—Yo no soy tu Pequeño Melón —dijo Leto, respondiendo al
Batigh
. Aquella era una etiqueta con terribles implicaciones. El Pequeño Melón al borde del desierto ofrecía su agua a cualquiera que lo hallase.
—No te beberemos, Batigh —dijo el hombre—. Yo soy Muriz. Soy el arifa de este taif —señaló con un movimiento de su cabeza el distante tractor.
Leto notó cómo el hombre se había calificado a sí mismo como el Juez de aquel grupo, refiriéndose a los demás como
taif
, una banda o una compañía. No eran
ichwan
, no eran una banda de hermanos. Seguramente eran renegados mercenarios. Aquel era el filón que necesitaba.
Observando que Leto permanecía en silencio, Muriz preguntó:
—¿Tienes algún nombre?
—Batigh puede servir.
Muriz se echó a reír.
—Todavía no me has dicho qué estás haciendo aquí.
—Estoy buscando las huellas de un gusano —dijo Leto, utilizando la frase religiosa que significaba que estaba en hajj buscando su propio
umma
, su revelación personal.
—¿Tan joven? —dijo Muriz. Agitó la cabeza—. No sé qué hacer contigo. Nos has visto.
—¿Qué es lo que he visto? —dijo Leto. He hablado de Jacurutu y no me has dado ninguna respuesta.
—El juego de las adivinanzas —dijo Muriz—. ¿Qué es aquello, entonces? —señaló con la cabeza hacia la distante colina.
Leto habló, extrayendo los datos de su visión.
—Tan sólo Shuloch.
Muriz se envaró, y Leto notó que su pulso se aceleraba. Se produjo un largo silencio, y Leto pudo ver que el hombre se debatía entre contrapuestas reacciones.
¡Shuloch!
En las tranquilas sobremesas del sietch, las historias acerca de Shuloch eran las que se repetían más a menudo. Casi siempre los oyentes asumían que Shuloch era un mito, un lugar donde siempre ocurrían cosas interesantes para que luego pudieran ser contadas. Leto recordó una de las historias de Shuloch: un niño extraviado había sido hallado al borde del desierto y llevado al sietch. Al principio el niño se negó a responder a sus salvadores; luego, cuando empezó a hablar, nadie podía entender sus palabras. A medida que pasaban los días seguía cada vez más encerrado en sí mismo, negándose a vestirse y a cooperar en ninguna forma. Cada vez que era dejado solo hacía extraños gestos con sus manos. Todos los especialistas del sietch fueron llamados para estudiar a aquel niño, pero ninguno llegó a una respuesta. Luego, una mujer muy vieja cruzó por delante de su puerta, lo vio mover las manos, y se echó a reír. «Sólo está imitando a su padre, que trenza fibras de especia para formar cuerdas», explicó. «Esta es la forma en que lo hacen en Shuloch. Tan sólo está intentando sentirse menos solo». Y la moraleja de la historia era:
«En las antiguas tradiciones de Shuloch reposa la seguridad y la sensación de pertenecen al dorado hilo de la vida».
Como Muriz permaneciera silencioso, Leto dijo:
—Soy el niño perdido de Shuloch que sólo sabe mover sus manos.
Por el rápido movimiento de la cabeza del hombre Leto supo que Muriz conocía la historia. Muriz respondió lentamente, en voz baja y cargada de amenazas:
—¿Eres humano?
—Humano como tú mismo —dijo Leto.
—Hablas de una forma muy extraña para un niño. Te recuerdo que soy un juez que puede responder al
taqwa
.
Ah, sí
, pensó Leto. En boca de un tal juez, el
taqwa
significaba una amenaza inmediata.
Taqwa
era el miedo provocado por la presencia de un demonio, una creencia muy real entre los viejos Fremen. El arifa sabía las formas de eliminar a un demonio, y era siempre elegido «debido a que tenía la sabiduría de ser despiadado sin ser cruel, y a que sabía que la gentileza es de hecho el camino hacia una crueldad aún mayor».
Pero habían llegado al punto que esperaba Leto, de modo que dijo:
—Puedo someterme al
Mashhad
.
—Yo seré el juez de cualquier Prueba Espiritual —dijo Muriz—. ¿Aceptas eso?
—Bi-lal kaifa —dijo Leto.
Sin condiciones.
Una expresión taimada apareció en el rostro de Muriz.
—No sé por qué permito esto. Sería mejor que fueras eliminado aquí mismo, inmediatamente, pero eres un pequeño Batigh y yo tenía un hijo que murió. Ven, iremos a Shuloch, y convocaré al Isnad para tomar una decisión con respecto a ti.
Leto, notando que el menor ademán del hombre traicionaba decisiones mortíferas, se preguntó cómo podía engañar a nadie. Dijo:
—Sé que Shuloch es el Ahl as-sunna wal-jamas.
—¿Qué cosa puede saber un niño del mundo real? —preguntó Muriz, haciendo un gesto a Leto para que lo precediera hacia el tóptero.
Leto obedeció, pero escuchó atentamente el sonido de los pasos del Fremen.
—El mejor modo de conservar un secreto es hacer que la gente crea que sabe ya la respuesta —dijo Leto—. Entonces, la gente no hace preguntas. Ha sido hábil por vuestra parte desde que fuisteis arrojados de Jacurutu. ¿Quién creería que Shuloch, un lugar mítico protagonista de tantos relatos, es real? Y qué conveniente es su existencia para los contrabandistas o para cualquiera que desee llegar discretamente a Dune.
Los pasos de Muriz se detuvieron. Leto se giró, con la espalda apoyada en el costado del tóptero, el ala a su izquierda.
Muriz permanecía inmóvil a medio paso de distancia, con su pistola maula apuntada abierta y directamente hacia Leto.
—Así que no eres un niño —dijo Muriz—. ¡Un maldito enano ha venido a espiarnos! He pensado que hablabas demasiado juiciosamente como para ser un niño: demasiado y demasiado aprisa.
—No lo suficiente —dijo Leto—. Soy Leto, el hijo de Paul Muad’Dib. Si me matas, tú y tu pueblo os veréis sumergidos en la arena. Si conservas mi vida, os conduciré a la grandeza.
—No te burles de mí, enano —restalló Muriz—. Leto se halla en el auténtico Jacurutu, de donde dices que… —se interrumpió. La mano que sostenía la pistola se deslizó hacia abajo, mientras los ojos del hombre se poblaban de pequeñas arrugas.
Era la vacilación que Leto había esperado. Hizo que todos sus músculos dieran la impresión de que iba a moverse hacia la izquierda, sin mover su cuerpo más de un milímetro, y vio como la pistola del Fremen se movía también hacia la izquierda, golpeando bruscamente contra el borde del ala del aparato. La pistola maula saltó de la mano que la sujetaba y, antes de que Muriz pudiera recuperarla, Leto estaba junto a él, haciendo presión con su crys en la espalda del hombre.
—La punta está envenenada —dijo Leto—. Di a tu amigo del tóptero que se quede exactamente donde está ahora, sin hacer ningún movimiento. De otro modo me veré obligado a matarte.
Muriz, acariciándose la dolorida mano, hizo una seña con la cabeza en dirección a la figura que estaba en el tóptero.
—Mi compañero Behaleth te ha oído. Permanecerá tan inmóvil como una roca.
Sabiendo que disponía de muy poco tiempo antes de que aquellos dos hombres fraguaran un plan de acción o de que sus amigos acudieran a investigar, Leto habló rápidamente:
—Tú me necesitas Muriz. Sin mí, los gusanos y su especia desaparecerán de Dune.
Sintió que el Fremen se envaraba.
—¿Pero cómo sabes de Shuloch? —preguntó Muriz—. Sé que no te han dicho nada en Jacurutu.
—Así, admites que soy Leto Atreides.
—¿Quién otro puedes ser? ¿Pero cómo has…?
—Porque vosotros estáis aquí —dijo Leto—. Shuloch existe, y el resto es sencillo. Vosotros sois los Desheredados que escapasteis cuando Jacurutu fue destruido. He visto vuestras señales con las alas, luego no utilizáis ningún utensilio que pueda ser captado a distancia. Recolectáis especia, luego comerciáis con ella. Sólo podéis comerciar con los contrabandistas, luego sois contrabandistas, pero también sois Fremen. Sólo podéis ser gente de Shuloch.
—¿Por qué has hecho de modo que intentara matarte aquí mismo, ahora?
—Porque me hubieras matado de todos modos, apenas hubiéramos alcanzando Shuloch.
Una violenta rigidez envaró el cuerpo de Muriz.
—Cuidado, Muriz —advirtió Leto—. Lo sé todo de vosotros. Vuestra historia dice que tomáis el agua de los viajeros incautos. Esta debe ser una práctica ritual en vosotros. ¿Cómo podéis de otro modo silenciar a todos aquellos que tropiezan con vosotros? ¿Cómo podéis mantener vuestro secreto? ¡Batigh! Has intentado seducirme con palabras gentiles y calificativos halagadores. ¿Por qué arriesgarme a desperdiciar mi agua en la arena? Si yo desapareciera como tantos otros… bien, el Tanzerouft me engulliría.
Muriz hizo el signo de los
Cuernos-del-Gusano
con su mano derecha para apartar la magia Rihani que las palabras de Leto habían evocado. Y Leto, sabiendo cómo los viejos Fremen desconfiaban de los mentats o de cualquier otra cosa que oliera a lógica, reprimió una sonrisa.
—Namri te habló de nosotros en Jacurutu —dijo Muriz—. Tendré su agua cuando…
—No te quedará más que arena seca si continúas haciendo tonterías —dijo Leto—. ¿Qué harás, Muriz, cuando todo Dune se haya convertido en hierba verde, árboles y agua al aire libre?
—¡Eso no ocurrirá nunca!
—Está ocurriendo ante tus ojos.
Leto oyó los dientes de Muriz chirriar de rabia y frustración. Tras unos instantes, el hombre rechinó:
—¿Cómo piensas impedir eso?
—Conozco todo el plan de transformación —dijo Leto—. Conozco toda su fuerza y todas sus debilidades. Sin mí, Shai-Hulud se desvanecerá para siempre.
Con un asomo de astucia surgiendo de nuevo en su voz, Muriz preguntó:
—Bueno, ¿por qué discutir esto aquí? Estamos en tablas. Tú tienes tu cuchillo. Puedes matarme, pero Behaleth te eliminará a ti.
—No antes de que yo recobre tu pistola —dijo Leto—. En cuyo momento vuestro tóptero será mío. Sí, sé conducirlo.
Una arruga frunció la frente de Muriz bajo la capucha.
—¿Y si tú no eres quien dices?
—¿Mi padre no podrá identificarme? —preguntó Leto.
—Ahhhh —dijo Muriz—. Así es como lo has sabido, ¿eh? Pero… —Se interrumpió, agitó la cabeza—. Mi propio hijo lo guía. Dice que vosotros dos nunca… Pero entonces, ¿cómo…?
—Así, no creéis que Muad’Dib lea el futuro —dijo Leto.
—¡Por supuesto que lo creemos! Pero él dice de sí mismo que… —Muriz se interrumpió de nuevo.
—Y creéis que no está al corriente de vuestra desconfianza —dijo Leto—. Yo he venido aquí a este exacto lugar en este exacto momento para encontrarme contigo, Muriz. Sé todo acerca de ti porque te he
visto
… y he visto a hijo. Sé lo seguros que os creéis, cómo os burláis de Muad’Dib, cómo complotáis para salvaguardar vuestra pequeña parte de desierto. Pero vuestra pequeña parte de desierto está condenada sin mí, Muriz. Perdida para siempre. Se ido demasiado lejos aquí en Dune. Mi padre ha alcanzado casi el límite de su visión, y vosotros solamente podéis dirigiros ahora a mí.
—Ese ciego… —Muriz se interrumpió, tragó saliva.
—Volverá muy pronto de Arrakeen —dijo Leto—, y entonces veremos hasta dónde es ciego. ¿Cuánto os habéis alejado de vuestras viejas costumbres Fremen, Muriz?
—¿Qué?
—Él es
Wadquiyas
está con vosotros. Vuestro pueblo lo halló solo en el desierto y lo condujo a Shuloch. ¡Qué rico descubrimiento fue para vosotros! Rico como un yacimiento de especia.
¡Wadquiyas!
vivió con vosotros; su agua se mezcló con el agua de vuestra tribu. Forma parte de vuestro Río del Espíritu. —Leto presionó duramente el cuchillo contra las ropas de Muriz—. Cuidado, Muriz. —Alzó su mano izquierda, soltó el filtro que cubría la parte inferior del rostro del Fremen y lo echó a un lado.
Sabiendo lo que planeaba Leto, Muriz dijo:
—¿Dónde irás si nos matas a los dos?
—Regresaré a Jacurutu.
Leto presionó la parte carnosa de su dedo pulgar contra la boca de Muriz.
—Muerde y bebe, Muriz. Hazlo, o muere.
Muriz vaciló, luego mordió rabiosamente la carne de Leto.
Leto observó la garganta del hombre, vio cómo tragaba convulsivamente, apartó el cuchillo de su cuerpo.
—
Wadquiyas
—dijo Leto—. Ahora deberás ofender a la tribu antes de que puedas tomar mi agua.
Muriz asintió.
—Tu pistola está ahí —Leto hizo un gesto con su mandíbula.
—¿Confías en mí ahora? —preguntó Muriz.
—¿Cómo podría vivir de otro modo con los Desheredados?
De nuevo captó Leto un ramalazo de astucia en los ojos de Muriz, pero esta vez se trataba de una mirada evaluativa, medida en términos de beneficios. El hombre se giró con una brusquedad que evidenciaba secretas decisiones, recuperó su pistola maula, y volvió al borde del ala.
—Ven —dijo—. Nos hemos entretenido demasiado en la madriguera de un gusano.
El futuro de la presciencia no puede ser siempre aprisionado en las reglas del pasado. Los hilos de la existencia se entrecruzan de acuerdo con muchas leyes desconocidas. El futuro presciente insiste en sus propias reglas. No se conforma al ordenamiento Zensunni ni al ordenamiento de la ciencia. La presciencia edifica una integridad relativa. Exige el desarrollo de este instante, pero siempre advirtiendo que uno no puede entretejer cada hilo en la trama del pasado.
Kalima: Las Palabras de Muad’Dib. Comentarios de Shuloch
Muriz condujo el ornitóptero por encima de Shuloch con una facilidad derivada de la práctica. Leto, sentado a su lado, notaba la presencia armada de Behaleth tras ellos. Todo iba produciéndose hasta ahora de acuerdo con el delgado hilo de su visión, con una extrema exactitud. Si algo fallaba,
Allahu akbahr
. A veces uno debía someterse a un ordenamiento superior.
La colina de Shuloch era impresionante en medio de aquel desierto. Su no señalada presencia hablaba de multitud de corrupciones y de multitud de muertes, de multitud de amigos en altos cargos. Leto podía ver ahora en el corazón de Shuloch un pan rodeado de escarpaduras con entrecruzados cañones ciegos conduciendo a su interior. Espesos matorrales de plantas escamosas y de sal delimitaban los bordes inferiores de aquellos cañones, con anillos interiores de palmeras abanico, indicando una abundancia de agua en aquel lugar. Toscas edificaciones hechas de troncos y fibra de especia habían sido erigidas al aire libre a una cierta distancia de las palmeras abanico. Las edificaciones eran como botones verdes esparcidos por la arena. Allí debían vivir los desheredados de los Desheredados, aquellos que ya no podían descender más abajo excepto morir.