarsson—. El viejo está junto a la ventana y las lágrimas brillan en sus párpados. ¡Cojonuda!

Schyman miró inexpresivo al redactor gráfico.

—¡Vaya! Quiero ver esa foto antes de que llegue a la rotativa.

—Por supuesto —dijo Pelle Oscarsson.

—Muy bien —informó Schyman—. Quiero que discutamos otra cosa también y lo mejor es que lo hagamos de una vez.

Se pasó las manos por el pelo de forma que quedó de punta, se estiró para coger una taza de café pero cambió de idea. Annika sintió por alguna razón que el pelo de la nuca se le erizaba. ¿Había cometido otro error?

—Hay un asesino suelto —anunció el director, que sabía latín—. Quiero que seamos conscientes de esto cuando publiquemos fotos y entrevistas con las personas del círculo de Christina Furhage. Casi todos los asesinatos son cometidos por alguien cercano a la víctima. Según parece, en este caso también. El Dinamitero puede ser alguien que quería vengarse de Christina.

Se calló y dejó que la mirada recorriera la mesa. Nadie dijo nada.

Other books

Ghostheart by RJ Ellory
Ogniem i mieczem by Sienkiewicz, Henryk
Murder on Safari by Elspeth Huxley
Constellation Games by Leonard Richardson
When Dreams Cross by Terri Blackstock
Second Violin by Lawton, John
Dark Before Dawn by Stacy Juba
Joshua Dread by Lee Bacon
Jarrett by Kathi S. Barton