—¿Por qué preguntas eso?
—He oído que es una pirómana.
—Fobia al fuego —corrigió el hombre—. La piromanía es una patología increíblemente rara. Un pirómano tiene que cumplir cinco categorías especiales que en resumen muestran que la persona está enfermizamente fascinada y excitada tanto por los incendios, como por todo lo relacionado con el fuego, los bomberos, la espuma de los extintores…
—Entonces, fobia al fuego. ¿Lo habéis hecho?
—La hemos controlado, sí.
—¿Y?
—No te puedo decir más.
Annika se calló. Pensó en decir algo sobre el hijo muerto pero decidió no hacerlo. Un niñito de cinco años muerto no tenía nada que ver con esto.
—¿Qué tal va, entonces, con lo de los códigos de alarmas?
—¿Puedo atreverme a hablar de ello?
—¡Venga ya! —dijo Annika.
El hombre resopló.
—Lo estamos investigando —respondió simplemente.
—¿Tenéis algún sospechoso?
—No, todavía no.
—¿Alguna pista?
—Sí, por supuesto que tenemos; ¿qué coño crees que hacemos aquí?
—Okey —respondió Annika y miró sus apuntes—. Se puede decir así: seguís investigando los códigos de alarmas, eso lo puedo escribir, ahora que la información ha salido, ¿o no? Habéis interrogado a unas cuantas personas sin que todavía haya un sospechoso directo, pero tenéis más pistas sobre las que trabajar.
—Más o menos —dijo la fuente.
Annika colgó con un amargo sabor a desilusión en la boca. El idiota que había puesto el titular sobre los códigos de alarmas había estropeado un trabajo de varios años. La confianza se había roto; ahora el
Kvällspressen
ya no sería el primero en recibir la información. Ahora no la habían informado de nada,nada, nothing,la tradicional
bullshit
6Ahora tendría que confiar en sus colaboradores y sus contactos.
En ese mismo momento, Berit y Patrik asomaron la cabeza por la puerta.
—¿Estás ocupada?
—No, entrad. Sentaos, poned mis cosas en el suelo. De todas formas, ya están asquerosas.
—¿Dónde has estado? —preguntó Berit y colgó el sucio abrigo de Annika de un gancho.
—En el barro que rodea al comité de los Juegos Olímpicos. Espero que os haya ido mejor que a mí —dijo fatigada.
Hizo un pequeño resumen de la conversación con su fuente.
—Accidente de trabajo —contestó Berit—. Esas cosas pasan.
Annika suspiró.
—Yes,
entonces sigamos. ¿Qué escribes hoy, Berit?
—Bueno, he hablado con el chófer privado, está bastante bien. Y también he llamado a mi informador, pero pasa algo raro. Nadie quiere decir adónde fue Christina después de la fiesta. Las horas entre la medianoche y las tres y diecisiete son cada vez más misteriosas.
—Okey,tienes dos cosas; «Christina temía a las bombas. Habla el chófer particular», y «Sus últimas horas. Crece el misterio». ¿Patrik?
—Bueno, acabo de llegar, pero he tenido tiempo de hacer unas llamadas. Esta noche Tigern estará en busca y captura en Interpol.
—Vaya —dijo Annika—. ¿En todo el mundo?
—Sí, eso creo. Zona dos, dijeron.
—Eso es Europa —dijeron Berit y Annika a la vez y comenzaron a reír.
—¿Algún país en particular?
—No lo sé —respondió Patrik.
—Bueno, tú te encargarás de lo que ocurra durante la noche —informó Annika—. Yo no tengo mucho de qué escribir, pero me he enterado de unas cuantas sorpresas. ¡Escuchad!
Les habló sobre el primer marido de Christina Furhage, el viejo y riquísimo director, su hijo muerto y la hija pirómana, sobre la devastadora relación amorosa de Evert Danielsson y su incierto futuro, sobre el inesperado arrebato de Helena Starke y que era lesbiana militante.
—¿Por qué remueves esas cosas? —preguntó Patrik escéptico.
Annika le miró con indulgencia.
—Porque, bonito, este tipo de
research
humano es el que al final desemboca en lo mejor del periodismo: causa y efecto, el conocimiento de la persona en particular y su influencia en la sociedad. Lo aprenderás con los años.
Patrik parecía no creerla.
—Yo sólo quiero escribir titulares —respondió.
Annika esbozó una sonrisa.
—Bien. ¿Hemos terminado?
Berit y Patrik se fueron. Ella escuchó el
Eko
antes de ir a la «reunión de las seis», como la gente la llamaba.
Eko
continuó con la noticia del
Elfina Morgontidningen
sobre las minucias jurídicas y a continuación dedicó mucho tiempo a las elecciones parlamentarias de Pakistán. Annika apagó la radio.
Pasó por la cocina y se bebió un gran vaso de agua camino de la reunión. El mareo del
glögg
, gracias a Dios, había desaparecido.
El director estaba solo cuando ella entró. Parecía de buen humor.
—¿Buenas noticias?
—No demasiado. Dicen que venden muy poco. He tenido un maravilloso combate con la gente de marketing, y eso siempre anima. ¿Y a ti, cómo te va?
—El titular sobre los códigos de alarmas en el periódico de hoy ha sido muy desafortunado; iba a sacarlo en la reunión. He tenido un pequeño follón. Y además he descubierto algunos trapos sucios que Furhage tenía guardados. Quizá te lo pueda contar después, si tienes tiempo…
Ingvar Johansson, Pelle Oscarsson y Spiken, el segundo jefe de noche, entraron al mismo tiempo. Hablaban en voz alta y ruidosamente, se reían como hacen los hombres entre sí. Annika estaba sentada en silencio y esperaba a que los demás hicieran lo mismo.
—Hay una cosa que quiero discutir primero —anunció Anders Schyman, sacó una silla y se sentó—. Sé que nadie de esta habitación tiene que ver con ello, pero hago la pregunta en un plano general. Es acerca del titular en las páginas seis y siete de hoy, que dice «La solución está en los códigos de alarma». Esas últimas palabras no debían utilizarse, no podía haber ninguna duda después de la discusión de ayer. Sin embargo, el titular apareció en el periódico y fue una gilipollez. Voy a llamar a Jansson a su casa después de la reunión para preguntarle qué fue lo que pasó.
Annika sintió que las mejillas se le enrojecían a medida que el director hablaba. Luchaba por parecer despreocupada pero no lo conseguía. Todos en la habitación tenían claro qué conflicto asumía el director, y de qué lado estaba.
—Maldita sea, es extraño que necesite decir estas cosas. Creía que estaba completamente claro que las decisiones que se toman en estas reuniones y las órdenes que doy, debían cumplirse. A veces ocurre que sabemos cosas que no escribimos, y es decisión mía cuándo debe hacerse. El compromiso de Annika con su fuente era no nombrar los códigos de alarmas, cosa que ella hizo. Sin embargo ha pasado. ¿Cómo coño pudo ocurrir?
Nadie respondió, Annika miraba fijamente a la mesa. Se indignó al sentir que los ojos se le empezaban a llenar de lágrimas, pero tragó y las obligó a retroceder.
—Okey—dijo Anders Schyman—. Ya que nadie tiene respuesta a esto aprendamos la lección y que no vuelva a ocurrir nunca más, ¿estamos de acuerdo?
Los hombres murmuraron algo sin articular, Annika volvió a tragar.
—Entonces comenzamos por los puntos del día —anunció el director—. Annika, ¿qué pasa en la redacción de sucesos?
Los labios de Ingvar Johansson esbozaron una mueca cuando ella irguió la espalda y carraspeó.
—Berit escribe dos artículos: por un lado ha estado con el chófer particular de Christina y le ha contado que ella tenía miedo a las bombas; por otro investiga lo que hizo Christina en sus últimas horas. Patrik tiene información de que esta noche saldrá una orden de busca y captura contra Tigern a través de Interpol. Él escribirá sobre la caza policial, mis fuentes ahora están muy frías. He estado con Evert Danielsson, el colaborador más cercano de Furhage, que hoy ha sido desplazado…
Calló y miró la mesa.
—Parece prometedor, pero mañana no habrá titular de la explosión —anunció Schyman y pensó en el experto en cifras. Según sus cálculos ninguna noticia vendía más de dos días, como mucho tres, sin importar su magnitud.
—Es el cuarto día y tenemos que cambiar de línea. ¿Qué titulares ponemos, en cambio?
—¿Vamos a abandonar de verdad la hipótesis terrorista? —preguntó Spiken—. Creo que nos hemos olvidado por completo de ese lado de la noticia.
—¿Qué quieres decir? —inquirió el director.
—Todos los otros periódicos han tenido muy buena documentación sobre los diferentes actos terroristas en la historia de los Juegos Olímpicos; se ha especulado sobre qué grupos podrían ser los responsables. Nosotros ni siquiera lo hemos mencionado.
—Sé que no has trabajado estos últimos días, pero seguro que el periódico llega al kiosco de prensa de Järfälla —dijo Anders Schyman con tranquilidad.
Spiken se mordió el labio.
—Hemos dado la lista de los atentados olímpicos en los periódicos del sábado y el domingo, pero deliberadamente nos hemos abstenido de hacer comentarios poco éticos sobre los grupos terroristas que ponen bombas. En cambio hemos facilitado información propia de mejor calidad, y esperemos que el estúpido titular de hoy no nos lo haga pagar en el futuro. En lugar de rebuznar tras la pista terrorista hemos sido líderes de noticias, y debemos estar orgullosos de ello. Nuestras fuentes dicen que éste no es un atentado contra los Juegos Olímpicos, ni contra la organización ni contra las instalaciones. Nuestra información nos dice que es un acto personal contra Christina Furhage, y confiamos en nosotros mismos. Por eso mañana tampoco vamos a nombrar posibles grupos terroristas. ¿Pero con qué abrimos, redactor jefe?
De pronto Ingvar Johansson se mostró interesado y comenzó a soltar su gruesa lista. Annika tuvo que reconocer que era eficiente y que en general tenía buen juicio. Mientras él hablaba se percató de la mirada de rabia de Spiken. Se sintió aliviada cuando acabó la reunión y los hombres abandonaron la habitación.
—¿De qué te has enterado hoy? —preguntó Schyman.
Annika le contó lo que sabía y le enseñó la foto de Christina de joven, de su marido y su hijo.
—Cuanto más profundizo en su pasado, más oscuro se vuelve —informó.
—¿En qué acabara todo esto? —inquirió el director.
Ella dudó.
—Nada de lo que sabemos hasta ahora ha sido publicado. Pero en alguna parte de su armario está la aclaración de todo, estoy segura.
—¿Qué te hace pensar que la verdad se pueda publicar?
Ella enrojeció.
—No lo sé. Sólo quiero confirmar que ahí está la clave, ir un paso por delante. Entonces podré hacer las preguntas correctas a la policía, con lo que seremos los primeros en conocer las respuestas.
El director sonrió.
—Está bien —dijo—. Estoy muy contento con tu trabajo de estos días. No te das por vencida, ésa es una buena cualidad, y si hace falta afrontas los conflictos cuando surgen. Eso es todavía mejor.
Annika bajó la mirada y enrojeció aún más.
—Gracias.
—Ahora voy a llamar a Jansson y preguntarle qué pasó anoche con el desafortunado titular.
Ella fue a su despacho y de repente se percató de lo hambrienta que estaba. Fue a buscar a Berit y le preguntó si podía acompañarla al restaurante de empleados. Aceptó, así que cogieron sus cupones de comida y se fueron. Aquella noche servían jamón navideño con patatas y puré de manzana.
—Dios mío —comentó Berit—. Ya hemos empezado. No cambiarán de menú hasta después de Año Nuevo.
Pasaron del jamón y optaron por el bufé de ensaladas. El gran local estaba casi vacío y se sentaron en una esquina.
—¿Qué crees que hizo Christina después de medianoche? —preguntó Berit y mordisqueó un trozo de zanahoria.
Annika reflexionó mientras comía algo de maíz.
—Se fue del bar a medianoche, con una conocida marimacho. Podrían haber ido a algún sitio juntas.
—Helena Starke estaba borracha como una cuba. Quizá Christina la acompañó a casa.
—¿Cómo? ¿En el autobús nocturno?
Annika agitó la cabeza y siguió razonando.
—Tenía tarjeta de taxi, dinero y cerca de dos mil quinientos empleados que podían conseguir que un colaborador la llevara a casa. ¿Por qué tenía ella, jefa máxima de los Juegos Olímpicos, Mujer del Año, que acompañar a una lesbiana borracha como una cuba al metro? No tiene lógica.
Las dos tuvieron la misma idea.
—A no ser que…
—¿Tú crees…?
Comenzaron a reírse. La idea de que Christina Furhage fuera una lesbiana encubierta era demasiado absurda.
—Quizá fueron juntas a registrar su relación —dijo Berit y Annika se desternilló de risa.
Pero se recompuso casi de golpe.
—¿Y si fuera así? ¿Y si hubieran tenido una relación?
Continuaron mordisqueando la ensalada mientras asimilaban la idea.
—¿Por qué no? —preguntó Annika—. Helena Starke gritó que conocía a Christina mejor que nadie.
—Eso no quiere decir que se acostaran.
—Es verdad —respondió Annika—. Pero también puede que sí.
Una de las empleadas del restaurante se acercó a su mesa.
—Disculpen, ¿alguna de ustedes es Annika Bengtzon?
—Sí, soy yo —contestó Annika.
—La buscan en redacción. Dicen que el Dinamitero ha vuelto a actuar.
Annika llegó cuando ya estaban todos reunidos en el despacho del director. Nadie levantó la vista cuando entró; todavía tenía algunos pedazos de maíz entre los dientes y el bolso colgando del hombro. Los hombres preparaban la estrategia para exprimir al máximo la teoría terrorista.
—Llevamos un retraso tremendo —anunció Spiken en voz más alta de lo necesario. Annika comprendió. Al volver del restaurante había podido oír que algo había ocurrido. Se sentó al final de la mesa, la silla se corrió, tropezó con sus piernas y estuvo a punto de caerse al suelo. Todos callaron y esperaron.
—Lo siento —dijo ella, y la palabra quedó en el aire con su doble sentido. Se rió de su mala suerte. ¡Ahora tendría que comerse toda la mierda! Hacía sólo una hora que había estado sentada en esta misma mesa y había defendido la idea de que el Dinamitero iba tras Christina Furhage, que no había ninguna conexión con los Juegos y de repente ¡bum! Una explosión más, contra otro edificio olímpico.
—¿Tenemos a alguien allí? —preguntó Schyman.
—Patrik Nilsson está en camino —respondió Spiken con voz aplomada—. Llegará al pabellón de Sätra en menos de diez minutos.