Read Esperanza del Venado Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

Esperanza del Venado (3 page)

BOOK: Esperanza del Venado
11.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Soñé contigo, conde de Traffing. ¿Por qué soñé contigo?

Palicrovol se volvió hacia Furtivo, quien sonrió y dijo:

—Es el Festín de las Ciervas.

—¡Es el festín de las Ciervas! —exclamó Palicrovol.

—Las entrañas pesaban y la matriz llevaba casi cinco días llena —dijo Furtivo.

—¡Las entrañas pesaban, y la matriz llevaba casi cinco días llena! —gritó Palicrovol. Y al repetir las palabras de Furtivo, Palicrovol se sintió aliviado. Cuando la cierva que se autoentregaba en el Festín de las Ciervas estaba llena a más no poder, las empresas del señor de la fiesta no podían tener mal fin. En todo caso, las empresas de alguien, y por lo general era cortés leer al anfitrión todos los buenos presagios.

—Nada sé de augurios —dijo Zymas—. ¿Quién es el mago que te enseña qué decir?

Entonces Furtivo habló por si mismo.

—Soy Furtivo —dijo—. Las Dulces Hermanas me han mostrado una cierva grávida. Dios habló a Palicrovol por medio de un viejo loco. Y el Venado se te ha presentado en sueños.

Si todos los grandes dioses están junto a Palicrovol, ¿qué se opondrá a él?

Zymas no había dicho que en su sueño hubiera un ciervo.

—¿Qué necesidad tiene él de mi?

—¿Qué necesidad tienes tú de él? Es suficiente con que ambos estéis consagrados ahora a la traición. Si trabajáis juntos podréis derribar al Rey. Si os oponéis el uno al otro, a Nasilee le resultará mucho más fácil su tarea.

Zymas pensó en otro razonamiento. Furtivo, el más grande de todos los magos vivos está junto al conde de Traffing.

—Palicrovol: si eres Rey te ayudaré a desposarte con la hija de Nasilee y a conseguir el trono. ¿Serás un rey justo y bueno?

—Seré rey tal como he sido conde —replicó Palicrovol—. Mi gente prospera más que la de los pueblos de ningún otro señor. Soy un juez equitativo, tanto como le es permitido serlo a un hombre.

—Si eso es cierto, te seguiré, y mis hombres te han de seguir —dijo Zymas.

Y así fue como la profecía del Enviado de Dios resultó perfecta, aunque había predicho un acontecimiento tan improbable como que el río Burring fluyera en contra de la corriente. Zymas había ido hacia él, aun antes de que Palicrovol diera un solo paso hacia la rebelión. Dios era ahora su dios.

—Y yo —clamó Palicrovol— seguiré a Dios.

Y yo, suspiró Furtivo, el de los ojos rosados y la piel blanca, yo podría sacudir la tierra y deshacer este fuerte, y con mi mano izquierda podría hacer que en lugar del ejército de Zymas se alzara un bosque. ¿Por qué unirme a esos hombres carentes de toda magia, en especial si temen a ese ridículo dios llamado Dios? No me necesitan, ni yo a ellos. Pero Furtivo sintió que en sus brazos y en sus manos se endurecía la sangre de la cierva, y se sintió satisfecho de que Palicrovol fuera Rey, aun cuando lo hiciera en nombre de este Dios joven e irascible.

Y así fue como Palicrovol comenzó su periplo hacia el trono de Burland.

2
LA NIÑA QUE MONTO EL VENADO

Tres veces en su vida Asineth aprendió qué significaba ser hija del Rey. Cada lección fue el comienzo de su sabiduría.

LA LECCIÓN DE ASINETH SOBRE EL BIEN Y EL MAL

Cuando Asineth sólo tenia tres años, las damas que la cuidaban caminaban junto a ella por el jardín del palacio, por el lado seguro, donde los caminos de grava están pulcramente trazados y las plantas crecen con formas de animales. Uno de sus juegos favoritos consistía en sentarse muy quietecita dejando que la grava o la arena se escurrieran por entre sus dedos hasta que las mujeres que la custodiaban se aburrían y se enfrascaban en sus propias conversaciones. Entonces solía ponerse de pie con sigilo y se alejaba para ocultarse de ellas. Al principio siempre se escondía cerca, para poder atisbar los primeros momentos de pánico en sus rostros cuando advertían que se había marchado.

—Oh, pequeño monstruo —decían—. Oh, ¿es este el comportamiento de una princesa, escaparse y abandonar a sus damas?

Pero un día la pequeña Asineth se escondió un poco más lejos, ya que había crecido y el mundo se agrandaba. Le atraía esa parte del jardín donde el musgo pende sin recortar y donde los animales no echan raíces en el suelo. Allí vio una inmensa bestia gris que se movía lentamente a través de las malezas, y sintió un extraño influjo que la movía a seguirla. De cuando en cuando perdía al animal de vista y vagaba hasta encontrarlo.

Siempre terminaba viéndolo, o creyéndolo ver, y de este modo lo siguió más y más adentro del jardín salvaje.

No oyó a las damas que la buscaban; para entonces ya se había alejado demasiado. Y

entonces, atemorizadas, informaron al Mayordomo que la pequeña no estaba; sólo cuando el cielo se puso de color carmesí y los soldados la encontraron lavándose los pies al borde de un gran estanque, sólo entonces recordó su juego del escondite. Los soldados se la llevaron del estanque y cruzaron con ella el bosque hasta el seguro jardín en él que había estado jugando. Allí vio a las tres mujeres que no la habían vigilado lo suficiente, desnudas y sujetas contra el suelo, con la espalda, los muslos y las nalgas sangrando por los azotes. Sintió miedo.

—¿A mi también me azotarán? —preguntó.

—A ti no —dijo el soldado que la llevaba—. A ti, jamás. El rey Nasilee es tu padre. ¿Qué hombre osaría golpearte con el látigo?

Y fue así como Asineth aprendió que la hija del Rey no puede hacer nada malo.

LA LECCIÓN DE ASINETH SOBRE EL AMOR Y EL PODER

La amante favorita del rey Nasilee era Berry, y Asineth amaba a Berry de todo corazón.

Berry era ágil y hermosa. Cuando estaba desnuda era esbelta y veloz, como un galgo, y todos sus músculos se movían graciosamente bajo su piel. Vestida era etérea, distante del mundo como un resplandor repentino de sol, e igual de hermosa. Asineth iba a verla cada día, y hablaba con ella, y Berry, hermosa como era, se tomaba el tiempo necesario para escuchar a la pequeña, para oír todos sus relatos de palacio, y todos sus sueños y anhelos.

—Me gustaría ser como tú —le dijo Asineth.

—¿Y por qué como yo? —preguntó Berry.

—Eres tan hermosa…

—Pero dentro de unos años mi belleza se marchitará, y tu padre el Rey me hará a un lado con una pensión, como a un ama de llaves o a un soldado.

—Eres tan sabia…

—La sabiduría de nada vale sin poder. Algún día serás reina. Tu esposo gobernará Burland por ello, y entonces tendrás poder y no importará que seas sabia.

—¿Qué es el poder? —quiso saber Asineth.

Berry se echó a reír, lo cual indicó a esta niña de seis años que había hecho una buena pregunta. Una pregunta difícil. Los adultos siempre reían cuando Asineth hacia una pregunta difícil. Y una vez que lo hacían, Asineth siempre estudiaba la pregunta y la respuesta para ver qué hacia de su interrogante algo tan serio.

—El poder —respondió Berry— es decirle a un hombre “Eres esclavo” y que él sea un esclavo. O decirle a una mujer “Eres condesa”, y que lo sea.

—O sea, el poder es dar nombres a la gente… —preguntó Asineth.

—Y algo más. El poder es predecir el futuro, pequeña Asineth. Si el astrónomo anuncia

“Mañana la luna saldrá y cubrirá al sol”, y ocurre como él dijo, posee el poder del sol y de la luna. Si tu padre dice “Mañana morirás”, también suceder, y así tu padre posee el poder de la muerte. Tu padre puede predecir el futuro de todos los hombres de Burland. Tú prosperarás, tú fracasarás, tú lucharás en la guerra, tú llevarás tus petates por el río, tú pagarás los impuestos, tú no tendrás hijos, tú quedarás viuda, tú comerás granadas por el resto de tus días… Puede predecir cualquier cosa a los hombres, y así sucederá. Incluso puede decirle al astrónomo: “Mañana morirás”, y no lo salvará ni todo el poder que este tiene sobre el sol y la luna.

Berry se cepilló el cabello cien veces mientras hablaba. Y su cabello brilló como el oro.

—Yo también tengo poder —dijo.

—¿A quién predices el futuro? —preguntó la pequeña Asineth.

—A tu padre.

—¿Qué dices que le sucederá?

—Digo que hoy por la noche verá un cuerpo perfecto y que lo abrazará; verá labios perfectos y los besará. Predigo que la semilla del Rey se derramará en mi cuerpo hoy por la noche. Digo el futuro, y así habrá de suceder.

—¿De modo que tienes poder sobre mi padre? —concluyó Asineth.

—Amo a tu padre. Lo conozco mejor que él mismo. No podría vivir sin mi.

Berry estaba de pie ante el espejo, desnuda, y trazaba sus propios contornos Le contó a Asineth cómo amaba su padre cada territorio de su carne, le contó qué regiones abordaba como cauto embajador, a cuales se abalanzaba con severidad y cuales conquistaba con la espada.

Entonces su voz se suavizó y su rostro se volvió infantil y pacifico, aunque sus palabras sonaron más frías.

—La mujer es como un campo, Asineth, o así lo cree el hombre. Un campo en el cual arar y sembrar, y del cual desea cosechar mucho más que su pequeña simiente. Pero la tierra se mueve más rápido que el hombre, y la única razón por la cual él no lo sabe es porque yo lo llevo conmigo a medida que giro. Él sólo ara los surcos que encuentra; no hace nada. Es el labriego el que es arado, y no el campo. El no me ha de olvidar.

Asineth escuchaba cada palabra de Berry y estudiaba el movimiento de su cuerpo y practicaba su forma de hablar y de moverse. Oraba a las Dulces Hermanas para poder ser como Berry cuando creciera. Y sabia que jamás había existido en el mundo una mujer más perfecta.

Amaba a Berry. Incluso el día en que habló de ella al Rey. Nasilee la dejó sentarse a su lado en la Cámara de las Preguntas, y aunque era joven, a menudo solía consultarla en público. Ella pronunciaba la respuesta en voz alta, y Nasilee alababa su sabiduría o bien señalaba su error, para que todos los hombres pudieran escuchar y beneficiarse o para que ella aprendiera el arte del gobierno. Ese día el Rey preguntó a su hija:

—¿Quién es más sabio que yo, Asineth?

En la inocencia de su niñez no había aprendido que preguntas cuyas respuestas uno debe fingir no saber.

—Berry —replicó de inmediato.

—¡Ah! —dijo su padre—. ¿Y cómo es que es tan sabia?

—Porque tiene poder, y si tiene poder no necesita ser sabia.

—Yo tengo más poder que ella —dijo el Rey—. ¿No soy yo el más sabio, entonces?

—Tú tienes poder sobre todos los hombres, padre, pero Berry tiene poder sobre ti. Tú no puedes hacer que un labriego are la misma tierra dos veces un mismo año, pero ella puede hacer que tú ares dos veces en el mismo día, aunque ya no te quede semilla que sembrar.

—¡Ah! —volvió a exclamar Nasilee. Y ordenó a sus soldados que trajeran a Berry. Asineth vio que su padre estaba ofuscado. ¿Por qué iba a estar furioso? ¿No amaba a Berry tanto como Asineth la quería? ¿No se alegraba de que fuera sabia? ¿No había envenenado a la misma madre de Asineth al ver que ésta se enfurecía cada vez que llevaba a Berry al lecho consigo?

Berry llegó, con las manos y las muñecas maniatadas. Miró a Asineth con odio terrible y exclamó:

—¿Cómo puedes creer en las palabras de una niña? ¡No sé por qué miente, ni quién le dijo que hablara de semejantes cosas, pero seguramente no creerás los cuentos de mis enemigos!

Nasilee se limitó a enarcar sus cejas.

—Asineth jamás miente.

Berry miró a la pequeña con terror en el rostro y gritó:

—¡Jamás fui tu rival!

Pero Asineth no comprendió sus palabras. Había aprendido tan bien su primera lección que era incapaz de imaginar que pudiese haber hecho algo malo. Berry suplicó a su amante. Asineth vio cómo se valía de su cuerpo maravilloso, cómo luchaba por librarse de sus ataduras, cómo abría artísticamente el manto para mostrar la curva de los senos. Su padre amaría nuevamente a Berry y la perdonaría, Asineth estaba segura de ello. Pero el amante de Berry se había convertido en su Rey, y una vez que ella concluyó sus súplicas él mandó traer a un labriego, un par de bueyes y un arado.

Y lo hicieron en el jardín, afuera. Araron a Berry de pies a cabeza mientras una yunta de bueyes tiraba de los hierros; sus gritos siguieron escuchándose por el palacio hasta

que llegó el invierno, y Asineth no pudo salir al jardín hasta que el frío hizo de él otro mundo.

Lo que su padre ordenó fue muy cruel, pero Asineth sabia que él también escuchaba los gritos de Berry por la noche. Berry moraba en cada rincón de palacio, a pesar de estar muerta, y un día, cuando Asineth tenia nueve años, encontró a su padre hundido en un sillón en la biblioteca con un libro abierto, los ojos y las mejillas anegados de lágrimas medio secas. Sin preguntar, Asineth supo en qué pensaba. A Asineth le tranquilizó saber que si bien Berry no tenía tanto poder como había creído, si alcanzaba para algo: había logrado hacerse inolvidable y obligaba a su amante a vivir con remordimientos de por vida. Pero la muerte de Berry seguía siendo una lección comprendida a medias, de la cual no lograba captar el significado.

Asineth hizo una pregunta a su padre:

—¿No la amabas?

Para su sorpresa, él respondió:

—Si no la amé, no he amado nada.

—Entonces ¿por qué la mataste?

—Porque soy el Rey —declaró Nasilee—. Si no la hubiese matado habría perdido el temor de mi pueblo, y si ellos no me temen ya no soy el Rey.

Asineth supo entonces que de los dos poderes que Berry le había enseñado, el más fuerte era el de nombrar. Nasilee tuvo que matar a lo que más amaba porque llevaba el nombre de Rey.

—No era a Berry a quien más amabas —dedujo Asineth.

Nasilee abrió los ojos, dejando que su luz brillara estrechamente sobre su pequeña hija.

—¿No?

—Más que a ella amabas a tu nombre de Rey.

Los ojos del padre se cerraron otra vez.

—Vete, niña.

—No quiero marcharme, padre —rogó. Yo amaba a Berry más que a ti, pero eso no lo dijo.

—No quiero verte cuando pienso en ella —dijo su padre.

—¿Por qué no? —preguntó Asineth.

—Porque tú hiciste que la matara.

—¿Yo?

—Si no me hubieras contado sus palabras de traición yo no habría tenido que acabar con ella.

—Si te hubieras reído de las palabras de una niña, ella habría seguido con vida.

—¡Un Rey debe ser Rey!

—Un Rey débil debe ser lo que han sido los demás reyes; un Rey fuerte es él mismo y desde ese preciso instante el significado de la palabra Rey deja de ser el que era antes.

BOOK: Esperanza del Venado
11.98Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Prater Violet by Christopher Isherwood
Destiny Lies Waiting by Diana Rubino
Beautiful Entourage by E. L. Todd
Lethal Legend by Kathy Lynn Emerson
Spare and Found Parts by Sarah Maria Griffin
Texting the Underworld by Ellen Booraem
Burn (Story of CI #3) by Rachel Moschell
Bound by the Heart by Marsha Canham