—Efectos secundarios —repuso Takano sin un atisbo de duda—. Las víctimas sufren efectos adversos. Te voy a poner un ejemplo. Yo soy alérgico a la penicilina. De administrármela, moriría en el acto. Ciertas personas no pueden utilizar detergente porque les irrita la piel. Asimismo, las técnicas de inducción desarrolladas por Ad Academy pueden resultar contraproducentes para ciertos sujetos.
»La chica que intentó suicidarse y el hombre que me atacó tenían algo en común. Ambos estaban o estuvieron bajo tratamiento médico. De la primera, averigüé que le fue diagnosticado un caso de trastorno depresivo y estaba bajo tratamiento con sedantes. Del segundo, el tal Kakiyama, se sabe que consumió drogas en el pasado. Y esos repentinos
flash-back
de los que hablábamos pueden ser provocados por algo tan inocuo como un vaso de cerveza o una pastilla contra la gripe.
A Mamoru le pareció una locura.
—En resumen, crees que Ad Academy está utilizando una especie de fármaco casero para lograr que la gente gaste más dinero, que esa sustancia interactuó con el tratamiento que seguían esas dos personas, y que por ello perdieron el control. ¿Es eso lo que intentas decirme?
—Esa fue la idea que contemplé al principio, pero me encuentro en un callejón sin salida —suspiró Takano—. Pregunté al personal de mantenimiento. Para ellos, no existen signos de manipulación. Llevar a cabo semejante plan no es ninguna tontería. Requiere un importante dispositivo que no pasaría desapercibido. No es cuestión de vaporizar un poco de producto aquí y allá. Por otra parte, ese Kakiyama… Sus análisis estaban limpios, y dudo que Ad Academy sea capaz de producir sustancias químicas que no puedan ser detectadas.
—Entonces, ¿estás de nuevo en el punto de partida?
—Eso es precisamente lo que…
Alguien llamó y, acto seguido, abrió la puerta. Era Maki.
—Lleváis mucho tiempo charlando. ¿Qué tal otra taza de café? —Entró cargada con una cafetera y unas porciones de tarta de queso—. Acabo de prepararlo. Espero que te gusten los dulces.
En cuanto Mamoru reparó en la alegre expresión de Maki al servirles el café, supo que su prima estaba recuperada de su ruptura sentimental.
—¿Qué decíais sobre Ad Academy? —preguntó antes de acomodarse como si tal cosa en una silla.
—¿Hum?
—¿De eso estabais hablando, no? No he podido evitar escucharos. Yo tuve una experiencia horrible con ellos.
—¿Qué sucedió? —Su revelación despertó el interés de Takano.
—¡Oh, el logo! ¡Ya me acuerdo! —interrumpió Mamoru sin pretenderlo. Pero, de súbito, supo perfectamente a qué se refería su prima—. ¡El preestreno!
Maki lanzó a su primo una mirada que venía a advertirle que se quedara calladito y, hecho esto, se volvió hacia Takano.
—Exacto. Proyectaron el preestreno de una película patrocinada conjuntamente por Ad Academy y una marca de cosmética. La película no estuvo mal, lo peor vino luego, en el vestíbulo. La marca de cosmética tenía montado un importante despliegue comercial para vender su nueva gama de productos a los asistentes. Yo compré un montón de cosas que, en realidad, no necesitaba. En cuanto llegué a casa, me arrepentí, pero no iba a tirarlos a la basura sin más, ¿no?
—Supongo que no. —La breve respuesta de Takano animó a Maki a continuar.
—Así que los utilicé, pero me salió una horrible erupción cutánea. Por muchas invitaciones que me manden, no volveré a participar en un acto organizado por ellos ni en broma.
—Sí, una vez me diste una de esas invitaciones.—Y fue precisamente en ese trozo de papel donde Mamoru vio el logo por primera vez.
—Pero no fuiste, ¿no?
—No me acuerdo. De todos modos, fuiste tú quien se gastó todo ese dinero. Deberías culparte a ti misma y a nadie más.
—Es que me dejé llevar por el momento. Yo no suelo comprar ese tipo de productos. De hecho, llevo mucho cuidado con el maquillaje que utilizo.
De repente, Takano se sobresaltó.
—¡Eso es!
—¿Qué pasa?
—Maki, no te dejaste llevar por el momento. Te condicionaron mediante publicidad subliminal.
Maki y Mamoru intercambiaron una mirada de desconcierto.
—¿Publicidad sublimi-qué?
—Subliminal. Publicidad subliminal. —Takano esperó de sus interlocutores una señal de que entendían a que se refería. Al cabo de un rato, ya resignado, preguntó a Mamoru—: ¿Tienes un diccionario por ahí?
Fue Maki quien se puso en pie y salió corriendo hacia su habitación. Regresó con un diccionario del tamaño de una guía telefónica.
Mientras Takano buscaba la palabra, Mamoru le susurró a su prima:
—¿Qué haces tú con un diccionario tan enorme?
—Lo gané en una partida de bingo. Fue horrible, no te puedes imaginar lo que me costó cargar con él hasta casa.
—¡Aquí está! —Takano les mostró la página. El término que buscaba quedaba situado bajo la entrada «publicidad».
—subliminal
: (que influye en la conducta aunque no es percibido por la conciencia). Caracteriza el mensaje audiovisual cuyas características de emisión quedan por debajo del umbral de la percepción sensorial. Dicho mensaje se difunde durante un lapso de tiempo tan breve que el espectador no puede percibirlo a nivel consciente, aunque sí a nivel subconsciente. De esta manera, el estímulo a priori imperceptible queda registrado por el cerebro con el fin de influir en la conducta del individuo y empujarlo, en este caso, a consumir un producto determinado. Este modelo de publicidad fue enunciado en 1957 por el estadounidense J. Vicary y desarrollado por la Precon Process and Equipment Corporation. El experimento llevado a cabo consistía en insertar imágenes a una velocidad comprendida entre 3 y 20 milésimas de segundo. El ojo humano no sería capaz de captar dichas imágenes que, por el contrario, sí quedarían grabadas en el subconsciente. El resultado fue un incremento del cincuenta por ciento en las ventas de palomitas y del treinta por ciento en las ventas de Coca-Cola. Por razones éticas obvias, la Comisión Federal de Comercio declaró este tipo de publicidad ilegal.
—Lo que significa, Maki, que mientras veías esa película, tu cerebro probablemente registró los anuncios de productos cosméticos sin que te dieses cuenta —explicó Takano.
Mamoru por fin empezaba a entenderlo todo.
—En
Colombo
, hubo un episodio llamado «Doble exposición» y esa era la técnica que empleaba el asesino.
—¡Exacto! ¡De eso precisamente estoy hablando!
—¡No es nada justo! —Maki echaba chispas.
—En Japón, la publicidad subliminal está ilegalizada porque faltan estudios que hayan documentado sus verdaderos efectos. Estoy seguro de que Ad Academy no dudaría en utilizar semejantes métodos. De hecho, para ellos, parece que el fin justifica los medios. Bien sabía yo que algún tipo de técnica empleaban en Laurel para influir en el comportamiento de los clientes.
—¡Te refieres a las pantallas de vídeo! —exclamó Mamoru.
—Exacto. Ad Academy estaba dispuesta a todo para conseguir un cliente tan importante como unos grandes almacenes. De ahí que hayan sacado la artillería pesada, su dispositivo más novedoso: esas pantallas gigantes que difunden
spots
ambientales.
Los tres guardaron silencio durante un momento hasta que Maki intervino con un tono serio nada propio de ella.
—Pero ¿no decías que se desconoce el impacto que esas técnicas pueden tener sobre las personas?
—No conocemos muy bien los efectos, pero eso no significa que no los haya. Y es posible que Ad Academy haya avanzado en sus investigaciones sobre la publicidad subliminal. Tal vez hayan puesto a punto un método nuevo. No sé… ¿Por qué no influir en el subconsciente mediante ciertos sonidos y colores como apoyo a las imágenes?
Mamoru se removió en su asiento.
—¡Hay que hacer algo! No podemos permitir que ocurran más accidentes.
Takano negó lentamente con la cabeza.
—He estado investigando y no he dado con ningún artículo que explore los efectos psicóticos provocados por la publicidad subliminal. En teoría no es posible. No importa el método que utilicen porque, al fin y al cabo, no es más que publicidad.
Así que a eso se refería Takano cuando dijo que se encontraba en un callejón sin salida.
—¿Es cierto que han subido las ventas de repente, sin ninguna razón aparente? —Maki intentó aportar su granito de arena.
—No. Las ventas siempre se disparan a finales de año. Y según las cifras de las que disponemos, estamos viendo la curva exacta que en un principio predijimos.
—Ya han pasado cuarenta días desde que instalaron esas pantallas. Lo peor quizás esté por venir.
—Pero el problema sigue siendo el mismo. Por mucho dinero que se sacase con todo esto, ¿quién estaría dispuesto a emplear medios que puedan desencadenar comportamientos peligrosos? Ni los peces gordos que están al mando de Laurel pueden ser tan cicateros.
Takano tomó un sorbo de café, ya frío. Mamoru se cruzó de brazos y se apoyó contra la pared.
—¿Se ha notado algún otro cambio de conducta? —Maki hacía lo que podía por ayudar a Takano—. No sé, tal vez personas que se hayan mostrado más agradables que de costumbre.
—¿Clientes o empleados?
—Clientes. Quizás alguien que se haya deshecho en halagos con un producto en particular. Cualquier otro tipo de comportamiento extraño que haya podido ser causado por un estimulante…
—A la gente le enloquece todo tipo de cosas. Hay algunas personas que adoran el dinero y otras, como Sato, a las que les entusiasma ver fotografías de montañas y desiertos.
—¿Y a ti Mamoru? ¿Qué es lo que te vuelve loco? —Maki le dio un golpecito juguetón en la cabeza con la bandeja que llevaba en la mano. Takano se echó a reír.
—Espera un momento —dijo Mamoru mientras esquivaba otro golpe en la cabeza—. Sí hay alguien que últimamente se ha mostrado más excitado de lo normal. Makino.
—¿Makino? —Takano enarcó ambas cejas, perplejo—. Estuvo en las Fuerzas de Autodefensa. De haber un golpe de estado, ni se inmutaría.
—Ya. Y seguro que después se dedicaría a recoger fragmentos de granadas para llevárselas a casa como recuerdo. Pero el día que arrestó al cleptómano de las ocho reincidencias, Makino parecía fuera de sí. Se lo estaba pasando en grande. Y, sin embargo, poco después, cuando le pregunté acerca de ello, me dijo que estaba aburrido. Y ahora que lo pienso, los demás guardas de seguridad están algo alterados últimamente. ¡Por lo visto, se quejan de que la proporción de hurtos ha bajado de forma drástica!
—Hum. ¿También en las demás secciones? —dijo Takano como dando voz a sus pensamientos—. ¿Los hurtos están descendiendo?
—Tú debes de saberlo mejor que nadie. Tienes las cifras, Takano.
—Nunca podemos cuantificar las pérdidas correspondientes a los hurtos hasta que se hace inventario. Pero ahora que lo mencionas…
Mamoru y Maki lo miraron fijamente, inquietos.
La expresión de Takano fue iluminándose gradualmente.
—¡Eso es! —exclamó—. ¡Los hurtos! Ad Academy ha desarrollado sus anuncios no solo para incrementar las ventas sino también para reducir los hurtos.
Solo la Sección de Libros perdía unos cuatro millones de yenes al año. Madame Anzai ya había expresado su indignación por una situación en la que el perjuicio económico causado por los ladrones equivalía a los beneficios generados en un mes de trabajo.
—Pero ¿por qué tomarse la molestia de instalar un equipo tan aparatoso y caro para eso? Contratar más guardas de seguridad sería igualmente efectivo y mucho más económico.
—Escucha un momento —dijo Takano que se volvió hacia el chico—. Para empezar, esa pantalla actúa como elemento decorativo en cada planta. Además, ofrece información sobre diferentes productos, por lo que también tiene un fin publicitario. Ahora bien, si encima puedes insertar algunos fotogramas subliminales para disuadir a los clientes de cometer hurtos… ¡Dos pájaros de un tiro! Tienes razón, Mamoru. Sí esas pantallas solo sirviesen para prevenir los hurtos, perderíamos dinero. Pero resulta que contamos con mensajes subliminales que reducen el número de hurtos. ¡Es mucho más rentable que contratar a todo un equipo de guardas de seguridad!
«Hoy ha sido muy descuidado». Esas fueron las palabras de Makino al describir a ese ratero que había atrapado. «No suele operar de ese modo». Mamoru recordaba perfectamente que a Makino le sorprendió que le hubiese resultado tan fácil atrapar a ese hombre.
—Deben de intercalar algún tipo de mensaje subliminal con escenas de detenciones o guardas de seguridad que van tras los rateros. Cuando se disponen a apropiarse de algún artículo, el vídeo los convence de que alguien acabará pillándolos con las manos en la masa. Imagino que eso debe de desestabilizarlos y por ello es más fácil atraparlos. Y, por ende, los hurtos acaban descendiendo.
»La chica y el hombre que presentaron esos episodios psicóticos tenían algo en común. Ambos eran mentalmente vulnerables. Por un lado, tenemos a una persona que sufría una tendencia cleptómana; por otro lado, un adicto a las drogas que contaba con antecedentes penales. Pues imagina que su subconsciente se ve bombardeado por semejantes mensajes. ¡Se les acaban cruzando los cables! ¡El conjunto de factores es nitroglicerina pura!
—Es horrible. —Maki se estremeció—. Y eso que a nosotros nos gusta creer que actuamos por voluntad propia.
«Puedo someter a las personas a mi voluntad.» De nuevo, la espeluznante voz resonaba en la mente de Mamoru. «Es demasiado pronto para que todo cobre sentido en tu cabeza.»
—Vayamos a comprobarlo —terció Mamoru con determinación—. La cinta debe de estar en la sala de control de seguridad. Podríamos echar un vistazo y ver qué averiguamos.
Takano se dio una palmada en la rodilla.
—Podría valer la pena pero ¿cómo conseguirlo? La puerta está cerrada y nadie que no esté autorizado puede entrar ahí. Además, las cintas están guardadas bajo llave en un armario. Ni siquiera yo tengo acceso.
«Al rescate de nuevo», se resignó Mamoru. ¿Qué otra opción tenía sino recurrir a sus habilidades de cerrajero?
Maki tuvo que presentir que su primo tenía algo en mente porque se levantó con la intención de dejarlos a solas.
—Iré a fregar estos platos. Tomaros vuestro tiempo.
Una vez se hubo marchado, Takano se volvió para mirar a Mamoru a la cara. El chico aún no había resuelto el dilema. Jamás le había contado a nadie lo que Gramps le había enseñado. Pretendía guardárselo para sí mismo, pero tampoco estaba dispuesto a mentir a Takano.