Havana Room (10 page)

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Authors: Colin Harrison

Tags: #Intriga

BOOK: Havana Room
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—¿Qué esperaba? —preguntó Allison.

La seguí hasta el tercer y cuarto pisos, donde había un guardamuebles, la oficina del contable, un gran despacho donde trabajaba Allison y los vestuarios donde se cambiaban los empleados. Por el camino conté tres docenas de cámaras de seguridad, y cuando nos detuvimos en el despacho principal, vi seis pantallas de televisión en blanco y negro en las que aparecían sucesivamente los lugares que acabábamos de recorrer, así como las salas de comedor principales, el bar, todas las cajas registradoras e incluso la calle. Me di cuenta de que Allison podía observar a todo el mundo desde su despacho, incluido a mí. ¿Vigilaban también de este modo el Havana Room? Estudié las pantallas pero no mostraban ninguna sala que yo no hubiera visto.

—¡Bueno, eso es todo! —exclamó Allison, tal vez advirtiendo mi interés—. Excepto el ático de Ha, que no lo podemos ver.

—¿Ha?

—Sí, Ha —dijo Allison—. Lo conoces.

—El manitas.

—Sí. El único hombre del que me fio plenamente.

Ha vivía en una diminuta habitación en el piso superior, encima del colorido infierno del restaurante. Nadie sabía exactamente de dónde era o cuántos años tenía, me dijo ella, y ninguno de los que dependían de él insistía en ser informado. Podría haber saltado de un barco en Seattle o haber cruzado la frontera mexicana. Lo único que se sabía era que Ha podía arreglar cualquier cosa: las parrillas, los aparatos de aire acondicionado, las máquinas de cortar carne, cualquiera de las treinta y seis neveras del restaurante, el montacargas, los lavaplatos, las alarmas de incendios.

—También es muy valiente —añadió Allison.

—¿Valiente?

—Absolutamente.

De noche, me explicó ella. Ha se abría paso a tientas por las catacumbas en penumbra del restaurante; una noche, hacía muchos años, después de que se hubiera marchado el portero nocturno, se coló un ladrón por las puertas laterales. Ha, que estaba tumbado en el suelo de la cocina arreglando un cable de gas, oyó al intruso e hizo un cálculo mental de la ruta que había tomado hacia la cocina. Apagó inmediatamente las luces de los estrechos pasillos, encendió las del almacén de bebidas alcohólicas y esperó. El intruso avanzó por los pasillos, atraído por la luz como un insecto, y cuando entró a hurtadillas en la cueva de bebidas caras, Ha cerró la puerta, la atrancó con un trozo de tubería metálica y llamó a la policía. Allison lo adoraba, y creía, me parece, que era más espíritu que hombre.

—Es el único que tiene el número de mi móvil —dijo bromeando—. A los demás no se lo doy.

—¿Cómo te llaman entonces tus pobres pretendientes?

—Pueden buscar mi número en la guía. —Me llevó de nuevo al comedor—. La verdad es que he conocido a un tipo hace poco —admitió—. No es que espere que la relación vaya a alguna parte.

La observé bajar las escaleras dando brincos delante de mí, y me alegré de no haberle declarado mis sentimientos en la cámara de la carne.

—Será mejor que me lo cuentes, sólo para darme celos.

—Bueno, ya sabes que no desayuno en casa.

Allison se sentó a una de las mesas del fondo y yo la imité. Dos empleados pasaban el aspirador en el otro extremo.

—Desayuno en una pequeña cafetería que está al lado de mi apartamento. Pensarás que preferiría estar en un restaurante, cualquier clase de restaurante, pero me gusta ese local… y mi apartamento es grande e inhóspito, ya sabes, algo así como desangelado, aunque me encanta mi cocina, y siempre voy a ese local y me pido huevos con tostadas, algo para coger fuerzas. —Su voz sonaba animada, excitada por la historia; ya había olvidado nuestro momento de intimidad en la cámara de la carne—. De modo que allí estaba yo ocupándome de mis asuntos y leyendo el periódico, cuando un hombre corpulento se sentó a mi lado con su periódico. Llevaba un bonito traje, muy conservador, y me dije: Bueno, puede que tengas un pequeño problema aquí.

—Sé adónde quieres ir a parar —dije desolado en mi fuero interno.

—Le miré la mano y no vi ningún anillo de casado, aunque nunca puedes estar segura. Pero no dije nada ni lo miré, seguí leyendo, algo así como esperando. Lo observé pedir y comer su desayuno, y sus modales me parecieron perfectos. —Suspiró al recordar—. Veo comer a mucha gente y sé de lo que hablo. Y entonces la camarera me trajo la cuenta porque necesitaba la mesa. Yo seguía mirándolo pero él ni me vio, y tuve que irme.

—Y eso no te gustó.

—No, no me gustó. Al día siguiente no apareció, pero allí estaba al siguiente, sentado detrás de mí, espalda con espalda, y podía olerlo y… lo confieso, yo tenía un pequeño problema. Entonces él sacó un móvil e hizo una llamada, y yo traté de escuchar, ya sabes. —Allison sonrió con aire de culpabilidad—. Me moría por escucharle, ¡quería saber con quién hablaba! Podía ser una mujer, por supuesto. Y le oí decir: «Por dos millones seiscientos estoy dispuesto a hacerlo». Eso es lo que dijo. Y luego permaneció a la escucha un rato, asintió y colgó. Y me dije: Este tío es auténtico.

—Te oliste que estaba forrado.

—Supongo que sí. Quiero decir que puedo señalarte la cantidad de impostores, fanfarrones y memos que hay por ahí, Bill, con sus pequeños anillos en el meñique y sus Jaguars alquilados. De modo que ahora estaba aún más interesada, lo reconozco. Una chica tiene que mirar por sus intereses, ¿no? Así que me volví para ver qué leía. Era el
Financial Times
de Londres, el periódico más sexy que se puede leer. No me preguntes por qué. Serán sus páginas rosadas. Es tan europeo. Eso también me gustó. Trataba de pensar en algo que decir, cuando él consultó su reloj, se levantó y se marchó. Después las camareras hablaron sobre él. A ellas también les gustaba. De modo que pensé: Vamos, Allison, eres una chica lista, eres un buen partido, sabes qué tienes que hacer. Al día siguiente decidí que… —Se interrumpió y me dedicó una sonrisa maliciosa.

—Continúa —dije—. Puedo soportarlo.

—Oh, Bill, a ti no te conviene una mujer como yo.

—¿Cómo lo sabes?

—No te conviene. Hago cosas terribles. Hasta coqueteo con hombres desconocidos en cámaras de carne. —Empujó la cuchara hasta dejarla delante de mí—. Soy malísima, ¿sabes? Voluble, irresponsable y manipuladora.

—Lo dudo. —Y era verdad.

—Tal vez algún día lo descubras.

—Tal vez. Que Dios me ayude si lo hago. Sigue con la historia. ¿Qué decidiste?

—Sí. Me levanté pronto, escogí un bonito vestido y bajé a desayunar temprano para tratar de coincidir con él. ¡Y lo hice! Él levantó la vista cuando entré y me sonrió. Eso fue todo. Me refiero a que le dije hola o algo así. ¡Pero me senté a una mesa sintiéndome triunfal! Es una tontería, pero bueno. Luego me volví y le pedí prestado el periódico. Y dije algo como que empezaba a ser un cliente fijo. Algo tan estúpido como eso, totalmente obvio. Y él dijo que desayunaba allí porque estaba realizando unas gestiones en el barrio, pero que acabaría pronto. A mí me entró el pánico, básicamente, y le dije que llevaba un restaurante en el centro y que me encantaría invitarlo para que lo probara.

—Muy sutil.

—¡No tenía otra elección! Le di mi tarjeta y le pedí que llamara con antelación y…

—No lo dijiste así.

—No, pero casi. Le dije que me encargaría de darle una buena mesa. Él miró la tarjeta y sonrió, y dijo que le parecía estupendo, y se presentó y me estrechó la mano, y yo hice lo posible por no llevarme su pulgar a la boca. —Allison sonrió—. ¿No es horrible?

—Cuéntame el resto, aunque ya me lo imagino.

—Bueno, pues vino al restaurante dos días después… Llamó antes, y casi me dio un infarto…

—¿Lo vi yo?

—No viniste esa noche.

—¿Y?

—Bueno, en cuanto entró en el restaurante lo tuve en mi poder. —Asintió para sí satisfecha, y me conmovió su necesidad y su vulnerabilidad. Ella debió de ver algo en mi cara, porque añadió—: Vamos, yo no soy tu tipo. A ti te van las mujeres buenas. Virtuosas y formales.

—Deberías haber conocido a mi ex mujer.

—Ya me hubiera gustado.

—Te habría caído bien.

—¿Le habría caído bien yo?

Pensé en ello.

—No.

—¿Por qué no?

Demasiado segura de ti misma. Pero no lo dije en alto.

—¿Y volviste a ver al tipo?

—Sí —dijo Allison—, se podría decir así.

—Entonces los demás pretendientes han desaparecido.

—Sí. —Ella asintió y cruzó de nuevo las piernas hacia el otro lado—. Han sido desterrados.

* * *

Una hora después estaba sentado a la mesa 17 cuando levanté la vista y vi al propietario, Lipper, en su silla de ruedas acompañado por su enfermera, una mujer negra de edad avanzada. Él frunció el entrecejo al pasar por delante de mí y puso los pies en el suelo para detenerse.

—¿Trabaja para mí?

Sacudí la cabeza.

—Sólo soy un cliente fiel.

—Ah, estupendo. ¿Le gusta el bistec?

—Sobre todo la especialidad de la casa.

—Me alegro. —Lipper se acercó más. Le salía un remolino de vello por las orejas y tenía bolsas rosáceas debajo de los ojos—. A la gente le siguen gustando los bistecs.

—Y siempre será así, creo.

Él me apuntó con uno de sus dedos huesudos.

—Le conozco. He oído decir que es amigo de Allison. También habla con ella a mi cuenta. Usted es abogado, ¿verdad?

—Supongo que sí.

Él mostró muchos dientes de caballo viejo al oírlo.

—Según tengo entendido, los abogados trabajan en bufetes, pero bueno… A Allison le gusta tener a sus hombres cerca para poder controlarlos, ¿eh? La he observado a lo largo de los años… Se sabe todos los trucos, permítame que se lo diga. —Recorrió con la mirada la sala, como si hubiera oído a alguien llamarlo de pronto por su nombre—. ¡Sí, cualquiera puede servir un bistec! Chamuscas un trozo de carne de vaca y lo sirves en un plato. Además, en la ciudad hay un montón de restaurantes especializados en bistecs, ¿verdad? Está el Smith and Wollensky, el Keen’s (qué bonito es, por cierto) y el Peter Luger’s de Brooklyn. En esos lugares sirven unos bistecs impresionantes. Pero nosotros somos diferentes, un poco especiales. Sinatra fue dueño de este local un tiempo, en los años sesenta. ¿Lo sabía? Muchas chicas. Un coño giratorio, lo llamaba yo. Coño va, coño viene. —Reconocí en Lipper la feliz verborrea de la gente mayor, en la que todos los pensamientos salen a la superficie sin verse frenados por lo decoroso y la previsión—. Salimos juntos unas cuantas veces, Frank y yo. Sí, vio este local y dijo que tenía que ser suyo. Supongo que debió de cantar aquí unas cuantas veces… —Lipper se rascó los testículos emocionado, como si tratara de sostenerlos en equilibrio uno sobre el otro—. Yo era joven. Verá, nunca hacemos publicidad de este local. No nos hace falta. Hemos encontrado la fórmula. Allison es muy buena. Su pequeña sala es ilegal, por supuesto, me refiero al pequeño espectáculo que tiene lugar allá abajo. Lleva mucho cuidado y nunca ha tenido ningún problema. Le ha hablado de ello, ¿verdad? Ella les explica toda la historia y los intriga. Yo soy demasiado viejo, pero también lo haría si fuera más joven. Sólo por vivir la experiencia. Sé que es ilegal, pero ¿qué importa? ¡La mitad de lo mejor de la vida lo es! Demándame, digo siempre. ¿Vas a arrestar a un anciano en una silla de ruedas? ¿A meterme en prisión? Dices a los hombres que hay una sala especial allá abajo y es como la miel para las abejas, amigo… Oh, a ella no le gusta que hable de ello. ¿Cómo se llama usted, Rogers? Tenía un médico llamado Rogers que me arregló los dedos de los pies. Espere, tengo que tomarme una pastilla… este chisme me avisa con un pitido…

Una mano femenina negra apareció sobre su hombro, ligera como una hoja que cae, con la pequeña pastilla roja flotando en la suave palma de chocolate con leche. Él la cogió y se la metió en la boca, donde su gruesa lengua bajó y se la llevó como el dispositivo triturador que hay en la parte trasera de un camión de la basura.

—Puedo tragármelas sin agua. De acuerdo, por dónde… miel y abejas… Sinatra, sí. Allison lo sabe. Sabe más de los hombres, los ha estudiado, me refiero a que tenemos buenos fichajes, buenos cortes, ja, ja. Muchos hombres. También ha estado con muchos. —Se inclinó hacia delante, dejó caer en mi brazo una gran mano que era todo huesos y habló con aire de complicidad—: Deje que le dé un consejo, hijo, porque veo que ella le hace caso y sé lo que se avecina. Usted parece un buen tipo, por eso se lo digo. Soy viejo, así que hará bien en escucharme. Hágase el duro. ¿Me oye? Quiero decir que no se entregue, no haga el ridículo. Ella lo desea. Jugará con usted, averiguará sus puntos débiles. Deje que sufra, deje que se frustre y se vuelva emotiva… ¡entonces es cuando deberá empuñar usted la espada! ¿De acuerdo? ¡Lo que no soporta son los tipos que se le declaran! Juega con ellos, ¡los tortura! ¡Sabe trucos de los que la mayoría de los hombres no han oído ni hablar! —Sus ojos brillaron con malicia y por un momento entreví al joven encantador que había sido—. ¡Una vez tuve a un tipo aquí que quería suicidarse por ella! Le dije: Puede comprar todo el sexo que quiera, ¿qué tiene eso de raro? ¡Él siguió mi consejo y se fue a las islas unas semanas con un puñado de barbies rubias! Allison ni se inmutó. ¿Qué más le daba? Supongo que él lo superó. ¿Cómo se llamaba? ¿Woodrow? No importa, lo olvidaré de todos modos… Así que ésta es la clase de local que regento. Es especial. ¿Le he dicho que Sinatra fue dueño de este local? En los años sesenta, de hecho. ¡Sí, yo lo compré en los setenta, cuando nadie lo quería ni regalado! Fue entonces cuando yo tomé cartas en el asunto. Sí, tomé cartas en el asunto y lo subí de categoría. Ya no trabajo ahora, sólo vengo y veo comer y beber, y pasarlo bien. Por aquí ha pasado mucha gente importante, se lo aseguro. Wilt Chamberlain cuando estaba en la ciudad los hacía hacer cola, nunca habían visto a nadie como él, o Sonny y Cher, Joe Frazier, el boxeador, Clint Eastwood, Redford, Billy Crystal, políticos, todos han pasado por aquí, el tal Puffy Brush, quienquiera que sea. Ahora yo sólo observo. No necesito el dinero. Fui un gran empresario en mis tiempos. Hacía mis tratos, firmaba con tinta. ¡No mucha gente así abandona hoy día! Todos quieren tener un colchón debajo del trasero. Yo no. ¡Yo ya he trabajado! Soy un fósil. Estoy hecho de piedra. Y hay partes de mí que siguen siéndolo. No ponga esa cara de sorpresa. ¡Sigue funcionando! Doscientos miligramos de esa nueva droga y listos. Una vez al mes es todo lo que necesito. Tengo una amiga. Es muy comprensiva y viene a mi apartamento. Tiene cierta edad, ¿sabe? Nos gustamos. Ella se lo toma con calma. No tiene inconveniente en tumbarse o sencillamente chuparla. —De nuevo la dentadura de caballo, los ojos entrecerrados, divertidos—. Verá, aquí no hablamos mucho de la naturaleza humana. Acepta la fragilidad humana, ésa es mi filosofía. No se escandalice. Usted será igual, se lo garantizo. Yo no he envejecido con dignidad, pero estoy encantado. Mi secreto son los aceites omega tres. ¡Sólo los mejores, hechos de los peces más pequeños! Los grandes, el atún y el pez espada, tienen demasiado mercurio. —Me dio unas palmadas en el brazo con apremio—. Sé que le gusta Allison, todos lo sabemos, se le ve en la cara, le he calado, amigo. Hágase el duro, ése es mi consejo. Ella es más lista que nosotros dos juntos. En mis tiempos yo mismo podría haberle…

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