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Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

Esperanza del Venado (5 page)

BOOK: Esperanza del Venado
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—El Ciervo ha montado a la Cierva —declaró. Se desembarazó del Manto del Venado y se puso el atavío de un Enviado de Dios. Y fue Rey. La gente gritaba alborozada.

El rito concluyó, y los pocos participantes se retiraron de la multitud rumbo al Salón de los Rostros.

—Mátala ahora —dijo Zymas—. Ya tienes lo que necesitabas de ella. Si la dejas con vida, no será más que un peligro para ti.

—Mátala ahora —repitió Furtivo—. Las mujeres son capaces de venganzas incomprensibles para los hombres.

“Mátame ahora si te atreves”, lo desafió Asineth, con la lengua aleteando dolorosamente contra los espinos. “Todos los dioses me han abandonado. He hecho lo poco que podía, y ya no deseo vivir. Mátame ahora, pues si no hechizaré el rincón más intimo de tu corazón”.

—No la mataré —anunció Palicrovol.

Y Asineth creyó, por un momento, que era la verdadera discípula de Berry, que él había encontrado su cuerpo demasiado hermoso, demasiado deseable para ser asesinado.

Desde luego los demás, los que no habían conocido su cuerpo, no podían comprender su necesidad.

—Ser misericordioso con ella es ser injusto con Burland —dijo Zymas—. Si ella vive, nos aseguras un futuro de sufrimiento y guerra.

Los ojos de Palicrovol destellaron de ira, y durante largo rato permaneció en silencio.

Asineth aguardó a que hablara de su amor por ella. En cambio, él la miró y de sus ojos brotaron lágrimas, y entonces razonó:

—Puedo matar a un Rey, puedo mancillar a una niña, todo en el nombre de Dios y de Burland, pero en nombre de Dios, Zymas, ¿no fue para detener la matanza de niños que acudiste a mi por primera vez?

Furtivo tocó el hombro del Rey.

—Ella es la hija de Nasilee. Imagina cuánta misericordia tendría si alguna vez ella tuviera en su poder a la Princesa Flor.

Ante la mención de la Princesa Flor, el rey Palicrovol inclinó la cabeza.

—Recuerdo a la Princesa Flor, Furtivo. No la he olvidado. Esta niña es hasta tal punto hija de Nasilee que aun cuando la poseía, trató de seducirme. Esta es la clase de bestia engendrada en el palacio de Nasilee.

Asineth se quedó helada, ya que él parecía horrorizado ante el recuerdo Había tratado de ser Berry, pero este hombre sólo la compadecía, y los demás la miraban con desprecio. Primero su vergüenza había sido la de una princesa deshonrada; pero ahora era la de una mujer despreciada, y se aborreció por haber intentado que él la amara. Y

aborreció a Berry por ser mucho más hermosa que ella, y aborreció a Palicrovol, a Zymas y a Furtivo por conocer su lamentable intento de feminidad. Y sobre todo a quien más odió fue a esa desconocida Princesa Flor, que jamás seria deshonrada sobre el Venado. Gritó por detrás de la mordaza y Palicrovol ordenó que la desamordazaran.

—¡Si soy un animal, mátame! —exclamó. Ahora que no había multitud que la escuchase, ahora que ya no tenía dignidad, estaba dispuesta a mendigar—. ¡Mátame ahora! ¡Como a mi padre!

Palicrovol se limitó a sacudir la cabeza.

—No es su culpa ser lo que es. De haber nacido en otra casa, de cualquier otro padre, no seria quien es. De haber nacido del otro lado de las aguas meridionales, podría haber sido la Princesa Flor…

—Pero jamás Enziquelvinisensee Evelvinin —recordó Furtivo.

—No —convino Palicrovol—. Pero en una vida pedimos un solo milagro a los dioses.

—La has humillado y deshonrado —dijo Zymas—. La hija de Nasilee no lo olvidará.

—La he dominado y humillado —repitió Palicrovol— y he asesinado a su padre delante de sus propios ojos, me he apoderado de su reino y de herirla más aún me despreciaría por encima de lo tolerable. Si no mitigo mi victoria con un acto de misericordia, incluso con uno que pueda serme peligroso, ¿cómo podré mirarme en el cristal y decir a Dios que ahora la corona de Nasilee descansa sobre un hombre mejor que él?

Se hizo un instante de silencio, y luego Furtivo dio un paso adelante y tomó a Asineth de una de las toscas tablillas que obstruían sus manos.

—Si insistes en que esta criatura permanezca con vida, entonces ponla a mi cuidado.

Sólo yo tengo el poder necesario para custodiarla en el destierro y ocultarla de las miradas de todos tus enemigos, que darían cualquier cosa por encontrarla y valerse de ella para destruirte.

—Te necesito a mi lado —protestó el nuevo Rey.

—En ese caso, mátala.

Palicrovol no vaciló más.

—Toma a la Reinecita, entonces, Furtivo. Y sé amable con ella.

—Seré tan amable con ella como me permitas ser con alguien cuyo único deseo es morir

—respondió Furtivo—. Por mi sangre, que ojalá hubieses sido verdaderamente misericordioso.

Furtivo la envolvió con los pliegues de su propio manto, para que nadie pudiera ver desnudo el cuerpo de la Reinecita. “Reinecita”, pensó Asineth. “Recordaré el modo en que me llamó”, se dijo.

“Algún día sabrá quién es pequeño y quién fuerte. ¿Eres tú el más fuerte de los hombres? ¿Tú, que tienes compasión por mi, por una débil mujer? He aquí la ruina de tu fortaleza: no soy una débil mujer. No soy una Reinecita. Y tu misericordia ser tu ruina.

Lamentarás haberme dejado con vida, y algún día recordarás haberme poseído y desearás tenerme otra vez”.

¿Cuál fue la tercera lección que aprendió Asineth? Ella misma me la contó, muchas veces, cuando habitaba en tu palacio mientras tú vagabas sin esperanzas por los bosques de Burland.

Asineth aprendió que la justicia puede ser cruel, y la necesidad todavía más, pero que nada hay más cruel que la misericordia. Eso le seria útil. Lo recordaría. Por eso te dejó vivir tres siglos aunque tenía el poder de matarte en cualquier momento. Como dicen los Enviados de Dios, ningún acto de misericordia queda sin recompensa. Ah, Palicrovol, ¿no aprenderás que la misericordia es tan buena como la persona a la cual se concede?

Salvaste a Asineth, quien debía haber muerto; ahora no salvarás a Orem el Carniseco, llamado el de Banningside, cuyo buen corazón debiera nacer cien veces sobre la tierra.

¿Eres como Asineth? ¿Aprenderás todas las lecciones cuando ya sea demasiado tarde?

3
LA APARICIÓN DE BELLEZA

Así es como Belleza apareció en el mundo, luchando por hallar su verdadera imagen entre tantos rostros.

LA SACERDOTISA DE BRACK

El mago pescador llegó en una embarcación más bien pequeña y sin darse a conocer levantó su choza en un lugar poco frecuentado en el extremo más distante de la bahía.

Los demás pescadores de Brack lo observaron con cautela: su nave era demasiado lenta para ser la de un pirata, lo cual era bueno, ya que un pirata viviría de lo que pudiera robar de los botes pesqueros. Su embarcación estaba aparejada para un sólo hombre, y no tenía aspecto de marinero. Así que no eran los celos la causa de su temor. Era la forma en que se resguardaba de todos los cambios metereológicos, como si temiera el sol. Era el cabello blanco, el destello rosado de sus ojos como el de un enloquecido camarón; y también su comportamiento reservado. Sabia más que ellos; sabia más que el viento que sacude el mar; sabia más que el pulpo que se esparce sobre las aguas para aspirar el aire; sabia más que la sacerdotisa de las Dulces Hermanas que cuidaba de sus piedras ardientes en el otro extremo de la bahía.

—¿Qué es? —los pescadores preguntaban a sus esposas.

—¿Quién es? —preguntaban las esposas a la sacerdotisa.

Esta tocó la obsidiana caliente; la piel de su dedo chisporroteó; y se observó el dedo al decir:

—Su poder es el de la sangre. Encuentra abrigo de las tormentas en el océano abierto.

Halla cardúmenes que no se distinguen sobre el mar. Puede sumergirse en la sal y encontrar agua potable. Y los peces lo siguen como en un sueño, como en un sueño…

Entonces, era un hechicero, pero no había por qué temerle. De modo que lo consideraron con respeto, y en unas pocas semanas supieron que pretendía ser amable.

Si lo seguían al mar temprano, antes del alba, navegaba con su estilo inexperto durante una hora o dos y luego se detenía para arrojar las redes. Si los pescadores arrojaban la red en ese mismo momento no encontraban nada. Pero si esperaban hasta que la suya estuviera llena y lo observaban mientras la recogía laboriosamente a bordo, entonces, cuando él partía de regreso, ellos podían hundir las redes en el mar y obtener buena pesca. Cada día que lo seguían regresaban con peces, a veces incluso con los barcos repletos, y jamás volvieron con las redes vacías.

Fue así como la llegada del hechicero de ojos rosados trajo fortuna a Brack. No quiero decir con esto que llegaran a entablar amistad con el hombre. Nunca es bueno alternar con gente que obtiene su poder de la sangre viva. Además, si bien habían perdido todo temor al pescador hechicero aún quedaba su hija.

Al principio ella apenas parecía saber que era mujer. Jamás se apartaba de su lado, y cuando él arrastraba las pesadas redes ella estaba a su lado, tirando del otro cabo, y tiraba bien. Cuando los pescadores todavía creían que se trataba de un mozo lo alababan en sus conversaciones Por su dura labor, y por su destreza. Pero pronto supieron que se trataba de una mujer. Si el mago se vestía demasiado bajo el cálido sol del mar del sur, su hija apenas si lo hacia: vestía pantalones de loneta como un hombre, y cuando el día resplandecía se quitaba la camisa hasta que senos y espalda se bronceaban por igual. Al principio parecía que a ella nada le importaban sus miradas; pero el tiempo pasó y comenzaron a creer que tenía algo de impúdica y que se despojaba de las ropas deliberadamente, para que la mirasen. Veían cómo los senos abultaban cada vez más y colgaban perezosamente mientras ella trabajaba. El vientre se le hinchaba. A lo más haría uno o dos años que era mujer, y sin embargo estaba preñada.

¿De quién? Cuando por fin la hija del pescador se recluyó a parir no fue difícil adivinarlo. El pescador hechicero había llegado a fines del otoño, sólo semanas después de la coronación del Rey, y el niño nacía ahora, ya iniciado el nuevo otoño. Diez meses.

El niño debía haber sido concebido después de la llegada de la pequeña embarcación a la bahía de Brack, y el padre de la criatura sólo podía ser su propio abuelo. Era terrible, pero no debe cuestionarse el comportamiento de los que obtienen su poder de la sangre viva.

Sin embargo, la sacerdotisa de las Dulces Hermanas sabia que no era así. Ella también sabia contar los meses, pero cuando vertió lágrimas, sudor y gotas de agua marina sobre la piedra pómez caliente, formaron cuentas y permanecieron allí y luego se deslizaron por la piedra áspera como una flotilla de naves pesqueras en la bahía, llevándole el mensaje de las Dulces Hermanas al observador del mar. No seria un hijo incestuoso el que naciera, sino una hija cuya sangre contenía un poder sobrecogedor: una diezmesina regida por la luna desde su nacimiento.

—¿Qué debo hacer? —preguntó aterrorizada la sacerdotisa.

Pero el agua se evaporó por fin, dejando huellas salobres sobre la roca. No era su misión hacer, sino observar, saber.

Algunas de las esposas vieron el miedo en su rostro cuando la sacerdotisa miró hacia las aguas, en dirección a la choza donde la criatura yacía sobre la arena.

—¿Debemos alejarnos de aquí? —preguntó una.

—Los magos van y vienen según su voluntad —respondió la sacerdotisa—. Las Dulces Hermanas no expulsan; sólo aceleran lo que encuentran en el mundo.

—¿Entonces debemos irnos? —preguntó otra.

—¿Vuestros hombres regresan a casa con las redes vacías o repletas? —replicó a su vez la sacerdotisa—. ¿El hechicero os hace bien o mal?

—Entonces —quiso saber otra—, ¿por qué tienes miedo?

Y la sacerdotisa acarició el cristal de cuarzo contra su garganta y declaró no saberlo.

Pero por último la sacerdotisa ya no pudo aguantar más. Trepó a su endeble embarcación y se abrió camino por las plácidas aguas de la bahía hasta varar ante la choza del mago. La hija del pescador jugaba con la niña en la tarde fresca de la primavera reciente. Alzó la vista, curiosa al ver a la sacerdotisa avanzar por la arena cubierta de algas. La niña también alzó la vista. La sacerdotisa esquivó los ojos de la criatura: un extraño no debe mirar a una diezmesina. En cambio, examinó a la madre. Era más joven de lo que había creído observándola a distancia. Podía haber sido la hermana de la niña.

Sus ojos eran cálidos y desafiantes, fríos y curiosos, y la sacerdotisa pensó por primera vez que la madre podía ser más peligrosa que la propia hija.

Pero había ido a ver al hechicero, no a las mujeres, de modo que la sacerdotisa de las Dulces Hermanas se encaminó hacia la puerta de la choza, hizo a un lado la cortina y entró.

—¡Cierra eso! —aulló el mago—. Podría quedarme ciego por la repentina luz del sol.

Cuando la cortina estuvo en su lugar, el pescador de ojos rosados dejó de parpadear.

—Usas tu dulce tiempo para venir hasta aquí… —dijo.

—Necesito pasar un buen día en el mar —repuso la sacerdotisa—. No suelo viajar.

—Vosotras, las brujas, las que usáis la sangre muerta, no parecéis tener mucha vida dentro de vosotras.

—De la muerte surge vida nueva —replicó—. Y de la sangre viva brota muerte vieja.

—Tal vez sea verdad. En realidad, no me importa mucho. Vosotras las mujeres nunca nos enseñáis vuestros ritos, y ten por seguro que es un tonto quien enseña a una mujer los nuestros.

Echó un vistazo a la choza y vio que estaba mejor provista de libros que de aparejos.

—¿Dónde remiendas tus redes? —quiso saber.

—Jamás se rompen —respondió—. Juego de niños.

—La criatura debe morir-dijo la sacerdotisa.

—¿Debe morir?

—Una diezmesina es demasiado poderosa para permanecer en el mundo. Deberías saberlo.

—Nunca he estudiado la ciencia de los nacimientos y las obligaciones —confesó el hechicero—. De todas formas, no es mucho lo que un hombre puede aprovechar de ello.

Me fijaré, ahora que lo has mencionado.

—He venido para hacerlo por ti.

—No —la detuvo el mago.

—No puedes utilizar la sangre. Te consumirá.

—No pienso usar ni dejar de usar la sangre. No pienso hacer que la criatura muera.

—Mis lágrimas permanecieron sobre la piedra pómez…

—No es mi derecho decidir. El padre de la criatura extiende su protección sobre la niña y sobre la más pequeña. Ambas vivirán.

BOOK: Esperanza del Venado
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