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Authors: Jorge Volpi

Tags: #Ciencia, Histórico, Intriga

En busca de Klingsor (55 page)

BOOK: En busca de Klingsor
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—¿Por qué? —si Ulrich no fuese tan simpático apenas le perdonaría esta pregunta.

—Muy sencillo: porque es la historia de un gran fracaso —la sorpresa que se instala en sus ojos casi me resulta divertida—. ¿No comprende? Analice mi relato: vea cómo fue una cadena de mínimos errores la que impidió su éxito. Es decir, la que impidió que la historia de nuestra época fuese otra… Un grupo de no más de veinte personas estuvo a punto de alterar las vidas de millones. Y, por un descuido, por un vaivén de lo que a falta de otro nombre conocemos como azar, eso no pudo ocurrir…

—Pero siempre sucede así…

Su ingenuidad comienza a resultarme un tanto incómoda; es como tratar de explicarle física cuántica a un niño de seis años.

—No, no siempre —mi tono se vuelve severo—. Contemple con cuidado los detalles. La exquisita maquinaria puesta en funcionamiento para que el golpe fracasase. O piense en esta cuestión: había dos bombas en el maletín del conde Stauffenberg, pero él sólo pudo activar una de ellas. ¿Recuerda por qué? Porque en cierto momento recibió la intempestiva llamada del general Fellgiebel, otro de los conspiradores. Ello hizo que Stauffenberg se precipitara y sólo armase uno de los explosivos. ¡Una llamada telefónica, doctor! ¿Y si Fellgiebel no lo hubiese interrumpido? ¿O si lo hubiese hecho sólo unos segundos más tarde? Entonces la fuerza explosiva de los dos artefactos se hubiese multiplicado exponencialmente y, sin asomo de duda, todos los que se encontraban en la sala de juntas con Hitler hubiesen muerto al instante… ¡Una llamada!

Por primera vez su rostro muestra cierto asentimiento.

—Ése fue el primer golpe de azar —continúo mi lección—. Pero hubo otros. ¿Y si Von Freyend, en vez de colocar el maletín de Stauffenberg bajo la mesa, lo hubiese puesto a un lado del Führer? O bien, pongamos que todo lo anterior haya ocurrido así, qué remedio. Stauffenberg abandona la sala de juntas, huye del cuartel y se dispone a tomar el avión que lo llevará a Berlín. Mientras tanto, Fellgiebel, a cargo de las comunicaciones en Rastenburg, se entera de la dolorosa verdad: la bomba ha estallado y el Führer sigue con vida. Y entonces, ¿qué hace? Llama a la base de operaciones de los conjurados en Bendlerstrasse y, quién sabe por qué motivo, informa que Hitler sigue vivo y que el golpe debe continuar. Dos proposiciones que se excluyen naturalmente. Ello crea las condiciones de caos e incertidumbre que culminarán con el desastre final. ¿Y si en vez de eso se hubiese limitado a decir que el golpe debía continuar, sin más? ¿O, por el contrario, si hubiese dicho que el Führer vivía y que, por tanto, era necesario abortar los planes?

—Comprendo lo que quiere decir —me dice Ulrich, condescendiente—. Pero, dígame, ¿usted participó en la conspiración?

—Aunque no presencié directamente los sucesos de ese día, sí, fui uno de sus miembros —mi voz es tan diáfana que no parece avergonzarse de nada—. Yo era…, soy un simple hombre de ciencia. Simpatizaba con ellos, pero no podía hacer mucho más… Me invitó a participar en la conspiración el que era mi mejor amigo en esa época, Heinrich von Lütz… Él también hubiese debido tener un papel mucho más importante en los acontecimientos del 20 de julio, de no ser por otro golpe de azar. Sólo un día antes fue transferido del equipo del general Olbricht al mando del general Stülpnagel, en París…

—¿Y usted y su amigo cuándo fueron arrestados?

—¿A qué se refiere?

—¿Cuándo los detuvieron? —el médico trata de parecer un buen muchacho, incapaz de ponerme una trampa.

—Después del 20 de julio, Himmler se encargó de desatar una persecución sin precedentes —le respondo—. Miles de personas inocentes fueron arrestadas. Al día siguiente cayeron Fellgiebel, Witzleben, y luego, en serie, Popitz, Canaris, Oster, Kleit-Schmerzin, Hjlamar Schacht… El general Wagner, como muchos otros, prefirió el suicidio… Schlabrendorff, Trott zu Stolz y Klausing terminaron por entregarse ellos mismos… Todos sufrieron espantosas torturas. Hitler dijo: «Quiero que todos sean colgados y destazados como piezas de carnicería», y Himmler se encargó de cumplirlo… Heinrich cayó durante los primeros días de agosto. Yo, unas semanas después.

—¿Piensa que él lo delató?

—No quisiera creerlo —respondo, súbitamente entristecido—. Pero las torturas eran terribles… Él era muy fuerte… Quizás fue alguien más. Alguien que se hubiera sentido más a salvo si yo no estaba en medio. Alguien que prefería que no se le vinculara con los conspiradores…

—¿Sospecha de una persona en particular?

—De hecho, sí —insisto—. Lo he venido diciendo desde el maldito día en que llegué a este lugar. Heisenberg. Werner Heisenberg.

LA BOMBA

1

En 1934, el físico italiano Enrico Fermi sugiere la hipótesis de que, más allá del uranio —el último de los elementos conocidos en la tabla periódica—, es posible hallar nuevos metales, los cuales se obtendrían al bombardear este elemento con neutrones libres. A partir de entonces, en las instalaciones del Instituto Kaiser Wilhelm en Berlín, el químico Otto Hahn y su asistente, la física Lise Meitner, realizan numerosos experimentos en este sentido. Meitner es judía, pero ha logrado sobrevivir a las purgas hitlerianas gracias a su ciudadanía austriaca; sin embargo, tras el Anschluss, tiene que huir a Suecia. Entonces Hahn contrata a un nuevo asistente, Fritz Strassmann, con el cual sigue llevando a cabo las pruebas ideadas con la ayuda de su antigua colaboradora.

Por fin, en el otoño de 1938, Hahn descubre que, al separar los resultados del bombardeo del uranio, una gran cantidad de radioactividad se precipita en el bario que utiliza como catalizador… Cuando Hahn le describe a Niels Bohr su experiencia, a éste le parece que semejante resultado es imposible. Desesperado, Hahn se dirige entonces a Lise Meitner, refugiada en Estocolmo, para pedir su opinión. Con la ayuda de su sobrino, el también físico Otto Frisch, Meitner llega a la conclusión de que, en efecto, Hahn tiene razón: al ser bombardeado con los neutrones, el núcleo del uranio se divide en dos átomos de bario —tal como una gota de agua puede partirse a la mitad, para usar una metáfora de Bohr—, mientras que una parte del peso restante se convierte en energía de acuerdo con la fórmula de Einstein E = mc
2
. El día de año nuevo de 1939, Frisch se encamina a Copenhague para darle la noticia a Bohr. Éste queda estupefacto: «¡Qué idiotas hemos sido! —dice—. ¡Lo hemos tenido delante de nosotros todo el tiempo! ¡Es justo como debía ser!». Hahn y Meitner acaban de descubrir la fisión atómica: el inicio de una nueva era.

Sólo unos días más tarde, Bohr parte hacia Estados Unidos, donde pasará unos meses. Ha sido invitado por varias universidades para impartir conferencias y de paso entrevistarse con Einstein en Princeton para continuar su polémica sobre la física cuántica, pero el descubrimiento de Hahn transforma el objetivo de su viaje. Bohr está impaciente por darlo a conocer en América, aunque ha prometido esperar a que Hahn publique sus resultados. El 6 de enero, aparece al fin el artículo de Hahn sobre la fisión en
Die Naturwissenschaften
. A partir de entonces, Bohr se siente con libertad para hablar sobre el asunto en los lugares que visita. La fisión genera verdadera ansiedad en el mundo: pronto en todas partes —Estados Unidos, Copenhague, París, Berlín, Moscú, Múnich y Leningrado— comienzan a repetirse las pruebas de Hahn y Strassmann.

¿A qué se debe tanta atención, tanta actividad? Cualquier físico competente puede responder a esta pregunta: desde hace varias décadas se sabe que el universo está formado por pequeñas partículas de materia, unidas por esa especie de pegamento al que damos el nombre de energía. Más tarde, Einstein probó que una y otra representaban sólo dos estados del mismo componente esencial. Ahora, por primera vez, el ser humano es capaz de observar la transformación de la materia en energía: esa energía fulgurante que se desprende al dividir los átomos de uranio… Pero lo más perturbador es la posibilidad de utilizar esa energía de modo práctico… Generando reacciones en cadena… Construyendo reactores nucleares… Y, en el peor de los casos, produciendo armas de una capacidad destructiva nunca antes vista…

Desde el principio esta última posibilidad asusta tanto a Hahn, que considera la idea del suicidio. Durante una reunión con sus amigos del Instituto Kaiser Wilhelm, propone que todas las reservas de uranio que se encuentran en Alemania sean echadas al mar para impedir la construcción de un aparato destructivo. Para colmo, uno de sus colaboradores le hace notar que, tras la invasión de Checoslovaquia, el Reich se ha apropiado de las ricas minas de uranio de Joachimsthal, las más grandes del mundo… El escenario del Apocalipsis está servido.

2

Desde que Bohr da a conocer los resultados de la fisión en América, numerosos científicos comienzan a movilizarse para demostrar que la producción de bombas es posible, con el fin de convencer al gobierno norteamericano de emprender un vasto proyecto de investigación atómica destinado a superar a los alemanes. De entre éstos, destacan varios físicos que han huido de la Europa dominada por Hitler: Edward Teller —el cual, por cierto, obtuvo su doctorado con Heisenbergeo Szilard y Eugene Wigner. A la larga, estos hombres convencen a los científicos más prominentes que trabajan en el país —Fermi, Bethe, Von Neumann, Oppenheimer y, desde luego, Einstein— de llevar a cabo una intensa campaña en favor de un programa atómico a gran escala. En una carta del 2 de agosto de 1939, escrita a solicitud de Wigner, Einstein le dice al presidente Roosevelt:

En el curso de los últimos cuatro meses se ha hecho probable realizar una reacción en cadena con una gran cantidad de uranio, a partir de la cual grandes cantidades de energía y nuevos elementos similares al radio, serían producidos. Ahora parece prácticamente cierto que esto puede ser logrado en el futuro inmediato. Este nuevo fenómeno incluso puede conducir a la construcción de bombas.

En vista de esta circunstancia, quizás usted considere deseable mantener cierto contacto permanente entre su Administración y el grupo de físicos que trabajan en reacciones en cadena en Estados Unidos.

Tengo entendido que Alemania ha cancelado la venta de uranio de las minas de Checoslovaquia que ha tomado en su poder. El que se haya emprendido una acción tan repentina quizás pueda entenderse por la influencia del hijo del subsecretario alemán de Relaciones Exteriores que ha sido destinado al Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín, donde algunos de los experimentos norteamericanos con uranio están siendo repetidos.

Roosevelt le agradece la misiva y le promete convocar a representantes de la armada y la marina para estudiar el proyecto, pero no será sino hasta octubre de 1941 cuando el Presidente le conceda su autorización definitiva y se ponga en marcha el Proyecto Manhattan. De cualquier modo, las reglas del juego quedan establecidas, lo mismo que la meta final de los contendientes: la creación del arma destructiva más potente de la historia. Quien gane esta carrera se convertirá, sin duda, en el seguro triunfador de la guerra.

3

A principios de 1939, el director del Consejo para la Investigación del Reich, Abraham Esau, recibe los primeros informes provenientes de científicos alemanes en torno a la posibilidad de utilizar el descubrimiento de Hahn con propósitos bélicos. Al mismo tiempo, en Hamburgo, los físicos Paul Harteck y Wilhelm Groth se encargan de hablar del mismo asunto con Erich Schumann, el director de la Oficina de Investigaciones sobre Armas, quien no duda en formar un grupo de trabajo sobre la materia en el que participan Kurt Diebner y su asistente, Erich Bagge.

Poco después de iniciada la guerra, Bagge sugiere a los físicos reunidos en el llamado
Uranverein
, o Círculo del Uranio, la idea de incorporar a las sesiones a su antiguo profesor de Leipzig, el afamado Werner Heisenberg. El 26 de septiembre de 1939, Heisenberg, Otto Hahn y Carl Friedrich von Weizsäcker se presentan a la segunda de las reuniones del
Uranverein
, llevada a cabo en la Oficina de Armamentos del ejército, situada en la Hardenbergstrasse, frente al Politécnico de Berlín.

Sólo tres meses después de esta primera reunión, Heisenberg remite al Uranverein el primero de sus trabajos teóricos sobre la materia, titulado «Las posibilidades de obtener técnicamente energía a partir de la fisión del uranio». En ella, Heisenberg hace una reseña de las escasas contribuciones disponibles sobre el tema. Asimismo, comenta la idea, ya desarrollada por su alumno Siegfried Flügge, de que el uranio común está formado por dos isótopos, el uranio–238 y el mucho más raro uranio–235, de los cuales sólo el segundo es útil para producir una reacción en cadena. Por último, plantea uno de los grandes problemas de la teoría atómica —a la larga irresoluble para el equipo alemán— sobre la «masa crítica» necesaria para lograr la reacción en cadena.

Gracias a este texto de Heisenberg, a fines de 1939 Alemania es el único país del mundo que dispone de las bases necesarias para comenzar a trabajar seriamente en un proyecto atómico, mientras en Estados Unidos o en Gran Bretaña el gobierno apenas muestra interés por el tema.

A fines de 1940, la Oficina de Armamentos decide concentrar toda la investigación sobre el uranio que se lleva a cabo en el Reich, para lo cual toma dos medidas: la primera, eliminar la jurisdicción de Abraham Esau; y, la segunda, colocar al frente del Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín a Erich Schumann y a Kurt Diebner, a fin de centralizar la toma de decisiones. A pesar de la rivalidad que tiene con él, Heisenberg participa en dos de los centros coordinados por Diebner: el Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín y el propio Instituto de Física de Leipzig que él mismo dirige desde hace varios años.

4

A partir de 1942, el rumbo de la guerra cambia drásticamente. Las derrotas alemanas en el frente oriental merman la economía del Reich, y el Führer no tiene más remedio que reorganizar la estructura de su gobierno. Una de sus primeras decisiones consiste en nombrar al arquitecto Albert Speer —responsable del embellecimiento de Berlín— como nuevo ministro de Armamentos. En medio de la corte de los milagros que es el gabinete de Hitler, Speer no sólo parece la única persona normal —además de inteligente es alto y apuesto—, sino que probablemente sea el más astuto de los colaboradores del Führer.

Heisenberg al fin ha obtenido la rehabilitación política que se le debe. Después de los duros años en los cuales se ha enfrentado a Stark y a los lobos de la
Deutsche Physik
, las autoridades científicas del Reich le ratifican su apoyo. Y, tal como Himmler le ha prometido meses atrás, en abril recibe una doble llamada de Berlín: primero, para ocupar una cátedra en la Universidad y, posteriormente, para convertirse en el nuevo director del departamento de física del Instituto Kaiser Wilhelm en sustitución del holandés Peter Debye, quien se ha negado a colaborar con el esfuerzo bélico nazi. En junio, Heisenberg firma el contrato que lo convierte en responsable del Instituto y en jefe científico del proyecto atómico.

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