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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (33 page)

BOOK: Hijos de Dune
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—No he podido sacarle toda la arena. Háztela curar tan pronto como regreses.

—Arena en nuestras heridas —dijo ella—. Es una vieja historia Fremen.

Él consiguió sonreír y se sentó.

Ghanima inspiró profundamente.

—Lo hemos conseguido.

—Todavía no.

Ella tragó saliva, luchando por recobrarse de las consecuencias del shock. Su rostro estaba pálido a la luz del globo. Y pensó:
Sí, ahora debemos movernos aprisa. Quien quiera que controlara esos tigres puede estar ahí fuera en este momento.

Leto, mirando a su hermana, sintió una repentina y aguda sensación de pérdida. Era un dolor profundo que atravesaba su pecho. Ahora él y Ghanima debían separarse. Durante todos aquellos años, desde su nacimiento, habían sido una sola persona. Pero ahora su plan exigía que sufriesen una metamorfosis, tomando sus separados caminos en los que la participación en las diarias experiencias ya no los uniría como los había unido hasta entonces.

Retornó con un esfuerzo a las necesidades inmediatas.

—Toma mi fremochila —dijo—. He tomado los vendajes de ella. Alguien puede mirar.

—Sí. —Ghanima cambió su fremochila con la de él.

—Alguien ahí afuera tiene un transmisor para controlar a esos felinos —dijo él—. Lo más probable es que esté esperando cerca del qanat para asegurarse de que todo ha ido bien.

Ella palpó su pistola maula en lo alto de la fremochila, y tras un instante de duda la tomó y se la metió en la faja que sujetaba su cintura, bajo el traje.

—Mi traje está desgarrado.

—Sí.

—Los que nos estén buscando pueden llegar aquí muy pronto —dijo Leto al cabo de un momento—. Podría haber un traidor entre ellos. Será mejor que regreses por tus propios medios. Haz que Harah te oculte.

—Yo… Empezaré a buscar al traidor tan pronto como regrese —dijo ella. Escrutó el rostro de su hermano, compartiendo su dolorosa convicción de que desde aquel punto las diferencias se irían acumulando entre ellos. Nunca más volverían a ser uno, compartiendo sus conocimientos hasta un tal punto que nadie sería capaz de comprender.

—Yo iré a Jacurutu —dijo él.

—Fondak —dijo ella.

El asintió. Jacurutu/Fondak… tenían que ser el mismo lugar. Era la única forma de que aquel legendario lugar pudiera seguir permaneciendo oculto. Era cosa de los contrabandistas, por supuesto. Qué fácil les resultaba cambiar un nombre por otro, actuando bajo la cobertura de una convención jamás formulada pero que les permitía existir. La familia reinante de un planeta debía tener siempre una puerta trasera para poder escapar in extremis. Y un pequeño tanto por ciento de los beneficios de los contrabandistas mantenía los canales abiertos. En Fondak/Jacurutu, los contrabandistas habían tomado el control de toda la operativa de un sietch sin problemas por parte de la población residente. Y así habían ocultado Jacurutu al aire libre, con la seguridad del tabú que los Fremen habían arrojado sobre él.

—Ningún Fremen pensará en buscarme en un tal lugar —dijo Leto—. Preguntarán entre los contrabandistas, por supuesto, pero…

—Haremos tal como hemos acordado —dijo ella—. Pero…

—Lo sé. —Escuchando su propia voz, Leto se dio cuenta de que ambos estaban intentando prolongar aquellos últimos momentos de identidad. Una torcida sonrisa rozó su boca, añadiendo años a su aspecto. Ghanima se dio cuenta de que lo estaba mirando a través del velo del tiempo, mirando a un Leto más viejo. Las lágrimas ardieron en sus ojos.

—No necesitas todavía dar tu agua al muerto —dijo él, pasando un dedo sobre la humedad de sus mejillas—. Me alejaré hacia afuera hasta que nadie pueda oírme, y entonces llamaré a un gusano —señaló los garfios de doma doblados en la parte exterior de su fremochila—. Estaré en Jacurutu dentro de dos días, antes del alba.

—Cabalga velozmente, amigo mío —susurró ella.

—Volveré a tu lado, mi única amiga —dijo él—. Recuerda ser prudente en el qanat.

—Elige un buen gusano —dijo ella, usando las palabras Fremen de despedida. Apagó el globo con la mano izquierda y la pantalla nocturna se enrolló cuando la soltó, doblándola y metiéndola en la mochila. Oyó a Leto partir, apenas un leve crujido que se desvaneció rápidamente en el silencio cuando salió de las rocas y penetró en el desierto.

Ghanima se armó de valor e hizo lo que tenía que hacer. Leto había muerto para ella. Tenía que llegar a creerlo. No debía haber ningún Jacurutu en su mente, ningún hermano allá afuera buscando un lugar perdido en la mitología Fremen. Desde aquel instante no debía pensar en Leto como en una persona viva. Debía condicionarse a sí misma a reaccionar bajo una convicción total de que su hermano estaba muerto, matado por los tigres laza. No había muchos seres humanos capaces de engañar a una Decidora de Verdad, pero ella sabía cómo hacerlo… y debería hacerlo. Las multividas que ella y Leto habían compartido les habían enseñado cómo hacerlo: un proceso hipnótico ya antiguo en los tiempos de Saba, aunque probablemente ella era el único ser humano vivo capaz de recordar a Saba como una realidad. Aquellas profundas compulsiones habían sido concebidas con gran cuidado y, durante mucho rato después de que Leto se hubo marchado, Ghanima reconstruyó su propia consciencia, edificándose una hermana que había quedado sola, la gemela superviviente, hasta que fue una creíble totalidad. Y mientras estaba haciendo esto, descubrió que su mundo interior se volvía silencioso, borrada toda intrusión a su consciencia. Era un efecto colateral que no había esperado.

Si tan sólo Leto siguiera vivo para saber esto
, pensó, y aquel pensamiento no le pareció paradójico. Se puso en pie y escrutó el desierto, en el lugar donde el tigre había acabado con la vida de Leto. Había un sonido que crecía en la arena allá afuera, un sonido familiar a los Fremen: el paso de un gusano. Aunque se habían vuelto raros por aquella parte, algunos llegaban de tanto en tanto. Quizá los últimos espasmos de agonía del primer felino… Sí, Leto había matado a uno de ellos antes de que el otro terminara con él. Era extrañamente simbólico que apareciera un gusano en aquellos momentos. Tan profunda era su compulsión que por un momento vio tres manchas oscuras allá abajo, en la arena: los dos tigres y Leto. Luego llegó el gusano, y sólo quedó la arena con su superficie quebrada por el oleaje causado por el paso de Shai-Hulud. No era un gusano muy grande… pero era grande pese a todo. Y su compulsión no le permitió ver la pequeña figura que cabalgaba el anillado lomo.

Luchando contra su dolor, Ghanima cerró su fremochila y salió cautelosamente de su refugio. Con la mano en su pistola maula, estudió el área. No había ninguna señal de ser humano con un transmisor. Trepó por las rocas y descendió por el lado opuesto, deslizándose a través de las sombras proyectadas por la luna, deteniéndose y volviéndose a detener para asegurarse de que no había ningún asesino siguiendo sus huellas.

A través del espacio abierto pudo ver antorchas agitándose en el Tabr, la ondeante actividad de una búsqueda. Una mancha oscura se movía a través de la arena en dirección a El Que Espera. Ghanima eligió su camino alejándose hacia el norte con relación a la partida que se acercaba, atravesando la arena y avanzando entre las sombras de las dunas. Cuidando que sus pies avanzaran a un ritmo desacompasado para no atraer a ningún gusano, empezó a cruzar la desértica distancia que separaba el Tabr del lugar donde Leto había muerto. Tenía que ser muy prudente en el qanat, recordó. Nadie debía impedirle contar cómo su hermano había perecido al salvarla a ella de los tigres.

28

Los gobiernos, si perduran, tienden siempre de modo creciente hacia formas aristocráticas. No se conoce ningún gobierno en la historia que haya escapado a este esquema. Y a medida que la aristocracia se desarrolla, el gobierno tiende más y más a actuar exclusivamente en interés de la clase gobernante… sea esta clase una monarquía hereditaria, una oligarquía de imperios financieros, o una burocracia bien afianzada.

La política como fenómeno repetitivo
, manual de Adiestramiento Bene Gesserit

—¿Por qué me has hecho esta oferta? —preguntó Farad’n—. Es esencial que lo sepa.

Estaban, él y el Bashar Tyekanik, en la antesala de los apartamentos privados de Farad’n. Wensicia estaba sentada a un lado en un diván bajo de color azul, más oyente que participante. Sabía cuál era su posición y se resentía de ello, pero Farad’n había sufrido un terrible cambio desde aquella mañana, cuando ella le había revelado su conjura.

Era la última hora del atardecer en Castel Corrino, y la débil luz acentuaba el tranquilo confort de aquella antesala, una estancia repleta de libros actuales reproducidos en plástico, con estantes que mostraban montañas de bobinas reproductoras, bloques de datos, cintas de hila shiga, amplificadores mnemónicos. Por todas partes a su alrededor había señales de que aquella estancia era muy usada… lomos gastados en los libros, deslustrados en el metal en los amplificadores, bordes desgastados en los bloques de datos. Había tan sólo un diván, pero varios sillones… todos ellos flotantes y sensiformes, diseñados para un confort no opresivo.

Farad’n permanecía de pie, de espaldas a la ventana. Llevaba un simple uniforme Sardaukar, gris y negro, con tan sólo los símbolos dorados de las garras del león en el cuello, como decoración. Había elegido recibir al Bashar y a su madre en aquella estancia con el deseo de crear una atmósfera de más relajada comunicación, difícil de conseguir en un ambiente más formal. Pero los constantes «Mi Señor esto» y «Mi Dama aquello» de Tyekanik mantenían las distancias.

—Mi Señor, no creo que él hiciera esta oferta si no se viera capaz de cumplirla —dijo Tyekanik.

—¡Por supuesto que no! —se entrometió Wensicia.

Farad’n simplemente miró a su madre para hacerla callar, y preguntó:

—¿Nosotros no hemos ejercido ninguna presión en Idaho, algo para conseguir que la promesa del Predicador fuera llevada a cabo?

—No —dijo Tyekanik.

—¿Entonces por qué Duncan Idaho, célebre a lo largo de toda su vida por su fanática lealtad a los Atreides, nos ofrece ahora poner a Dama Jessica en nuestras manos?

—Corren rumores de problemas en Arrakis… —aventuró Wensicia.

—Sin confirmación —dijo Farad’n—. ¿Es posible que el Predicador haya precipitado esto?

—Es posible —dijo Tyekanik—, pero no consigo ver el motivo.

—Idaho dice que está buscando refugio para ella —dijo Farad’n—. Esto podría confirmar tales rumores.

—Precisamente —dijo su madre.

—O podría ser una estratagema de cualquier tipo —dijo Tyekanik.

—Podemos plantear varias suposiciones y explorarlas —dijo Farad’n—. ¿Y si Idaho hubiera caldo en desgracia con su Dama Alia?

—Esto podría explicar muchas cosas —dijo Wensicia—, pero ella…

—¿Todavía no tenemos ninguna noticia de los contrabandistas? —interrumpió Farad’n—. ¿Por qué no podemos…?

—Las transmisiones son siempre lentas en esta estación —dijo Tyekanik—, y las necesidades de seguridad…

—Si, por supuesto, pero de todos modos… —Farad’n agitó la cabeza—. No me gusta esa suposición.

—No nos apresuremos demasiado en abandonarla —dijo Wensicia—. Todas esas historias acerca de Alia y de ese Sacerdote, sea cual sea su nombre…

—Javid —dijo Farad’n—. Pero obviamente es hombre…

—Ha sido una muy valiosa fuente de información para nosotros —dijo Wensicia.

—Estaba diciendo que obviamente es un agente doble —dijo Farad’n—. ¿Cómo podría acusarse a sí mismo en esto? No podemos confiar en él. Hay demasiadas señales…

—Yo no lo veo así —dijo ella.

Farad’n se sintió repentinamente irritado por la estrechez de miras de ella.

—¡Toma mi palabra por buena, madre! Las señales están aquí; te las explicaré más tarde.

—Me temo que tengo que estar de acuerdo en eso —dijo Tyekanik.

Wensicia se sumergió en un dolido silencio. ¿Cómo se atrevían a empujarla de aquel modo fuera del Consejo? Como si ella fuera una de aquellas mujeres sin seso y caprichosas que no…

—No debemos olvidar que Idaho fue antes un ghola —dijo Farad’n—. Los tleilaxu… —miró de soslayo a Tyekanik.

—Este camino será explorado —dijo Tyekanik. Se descubrió admirando la forma en que trabajaba la mente de Farad’n: alerta, inquisitiva, aguda. Sí, los tleilaxu, restaurando la vida de Idaho, quizás hubieran implantado un poderoso aguijón dentro de él para su propio uso.

—Pero no acabo de comprender los motivos de los tleilaxu —dijo Farad’n.

—Una inversión en nuestras fortunas —dijo Tyekanik—. ¿Un pequeño seguro para futuros favores?

—Una gran inversión, me atrevería a llamarlo —dijo Farad’n.

—Peligrosa —dijo Wensicia.

Farad’n tuvo que estar de acuerdo con ella. Las capacidades de Dama Jessica eran notorias en el Imperio. Después de todo había sido una de las que habían adiestrado a Muad’Dib.

—Si llegara a saberse que nosotros la ocultamos… —dijo Farad’n.

—Si, podría ser un arma de dos filos —dijo Tyekanik—. Pero no tiene por qué saberse.

—Supongamos —dijo Farad’n— que aceptamos esta oferta. ¿Cuál es su valor? ¿Podemos cambiarla por algo de mayor importancia?

—No abiertamente —dijo Wensicia.

—¡Por supuesto que no! —Farad’n miró expectante a Tyekanik.

—Habrá que verlo —dijo Tyekanik.

Farad’n asintió.

—Sí. Pienso que, si aceptamos, podemos considerar a Dama Jessica como un dinero puesto en la banca para usarlo en su momento. Después de todo, la riqueza no debe ser gastada necesariamente en una cosa en particular. Basta con que sea… potencialmente utilizable.

—Puede ser una prisionera muy peligrosa —dijo Tyekanik.

—Esto es algo que habrá que considerar, por supuesto —dijo Farad’n—. Me han dicho que su adiestramiento Bene Gesserit le permite manipular a las personas con tan sólo un empleo sutil de su voz.

—O de su cuerpo —dijo Wensicia—. En una ocasión Irulan me divulgó algunas de las cosas que había aprendido. En aquella ocasión simplemente se estaba vanagloriando, y no vi ninguna demostración. Pero de todos modos existe la evidencia casi concluyente de que las Bene Gesserit poseen sus propios medios para alcanzar sus fines.

—¿Acaso estás sugiriendo —preguntó Farad’n— que tal vez intente seducirme?

Wensicia se limitó a alzarse de hombros.

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