Entraron en una habitación llena de monitores de televisión, cintas beta, mesa de mezclas, paneles de control y cables. La habitación era algo más grande que las pequeñas cabinas de control de las redacciones de noticias de televisión. Aquí había hasta un sofá, dos sillones y una mesa en la esquina. En una silla de oficina, frente a la gran mesa de control estaba el editor, un chico joven que se encargaba de la parte técnica del programa, y miraba fijamente una pantalla de televisión donde las imágenes pasaban sin parar. Annika le saludó y se sentó en uno de los sillones.
—Pasa la cinta —pidió Anne y se recostó en el sofá.
El chico cogió una cinta beta y la metió en uno de los aparatos reproductores. Una imagen flameó en el monitor más grande y apareció un reloj con la cuenta atrás. Luego surgió la carátula del programa de Año Nuevo y el conocido presentador entró en el plató bajo los aplausos del público. Presentaba el programa, que trataría de un político que había vomitado en la zona de servicios del Café de la Opera, el divorcio más famoso del año, meteduras de pata en la televisión y otras cosas.
—Okey,baja el sonido —pidió Anne—. ¿Qué te parece? ¿Bien, no?
Annika asintió y sorbió un trago de
glögg
. Estaba bastante fuerte.
—¿Conoces a una tal Helena Starke? —preguntó
Anne acabó la galleta y pensó.
—Starke… me suena mucho. ¿Qué hace?
—Trabaja en el comité de los Juegos Olímpicos con Christina Furhage. Vive en Söder, tiene cerca de cuarenta años, pelo negro corto…
—Helena Starke, sí, ¡ya sé! Es una activa lesbiana, un marimacho.
Annika miró escéptica a su amiga.
—¡Venga ya! ¿Qué es eso de marimacho?
—Trabaja activamente en el RFSL, escribe artículos de debate y cosas de ésas. Intenta acabar con la imagen delicada que tienen las lesbianas; suele escribir despectivamente sobre el sexo suave, «normal», por ejemplo.
—¿Cómo lo sabes?
Ahora fue Anne Snapphane quien la miró con escepticismo.
—Por favor, ¿qué crees que hago durante todo el día? No existe un loco en este país de quien no tenga su número de teléfono. ¿Cómo crees que hacemos los programas?
Annika arqueó las cejas en actitud de disculpa y apuró su
glögg
.
—¿Estuvo Starke en elSofá?
—No, no había manera. Ahora que lo pienso, creo que lo intentamos bastantes veces. Ella reconocía su sexualidad, dijo, pero no pensaba dejarse explotar.
—Una chica inteligente —dijo Annika.
Anne Snapphane suspiró.
—Es una suerte que no todas piensen como tú, pues si no, no habríaSofá de mujer.¿Más
glögg
?
—No, ahora tengo que volver al nido de serpientes. Se estarán preguntando adónde ha ido el conejo.
La tarde de Anders Schyman había sido interesante. Había tenido una reunión con dos representantes del departamento de mercadotecnia. Dos economistas cuya tarea era meterse donde no debían. Ambos habían descartado su apuesta por el periodismo cualificado, de investigación, social. El analista había mostrado sus gastos generales con montones de diagramas y porcentajes con comparaciones, día a día, los tres grandes periódicos de la tarde.
—Aquí, por ejemplo, elKonkurrentenvendió exactamente 43.512 ejemplares más que el
Kvällspressen
—informó y señaló una fecha a comienzos de diciembre—. Los titulares serios que teníamos justo aquel día no pudieron con la competencia.
El experto en cifras estaba de acuerdo.
—La apuesta sobre asuntos serios que se hizo a comienzos de diciembre no ha prosperado. No crecemos en relación con el año pasado. Además, has utilizado medios que estaban presupuestados para otras partidas.
Anders Schyman había estado moviendo un bolígrafo mientras los economistas hablaban, y cuando acabaron dijo reflexivamente:
—Sí, hay algo de cierto en lo que decís, por supuesto. Con respecto a esa fecha en particular, ahora podemos constatar que ese titular no fue especialmente acertado, pero debemos hacernos una pregunta: ¿qué alternativa teníamos? La exclusiva de que el presupuesto de defensa había sido superado no era para arrasar en los kioscos, pero fue una noticia propia y otros medios lo reconocieron. Ese mismo día elKonkurrententenía un suplemento con regalos de Navidad baratos y además una famosa de la televisión que hablaba de sus problemas de alimentación. Si nos referimos a la tirada, es difícil ganar en días concretos.
El director se levantó y se dirigió a la ventana que daba a la embajada rusa. Afuera estaba todo gris.
—El comienzo del pasado mes de diciembre fue bastante dramático —continuó—. Un avión de pasajeros se estrelló al aterrizar en Bromma, nuestro mejor futbolista conducía borracho y fue expulsado de su club, una estrella de televisión fue condenada por violación. Nuestros éxitos de ventas en diciembre del año pasado fueron extraordinarios. Que hayamos vendido un poco menos este año no es ningún fracaso, al contrario. A pesar de apostar fuerte en investigación de noticias propias hemos igualado y mejorado los resultados del año pasado. Perder la carrera un día concreto con elKonkurrentenno significa que nuestras investigaciones sobre la Administración sean erróneas. Creo que es un poco pronto para sacar conclusiones.
—Nuestra economía se basa en el éxito de ventas en días concretos —recordó secamente el experto en cifras.
—De una manera superficial, sí, pero no a la larga —dijo Anders Schyman y se volvió hacia los hombres—. Ahora tenemos que consolidar nuestro capital de confianza. Esto se ha descuidado durante mucho tiempo. Debemos tener titulares que vendan tanto como las rubias pechugonas y los accidentes de tráfico, pero la apuesta por la calidad a largo plazo debe continuar.
—Bueno —respondió el experto en cifras—. En realidad se trata de los recursos disponibles.
—O de los que creemos disponer —contestó Schyman—. En cuanto a desviaciones en el presupuesto, tengo toda la confianza del consejo de administración para hacerlo, dentro de ciertos límites; y eso es lo que me parece conveniente.
—Es una cuestión que valdría la pena discutir de nuevo en el orden del día —dijo el experto en cifras.
Anders Schyman suspiró.
—No me hace ninguna gracia volver a discutir esta cuestión —dijo—. Ninguna.
—Debería hacértela —replicó el experto en cifras y agitó las hojas de plástico—. En nuestros datos está la fórmula del verdadero éxito para un periódico de la tarde.
Anders Schyman se acercó al hombre, puso las manos en el reposabrazos de su sillón, se inclinó sobre él y dijo:
—En eso estás completamente equivocado, señor mío. ¿Por qué crees que estoy yo aquí? ¿Por qué no ponemos una pequeña calculadora en esta habitación y nos ahorramos mi sueldo, si lo que hay que combinar es sólo un más o un menos? Los periódicos de la tarde y sus titulares no se hacen con análisis por ordenador y cifras de ventas, se hacen con el corazón. En lugar de venir con este tipo de crítica editorial mal preparada que acabáis de proporcionarme, me gustaría que os concentraseis en puras medidas de mercado. ¿Cuándo vendemos más? ¿Por qué? ¿Podemos mejorar la distribución? ¿Debemos cambiar los horarios de impresión? ¿Podemos ganar tiempo imprimiendo vía satélite en otros lugares? Ya sabéis de qué os hablo.
—Todo eso ya está más que estudiado —respondió secamente el experto en cifras.
—Pues hazlo otra vez, y mejor —dijo Schyman.
Exhaló un suspiro cuando los hombres cerraron la puerta al salir. Estas discusiones, a pesar de todo, eran enriquecedoras. No hubieran podido ocurrir hace diez años. En aquel tiempo, los compartimentos del departamento de marketing y la dirección editorial estaban totalmente separados. La crisis de hacía unos años había derribado todas las murallas, y ahora él consideraba una de sus tareas, por lo menos, construir pequeños puentes entre cifras y palabras. Los tipos del departamento de marketing no debían creer que podían decidir sobre el contenido del material escrito, pero estaba seguro de que sus conocimientos le eran de gran valor para alcanzar el éxito. Sabía perfectamente que la importancia de la estadística de ventas en titulares concretos era muy importante, se pasaba muchas horas a la semana estudiando los análisis de tirada, pero eso no quería decir que el experto en cifras le tuviera que enseñar a hacer su trabajo.
El análisis de la tirada de un periódico de la tarde es un mecanismo extremadamente sensible, que se basa en una cantidad de factores casi infinita. Cada madrugada a las cuatro venía al periódico un analista para calcular la tirada para los millares de puntos de venta de todo el país. Entonces ya estaban programadas en el ordenador todas las variantes posibles: estación, día de la semana, fiestas.
Si llovía, los ejemplares de la playa se llevaban a IKEA.
La gente hacía sus compras los jueves y ese día generalmente compraban el periódico por inercia. Más periódicos para los supermercados. Y si eran las fiestas de Navidad y la gente se desplazaba por las carreteras; entonces era evidente que subían los ejemplares a lo largo de la E4.
Un acontecimiento de importancia en una ciudad pequeña solía generar titulares locales y vendía muy bien. Entonces era preciso que los analistas pensaran algo y que eso no sólo supusiera un aumento del diez por ciento en ventas. Para un kiosco en medio del bosque que normalmente vendía diez ejemplares, eso significa un aumento de un ejemplar. Ahí quizá el aumento debería ser de un cuatrocientos por cien.
El último factor para el análisis de tirada era el relacionado con el titular. Tenía un significado marginal, a no ser que el rey se casara o hubiera un accidente de aviación.
Además del análisis de tirada había otras variables. Si el acontecimiento tenía lugar en Norrland, el analista podía decidir fletar un avión para transportar los periódicos. Había que tener en cuenta la cuestión económica, lo que costaba el avión comparado con las ganancias por el aumento de ventas. Pero también había que contar con el cálculo de cuánto valía un lector desilusionado que elegía elKonkurrenten.En estos casos generalmente ganaba el avión especial.
Anders Schyman se sentó frente al ordenador y entró en la base de datos de TT. Leyó rápidamente todos los telegramas que se habían escrito a lo largo del día. Eran unos doscientos, de deportes, nacionales e internacionales. Esos telegramas eran la base sobre la que, en principio, todas las redacciones de periódicos de Suecia se apoyaban. A partir de TT muchos elaboraban su elección de material nacional e internacional. Aquí se encontraba el fundamento para el flujo de información al lector.
Anders Schyman pensó en la última opinión del experto en cifras. Entonces presentó al Lector, la imagen estándar del Lector medio del
Kvällspressen
. Hombre con gorra, cincuenta y cuatro años, que compra el periódico desde los veintitantos.
Todos los periódicos de la tarde tenían sus auténticos lectores fieles, esos que van hasta el fin del mundo para conseguir su periódico. Eran llamados Piel de Elefante y en el caso del
Kvällspressen
eran una raza en extinción; eso creía Anders Schyman.
La siguiente categoría de lectores era la llamada Lectores Fieles y se componía del grupo que compraba el periódico varias veces a la semana. Si esos Lectores Fieles dejaban de comprar el periódico una vez a la semana, las consecuencias sobre la tirada eran catastróficas. Así había comenzado la crisis hacía dos años. Ahora se buscaban nuevos grupos, de eso estaba seguro Anders Schyman, pero todavía no habían superado al Hombre de la Gorra. Todo era cuestión de tiempo, aunque para ese trabajo necesitaba personas en la dirección que pensaran de una forma nueva. No se podía continuar haciendo el periódico sólo para hombres mayores de cincuenta años. Anders Schyman tenía claro cómo debía actuar para cambiar este estado de cosas.
Annika estaba algo mareada por el vino caliente cuando llegó a la redacción, pero no era una sensación especialmente agradable. Se concentró en caminar derecha y decidida y no habló con nadie al dirigirse a su despacho. El lugar de Eva-Britt Qvist estaba vacío. Ya se había ido a casa, a pesar de tener que trabajar hasta las cinco. Annika tiró el abrigo sobre el sofá y se fue a buscar dos tazas de café. ¿Por qué se tomó ese jodido
glögg
?
Comenzó por telefonear a su fuente; estaba comunicando. Colgó y se dispuso a escribir lo que había descubierto de los hijos de Christina, que uno había muerto y que la hija era una pirómana. Se bebió la primera taza de café y se llevó la otra al ordenador donde realizaba su búsqueda de archivos. En efecto, hacía seis años había ardido una casa de la juventud en Botkyrka. Una niña de catorce años le había prendido fuego; no hubo ningún herido, pero el edificio ardió totalmente. Hasta el momento, el arrebato de Helena Starke era correcto.
Regresó y llamó a su fuente. Esta vez tuvo señal.
—Sé que tienes razón para estar enfadado por lo de los códigos de alarmas —fue lo primero que dijo cuando él contestó.
El hombre del auricular suspiró.
—¿Cómo que enfadado? ¿Enfadado? Has estropeado nuestra mejor pista, ¿por qué tendría que estar enfadado? Sólo estoy desesperado y furioso conmigo mismo y contra mi jodida estupidez por contar las cosas…
Annika cerró los ojos y sintió que el corazón le daba un vuelco. No era el momento de disculpar al maquetista que había puesto un titular que no debía. Ahora sólo debía atacar.
—Pero por favor —reprochó Annika—. ¿Quién se fue de la lengua? Tuve toda la historia y la guardé un día entero por ti. Creo que esto es injusto, caray.
—¿Injusto? ¡Coño, esto es una investigación por asesinato! ¿Crees que es justa?
—Sí, espero por Dios que lo sea —contestó Annika secamente.
El hombre suspiró.
—Okey,venga, discúlpate y acabemos.
Annika respiró hondo.
—Estoy muy cabreada por el titular con las palabras «códigos de alarmas». Como habrás podido ver, no figuraba en ninguna parte del artículo. El maquetista puso el titular por la mañana temprano, sólo quería hacer bien el trabajo.
—Esos maquetistas… —dijo el policía—. Suelen aparecer como una especie de gnomos nocturnos que tienen vida propia. Venga, ¿qué quieres saber ahora?
Annika esbozó una sonrisa.
—¿Habéis interrogado a la hija de Christina, Lena Milander?
—¿Sobre qué?
—Sobre lo que hizo la noche del viernes al sábado.