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Authors: Álvaro Mutis

Tags: #Relatos, Drama

Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (75 page)

BOOK: Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero
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—Aquí las primeras no son las mejores. No es como en El Cairo. Escuchemos antes a Tarik, que luego vendrán las auténticas traídas de Damasco.

Maqroll sonrió condescendiente y prestó atención a lo que iba a explicar Tarik. Éste fue más bien breve, porque, al poco rato, comenzarían a aparecer los soplones mezclados con la primera clientela de la noche. El sitio no era muy frecuentado por la policía, pero esto no quería decir que lo descuidara del todo. Choukari estaba de acuerdo en que debía ser Bashur quien viajase con las alfombras auténticas hasta Rabat. Allí debía esperarlo Ilona, quien partiría a Ginebra con la mercancía, ya adquirida legalmente y con su factura en orden. Ésta debería ser preparada e impresa en Marsella con un encabezado que dijera: «Abdul Bashur. Alfombras persas legítimas: Beirut, Rabat, Teherán, Estambul». Las alfombras saldrían de noche del depósito aduanal, después de ser reemplazadas por las que Maqroll debería comprar en Tánger. Bashur viajaría con ellas hasta Media, puerto marroquí donde un amigo de Tarik facilitaría los trámites. Las alfombras regresaban reexpedidas por muerte del propietario. De esos papeles se encargaría Tarik, pagando, desde luego, una propina substanciosa a un colega suyo.

Choukari despertaba en el Gaviero, más que desconfianza, una especie de inquietud causada por la raquítica figura del personaje, con su rostro desvaído y torturado por tics desconcertantes, su tez palúdica y el febril girar sin pausa de sus ojos que le recordaba a los espías del cine mudo. Pero también se daba cuenta de que todos esos síntomas, puramente exteriores, bien podían esconder, como era frecuente en las gentes de su raza, una energía devorante y un inagotable ingenio para descubrir los caminos que transgreden el código con el mínimo de riesgos. Abdul seguía las explicaciones de Tarik, con ese ojo fijo en un horizonte incierto que indica en los estrábicos un esfuerzo de atención. Tarik partió de pronto, casi sin despedirse, a tiempo que entraba al lugar un nuevo grupo de espectadores. Abdul y el Gaviero permanecieron hasta la madrugada, disfrutando del espectáculo que crecía en calidad y en tensión dramática, como pocas veces lo habían presenciado. Como siempre, las bailarinas más notables y que se entregaban a éxtasis similares a los que conocen los derviches eran las de más edad, en cuyo cuerpo se advertían, sin remedio, los estragos del tiempo.

Maqroll viajó a Ginebra en tren y cuando Ilona lo recibió en la estación, cada uno se extrañó ante el aspecto del otro. El Gaviero estaba ante una Ilona más esbelta, tostada por el sol y respirando un aire inusitado de bienestar y prosperidad. Maqroll se le antojó a Ilona aún más torturado por la fiebre de su errancia y azotado por las internas borrascas de origen incierto, viejas ya de tantos años sin rumbo ni asidero, pero ahora patentes en su mirada de profeta sin palabras ni mensaje. La triestina pensó que había idealizado un tanto a su compañero de largas noches de alcohol y retozos eróticos en el hotelucho de Ramsay en la isla de Man y de otros lugares aún menos confesables y clandestinos, donde se habían dado cita después de aquel primer encuentro. Ambos confesaron su desconcierto. Ilona explicó que solía tomar el sol desnuda, tendida en una canoa, en mitad del lago, para escándalo o deleite de los pudibundos funcionarios embebidos de calvinismo, que pasaban en el ferry camino a su impoluto hogar o a sus asépticas oficinas. Tenía ahora más dinero y había renovado notablemente su guardarropa. Maqroll convino en que, si bien los demonios que lo acosaban seguían siendo los mismos, las últimas pruebas a que lo habían sometido sobrepasaron los límites de su tolerancia. Pero, en el fondo, no creía haber cambiado mucho.

Ilona ocupaba un pequeño apartamento con servicio de hotel y vista al lago y allí se instaló el Gaviero, después de pedir una cena generosa, antecedida por algunos martinis secos que resultaron tolerables. Hicieron el amor como si en ese momento lo hubiesen inventado. Desnudos en la cama, el Gaviero explicó, luego, cómo iba a desarrollarse el plan para adquirir las alfombras y llevarlas a Ginebra.

Ilona había conocido a Bashur en Chipre, cuando la historia de las banderolas de señales. Allí se hicieron amantes. Los tres vivieron, luego, en común otras experiencias, siempre al límite de las convenciones cuando no violándolas paladinamente. En otro lugar se han relatado algunas de ellas. Ilona tenía para Abdul cuidados de hermana mayor y trataba, inútilmente buena parte de las veces, de protegerlo de los riesgos que, a menudo, enfrentaba movido por un curioso mecanismo que la misma Ilona, al escuchar el plan expuesto por el Gaviero, se encargó de examinar con su elocuente lucidez de siempre:

—Eso es típico de su temperamento. Puedes estar seguro de que hay una manera de adquirir esas alfombras, sin necesidad de violar la ley. Eso a Abdul no le interesa. Sus genes de beduino lo mueven a establecer sus propias leyes y, para lograrlo, lo más fácil es desconocer las que ya están escritas. Recuerda su frase de siempre: «Por qué más bien, en lugar de…» y de inmediato enfila por los caminos más barrocos, sembrados de peligros, hasta salirse con la suya y tener a la policía en los talones. Lo curioso es que, cuando están de por medio los intereses de su familia, jamás intenta nada que no sea de la más estricta normalidad. Bueno, como tú y yo somos para él, a tiempo que amigos entrañables, cómplices necesarios de todas sus fechorías, ya me tendrás en Rabat trayendo las alfombras a Ginebra. ¿Has pensado en lo que pueden valer, los tales tapices? Estoy segura de que no, de que a ninguno de los dos se le ha ocurrido averiguarlo. Una fortuna, Maqroll, una fortuna que no has sospechado siquiera. Lanzados a la «Operación Princess Boukhara» vamos camino de ser millonarios en francos suizos. Todo esto suena a mala novela de suspense.

Ilona tenía razón en su análisis, pero tampoco dudó un instante en unirse a sus amigos y amantes, con idéntica y febril disponibilidad.

Maqroll regresó a Marsella trayendo el dinero necesario para emprender la tarea. Una semana después, todo estaba listo. Tarik adelantó a su colega en la aduana la mitad de la suma prometida y él recibió la que le correspondía. El Gaviero viajó a Tánger. En opinión de Tarik allí se encontrarían más fácilmente las alfombras de pacotilla destinadas a reemplazar las valiosas. Pocos días más tarde, Maqroll estaba de regreso. Había escogido la mercancía con tanta fortuna que se ajustaba, con pocas diferencias, a la descripción del manifiesto aduanal. Las facturas para entregar en Rabat a Ilona ya estaban impresas y en manos de Bashur. Ahora Tarik tenía la palabra. El cambio debía hacerse el domingo siguiente, día en el que era menor el riesgo. El sábado por la noche, una voz de mujer informó a Bashur que Choukari había caído en manos de la policía. Cuando aquél se lo comunicó a Maqroll, éste, menos expuesto a desmoralizarse con ese tipo de sorpresas, tranquilizó a su amigo:

—Si lo han detenido, es por algo que nada tiene que ver con lo nuestro. Hasta este momento no hemos movido un dedo en Marsella y nadie puede estar enterado de algo que, hasta ahora, no pasa de ser un simple proyecto.

Pero Abdul conocía mejor los complejos laberintos que comunicaban en Marsella a las autoridades de policía con el mundo del hampa. Pensaba en los soplones del tugurio frecuentado por Tarik y no se hallaba tan seguro de que la prisión de éste nada tuviera que ver con las alfombras persas. En esto estaban, cuando la patrona entró para cambiar la ropa de cama y las toallas del baño. Al verlos con tal aire de preocupación, les preguntó lo que sucedía y si en algo podía ayudarles. Abdul se incorporó de repente exclamando: «¡Arlette es nuestra salvación!». La dueña se quedó mirándolo estupefacta, mientras Abdul la abrazaba estampándole sonoros besos. La invitó luego a sentarse y le explicó que un amigo había sido detenido por la policía y ellos no podían ir personalmente para enterarse de lo que se trataba, porque ninguno de los dos tenía los papeles en orden. Ella sí podía hacerlo. Arlette se les quedó mirando, con expresión de quien sabe más de lo que se supone, y les dijo:

—Se trata de Choukari, ¿verdad? Ya me lo imaginaba. Traen algo entre manos con él. Lo he visto rondando por estos lados y le conozco mejor que ustedes y desde hace más tiempo. Es de fiar, no se preocupen. No soltará prenda. Lo malo es que tiene cola que le pisen y la policía lo trae entre ojos desde hace mucho. Iré a preguntar qué sucede. Diré que vivió aquí durante un tiempo, lo que es cierto, y que le tengo algún afecto, lo que no es verdad. Esperen aquí y no salgan hasta cuando regrese —mientras Arlette hablaba, Maqroll se entretuvo en examinarla, como si fuese la primera vez que la veía. Su cuerpo frondoso y blando despedía una aura de salud y plenitud que iba a concentrarse en el rostro, en donde los ojos de un violeta azulado y cierta regularidad céltica de las facciones, daban aún fe de una belleza que debió ser notable. Toda ella emanaba una picardía coqueta, muy francesa, junto con una autoridad en los gestos y palabras. Esta mezcla ha inspirado varios siglos de literatura amorosa y de pintura galante, sólo conocidas en Francia. El Gaviero se puso en pie y, tomando una mano de la patrona, la besó con galantería mientras le declaraba en un francés copiado de las comedias de Marivaux:

—Señora, permítame expresarle mi más calurosa simpatía y mi gratitud más rendida. Le ruego que, a partir de este momento, me cuente, no sólo entre sus amigos más sinceros, sino también entre sus más obsecuentes admiradores —la patrona se le quedó mirando, entre regocijada e inquisitiva, como pensando: «Y a éste, ¿qué le pasa?». Bashur dejó oír una risa contenida de quien ha entendido todo y volvió a mirar a su antigua amante, en espera de la réplica que daría a Maqroll. La patrona miró, a su vez, fijamente al Gaviero a los ojos y, con una gran sonrisa, le repuso:

—Ya me pareció desde el primer día que lo vi que detrás de esa traza de nigromante en vacaciones se escondía otro elemento de cuidado, digno camarada de este otro libanés lunático.

Mientras esto decía, acariciaba las mejillas de Abdul en un gesto de inimitable gracia y tierna sabiduría de mujer cuyas brasas están aún muy lejos de extinguirse. Arlette salió del cuarto sin decir más y ellos quedaron a la espera del resultado de sus gestiones. Bashur comentó a su amigo, moviendo la cabeza en un gesto de incredulidad:

—Esto era lo que me faltaba por ver. Maqroll haciendo el
chevalier servant
con Arlette. Tampoco usted tiene remedio, mi querido Gaviero.

—Escuche bien lo que le digo, Abdul —repuso Maqroll—. Si alguna vez resuelvo terminar mis correrías y sentar cabeza, me gustaría hacerlo al lado de una mujer como Arlette. Es lo que Apollinaire llamaba «une femme ayant sa raison». Qué mas quiere uno en la vida.

Abdul se alzó de hombros y fue a recostarse en su cama en espera de las noticias que lo traían aún inquieto, a pesar de las reflexiones del Gaviero.

Cerca de la medianoche apareció la patrona trayendo a Tarik prácticamente a rastras. Lo dejó en medio de la habitación y dijo:

—Ahí lo tienen. La próxima vez que se les ocurra usarlo para algo, díganle que, al menos mientras lo ocupen, se abstenga de golpear a su mujer —ignoraban que tuviera esposa, pero, con la tranquilidad que les produjo su aparición, olvidaron increparlo por la angustia que les había causado. Tarik, mientras trataba de arreglarse las ropas que traía en un desorden que anunciaba su paso por el cuartel de policía, explicó lo sucedido:

—No pude contenerme. La encontré en la cama con Gastón el tranviario, vecino nuestro, ambos desnudos y en pleno regocijo. Él logró escapar a su habitación y ella se me quedó mirando como si fuera un fantasma. Le di una lección y parece que se me fue la mano. Gastón llamó a la policía. Así esperaba salir de mí.

Arlette condujo a Tarik al cuarto del portero, que estaba desocupado hacía muchos meses. Al salir, hizo señas llevándose un dedo a un ojo para indicar que no lo perdieran de vista.

El incidente les reveló las bases un tanto precarias sobre las que descansaban sus planes. Pero ya no había más remedio y era preciso seguir adelante. Tarik, la noche siguiente, tras deshacerse en excusas y promesas de lealtad y discreción, realizó el cambio de las alfombras en las bodegas de la aduana. Las valiosas fueron llevadas a una lancha, junto con el equipaje de Bashur, quien se embarcó hacia el puerto de Media, en Marruecos. Maqroll permaneció en Marsella rondando la plenitud otoñal de Arlette.

En Media esperaba Ilona, quien, al recibir a Abdul, no pudo menos de felicitarlo por la eficiencia con la que, hasta el momento, se cumplía el plan. Bashur le reclamó su poca fe en las habilidades delictivas de sus dos amantes y la respuesta de Ilona fue inmediata:

—Ay, Abdul querido, ustedes dos nunca serán verdaderos profesionales en ese terreno. Tú, porque lo único que te interesa es ir contra los códigos y Maqroll, porque a la mitad del camino puede desentenderse de la tarea y está pensando ya en una nueva intriga al otro lado del mundo. Delinquir es un oficio muy serio, querido. Los aficionados siempre quedaremos, al final, fuera del juego.

Abdul repuso que, en esa ocasión, al menos, todo iba saliendo sin tropiezos. Los papeles preparados por Tarik para entrar las alfombras a Marruecos como mercancía de regreso no reclamada funcionaron perfectamente. El amigo de Choukari en Media facilitó la maniobra y recibió su propina de manos de Abdul. Éste entregó a Ilona las facturas que garantizaban la compra de la mercancía y la convertían en dueña indiscutible de veinticuatro alfombras antiguas de gran clase. Al llegar a Rabat se registraron en hoteles diferentes para no despertar sospechas. Pero Ilona no resistió el subir a Bashur a su cuarto, donde hicieron el amor con la excitación de quienes han coronado una hazaña sembrada de peligros. Se citaron luego para cenar en un pequeño restaurante de comida bereber, donde tocaban música de los tiempos de Al-Andalus. Durante el famoso episodio de las banderolas, lo habían descubierto por casualidad.

Al día siguiente, Bashur pasó por Ilona para acompañarla al aeropuerto. Las alfombras fueron registradas como carga acompañada que amparaba el pasaje de Ilona en el vuelo directo Rabat-Ginebra de la Royal Air Maroc. A tiempo de despedirse, ella le recordó que los esperaba en Ginebra dentro de dos semanas para repartir la ganancia. Abdul la besó en forma tan convencional y rápida que Ilona le comentó al oído:

—¿Ves? Nunca tendremos la naturalidad de los verdaderos malhechores. Somos amateurs, por fortuna, diría yo. Hasta pronto.

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