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Authors: Álvaro Mutis

Tags: #Relatos, Drama

Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (77 page)

BOOK: Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero
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—Lo que yo había dicho. Sólo los ingleses pueden lograr semejante maravilla. Son impagables.

Lena, por su parte, había puesto su atención en Bashur y fue ella la que propuso que se pasaran al francés para intercambiar sus opiniones. Ya comenzaban a llover, de las otras mesas, miradas de franca censura. Los cuatro abandonaron el PinkSurprise, después de una segunda aparición de las Vacaresco, en donde la indiferencia y la fatiga resultaban casi insultantes para el público. Después de visitar dos o tres lugares más, fueron a desayunar al puerto ostras y pescado fresco con vino blanco portugués, que vendía un lisboeta en un minúsculo expendio a la salida de un garaje. Subieron luego al barco y cada pareja fue a su camarote en medio de fados espurios ensayados por las mellizas sin saber una palabra de la lengua de Camões.

Terminado de descargar el lino crudo, el
Princess Boukhara
fue sometido a una limpieza de casco que necesitaba con urgencia. Los cinco días que duró el barco en carena, los pasaron Maqroll y Bashur en el hotel de las gemelas, con anuencia, no muy entusiasta, es cierto, de la madre. Las hermanitas resultaron ser una fuente de diversión al parecer inagotable. Su tendencia natural a un humor cáustico e instantáneo, aplicado a los más nimios incidentes cotidianos, logró convertir el tiempo pasado en Southampton por los dos amigos en una celebración memorable. Las gemelas tenían personalidades por entero contrapuestas. Maruna, la amiga de Maqroll, era de carácter concentrado, con inclinación a la melancolía y al melodrama fugaz. Una cierta tendencia a la frigidez la compensaba en el lecho mimando éxtasis inopinados, mucho más convincentes que los fingidos en escena. Esta imitación, en la intimidad, despertaba en Maqroll una excitación desconocida. Cuando la cosa iba en serio, Maruna caía en trances de madona, igualmente estimulantes para él. Lena, introvertida, superficial y desordenada, tenía esa sensualidad a flor de piel de las mujeres para las que sólo existe el presente, que prefieren los hombres instintivos, negados para «toda complejidad intelectual y toda angustia metafísica», como ella misma los definía. «La única angustia que conozco es la de no gustarle a alguien», solía decir, mientras se sacudía los cabellos en un gesto provocativo que se le había convertido en un tic. Las Vacaresco pasaron a ser, más tarde, para ellos, una suerte de tabulador para medir la condición de un ambiente o de una experiencia. Una noche Vacaresco o una mujer nada Vacaresco daban la medida de lo que habían disfrutado.

Pero el incidente que hizo de esos días una temporada inolvidable, en especial para Bashur, ocurrió la víspera de partir el
Princess Boukhara
. Lena quiso dejarle un recuerdo de ese encuentro. Buscando entre un montón de fotografías que había sacado de una caja de galletas vacía, quería darle una en donde sus atributos estuvieran a la vista, sin caer en lo manido. Bashur vio, de pronto, una en donde ella estaba con un hombre de aspecto próspero, rostro ligeramente inquietante y aire deportivo. Se hallaban recostados en la barandilla de popa de un carguero de notable y airosa silueta. El castillo de popa le recordó el del
Nebil
, pero tenía un diseño más clásico aún. Tomó la foto y se quedó absorto mirándola, tratando de identificar el navío. Lena no comprendió el interés de Abdul por esa imagen en particular y le preguntó por qué le llamaba la atención. En lugar de contestarle, Abdul le preguntó con notoria ansiedad:

—¿Dónde está ahora ese barco? ¿El dueño es el tipo que aparece en la foto? ¿Quién es?

Lena lo miró, sorprendida por el chaparrón de preguntas, y contestó con la paciencia con la que se habla a alguien a quien se desea hacer volver a sus casillas:

—El barco se llama
Thorn
y ahora se pudre en la desembocadura del río Mira en la frontera norte del Ecuador. El propietario es, en efecto, el hombre que aparece en la foto —aquí dudó un momento antes de proseguir—. No hay mucho que contar sobre él. Yo, al menos, sé bien poco. Tiene mucho dinero, logrado con la venta de no sé qué producto vegetal, cuyos sembrados le pertenecen. Están río arriba a varias horas de navegación.

—¿Cómo se llama el tipo? —la interrumpió Abdul impaciente.

—¿Por qué te pones así? El tipo se llama Jaime Tirado, pero lo conocen como
El Rompe espejos
. No me vengas ahora con que tienes celos. Es algo que nunca hubiera pensado de ti —Lena no podía explicarse el febril interés de Abdul por tan lejano personaje.

—No, por Dios —aclaró Bashur—. Es el barco lo que me interesa. Es una maravilla de línea. ¿Crees que aún esté allí?

Lena, ya más tranquila, contestó:

—Allí debe estar, creo. Temo que ya no navegue. Me parece recordar que el dueño intentó venderlo alguna vez.

—¿Río Mira, dijiste? —insistió Bashur.

—Sí, río Mira, en el límite con Colombia —repuso Lena—. Pero no me digas que piensas ir hasta allá. Es el fin del mundo. Yo viajé con
El Rompe espejos
desde Panamá hasta ese sitio, en un yate. Hace un calor de todos los demonios, los zancudos te devoran día y noche, en medio de una desolación y una miseria inconcebibles. Él, desde luego, vive como un marqués, pero eso es allá más arriba y no te arriendo la ganancia si intentas acercarte.

—Conozco lugares mucho peores y mil veces más peligrosos. No te preocupes —contestó Abdul, mientras guardaba la fotografía en su billetera.

Lena le dio otra en donde aparecía abriendo su blusa y ofreciendo los pechos al fotógrafo con sonrisa desafiante.

—Llévate ésta también —dijo—, aunque no aparece ningún barco. Guárdala para que recuerdes nuestras noches de Southampton.

Abdul la guardó junto a la anterior y habló de otra cosa. Más tarde pasaron por Maqroll y Maruna y fueron a cenar a un restaurante pakistaní, que les recomendó doña Sara. La señora, de imponentes carnes y astucia inagotable, sabía permanecer en la sombra y dejaba a sus hijas en una libertad al parecer absoluta que, en el fondo, se concretaba al viejo y conocido juego del pescador y la carnada. Ellas no la mencionaban jamás, pero los dos amigos habían ya advertido ciertas señales, imperceptibles para otros, que era fácil colegir se referían a severas instrucciones de la matrona de Lwów, jamás transgredidas por ellas.

Esa noche la pasaron en blanco, en un acelerado y febril desquite antes de decirse adiós. Recorrieron los pocos bares transitables del puerto y, de regreso al hotel, hicieron el amor con el ímpetu de quienes saben que no se han de volver a encontrar. Partieron hacia el
Princess Boukhara
y, al pie de la escalerilla, antes de despedirse, Maqroll declaró a las gemelas con énfasis no muy común en él:

—El recuerdo de las hermanas Vacaresco nos servirá, en adelante, cuando lleguen los días negros que nunca faltan a la cita, para recordarnos que la alegría no es un invento de los inocentes para engañarse a ellos mismos. Nos consta que existe porque la conocimos con ustedes.

Ellas, en medio de algunas lágrimas que les corrían por las mejillas trasnochadas, trataron de entender lo que el Gaviero decía. Era evidente que se habían quedado en ayunas. Cuando el barco comenzó a ponerse en movimiento, Maruna y Lena aún estaban allí, paradas en el muelle, moviendo los brazos y llorando con un aire desamparado que les produjo al Gaviero y a Bashur un nudo en la garganta.

En alta mar, camino a Dantzig, donde los esperaba una carga de herramientas agrícolas con destino a Djakarta, Abdul mostró a Maqroll la fotografía del
Thorn
y le comentó su interés en averiguar si el barco estaba aún en venta. El Gaviero, acostumbrado ya desde hacía mucho a simpatizar con la manía de su amigo, le propuso que buscaran en alguno de los puertos que iban a tocar una carga para Panamá o para Guayaquil. Así podría echar un vistazo al barco que tanto le inquietaba. Reconoció, de paso, que el diseño de la nave era en verdad de notable elegancia y sencillez. Faltaba ver qué máquina tenía y en qué estado se encontraba. Respecto al dueño, comentó con franqueza:

—En la historia de Lena falta una pieza, pero ella ha sido lo suficientemente lista como para, con lo que nos dijo, esperar que la encontrásemos. De una cosa estoy seguro: el famoso
Rompe espejos
no ha hecho su fortuna exportando banano, que es lo que por allá se cultiva. Ese dinero viene de algo que vale más y es más arriesgado conseguir. Además ese aire que tiene de niño bien algo tarado me parece altamente sospechoso. No hay peor ralea que esos señoritos que se salen de sus cauces y rompen con las reglas y convenciones de su clase. Son de alta peligrosidad porque han dejado atrás los principios con los que nacieron y jamás respetan los establecidos por el hampa. Es por eso que son capaces de todo. No hay límites que los contengan. Vamos a ver qué pasa. Hay que conseguir esa carga para Panamá o para el Ecuador y luego se verá.

Abdul guardó de nuevo su fotografía, satisfecho de comprobar que su camarada y cómplice lo respaldaba, una vez más, en su búsqueda del
tramp steamer
ideal.

En Djakarta, Maqroll resolvió quedarse para viajar un poco por el archipiélago Malayo y reanudar en Kuala Lumpur sus experiencias con la viuda vendedora de inciensos funerarios cuyos encantos seguían teniendo para él un prestigio nada desdeñable. Lo último que aconsejó a Bashur, antes de abandonar el
Princess Boukhara
, fue:

Abdul, cuídese del
Rompe espejos
. Recuerde lo que le dije de esos niños bien. No me deje sin noticias. Ya sabe dónde escribirme.

—No se preocupe. Tendré muy en cuenta sus advertencias. Vaya tranquilo —le repuso Bashur, mientras lo veía descender la escalerilla con su paso cauteloso de felino cansado y perderse, luego, entre la abigarrada multitud del puerto, la cabeza levantada y alerta, como midiendo las acechanzas del mundo. Volvió a sentir, entonces, esa solidaridad afectuosa, esa amistad sin sombras, adusta y cálida a la vez, que le despertaba ese personaje impar, sondeador incansable de los médanos donde el destino y el azar se confunden para atrapar al hombre y aturdirlo con los necios espejismos de la ambición y el deseo. Las reservas que el Gaviero le había expresado en relación con el dueño del
Thorn
, iba a recordarlas en momentos que hubiera querido compartir con su amigo y que tuvo que afrontar solo, en el desamparo inclemente de un trópico atroz.

De Djakarta, Abdul viajó a Trípoli y de allí, con el buque cargado de explosivos, a Limassol, en Chipre, donde entregó la comprometedora mercancía a un hombre de largas barbas rojizas, cuidadosamente peinadas, y cabellos del mismo color que le caían sobre los hombros. Tenía todo el aspecto de un pope y movía sus pequeñas manos de dama perfumada como si repartiera bendiciones. Era a todas luces un pope disfrazado de civil y metido en las intrincadas conjuras de la isla que iban a dar al traste con el dominio británico. De tiempo atrás Bashur había aprendido en ese negocio de hacer rendir a un
tramp steamer
, que no deben hacerse muchas preguntas y que las respuestas deben dosificarse con parsimonia vigilante.

El
Thorn
no se apartaba de sus pensamientos. Cada noche, antes de dormir, examinaba largamente la fotografía del barco. Llegó a calcular, con indiscutible aproximación, sus medidas y su capacidad de carga, partiendo sólo de esa imagen en donde la sonriente pareja añadía un toque de intriga y de nostalgia que lo dejaba varias horas en vela: ¿Quién sería ese Jaime Tirado? ¿
El Rompe espejos
, sobre el que Maqroll abrigaba tanta sospecha? La respuesta no se hizo esperar mucho tiempo.

De Limassol viajó a La Rochelle. Su agente en ese puerto le había enviado un telegrama pidiéndole que acudiera allí lo más pronto posible. Con un cargamento de mineral de zinc, partió para Francia, con la premonición, casi la certeza, de que algo maduraba con respecto al
Thorn
. Así fue. En el puerto de la antigua Aquitania le esperaba un contrato de carga para Guayaquil, consistente en veinte inmensos cajones con maquinaria textil que coparon la capacidad del
Princess Boukhara
. En La Rochelle adquirió una carta de navegación de la costa ecuatoriana y otra, más detallada, de la desembocadura del Mira. Durante el viaje se dedicó a estudiar esas dos cartas en compañía del capitán, personaje que nos hemos demorado en presentar, con imperdonable descuido, ya que fue por mucho tiempo un auxiliar irremplazable de Abdul, por su lealtad y don de gentes, indispensables para manejar tripulaciones reunidas al azar de los puertos.

Se llamaba Vincas Blekaitis y había nacido en Vilna. Tenía esos ojos de un gris pálido, tan comunes entre los bálticos, y de ellos también heredó la estatura hercúlea y una lentitud de movimientos que escondía milenarias astucias y huracanados cambios de humor. Hacía largos años que trabajaba con Abdul, siempre que éste disponía de barco. Sentía hacia él una fidelidad sin reservas y una admiración un tanto infantil, a pesar de ser mucho mayor que su patrón cuyo nombre jamás logró pronunciar bien. Le decía Jabdul, lo que a menudo causaba la hilaridad del resto de los tripulantes. Maqroll, en ocasiones, cuando quería hacerle a Bashur alguna broma, lo llamaba también Jabdul y éste sonreía complacido.

Atracaron en Guayaquil, después de un viaje salpicado de contratiempos. En el Caribe les sorprendió una tormenta que hacía temblar los costados del
Princess Boukhara
como si fueran de papel. La carga se corrió en las bodegas y hubo que acomodarla de nuevo en Panamá. Allí hubo una demora en Colón para cruzar el Canal, causada por el paso de una flota de la Armada americana que iba a maniobras en el Pacífico. Una lluvia tenaz, tibia y pegajosa, trabajaba los nervios y minaba el ánimo. Vincas decía estar seguro de que le iban a nacer sapos en los oídos. Parece que fue la única nota de humor que se le escuchó en la vida. Para colmo, en Guayaquil les sorprendió una huelga de operadores del puerto. Diez días tuvieron que esperar allí hasta que las grúas volvieron a funcionar. Era la temporada en que el río Guayas se sale de su cauce, ocasionando esa siniestra plaga de gruesos insectos, parecidos a los grillos, pero más rollizos y lentos, que, huyendo de las aguas, invaden la ciudad, entran por la menor rendija a casas y hoteles y llegan a paralizar el tráfico. Los autos patinan en la pasta verdinosa y fétida que se forma al pasar éstos sobre los ejércitos de insectos que ocupan la calle. A cuarenta grados de temperatura, la experiencia consigue tener características dantescas. Las tripulaciones se ven obligadas a permanecer en los barcos y esto aumenta su irritación y su inconformidad.

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