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Authors: Francisco J. de Lys

Tags: #Misterio, Intriga

El laberinto de oro (11 page)

BOOK: El laberinto de oro
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Grieg no dudó, ni por un instante, en elegir la primera opción que le ofrecía la hermosa mujer que tenía ante sus ojos y que decía llamarse Lorena.

14

Eran las dos y cuarto de la madrugada.

Un hombre de unos cuarenta años, con el pelo rapado al cero y vestido con un traje gris plateado y unas estrechas gafas de montura amarilla, permanecía sentado en la parte posterior de un Land Rover Defender. El hombre tenía unas facciones hurañas, que se hundían como surcos negruzcos en su delgado y bronceado rostro.

El coche estaba aparcado en un oscuro y solitario ejemplo de arquitectura romántica, al lado de un canal, y desde el que podía divisar la torre medieval de Subirana. El hombre observaba, en dos pequeños monitores de televisión, los discretos movimientos de los hombres que tenía bajo su mando, que se encontraban en un jardín neoclásico, construido en el siglo XVIII
,
en el que destacaban dos templetes clásicos erigidos en honor de Ariadna y Danae, y que era el mayor parque de Barcelona: el Laberinto de Horta.

El hombre sostenía en su mano derecha dos monedas chapadas de oro plaqué. En el anverso de una de ellas estaba representado un gran laberinto formado por cipreses cuidadosamente podados; como el jardín en el que en aquel preciso momento se encontraban sus subordinados. En el reverso de la moneda aparecía una figura de Eros, exactamente igual a la estatua que se encontraba en el centro del Laberinto de Horta, lugar donde hacía unos meses el hombre había encontrado, escondida en su base, la segunda moneda que ahora tenía en sus manos.

Observó la segunda moneda y volvió a escudriñar los monitores de televisión. Todo parecía excesivamente en calma… Debía reconocer que el plan inicial había fracasado. Y eso le suponía el peor de los problemas.

«Tengo que reorientar inmediatamente la situación», pensó, y avisó a uno de sus subordinados de que la misión había sido abortada y que debían regresar al lugar donde él se encontraba.

Cogió su teléfono móvil.

—¿Has visto algo? —preguntó mientras tecleaba velozmente su ordenador portátil.

—Por aquí todo está en calma —respondió un hombre que llevaba en la mano otra de aquellas monedas doradas, y que se encontraba sentado en el asiento delantero de otro Land Rover, aparcado muy cerca de las puertas del cementerio de Sant Gervasi.

—Deja a dos hombres ahí y el resto dirigíos al punto B-7.

Cortaron la comunicación.

El misterioso hombre calvo hacía exactamente trescientos sesenta y cuatro días que había sido contratado en el hotel Kempinski de Ginebra por un cliente muy especial, que había puesto a su disposición todos los recursos económicos necesarios para que cumpliera una misión muy concreta: localizar a una persona.

El hombre pulsó una tecla del ordenador portátil y apareció en la pantalla una carpeta numismática de color dorado. Entre las trece monedas que formaban la colección, estaban ampliadas las cuatro que hasta aquel momento no había podido descifrar. En una de ellas podía verse grabado un volcán en erupción, concretamente el Vesubio, sobre el que figuraba escrita en latín la frase
«Ita vitriolum nonne occulo».

El hombre pulsó otra tecla y aparecieron docenas de traducciones de aquella frase en diferentes idiomas, centenares de páginas donde se hacía un estudio detallado de la palabra
vitriolum
, y todas las investigaciones que había logrado hacer al respecto del reverso de aquella moneda. Después volvió a mirar unas páginas con miles de anagramas a partir de la frase que había producido un programa informático especial, en todos los idiomas, especialmente en francés y alemán.

Todo aquello había resultado inútil.

Aquella era, quizá, la pieza más importante de una serie de trece monedas que se encontraban dispersas por los lugares más inauditos de Barcelona y que formaban una extraña recreación del antiguo mito de la senda esencial, que debía recorrerse durante el transcurso de la noche de los muertos.

El hombre de las gafas de montura amarilla había tratado de desentrañar el desconcertante enigma que figuraba en aquella carpeta.

El MARAVILLOSO MUNDO DE LA ALQUIMIA
Desentraña durante la noche de Todos los Santos el misterio que esconden todas y cada una de estas monedas votivas y te introducirás, a través de la
Porta amphitheatri Sapientiae Aeterneae,
en la senda esencial que conduce hasta el mismo centro de la fortificación alquímica, donde unos temibles depositarios guardan celosamente la fórmula del oro alquímico.

Bajo la apariencia de un inocente juego para niños, aquello se estaba convirtiendo en un trabajo muy serio, y el hombre sentía que era la persona más adecuada para hacerlo; pero le faltaba un conocimiento más exhaustivo de la ciudad de Barcelona.

Aquella noche se jugaba su futuro y tenía que dar, fuera como fuera, con el paradero de una persona. Y estaba dispuesto a lograrlo a cualquier precio. Si era necesario robaría el conocimiento e incluso la vida a las demás personas que trataban de explorar, durante esa noche, la misma peligrosa senda que él.

15

Cuando Gabriel Grieg volvió a contemplar la escultura
Barcelona's Head
de Lichtenstein. A diferencia de la última vez que la había visto, ya conocía la identidad de la persona con la que debía encontrarse esa noche.

Era una bella mujer que iba en el asiento trasero de la moto y lo tenía fuertemente agarrado por el pecho; pero continuaba sin saber casi nada de ella, salvo que era inteligente y astuta, y que buscaba temerariamente una joya.

Mientras recorrían bajo la fina lluvia el largo tramo de calzada que transcurre paralelo al Moll de la Fusta, Grieg iba pensando en que los Talleres Nuevo Vulcano, su destino, habían sido desmantelados a finales de los años ochenta. Aunque muy deteriorados, aún existían físicamente los viejos altos hornos y la gran nave que los albergaba, que había sido reconvertida en un enorme almacén auxiliar para astilleros, situado entre el muelle nuevo y el dique flotante.

El potente sonido del motor de la moto se expandía hacia la zona del muelle, donde estaban atracados varios de los yates más lujosos del mundo, que parecían en la distancia una blanquecina y alargada ola a punto de romper en las oscuras aguas del puerto.

Grieg finalmente detuvo la moto junto a otras que estaban aparcadas en la explanada donde antiguamente se alzaba el acuario. Lo primero que les sorprendió fue el gran tumulto de gente que a esa hora de la madrugada pululaba en los oscuros aledaños del muelle nuevo y la torre de Sant Sebastiá del teleférico.

Entre las sombras, un grupo de personas disfrazadas de Frankenstein, hombres lobo, vampiros y otras criaturas creadas por Hollywood, estaba apostado en la entrada de la nave industrial del viejo Vulcano. Parecía que el mismísimo Señor de la Noche hubiera ordenado a sus macabras huestes que les complicaran los planes a Grieg y Lorena.

Los «monstruos» iban a celebrar allí una muy concurrida fiesta de Halloween. Un cartel situado en la entrada de la nave regularizaba el paso y ponía unas condiciones de acceso que, celosamente, seis fornidos veladores se encargaban de hacer cumplir.

FIESTA DE HALLOWEEN

Entrada libre hasta las 3:00

A partir de esa hora será obligatorio lucir el

DISFRAZ EXIGIDO
para poder asistir a la

FIESTA PRIVADA

—Me parece que tenemos un problema si queremos encontrar ahí dentro la segunda moneda de la serie —dijo Lorena, arreglándose el pelo después de quitarse el casco.

—Quizá no —replicó Grieg después de leer el cartel que anunciaba la fiesta—. Mientras veníamos hacia aquí con la moto, iba pensando en que los grandes portones del viejo alto horno estarían cerrados y nos resultaría muy difícil entrar. Con toda esta gente dentro, el problema es otro, y lo que tenemos que hacer es adaptarnos a esta nueva eventualidad.

—Pasan ya unos minutos de las dos y media —dijo Lorena tras mirar su reloj de pulsera—. Quizá deberíamos entrar ya en la fiesta antes de que no nos lo permitan.

—No nos daría tiempo, creo que es mejor averiguar de qué va la fiesta que empezará a las tres, y para ello disponemos de casi media hora para hacernos con un par de disfraces. —Grieg se colocó su bolsa de piel en bandolera y se detuvo delante de ella, mirándola fijamente.

—Parece que algo te inquieta, Gabriel.

—Si existe realmente esa senda alquímica, tenemos que saber cuanto antes si somos los primeros en recorrerla.

—Lo sabremos enseguida si encontramos la segunda moneda ahí dentro —indicó Lorena—. ¿Qué más te preocupa?

—Esta fiesta no me gusta nada. Observa alrededor. ¿No ves nada que te resulte extraño?

—Sí —respondió ella, tras reflexionar algunos segundos—. Normalmente a este tipo de fiestas acude un público veinteañero, universitario, de perfil económico medio-bajo. Sin embargo, aquí está todo lleno de coches de gama alta aparcados, y no hay ningún sitio abierto en un kilómetro a la redonda… así que deben estar en la fiesta. Es un poco raro…

—Fíjate arriba… Aún está abierto el restaurante del teleférico —le interrumpió Grieg, señalando con el dedo índice hacia las alturas.

Lorena levantó la cabeza y vio que en lo más alto de la torre del funicular, la que se conoce como torre de Sant Sebastià, había toda una planta completamente iluminada en la que se podía imaginar fácilmente un lujoso y exclusivo evento a más de setenta y cinco metros de altura.

—¡Tienes razón! —exclamó Lorena—. Seguro que la gente que está arriba son los que acudirán a la fiesta privada de las tres. Quizá podemos conseguir unos disfraces para disponer de más tiempo dentro de la nave… Subamos ahora mismo al restaurante.

16

Al salir del antiguo y espacioso ascensor que les había conducido a lo más alto de la torre del funicular de Sant Sebastià, Grieg y Lorena aprovecharon para ponerse de acuerdo antes de entrar en el restaurante.

Descendieron un tramo de escalera y se detuvieron, uno frente al otro, en una de las herrumbrosas plataformas de la torre. El suelo del rellano estaba encharcado debido a la fina lluvia que, como gigantescas cortinas de seda, caía tenuemente iluminada por las luces multicolores del puerto.

Lorena, que llevaba en la mano la moneda dorada, miró a Grieg.

—Repasemos la situación —argumentó él—. Antes de investigar en qué lugar de la nave puede encontrarse la segunda moneda, primero tenemos que acceder al interior del recinto, y para ello deberíamos hacernos con un par de disfraces.

—Así es, y únicamente disponemos de veintidós minutos —concretó ella.

—También deberíamos saber si las personas que están en el interior del restaurante guardan relación con la fiesta que se celebrará a las tres en el Taller Vulcano.

—Será mucho mejor que no perdamos ni un segundo. —Lorena empezó a subir los escalones que los condujeron hasta una puerta desde la que surgía el ritmo acompasado y la atemperada cadencia de una música que a los dos les resultó muy conocida.

De fondo, envolvente y suave, podía oírse la aterciopelada voz de Astrud Gilberto interpretando
La chica de Ipanema,
acompañada por el cálido saxo de Stan Getz. Al traspasar el umbral comprobaron que las mesas del restaurante habían sido retiradas para formar un gran espacio central de planta cuadrada, en el que una multitud de personas, repartidas en pequeños grupos y vestidas de manera elegante, conversaban envueltas en una luz muy tenue, en contraste con las luces multicolores de la ciudad.

Varios camareros elegantemente vestidos portaban bandejas llenas de canapés y de copas de champán que repartían entre las numerosas parejas que bailaban en el centro de la pista.

Lorena y Grieg atravesaron lentamente el concurrido salón, observando el aspecto de una fiesta que a los dos les pareció muy convencional, cosa que aumentó sus dudas sobre el tipo de fiesta que se celebraría en el Vulcano.

Lorena se dirigió a los aseos mientras que Grieg iba al centro de la sala tratando de observar cuanto le rodeaba.

Lorena regresó enseguida y, con una agilidad casi felina, atrapó dos copas rebosantes de espumoso cava que llevaba en una bandeja un camarero. Le tendió una de las bebidas a Grieg.

—¡Brindemos porque las fuerzas ocultas de la noche nos ayuden en esta noche de los muertos! —exclamó al oír el breve tintineo de las copas.

Tras dar un ligero sorbo de cava, se abrazó a Grieg y le obligó de un modo insinuante a seguir el envolvente ritmo del
Fly me to the Moon
que sonaba por los altavoces. Grieg, aunque gratamente sorprendido, se extrañó del súbito arrebato de fogosidad que mostraba ella, ya que únicamente disponían de escasos minutos para tratar de conseguir los dos disfraces y resultaba temerario desperdiciarlos bailando.

—Si es verdad eso que dicen de que la vida proporciona extraños compañeros de viaje, brindo para que tú y yo cada vez lo seamos menos —dijo Lorena levantando su copa.

Grieg sonrió al pensar que esa noche era la segunda vez que una mujer brindaba por él.

—Esta mañana el horóscopo me vaticinaba que iba a conocer a alguien que tenía poderes ocultos y sabía emplearlos de maravilla, y creo que, por una vez, no se equivocaba… —Grieg dejó inconclusa la frase cuando comprobó que alguien se acercaba hacia ellos.

El hombre tendría unos cuarenta años e iba elegantemente vestido con un traje azul marino. Desde que los dos entraron en la sala no les había quitado la vista de encima.

—Hoy el restaurante está cerrado para el público en general —advirtió el hombre, que parecía el organizador de la velada—. El local ha sido alquilado para celebrar una fiesta particular…

—Ya lo sabemos —respondió Lorena con una amplia sonrisa y mirando a su alrededor con la copa de cava en alto—. Hemos venido con la intención de asistir a la fiesta de Halloween que se celebrará dentro de unos minutos en el Vulcano. ¿Verdad, amor mío? —E hizo una exagerada carantoña a Grieg.

El encargado del restaurante guardó silencio durante unos segundos mientras les observaba. A continuación, pronunció una frase que despejó muchas de las dudas que albergaban antes de entrar en el restaurante.

—No veo que lleven consigo los disfraces indispensables para que les sea permitida la entrada al recinto. Las condiciones de acceso son muy estrictas —les previno mientras observaba con atención las bolsas que Grieg y Lorena llevaban consigo.

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