Read Esperanza del Venado Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Fantástico

Esperanza del Venado (6 page)

BOOK: Esperanza del Venado
6.84Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Eres un hechicero que atrae a los peces del mar, y dejarás que el padre de la criatura te impida actuar por la seguridad del mundo?

—La madre de la niña la quiere.

La sacerdotisa vio entonces que no la escucharía, y no dijo más. Se marchó. Al salir de la choza miró el sitio donde la niña madre y su hija anciana habían estado jugando. Se habían ido. Y entonces oyó la voz de la niña a su espalda, y la sacerdotisa supo que había escuchado toda la conversación.

—¿Las mujeres podemos usar sangre viva? —preguntó la niña.

La sacerdotisa consideró la pregunta y se estremeció.

—No —dijo, y se alejó deprisa. Y todo el trayecto de regreso se maldijo por haber ido a verlos: ya que la niña había formulado la pregunta que ninguna mujer honesta podría haber hecho, y la sacerdotisa temió que la niña fuese lo bastante sabia para saber que su respuesta había sido mentira. Había cierta sangre viva que una mujer podía usar, pero ninguna mujer lo haría jamás a menos que fuese una víbora. Que no la use, oró toda la noche, lavándose los cabellos una y otra vez en las aguas de la marea que mojaban sus faldas. Perdón por haber hecho surgir la posibilidad en su mente, y que mis actos de este día sean olvidados.

EL HECHICERO CAUTELOSO

Advertido por la bruja, Furtivo observaba a la criatura con más cuidado. A lo largo de su vida apenas había tratado con niños, y por ello no había reparado en lo rápido que la niña aprendía y de lo aguda que parecía ser su mente hasta ahora. Y comenzó a encontrar los pasajes en sus libros y a abalanzarse sobre ellos, tratando de aprender qué era lo que atemorizaba tanto a la bruja. Los indicios eran vagos y oscuros, y Furtivo se sentía cada vez más impotente ante sus libros. Decían muy poco de la magia de las mujeres, acaso porque sólo hombres escribían y leían esas obras. Le temían a una criatura nacida de

diez meses. Eso estaba claro, y decían que la niña debía morir al nacer, y que su sangre debía ser vertida sobre vegetación pulverizada. Pero no se molestaban en explicar por qué la niña era tan peligrosa. No lo suficiente.

Y mientras tanto, la niña crecía. A pesar de sus temores, Furtivo veía que la pequeña le agradaba, y lo más sorprendente: también le agradaba Asineth. No sólo parecía tolerar su cautiverio sino que prosperaba en él. Su costumbre de pescar junto a él con el torso desnudo era irritante, ya que sin duda albergaba el propósito de desacreditarlo delante de los pescadores del lugar, pero ahora que tenía a la niña parecía viva y alerta, y el odio desaparecía de su rostro durante horas, y a veces durante días. Asineth no se mostraba amistosa con Furtivo pero jugueteaba con la niña.

—¿Cómo la llamarás? —preguntó Furtivo.

—Que su padre le ponga nombre —respondió fríamente.

—Jamás lo hará.

—Pues que no lleve nombre —dijo. Fue la única señal de que no había olvidado sus desdichas. Por mucho que le alegrara el amor que sentía Por su hija, no le pondría nombre.

—¿Es justo castigar a una hija porque odias al padre? —preguntó Furtivo. Entonces escuchó sus propias palabras, comprendió que era una pregunta que la hija de Nasilee bien podía haberle hecho a él, y dejó languidecer la conversación.

En verdad, la visita de la bruja lo había trastornado, aunque sin duda la mujer pensaba que su misión había sido un fracaso. Furtivo se habla sentido cada vez más satisfecho allí al borde del mar. Aun cuando Asineth casi nunca le hablara y los pescadores lo evitaran, su vida era menos solitaria de lo que siempre había sido. Las flotillas de barquitas que zarpaban por la mañana le producían bienestar. Si bien su piel frágil no podía soportar la luz del sol, y siempre debía permanecer cubierto ante los ojos de los otros hombres de mar, había cierta amistad en ello: sus brazos sabían lo que sabían los de ellos; vivía como ellos, con el aroma a pescado, a sal y a madera recalentada bajo el sol. Por primera vez en su vida se sentía unido a otros hombres, y aunque no podían compartir su saber, al menos eran hermanos de carne. Asineth y la niña también le proporcionaban bienestar: casi había llegado a comprender el sentimiento de hogar que siempre había despreciado porque debilitaba a los demás hombres.

Y bueno, también le debilitó a él. O al menos le hizo menos cauto. No es que no estuviera alerta a ciertas cosas. Leía todo el día hasta que le dolían los ojos, tratando de descubrir la amenaza de una hija diezmesina. Y entonces dormía, y dejaba que su mente siguiera estudiando en sueños. Y luego partía antes del alba, mientras madre e hija dormían, y dejaba la olla del pescado hirviendo a fuego lento. Ahora navegaba solo, y arrojaba y recogía las redes sin ayuda. El creía estar analizando el problema todo el tiempo, pero en realidad sólo pensaba en ello a ratos. Casi todo el tiempo su mente estaba puesta en las cosas en que piensa un pescador. A veces incluso se preguntaba si no habría sido mejor para él nacer como pescador que haber llevado la existencia que vivió, siguiendo la sangre del Venado.

Jamás advirtió que Asineth pasaba todas y cada una de las mañanas dentro de la choza, leyendo cuanto él había leído, estudiando también para aprender la magia de las mujeres de los libros escritos para hombres. Lo que nunca adivinó fue que ella sabia lo suficiente de la ciencia de las Dulces Hermanas para encontrar mucho sentido en lo que nada significaba para él. Cada libro comenzaba con una página de advertencias: había que guardar los secretos, especialmente de los ojos voraces de las mujeres. Pero a Furtivo no le preocupaban las mujeres ya que sólo los hombres habían intentado robarle sus conocimientos. Ni se le ocurrió pensar que Asineth pudiese comprender esos escritos.

Un día, ya avanzado el verano, cuando la niña se acercaba a su primer cumpleaños, Furtivo entendió por fin un pasaje que se le escapaba desde hacia tiempo. Sucedió mientras se hallaba en el bote, sintiendo el ritmo del viento y la corriente en los pies, en

las nalgas y en los brazos. De pronto el descubrimiento le hizo temblar y casi lo arrojó por la borda cuando el foque se hinchó. Sólo una persona debía temer a una hija diezmesina, la misma madre de la criatura. Furtivo viró de inmediato y amarró en el puerto, justo entre la flotilla de pesqueros que se apresuraron a maniobrar sus botes alejándolos de su camino. No le pidieron explicaciones, y tampoco las ofreció. En verdad, la niña no había causado problemas hasta ese momento, pero ahora que Furtivo sabia la verdad, no demoraría en tomar precauciones. No seria bueno informar a Palicrovol que Asineth había muerto porque Furtivo tuvo que terminar su jornada de pesca antes de regresar para salvar su vida.

Furtivo no sabia que Asineth seguía sus lecturas día a día, y que ella también había descubierto lo mismo que él. Sin embargo, había comprendido más, mucho más, y cuando Furtivo regresó a la choza, Asineth y la niña se habían marchado.

Trató de seguirlas a pie, pero ella se perdió de vista en las colinas rocosas detrás de la costa. Derramó su sangre copiosamente para obtener suficiente poder y encontrarla mágicamente, pero su ojo inquisidor no logró verla. Supo así que se había movido con mucha lentitud La niña ya comprendía algunos de sus propios poderes.

Entonces y sólo entonces advirtió que faltaban cuatro de sus libros. Y por primera vez sospechó que la que obstaculizaba su búsqueda no era la niña, no era la hija de Asineth y Palicrovol, sino la misma Asineth, puesto que la niña aún no sabia leer. Se maldijo por haberla dejado estudiar lo que era su deber ocultar. Pero ya no podía hacer nada.

Excepto esperar, y juntar fuerzas para cuando su adversaria regresase. Aún no sabia con certeza qué poder podía alcanzar la magia de las mujeres, y quería asegurarse de la victoria en caso de que la contienda resultara ardua. Casi le agradaba la posibilidad: hacía décadas que no libraba una batalla, ya que no conocía en el mundo a ningún mago que pudiera igualarlo.

La décima noche de su espera una mujer lo llamó desde el exterior de la choza. No reconoció la voz de inmediato, pero al ver su rostro supo quién era aun bajo la luz del fogón.

—Berry —dijo—. Pensé que estabas muerta.

Ella sonrió y alzó las cejas.

—Y yo no tenía ni idea de que la conocieras.

De modo que esta mujer vestía la piel de Berry, pero no lo era en absoluto.

—Asineth —murmuró. Era mala señal que tuviera la facultad de cambiar de forma hasta el punto de ponerlo en ridículo.

—¿Asineth? —preguntó—. No la conozco.

—¿Quién eres, entonces?

—Soy Belleza —respondió—. La más poderosa de todas las deidades. —Con un movimiento gracioso y preciso quedó desnuda—. ¿No soy perfecta, Furtivo?

—Lo eres —admitió con toda libertad. Volver a ver el cuerpo de Berry tan perfectamente recreado… Asineth no podía saber que él había sido amante de Berry mucho antes de que Nasilee la poseyera. Ver a Berry allí en la playa lo perturbaba más que cualquier otro truco. Pero así y todo Furtivo no era de los que se dejan distraer totalmente por sus recuerdos de amor.— Eres perfecta, pero no eres una diosa.

—¿No lo soy? Vengo a ti desde la batalla, Furtivo —dijo—. He aprendido mucho, y tuve que demostrarlo. Primero desafié al rudo Venado, ya que pensé que seria el más fácil de conquistar. Me equivoqué, ya que mi primer combate fue el peor, y casi fui vencida: de hecho, todavía le temo un poco. Pero no importa: está encadenado en el fin del mundo, y no obtendrás ayuda de él.

Estaba loca, desde luego. Desafiar al Venado y vencer… ¡qué absurdo!

—Luego las Dulces Hermanas, ya que tenía una disputa pendiente con ellas. Me sorprendió la facilidad con que se dan por vencidas: no tienen armas con qué hacer frente

a la clase de guerra que libro. Han tenido que nacer en los cuerpos más divertidos, y permanecerán allí sujetas mientras se me antoje.

—¿Y Dios? —preguntó Furtivo, entretenido.

—Es escurridizo. Debo mantenerlo en su sitio desde el cual vigilarlo a lo largo de los años. Pero a ti, Furtivo… A ti no te temo en lo más mínimo.

Su amor por el histrionismo le habría hecho responder con algún epigrama heroico, pero él había aprendido a temprana edad que la teatralidad no es sustituto de la victoria segura. De modo que enterró los dientes de su mano izquierda en el corazón de la mujer para derribarla de un solo pase mágico. Aunque lo soportara se sentiría demasiado conmovida para luchar contra él después de eso.

Pero ni siquiera parpadeó y mientras la estrujaba con su cruel mano hacia adentro se sorprendió de ver que sentía la agonía en su propio pecho. Se detuvo, pero el dolor prosiguió y en un instante de angustia comprendió que las palabras de ella no habían sido mero alarde. Tampoco obtuvo ayuda del Venado, y la presencia de los dioses que siempre había sentido como parte de su poder había desaparecido.

—¿Qué has hecho? —exclamó.

—Te cogí por sorpresa, ¿verdad? —dijo—. Oh, no te aflijas, Furtivo. Si los dioses no pudieron ofrecerme resistencia, ¿cómo creíste poder hacerlo tú?

El dolor en su corazón se atenuó y se encontró tendido en la arena, mirándola a través de sus ojos empañados.

—¿No me ves bien? —inquirió. Y de pronto las lágrimas se evaporaron. Eso fue lo que más lo atemorizó. Una magia capaz de destruir el poder de los dioses eran sin duda terrible, pero una magia tan delicada como para quitar las lágrimas de los ojos de un hombre… eso era algo de lo que no había oído hablar en toda su vida.

—Mírame —dijo nuevamente—. Berry fue la mujer más hermosa que conocí, pero yo soy Belleza, y pensé en mejorarla aún más. Veamos, ¿esto te parece mejor? ¿Y esto?

El yacía sobre la arena.

—Si, si, mucho mejor —dijo.

—Bien —concluyó ella, mientras se vestía—, ahora, Furtivo, supongo que querrás venir conmigo.

—¿Adónde vas? —quiso saber.

—¿Adónde? A ver a Palicrovol. ¿No soy su esposa acaso? ¿No me desposó ante muchos, muchos testigos?

—Le dije que debió haberte matado.

—Lo recuerdo —replicó—. Pero no lo hizo, y aquí estoy. ¿Crees que me encontrará hermosa?

Era imposible que quisiera vivir junto a él como esposa.

—Oh, no me refiero a eso —aclaró—. ¿Vivir con él? Absurdo. Pero he oído que piensa traer a la Princesa Flor desde las islas del sur. He oído que ya está en edad. Y aparentemente cree que podrá casarse con ella. Yo estoy viva, y él cree que podrá casarse con ella.

Cuando me vea, ¿seguir pensando que es hermosa?

A Furtivo le produjo cierta satisfacción decirle, a pesar de su miedo:

—Asineth, podrás superar a Berry cuanto desees, pero ninguna mujer de carne y hueso ha podido ser tan hermosa como Enziquelvinisensee Evelvinin, jamás.

De pronto la lengua se le endureció en la boca y sintió que entre sus ropas culebreaban serpientes y que una lengua bifida le punzaba la garganta.

—Nunca vuelvas a llamarme Asineth —susurró.

—Si, Belleza.

—Vendrás conmigo a ver a Palicrovol. Te conservaré como animal domestico.

—Como quieras —dijo él.

Se echo a reír y las serpientes desaparecieron.

—Ponte de pie —ordenó.

Se levantó y al hacerlo notó que no se había dado por satisfecha con cambiar su propia forma sino que también había alterado la de él.

—Dime la verdad —le dijo—. ¿No te agradas más así? ¿No estabas cansado de ser un pálido gigante entre los hombres?

No respondió. Se miró las manos y asintió. Esto debe ser la derrota, pensó, pero supo que no era cierto. Sólo era el comienzo de la derrota. Supo que Asineth tenía sus planes, y compadeció a Palicrovol, ya que ahora no había esperanza. Sin duda todas las advertencias acerca del poder de una hija diezmesina eran naderías comparadas con el peligro de su madre, y ahora era demasiado tarde para pensar cómo podía oponerse a ella. El poder de Asineth estaba más allá del suyo hasta tal punto que podía destruir sus mayores esfuerzos con una mera risotada. Lo que podría vencerla ahora era algo más allá del poder de la sangre viva, si es que ello existía. Jamás había sentido tanto temor en toda su vida.

Sólo cuando empacó sus libros y se los echó a la espalda, sólo cuando ella lo alejó de Brack arrastrándolo de una cadena de oro sólo entonces se inventó un papel que lo mantuviera con vida. Enrollo la larga cadena alrededor de sus propias piernas para cojear y la siguió tambaleándose como un crío pequeño y cantando a viva voz:

He capturado a Belleza,

ni a sol ni a sombra la dejo,

la guardo en el armario

y la escarbo con mi aparejo.

BOOK: Esperanza del Venado
6.84Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

99 Days by Katie Cotugno
The Last Empire by Plokhy, Serhii
Falling for Romeo by Laurens, Jennifer
John Henry Days by Colson Whitehead
Seas of Venus by David Drake
Rent A Husband by Mason, Sally
Vultures at Twilight by Charles Atkins
The Network by Jason Elliot