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Authors: Álvaro Mutis

Tags: #Relatos, Drama

Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (76 page)

BOOK: Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero
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El cambio de las alfombras nunca fue descubierto. Tarik siguió paseando su figura de fakir palúdico por las tabernas del Vieux Port y maldiciendo al tranviario que seguía substituyéndolo en el lecho conyugal, cada vez que se presentaba la ocasión. Abdul y Maqroll se despidieron de Arlette y pagaron la cuenta con una puntualidad que despertó en la dueña una sonrisa cómplice. Maqroll, a tiempo de partir, se acercó a ella dejándole una promesa de regreso en un sonoro beso que le estampó en la boca.

En Lausanne los esperaba Ilona, vestida con un traje primaveral a la última moda. Toda ella irradiaba un optimismo provocador y juguetón. En la terraza del Gran Hotel Palace, donde se alojaron, pidieron una botella del delicioso vino de la región, ligeramente gasificado. Cuando Ilona entregó a cada uno el cheque que le correspondía, ambos se quedaron atónitos al ver la cifra de seis ceros que allí estaba escrita, la primera y última, sin duda, que tuvieron en sus manos.

—No pongan esa cara de lelos —se burló Ilona— y más bien díganme qué van a hacer con tanto dinero. Tengo curiosidad por conocer sus planes.

—Yo no hago planes de ninguna especie —repuso Maqroll de inmediato—. En verdad no sé qué hacer con esto.

—Y tú, Abdul de mis pecados, ¿qué piensas hacer? —preguntó Ilona, mientras acariciaba los cabellos de Bashur como si mimara a un gato siamés.

—Yo —contestó éste— voy a Estambul para comprar el barco que he querido tener toda mi vida. Se llama
Nebil
, fue construido en Suecia en 1914, tiene un motor diésel marca Crosley 8/480, inglés; cuatro bodegas para carga con capacidad total de seis toneladas y una tripulación de nueve personas. Sus líneas son de una elegancia impecable. Un experto en el asunto, Michael J. Krieger, lo llamó el Bugatti de los viejos cargueros. Con esto —mostró el cheque con unción— pago las primeras tres cuotas de las seis que debo cubrir para ser el dueño de esa joya.

—Ahí están las otras tres cuotas. Es nada comparado con el placer de convertirme en copropietario del
Nebil
. Lo vi el año pasado en Gálata y me inspiró un respeto casi religioso. Pidamos, para celebrarlo, otra botella de este vino que está portándose muy bien —Maqroll llamó al mesero para ordenar la nueva botella, mientras Ilona miraba a uno y a otro con expresión de quien ha sido rebasada por los hechos:

—No sé cuál de los dos está más lunático —exclamó al fin—. Se juegan veinte años de cárcel y ahora uno quiere comprar un barco paleolítico y el otro le entrega su dinero para completar el precio, como si el cheque le estorbara en el bolsillo. No tienen remedio, ninguno de los dos. Yo, en cambio, voy a Trieste para comprar un piso en el que pienso vivir durante los veranos. También es un viejo sueño nunca satisfecho.

—Muy sensato, muy sensato —comentó Bashur en medio de una carcajada general, con la que se canceló el tema.

Aquí me parece indicado traer a cuento una ilusión de Bashur que lo acompañó toda su vida y que jamás pudo ver cumplida. Fue una constante en su destino, obstinada como ninguna otra y, para sus amigos, la más conmovedora. Se trataba de su incesante búsqueda, por todos los puertos de la Tierra, del buque de carga ideal, cuyo diseño, tamaño y motor tenía Abdul presentes a toda hora. En él quería pasar el resto de sus días, navegando por todos los mares del mundo al lado de un capitán que, como Bashur, supiera apreciar la esbeltez de líneas y las óptimas condiciones marineras de la nave. En la pesquisa de tan improbable sueño, pasó nuestro amigo buena parte de su existencia. Tanto Ilona como el Gaviero hacía ya mucho tiempo que habían prescindido de bromas y alusiones sobre esta manía de Abdul. Fueron tantas las veces que lo escucharon describir su encuentro con el buque de sus anhelos, reunir el dinero para adquirirlo, pasando por pruebas tan arriesgadas como insensatas, y, al ir a buscarlo, enterarse que ya lo habían comprado o que yacía en un astillero donde comenzaba a ser desguazado para venderlo como chatarra, que no quedaba ya humor para hablar del asunto. La última circunstancia mencionada era la que más le dolía y la tristeza podía durarle varios meses y hablaba de ello como de la pérdida de un ser querido. Que hubiera alguien que pudiese volver hierro viejo una obra de arte le hacía maldecir del género humano y, en especial, de los armadores, a los que, por cierto, pertenecía su familia. En esta perpetua indagación en búsqueda del carguero perfecto, Bashur perdió todas las oportunidades que su ingenio, al parecer inagotable, y sus reconocidas dotes de simpatía, siempre a flor de piel, le habían brindado para hacer fortuna. Maqroll, comentando un día conmigo este rasgo de Bashur, pronunció estas palabras reveladoras:

Abdul sabe muy bien que persigue un imposible. Su barco ideal se le escapa siempre de las manos, en el último momento o, cuando ya lo va a tener, descubre que algunas de sus características no se ajustan al soñado modelo y se desentiende del negocio. Esta trampa diabólica pienso que debió inventarla durante su niñez, tratando de corregir y mejorar los modelos impuestos por su padre que, como usted sabe, era un armador muy prestigiado en todo el Oriente Medio. Esta fama paterna intentó superarla creando un prototipo de barco inalcanzable, que convertiría en su morada y del cual derivaría el sustento. Pero toda rebeldía contra la imagen paterna, magnificada y opresora, se paga durante el resto de la vida. La única manera de salir de ese laberinto, por el que todos nos internamos alguna vez, es llegar a la convicción de que al padre, en vez de substituirlo, hay que intentar prolongarlo, en la medida de nuestras propias fuerzas y de nuestros propios demonios. No es fácil, ni suele ser grato, pero no existe otro camino para enfrentar el reto de vivir nuestra propia vida.

Como no recordaba haber escuchado hablar al Gaviero en esos términos, deduje que los lazos que lo unían a Bashur eran más recios y de un orden mucho más complejo que los de una simple camaradería. Volvió a revelárseme, entonces, la condición de complementaria que caracterizaba a esa relación, tan evidente para quienes los conocíamos de cerca. Ilona, que con ambos supo mantener una relación amorosa sin sobresalto, comentó alguna vez:

—Son como hermanos, pero cada uno hecho con elementos opuestos. Los griegos algo dijeron sobre esto, pero ya no recuerdo el nombre de la divinidad o de la fábula que sirve de ejemplo.

Sabido lo anterior, era, por tanto, perfectamente previsible que, al llegar al Bósforo, Abdul Bashur se enterara de que el
Nebil
acababa de ser vendido a un naviero turco que lo guardaba como un tesoro. Maqroll regresó a Marsella, se instaló en la pensión de Arlette y estableció con la patrona una relación de intimidad que dejaba a la mujer en una especie de limbo erótico, poblado de sensaciones que ella tenía por canceladas hacía años.

Abdul llegó varios meses después. Intentó devolver a Maqroll su dinero, pero éste lo convenció de que lo guardara consigo. Bashur terminó, como siempre, adquiriendo un carguero común y corriente que le ofrecieron en Marsella en condiciones particularmente ventajosas. La mitad de las ganancias que rindiera el barco serían para Maqroll. Éste sabía que, buena parte de las mismas, tornarían a Bashur para cubrir el costo de reparaciones y mantenimiento.

—No sé —comentaba Arlette, buena francesa cultora del arte de ahorrar— qué demonios tienen ustedes dos contra el dinero. No lo saben guardar para las épocas difíciles y se les derrama de las manos como si no lo hubiesen ganado duramente.

—Es que las épocas difíciles nosotros ya las vivimos todas, querida —contestaba Maqroll—. Ahora pasamos por lo que nuestro amigo Paul Coulaud llamó alguna vez «la misère dorée».

—La verdad que no le veo la gracia —concluía Arlette mientras el Gaviero exploraba el opulento escote de flamenca bien alimentada.

III

N
O me ha sido posible ubicar en el tiempo el encuentro de Abdul Bashur con Jaime Tirado
El Rompe espejos
. Para evocarlo he tenido que recurrir a cartas de Bashur a Fátima, donde se menciona el hecho sin muchos detalles, y a mis apuntes de conversaciones con Maqroll, éstas sí mucho más explícitas y detalladas. Bashur menciona el
tramp steamer
adquirido en Marsella, que bautizó con el nombre de
Princess Boukhara
, dando muestras de un humor más achacable al Gaviero que a él. En ese barco viajó a encontrarse con
El Rompe espejos
. Pero antes de esto, muchas otras andanzas ocurrieron y otras tantas vinieron después, a juzgar por noticias, casi todas sin fecha, procedentes de Maqroll, cuyo fuerte no fue nunca la cronología. No tiene, al fin, mucha importancia esta vaguedad ya que tampoco es mi intención, en este recuento, de todos modos parcial, de la vida de Bashur, ceñirme a ninguna estricta secuencia temporal, como tampoco lo ha sido antes, en mis relatos dedicados al Gaviero. Lo que me ha desconcertado en este particular, para establecer la fecha en que ocurrió, es la aparición de las gemelas Vacaresco, que yo daba por desaparecidas mucho antes de la cita de Bashur con Tirado. El error debió ser mío, de seguro, porque tanto los datos venidos de Bashur como los recogidos a Maqroll, coinciden en mencionar a las famosas hermanitas en el origen del suceso del río Mira y el encuentro con
El Rompe espejos
, en donde Abdul estuvo a punto de dejar la vida.

Maruna y Lena Vacaresco se presentaban en un cabaret de mala muerte de Southampton, con un número de erotismo un tanto primario, pero que adquiría una salacidad extra por tratarse de dos hermanas gemelas que se lanzaban en una serie de acrobacias lesbianas, con toda gama de quejidos y ojos volteados en espasmo, poco creíbles, es cierto, pero suficientes como para mantener el morboso interés del público. Éste lo componían, en su casi totalidad, marineros de las más variadas nacionalidades, nada exigentes en punto a un riguroso realismo en el acto protagonizado por las gemelas.

Una noche en que resolvieron abandonar el
Princess Boukhara
, que descargaba en el puerto inglés lino en rama traído de Egipto, Maqroll y Abdul fueron a dar una vuelta por los bares cercanos a los muelles. La gris monotonía de las calles de Southampton y la imponente masa de sus fábricas e instalaciones portuarias les deprimió el ánimo como ningún otro puerto de la isla.

—Un buen whisky borra las dos terceras partes de tanto cemento sin color, tanto ladrillo, tanto hollín y tanto inglés obtuso y mal comido —comentó el Gaviero tratando de convencer a Bashur de que lo acompañase para huir del estruendo sincopado e implacable de las grúas.

Fue así como acabaron visitando el Pink-Surprise, como osaba llamarse el tugurio donde actuaban las gemelas Vacaresco. Venían de recorrer una cantidad suficiente de bares como para que el
scotch
hubiera empezado a cumplir la promesa de Maqroll y todo tomara un aspecto más tolerable. El número de las hermanitas estaba animado, vaya a saberse por qué, con música española, lo que causó en Bashur un regocijo que el Gaviero no terminaba de entender. El acto comenzaba con la presentación de las hermanas, una en cada extremo del pequeño escenario, en medio del cual lucía una cama circular adornada con lazos y pompones color rosa, al igual que la sábana que la cubría. A la izquierda estaba Maruna, con una cabellera negra retinta, los ojos con gruesas rayas de
kohl
y sus rotundas formas cubiertas con un sucinto
baby doll
celeste. A la derecha aparecía Lena, con una abundante cabellera rubia platinada, los ojos circundados de un lila intenso y un atuendo tan escaso como el de su hermana, pero de color rosa. Comenzaba la acción con el pasodoble
El relicario
, al que seguían otras piezas de igual fama, hasta terminar, en el éxtasis de las hermanas, con
España cañí
. La rutina de entrelazamientos, besos, caricias y sonoros lametones, acompañado todo de quejidos y suspiros desaforados, era, ya se dijo, tan poco convincente como monótona. La hilaridad de Abdul lo indujo a invitar a su mesa a las gemelas y ordenar una botella de champaña. El Gaviero lo miraba, intrigado ante tanto entusiasmo que no justificaban ni el lugar ni las hermanas Vacaresco.

—Sólo los ingleses —comentó Abdul para explicar su entusiasmo— son capaces de producir un adefesio semejante, tan absurdo como chabacano. Esto es lo más deliciosamente grotesco que he visto en mucho tiempo. Las gemelitas tienen lo suyo. Poseen eso que usted llama la «calentura danubiana». Ya lo verá.

En efecto, las hermanitas Vacaresco resultaron ser algo bastante alejado de lo que podía pensarse viendo su actuación en el Pink-Surprise. Para comenzar, como era de suponer, su apellido no era ése, ni tampoco sus nombres. Se llamaban Estela y Raquel Nudelstein. Su padre había sido un sastre judío, nacido en Besarabia y su madre, que hacía las veces de agente y guardián a la vez, era de Lwów, hija de un rabino hasídico. En alguna vieja revista francesa, doña Sara, como se llamaba la imponente matrona, había visto en su juventud la fotografía de la poetisa rumana Hélene Vacaresco, que gozó en París de una cierta notoriedad en los años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial. A la madre le pareció que Vacaresco iba muy bien con la profesión que tenía destinada para las gemelas que Jahvé le había dado como medio infalible de ganarse la vida. El padre murió en uno de los primeros pogromos del estalinismo. Todo esto fue relatado por las protagonistas, después de la segunda copa de champaña, con una desenvoltura y una gracia que, tenía razón Bashur, guardaban para la intimidad y jamás lucían en escena. Quitado el maquillaje y las vistosas pelucas, aparecía un rostro interesante y una expresión despierta y maliciosa que cumplían con lo que Abdul había anunciado citando a Maqroll. Por cierto que es ése un rasgo característico de muchos judíos de la
mitteleuropa
, que acaban siendo más vieneses que los vieneses o más magyars que los húngaros. Véase si no, el caso de Erich von Stronheim, judío vienés que caracterizó en el cine al típico oficial de la guardia del emperador Franz Joseph o al
junker
prusiano de pura cepa. Lo primero que les preguntó Abdul, cuando las gemelas se sentaron con ellos, fue de dónde había salido la idea de usar esa música española de tan irresistible cursilería. Maruna, que comenzaba a mostrar una marcada preferencia por el Gaviero, explicó que los dueños del lugar debieron deducir que Vacaresco era un apellido típico andaluz y habían fabricado ese alucinante popurrí de pasodobles para amenizar el acto. Bashur insistió ufano:

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