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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (35 page)

BOOK: Hijos de Dune
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La presencia de aquella pareja le decía mucho a Ghanima. Probablemente cada acceso al sietch contenía un servidor similar en su embocadura.

Se rascó la nariz allá donde el polvo le picaba. Su pierna herida le seguía pulsando, y el brazo que había empuñado el cuchillo le ardía. Sus dedos seguían entumecidos. Si hubiera tenido que usar el cuchillo, hubiera debido empuñarlo con su mano izquierda.

Ghanima pensó en usar la pistola maula, pero su sonido característico seguramente atraería una indeseada atención. Tenía que encontrar algún otro medio.

Palimbasha se metió un poco más en la entrada. Se convirtió en un objeto oscuro contra la luz. La mujer giró su atención hacia la noche exterior mientras seguía hablando. Había en ella una adiestrada vigilancia, una sensación de que sabía cómo mirar la oscuridad, usando el rabillo de sus ojos. Entonces, era más que un simple instrumento. Formaba parte de lo más profundo de la conjura.

Entonces recordó Ghanima que aquel Palimbasha aspiraba a convertirse en un Kaymakam, un gobernador político bajo la Regencia. Debía formar parte de un plan mucho más vasto, aquello estaba claro. Debía haber muchos otros con él. Incluso aquí en el Tabr. Ghanima examinó las implicaciones que el problema exponía, las fue tanteando. Si consiguiera atrapar a alguno de aquellos guardianes con vida, muchos otros se verían perdidos.

El resoplido de un pequeño animal bebiendo en el qanat cerca de ella llamó su atención. Sonidos naturales y cosas naturales. Su memoria buscó a través de una extraña barrera silenciosa en su mente, y encontró a una sacerdotisa de Jowf capturada en Asiria por Sennacherib. Los recuerdos de aquella sacerdotisa le dijeron a Ghanima lo que debía hacer aquí. Palimbasha y su mujer eran apenas chiquillos, indóciles y peligrosos. No sabían nada de Jowf, ni siquiera sabían el nombre del planeta donde Sennacherib y la sacerdotisa se habían convertido en polvo. Lo que iba a ocurrirles a aquella pareja de conspiradores, si les fuera explicado, podría ser explicado tan sólo en términos de algo que empezara allí.

Y terminara allí.

Rodando sobre un costado, Ghanima tomó su fremochila y liberó el snork de arena de sus correas. Le sacó el tapón, extrajo el largo filtro de su interior. Ahora tenía un tubo vacío, abierto por ambos lados. Seleccionó una aguja de la bolsa de recambios, desenvainó el crys, é insertó la aguja en el hueco del veneno en la punta del cuchillo, allá donde en su tiempo se había alojado el nervio del gusano de arena. Su brazo herido hizo dificultoso su trabajo. Se movió cuidadosa y lentamente, envolviendo con meticulosidad la aguja envenenada en un apretado rollo de fibra de especia que sacó de uno de los departamentos de la mochila. La aguja quedó así firmemente asentada en el rollo de fibra, formando un proyectil que se ajustaba perfectamente al tubo del snork de arena.

Sujetando el arma plana contra su pecho, Ghanima se arrastró hacia la luz, moviéndose lentamente para causar la mínima alteración en la alfalfa. Mientras se movía, estudió los insectos alrededor de la luz. Si, había moscas piume en aquel girante torbellino. Eran notorias picadoras. El dardo envenenado ni siquiera sería notado, tomado por una molesta mosca. La decisión a tomar era: ¿A cuál de los dos había que alcanzar… al hombre o a la mujer?

Muriz.
El nombre saltó sin desearlo a la mente de Ghanima. Aquel era el nombre de la mujer. Recordó las cosas que había oído de ella. Era una de las que zumbaban en torno a Palimbasha como los insectos zumbaban en torno a la luz. Era una mujer débil, que se dejaba influenciar fácilmente.

Muy bien. Palimbasha había elegido la compañía equivocada aquella noche.

Ghanima llevó el tubo a su boca y, con el recuerdo de la sacerdotisa de Jowf límpido en su consciencia, apuntó cuidadosamente y expelió el aire con un fuerte soplido.

Palimbasha palmeó su mejilla, retirando la mano con un puntito de sangre en ella. La aguja ni siquiera pudo ser vista, echada a un lado por el mismo movimiento de la mano. La mujer dijo algo para calmarlo, y Palimbasha se echó a reír. Y mientras reía, sus piernas empezaron a doblársele. Se derrumbó sobre la mujer, que intentó sujetarlo.

Estaba aún vacilando bajo aquel peso muerto cuando Ghanima llegó a su lado y oprimió la punta del crys contra su costado.

En tono conversacional, Ghanima dijo:

—No hagas ningún movimiento inesperado; Muriz. Mi cuchillo está envenenado. Y ahora ya puedes soltar a Palimbasha. Está muerto.

30

En todas las máximas fuerzas socializantes uno hallará siempre un movimiento subterráneo que pretende conseguir y mantener el poder a través del uso de las palabras. Desde los doctores brujos hasta los sacerdotes y hasta los burócratas, siempre es así. El populacho gobernado debe ser condicionado a aceptar el poder de las palabras como cosas actuales, para confundir el sistema simbolizado con el universo tangible. En el mantenimiento de una tal estructura de poder, algunos símbolos son mantenidos fuera del alcance de la común comprensión… símbolos tales como aquellos que tienen relación con la manipulación económica o aquellos que definen la interpretación local del sano juicio. Una ocultación simbólica de esta clase conduce al desarrollo de sublenguajes fragmentarios, y cada uno de ellos se convierte en una señal que sus usuarios van acumulando como una cierta forma de poder. Debido a esta comprensión de los nuevos procesos de formación del poder, nuestra Fuerza de Seguridad Imperial debe estar siempre alerta a la formación de sublenguajes.

Lección en la Universidad de la Guerra de Arrakis, por la P
RINCESA
I
RULAN

—Quizá sea innecesario decíroslo —observó Farad’n— pero para evitar cualquier error debo anunciar que he situado a un centinela sordomudo con órdenes de mataros a ambos en el momento mismo en que yo muestre señales de estar sucumbiendo a la brujería.

No esperaba apreciar ningún efecto visible ante aquellas palabras. Tanto Dama Jessica como Idaho confirmaron sus expectativas.

Farad’n había elegido cuidadosamente el lugar para su primer examen de la pareja. La antigua Sala de Audiencias Oficiales de Shaddam. Lo que le faltaba en grandeza quedaba compensado por lo exótico de la decoración. Afuera reinaba un atardecer de invierno, pero la iluminación de la estancia, sin ventanas, simulaba un radiante día de verano, bañada por la dorada luz de varios globos del más puro cristal ixiano sabiamente dispuestos.

Las noticias llegadas de Arrakis habían llenado a Farad’n de una tranquila exaltación. Leto, el gemelo masculino, estaba muerto, despedazado por un tigre asesino. Ghanima, la hermana superviviente, estaba bajo la custodia de su tía, presumiblemente como rehén. El informe en su totalidad explicaba mucho de la presencia de Idaho y de Dama Jessica. Estaban pidiendo asilo. Los espías de los Corrino informaban de una situación de incertidumbre en Arrakis. Alia había aceptado someterse a una prueba denominada «El Juicio de la Posesión», cuyo propósito no había sido completamente explicado. De todos modos, no había sido fijada ninguna fecha para aquel juicio, y dos de los espías de Corrino coincidían en creer que nunca tendría lugar. De todos modos, había algunas cosas evidentes: se habían producido encuentros entre los Fremen del desierto y los Fremen del Ejército Imperial, una abortada guerra civil que había conducido al gobierno a una inmovilidad temporal. El territorio de Stilgar era ahora un terreno neutral, señalado como tal tras un intercambio de rehenes. Evidentemente Ghanima había sido considerada uno de esos rehenes, aunque no quedaba clara la forma en que se había producido.

Jessica e Idaho habían sido llevados a la audiencia concienzudamente atados en sillas a suspensor. Ambos estaban inmovilizados por delgados y mortíferos hilos shiga que cortarían su carne al menor gesto violento. Dos soldados Sardaukar los habían traído hasta allí, habían controlado las ligaduras, y luego se habían ido en silencio.

La advertencia de Farad’n había sido, por supuesto, innecesaria. Jessica había visto inmediatamente al soldado sordomudo de pie junto a la pared, a su derecha, con una antigua pero eficiente arma a proyectiles en su mano. Dejó vagar su mirada por la exótica decoración. Las anchas hojas del raro arbusto de hierro habían sido incrustadas con perlas ojo y luego entrelazadas para formar el crucero de la bóveda en forma de domo del techo. El suelo debajo de ella estaba formado por bloques alternados de madera diamante y conchas kabuzu embutidas en franjas rectangulares de huesos de passaquet. Los bloques habían sido encajados en el suelo, cortados al láser y luego pulidos. Materiales duros seleccionados decoraban las paredes formando diseños que resaltaban las cuatro posiciones del símbolo del León reivindicado por los descendientes del difunto Shaddam IV. Los leones habían sido moldeados en oro sin refinar.

Farad’n había decidido recibir a los cautivos de pie. Llevaba el pantalón corto del uniforme y una ligera chaquetilla dorada de seda de elfo abierta en el cuello. Su único adorno era la explosión estelar correspondiente a los príncipes que su familia real llevaba a la izquierda en el pecho. Estaba asistido por el Bashar Tyekanik, vestido con uniforme Sardaukar color marrón y gruesas botas; una adornada pistola láser colgaba en la parte delantera de su cinturón, metida en su funda. Tyekanik, cuyo macizo rostro era conocido de Jessica a través de los informes de la Bene Gesserit, se mantenía inmóvil tres pasos a la izquierda y ligeramente detrás de Farad’n. Un trono de madera oscura descansaba en el suelo cerca de la pared, directamente detrás de ambos.

—Ahora —dijo Farad’n, dirigiéndose a Jessica—, ¿tenéis algo que decir?

—Desearía saber por qué hemos sido atados así —dijo Jessica, indicando el hilo shiga.

—Acabamos de recibir informes procedentes de Arrakis que explican vuestra presencia aquí —dijo Farad’n—. Quizás os deje libres ahora —sonrió—. Si vos… —se interrumpió al entrar su madre por la puerta de autoridades tras los cautivos.

Wensicia casi rozó a Jessica e Idaho al pasar por su lado, sin siquiera echarles una mirada, y entregó un pequeño cubo de mensajes a Farad’n, activándolo. Farad’n estudió la superficie iluminada, mirando ocasionalmente a Jessica y luego al cubo. La superficie iluminada se oscureció de nuevo y Farad’n devolvió el cubo a su madre, indicándole que se lo mostrara a Tyekanik. Mientras ella obedecía, Farad’n miró a Jessica con el ceño fruncido.

Tras un momento, Wensicia se situó al lado de Farad’n, a la derecha, con el apagado cubo en su mano, parcialmente oculto en un pliegue de su blanco vestido.

Jessica miró a su izquierda, a Idaho, pero él rehusó cruzar su mirada.

—La Bene Gesserit está descontenta conmigo —dijo Farad’n—. Creen que soy el responsable de la muerte de vuestro nieto.

Jessica mantuvo su rostro impasible, mientras pensaba:
Así pues, la historia de Ghanima ha sido comprobada, a menos que…
No le gustaban las incógnitas que se desprendían de ello.

Idaho cerró los ojos, luego los abrió para mirar a Jessica. Ella continuó con la vista clavada en Farad’n. Idaho le había hablado de su visión Rhajia, pero ella había aparentando no darle importancia. No sabía cómo catalogar su ausencia de emociones. De todos modos, era obvio que ella sabía algo que no quería revelar.

—Esta es la situación —dijo Farad’n, y procedió a explicar todo lo que sabía acerca de los acontecimientos en Arrakis sin olvidar nada. Concluyó—: Vuestra nieta ha sobrevivido, pero me han informado que está bajo la custodia de Dama Alia. Esto debería tranquilizaros.

—¿Has sido tú quien ha matado a mi nieto? —preguntó Jessica.

Farad’n respondió con sinceridad:

—No he sido yo. He sabido recientemente de un complot, pero no ha sido maquinado por mí.

Jessica miró a Wensicia, captó la expresión de maligna alegría en aquel rostro en forma de corazón:
¡Ha sido ella! La leona tiembla por su cachorro.
Aquel era un juego que la leona iba a lamentar, si seguía con vida.

Volviendo de nuevo su atención a Farad’n, Jessica dijo:

—Pero la Hermandad cree que tú lo has matado.

Farad’n se giró hacia su madre.

—Muéstrale el mensaje.

Wensicia dudó. Farad’n adoptó un tono irritado que Jessica anotó para futuro uso.

—¡Te he dicho que se lo muestres!

Con el rostro pálido, Wensicia presentó a Jessica la cara del cubo que contenía el mensaje y lo activó. Las palabras se deslizaron a través de la cara, respondiendo a los movimientos de los ojos de Jessica:
«El Consejo de la Bene Gesserit en Wallach IV envía una protesta formal contra la Casa de los Corrino en relación con el asesinato de Leto Atreides II. Las argumentaciones y las pruebas aportadas han sido dirigidas a la Comisión de Seguridad Interna del Landsraad. Será elegido un terreno neutral, y los nombres de los jueces serán sometidos para su aprobación a todas las partes. Se solicita una respuesta inmediata. Sabit Rekush, por el Landsraad».

Wensicia regresó al lado de su hijo.

—¿Qué vas a responder? —preguntó Jessica.

—Desde el momento en que mi hijo aún no ha sido investido formalmente como cabeza de la casa de los Corrino —dijo Wensicia—, yo… ¿Adónde vas? —sus últimas palabras iban dirigidas a Farad’n que, mientras ella hablaba, se había girado y se dirigía hacia una puerta lateral junto al vigilante sordomudo.

Farad’n se detuvo y se giró a medias.

—Regreso a mis libros y a todas las demás investigaciones, que tienen mucho más interés para mí.

—¿Cómo te atreves? —exclamó Wensicia. Un teñido rubor surgió de su cuello a sus mejillas.

—Me atreveré a muchas cosas en mi propio nombre —dijo Farad’n—. Tú has tomado decisiones en mi nombre, decisiones que yo considero extremadamente desagradables. ¡O bien desde este momento tomo las decisiones en mi propio nombre, o puedes ir a buscarte otro heredero para la Casa de los Corrino!

Jessica pasó rápidamente su mirada por los participantes en aquella disputa, captando la auténtica irritación de Farad’n. El Ayudante Bashar permanecía de pie en posición de firmes, intentando aparentar que no había oído nada. Wensicia vaciló, al borde de echarse a gritar de rabia. Farad’n parecía perfectamente dispuesto a aceptar cualquier salida de aquel enfrentamiento. Jessica se vio obligada a admirar su serenidad, captando varias cosas en aquella confrontación que más tarde podrían ser de gran valor para ella. Parecía que la decisión de enviar tigres asesinos contra sus nietos había sido tomada sin el conocimiento de Farad’n. Apenas podían quedar dudas de su sinceridad cuando había dicho que había sabido del complot tras su puesta a punto. No cabía error en la auténtica ira que brillaba en sus ojos mientras permanecía de pie allá, dispuesto a aceptar cualquier decisión.

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