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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

Esperanza del Venado (7 page)

BOOK: Esperanza del Venado
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Ella lo miró con indignación y tironeó de la cadena. Cayó de inmediato contra las rocas y se lastimó el hombro. Ignorando el dolor, se sentó erguido, introdujo el dedo en la herida y lamió la sangre.

—El vino es fuerte, pero no es la vendimia correcta —declaró con solemnidad.

Ella lo miró con desdén, pero muy a su pesar esbozó una sonrisa. Lo había dotado de una forma ridícula; y ahora él representaba el papel que le había adjudicado. Le complacía.

—¿Cómo se llama el vino? —le preguntó, siguiendo el juego.

—Tinto Bilioso, de los campos de Urubugala.

—Urubugala —repitió y se echó a reír—. Urubugala. Eso es el idioma de Elukra, ¿verdad?

¿Qué significa?

—Gallíto —respondió Furtivo.

—Mi gallíto —dijo—. Mi Urubugala. —Era un buen nombre para la criatura en que se había convertido. Y a Furtivo no le desagradaba. Bienvenido el nombre si le permitía seguir con vida. Furtivo no era de esos hombres débiles y altivos que se dejan controlar por la amenaza de la humillación. Había veces en que incluso disfrutaba de la libertad que obtenía representando el papel de tonto.

La hija de Belleza

cerca de la orilla:

¿qué fuera un pez

desearías?

Y al escuchar eso Belleza frunció el ceño, pero Furtivo de inmediato alzó la túnica y se pavoneó ante ella, mostrándole sus grotescos genitales.

—¡Si madre quieres ser, haré mi parte con sumo placer!

—No siempre eres gracioso —interrumpió Belleza—. No me agradas cuando pierdes la gracia.

Furtivo se acercó a ella y musitó:

—¿Dónde está la niña?

Al instante sintió un dolor que le trepanaba la cabeza, como si los ojos se le salieran de las órbitas a causa de cierta presión interior. El dolor cesó al cabo de unos minutos. Se negaba a ser tan fácilmente derrotado.

—¡La niña está muerta, vive en mi cabeza!

—Cállate, Furtivo.

Furtivo se puso de pie cuan largo era, o cuan largo había quedado.

—Mi nombre, señora Belleza, es Urubugala. —Volvió a susurrar—. Aprendes muy rápido.

¿Todo esto estaba en los libros que leíste?

Asineth sólo tenía catorce años. Era susceptible a las adulaciones. Sonrió y dijo:

—¡Los libros! Nada son. Nada saben. Lo único que aprendí es cómo obtener poder Una vez que pagué el precio que correspondía, el poder fue su propio maestro. Hasta ahora sólo necesito pensar en una cosa, y puedo hacerlo. Y lo mejor de todo es que el mismo Palicrovol me dio este poder. Me dio el poder, pero sólo a una mujer le es posible tenerlo.

—Un hombre puede conseguirlo… —sugirió Urubugala.

Vio que el temor se apoderaba del rostro de Belleza. Aún no se sentía segura de su poder.

—¿Cómo puede tenerlo un hombre, si no es capaz de crear un hijo de su propio cuerpo?

Nuevamente él le respondió en rima:

Si apretamos los huevos contra un muro

y si de la simiente nos alimentamos

el poder llegar en segundos:

mear como el mar, pedorrearnos como marranos.

—¡Qué desagradable eres! —exclamó—. Ningún hombre puede ostentar poder alguno que se compare con el mío. Y ninguna mujer, ya que no hay otra que odie tanto como para hacer lo que yo he hecho. —Lo dijo con orgullo, y una vez más Furtivo ocultó su temor tras la máscara de la bufonada.

—Tú eres mi monstruo y yo tu juglar. ¿Dónde está la niña, la tiña, la piña?

—Oh, tuvimos un enfrentamiento. —Belleza inclinó la cabeza negligentemente y sonrió—.

Gané yo. —Furtivo creyó ver aún la sangre de la pequeña sobre su lengua.

4
LA PROMETIDA DEL REY

De cómo la Princesa Flor perdió su cuerpo, su consorte y su libertad en una hora, el día de su boda

LA MARCHA REAL

Llegó a la desembocadura del Burring con la flota de altas naves de su padre.

Palicrovol había dispuesto que en el puerto la aguardasen miles de cantores. Tan perfecto era el canto que el marinero más sordo a bordo de la embarcación más lejana podía escuchar todas las voces.

La condujeron por el río en la única galera que su padre llegó a construir, pero los remeros eran hombres libres, no esclavos, y cada uno de ellos llevaba un manto de flores.

Cada día de la travesía cien mujeres se sentaban debajo de la cubierta a entrelazar flores frescas en los mantos para que siempre parecieran nuevos. Y cuando ella llegó a la gran ciudad de Inwit a lo largo de las riberas se arrojaron mil sacos de flores y todo el Burring, de orilla a orilla, fue un estanque de pétalos para dar la bienvenida a la Princesa Flor.

El mismo Palicrovol la recibió en el Portal del Rey, rodeado de los níveos sacerdotes de Dios. Y las vírgenes del convento, también de blanco, condujeron a la Princesa desde la nave de su padre. Palicrovol se arrodilló ante ella, y el carruaje que fue a su encuentro comenzó la Danza de la Descendencia.

La Danza concluyó en el palacio, en la Cámara de las Respuestas, que no se había abierto durante un siglo por ser demasiado perfecta para ser utilizada. El techo, las paredes y el suelo de la Cámara de las Respuestas eran de marfil y alabastro, mármol y jade, ámbar y obsidiana. Y allí la Princesa Flor escogió llevar la sortija en el dedo corazón de su mano izquierda, pero a mitad del dedo como promesa de fidelidad y fecundidad, y

¡he aquí por todos los milagros que Palicrovol también se puso su sortija en mitad del dedo corazón de su mano derecha, para prometer adoración y lealtad inquebrantable! La multitud que les observaba estalló en júbilo.

Y entonces una mujer arrogante avanzó caminando, llevando un enano negro y grotesco de una cadena dorada, y Enziquelvinisensee Evelvinin volvió el rostro a la mujer y la boda concluyó en ese mismo instante.

EL CONQUISTADOR DERROTADO

—Ya veo —dijo la desconocida.

El enano cantó una tonadilla con voz aflautada.

Ten piedad de mi, Estrella,

No eres tan hermosa como ella.

Palicrovol habló desde detrás de la Princesa Flor.

—¿Quién eres? ¿Cómo entraste en el palacio?

—¿Quién soy, Urubugala?

—Esta dama es Belleza, la más grande de todas las deidades —respondió el enano—.

Primero encadenó al Venado en el fin del mundo. Luego capturó a las Dulces Hermanas y las atrapó en cuerpos que mueven a risa. Entonces doblegó a Dios y lo encarceló. Y por último vino en busca del pobre Furtivo y lo derrotó, lo derroto, lo derrotó.

—¡Furtivo! —exclamó Palicrovol—. Fue a buscar a Furtivo.

—¿Me conoces, Palicrovol? —preguntó la extraña mujer.

—Asineth —suspiró.

—Si me llamas por ese nombre, aún no me conoces —dijo. Entonces se volvió hacia la Princesa Flor—. De modo que tú eres lo que él más ama en el mundo. Veo que eres hermosa.

Nuevamente el enano cantó con su voz deforme:

Belleza es hermosa, Belleza es un agrado

pero eligió apropiarse del cuerpo inapropiado.

—Veo que eres muy bella —dijo la desconocida— y no puede ser sino apropiado que Belleza tenga ese rostro y esa figura.

Enziquelvinisensee vio que la mujer se transformaba ante sus ojos en un rostro que le era conocido y a la vez desconocido. Lo conocía porque era su propia faz. Y no lo conocía porque no era el reflejo de un espejo, como la Princesa Flor siempre lo había visto, sino exactamente como los demás lo habían visto.

—Esto es lo que los demás han visto en mi —murmuró.

—¿Sientes veneración? —preguntó Belleza—. ¿No soy perfecta, Princesa Flor?

Pero Enziquelvinisensee había jurado decir sólo la verdad, y no tenía a su lado ninguna de sus doncellas que mintiera por ella, así que se autodestruyó diciendo:

—No, señora, ya que has llenado mis ojos de odio y triunfo, y yo jamás sentí tales cosas en toda mi vida.

La nariz perfecta de Belleza aleteó apenas de ira, mas luego sonrió, y dijo:

—Eso se debe a que no has contado con los maestros adecuados. Déjame enseñarte, Princesa Flor, tal como me enseñaron a mi.

La Princesa Flor no sintió cambio alguno, pero vio cómo los que la rodeaban posaban la mirada en ella, contenían el aliento y apartaban la vista. Sintió miedo de lo que pudiera haberle sucedido y se giró en busca de su esposo, el agraciado Palicrovol, quien la amaba. Pero Palicrovol también sintió repulsión ante lo que vio y se alejó un paso de ella.

Fue sólo un momento, y luego se acercó suavemente y la estrechó contra su cuerpo, pero en ese instante Enziquelvinisensee Evelvinin supo la verdad: Palicrovol consideraba su belleza como parte de si misma, igual que el resto del mundo; sin su rostro él no la conocía. Y así y todo se sintió aliviada cuando la abrazó y se enfrentó a Belleza con coraje:

—¿Creíste que podrías engañarme tan fácilmente, Asineth? —preguntó—. Podrás sobresaltarme, pero mi corazón no pertenece a un rostro sino a otro corazón.

Belleza se limitó a sonreír una vez más. De pronto la Princesa Flor sintió que Palicrovol la tomaba brutalmente por la cintura y que la arrojaba al suelo. Horrorizada, levantó la vista hacia él y vio la angustia en su rostro, al tiempo que le gritaba:

—No fui yo. —Entonces quiso seguir hablando y su voz enmudeció. Pero la Princesa Flor había escuchado lo suficiente para comprender. Había sido Asineth, había sido Belleza la que se valió de los brazos de su amado para arrojarla a un lado.

—Échate al suelo, Comadreja —dijo Belleza—. Échate al suelo y observa qué hace tu esposo cuando encuentra un cuerpo virgen al cual deshonrar. Tu cuerpo, Comadreja. Qué lástima que ya no lo luzcas cuando tu maravilloso recién desposado se sacie en ti.

Al principio Palicrovol se movió bruscamente, mientras Belleza aprendía a controlar su cuerpo. Eso fue lo que más le costó; más que ninguna otra cosa: luchar contra el Rey para obtener el control de su cuerpo y vencer. Fue el más difícil de todos los poderosos actos que realizó. Pero era hábil, y pronto logró imponerse. Luego el cuerpo del Rey se movió naturalmente, y los demás se olvidaron de que Palicrovol no estaba actuando por voluntad propia. Pero la Princesa Flor, ahora apodada Comadreja, conocía la verdad como ningún otro, ya que sus labios jamás habían pronunciado una mentira y recordó fácilmente que Palicrovol actuaba con otra voluntad. Por entonces Belleza tenía poder, mas no sabiduría. No era más que una niña y creía cobrarse venganza al precio de un espectáculo burdo y fácil.

Y así fue como las manos de Palicrovol desgarraron las vestiduras del cuerpo de Belleza, que era el de la Princesa Flor. Y Palicrovol, acto por acto, la mancilló tal como había hecho con Asineth dos años atrás. Sólo que esta vez él no desdeñó su intento de seducirlo. Ahora, cuando el cuerpo de la Princesa Flor se insinuó tan sutilmente para él, gritó conmovido por el placer. Cuando sus brazos se apartaron del cuerpo, gimió de desdicha. Que no se termine, clamaba su piel. Que no termine. Y mientras miraba el cuerpo desnudo ante él y recordaba el placer que su figura y su poder le habían brindado, Palicrovol se retorcía de placer una y otra vez; incluso después de haber vertido su simiente y aun cuando el placer se tornó agonía, se retorcía ante la imposibilidad de tenerla, el recuerdo de haber poseído y el deseo de conservarla para siempre.

—¡Matadla! —gritó, pero sus guardias habían huido tiempo atrás.

—Ayúdame —dijo a Urubugala en voz baja, pero el enano sólo respondió con una pequeña rima:

Por la mañana

no escuches consejo;

por la noche,

no te des sosiego.

—Comadreja —exclamó la Reina Belleza—, ahora sabes cómo fui utilizada. Dime, ¿es justa mi venganza?

—Fuiste agraviada —repuso la Princesa Flor.

—¿Es justa mi venganza?

—Eres justa al haberte vengado.

—¿Pero es justa mi venganza? —Belleza sonrió como una virgen prodigando bendiciones.

—Sólo si te vengas de los que te hicieron daño, y sólo si tu venganza es igual a la ofensa que has sufrido.

—Bueno, bueno. He oído que puedo fiarme de Comadreja Bocatiznada para saber la verdad. Te lo pregunto por cuarta vez. ¿Soy justa?

—No —dijo la Princesa Flor.

—Bien —dijo Belleza—. Fui tratada injustamente, y a menos que mi venganza sea monstruosamente injusta no me daré por satisfecha.

—Yo soy quien te deshonró —intervino Palicrovol—. Véngate de mi.

—¿Pero no te das cuenta, Palicrovol, que parte de mi venganza contra ti es que sepas que tu mujer y tus amigos sufren injustamente por tu causa?

Palicrovol inclinó la cabeza con abandono.

—Mírame, Palicrovol —ordenó Belleza.

Contra su voluntad alzó la vista y se retorció nuevamente de pasión por ella.

—He aquí mi venganza. No te mataré, Palicrovol. Te desprecio más aún que lo que tú me despreciaste cuando yo era débil. Puedes quedarte con tu ejército. Con cuantos soldados quieras. Puedes llenar el mundo de guerreros y enviarlos a todos contra mi. Los derrotaré con un mero pensamiento. Puedes conservar tu Corona de Asta. Para gobernar aquí, no necesito corona. Puedes gobernar en todo Burland fuera de esta ciudad… yo podré gobernarte a ti cuando me plazca. Debes enviarme tributos, pero no al punto de perjudicar al pueblo: mi codicia no es la de mi padre. No destruiré tus leyes ni tus obras.

Esta ciudad seguirá llamándose Inwit. El nuevo templo que eriges para tu Dios podrá seguir construyéndose. Me complacerá cuanto hagáis para venerar a Dios, pues yo también gobierno a Dios Te dejaré todo salvo esto: jamás volverás a entrar en esta ciudad mientras yo esté con vida, ni volverás a estar solo, ni tendrás jamás un momento de paz mientras yo esté con vida. Ah, Palicrovol: y viviré eternamente.

Urubugala dio un salto mortal y cayó en el suelo entre ellos.

—¡Hay limites en la vida de una hija y de una esposa! —exclamó.

—Lo sé —respondió Belleza—. Pero cuando mi poder mengüe tendré otro hijo simplemente. La próxima vez, creo que será docemesino. A ver si encuentras algunos hechiceros, Palicrovol, y les haces estudiar eso en sus libros.

Entonces se echó a reír, y obligó a Palicrovol a mirarla, y a retorcerse en un paroxismo de éxtasis hasta que quedó tendido en el suelo, exhausto y nauseabundo. Y mientras ella reía, un hombre de aspecto portentoso entró en el recinto a grandes pasos, llevando una espada y una pesada armadura, aunque sin casco.

—¡Zymas, huye! —gritó Palicrovol.

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