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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (28 page)

BOOK: Hijos de Dune
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¡Un asunto del desierto!
, pensó Jessica.

Ghadhean al-Fali había hablado antes de que su Abogado hubiera podido iniciar su apelación. Con aquella frase formal Fremen le había hecho saber que él estaba allí para hablar por sí mismo de cualquier cosa que concerniera a Dune… y que hablaba con la autoridad de un Fedaykin que había ofrecido su vida junto a Paul Muad’Dib. Jessica dudó que Ghadhean al-Fali le hubiera dicho a Javid o al abogado General nada de aquello al solicitar la audiencia. Sus dudas fueron confirmadas cuando un oficial del Sacerdocio echó a correr al fondo de la sala agitando el paño negro de intercesión.

—¡Mis Señoras! —gritó en voz alta el oficial—. ¡No escuchéis a este hombre! Ha venido aquí bajo falsa…

Jessica, observando al Sacerdote correr hacia ellos, captó un movimiento fuera del campo de visión de sus ojos, vio la mano de Alia señalando en el viejo lenguaje de batalla Atreides:
«¡Ahora!».
Jessica no pudo determinar a quién iba dirigida la señal, pero actuó instintivamente echándose hacia la izquierda, arrastrando el trono consigo. Rodó sobre sí misma alejándose del trono, que se estrelló contra el suelo, y saltó sobre sus pies al mismo tiempo que oía el cortante
spat
de una pistola maula… dos veces. Pero ya se estaba moviendo al primer sonido, sintiendo que algo rozaba su manga izquierda. Se metió entre la multitud de suplicantes y cortesanos apiñados bajo la plataforma. Alia, observó, no se había movido.

Rodeada de gente, Jessica se detuvo.

Ghadhean al-Fali, vio, había saltado al otro lado del dosel, pero el Abogado permanecía en su posición original.

Todo había ocurrido con la rapidez de una emboscada, pero todos en la Sala sabían cómo reaccionaría, cogido por sorpresa, cualquiera con reflejos bien adiestrados. Alia y el Abogado habían permanecido en una helada inmovilidad a los ojos de todos.

Un tumulto en mitad de la sala llamó la atención de Jessica, y se abrió camino entre la multitud. Cuatro suplicantes mantenían inmóvil al oficial del Sacerdocio. Su paño negro de intercesión yacía cerca de sus pies, y una pistola maula que traía entre sus pliegues.

Al-Fali llegó corriendo y rebasó a Jessica, deteniéndose junto al oficial y contemplando la pistola y luego al Sacerdote. El Fremen lanzó un grito de rabia, sacó una mano de la cintura y le lanzó un golpe
achag
, con los dedos de su mano izquierda rígidos. Alcanzó al Sacerdote en la garganta, un golpe que mataba casi instantáneamente por bloqueo de las vías respiratorias. Sin dedicarle ni una mirada, el viejo Naib se giró con rostro rabioso hacia el dosel.


¡Dalal-il ’an-nubuwwa!
—gritó al-Fali, colocando las palmas de sus dos manos sobre su frente y bajándolas luego—. ¡El Qadis as-Salaf no permitirá que yo sea silenciado! ¡Si yo no consigo eliminar a aquellos que pretenden interferir, otros lo harán por mí!

Piensa que él era el blanco
, se dio cuenta Jessica. Miró a su manga, metió un dedo por el limpio agujero dejado por el proyectil maula. Envenenado, sin la menor duda.

Los suplicantes habían soltado al Sacerdote, que yacía sobre el pavimento, agonizando, con la laringe partida. Jessica hizo una seña a un par de impresionados cortesanos que estaban a su izquierda y les dijo: Quiero que este hombre sea salvado para interrogarlo ¡Si muere, vosotros dos moriréis! —Y al ver que vacilaban, mirando dubitativamente hacia el palio, usó la Voz sobre ellos—: ¡Moveos!

El par de hombres se movió.

Jessica se situó al lado de al-Fali y le dijo, tirando de su brazo:

—¡Eres un estúpido, Naib! Iban a por mí, no a por ti.

Varios a su alrededor oyeron sus palabras. En el impresionado silencio que siguió, al-Fali miró de nuevo al dosel con uno de los tronos volcado y Alia sentada inmóvil en el otro. La comprensión que se reflejó en su rostro hubiera podido ser leída por un novicio.

—Fedaykin —dijo Jessica, recordándole así sus antiguos servicios a su familia—, nosotros que nos hemos chamuscado sabemos que es mejor permanecer espalda contra espalda.

—Confiad en mi, mi Dama —dijo el hombre, comprendido inmediatamente el sentido de aquellas palabras.

Un jadeo tras Jessica la hizo girarse rápidamente, y hacerlo sintió a al-Fali moviéndose para situarse apoyándose con su espalda contra la de ella. Una mujer, con las chillonas ropas de una Fremen de ciudad, se estaba levantando al lado del Sacerdote tendido en el suelo. De los dos cortesanos no había ni rastro. La mujer ni siquiera miró a Jessica, pero alzó la voz en el antiguo lamento de su pueblo… la llamada para aquellos que trabajan en los destiladores de muertos, la llamada para que acudan a recoger el agua del cuerpo para echarla a la cisterna tribal. Era un lamento extraño e incongruente, surgiendo de una mujer vestida de aquella manera. Jessica captó la persistencia de las antiguas costumbres, incluso aunque sonaran a falso, como con aquella mujer de ciudad. Obviamente aquella mujer de ropas chillonas había rematado al Sacerdote para asegurarse de que sus labios permanecerían silenciosos.

¿Por qué se ha tomado tanto trabajo?
, se preguntó Jessica.
Hubiera bastado con esperar a que el hombre muriera por asfixia.
Aquel era un acto desesperado, un signo de profundo temor.

Alia estaba sentada al borde de su trono, con sus ojos brillando, alertas. Una mujer delgada, con las insignias de las guardianas de Alia, rozó a Jessica al pasar por su lado, se inclinó sobre el Sacerdote, se enderezó, y miró hacia la plataforma.

—Está muerto —dijo.

—Que se lo lleven —dijo Alia. Hizo una seña a los guardias tras el dosel—. Enderezad el trono de Dama Jessica.

¡De modo que está intentando hacer como si no hubiera pasado nada!
, pensó Jessica. ¿Creía Alia que la gente se dejaría engañar? Al-Fali había hablado del Qadis as-Salaf, invocando a los sagrados padres de la mitología Fremen como sus protectores. Pero ninguna intervención sobrenatural había podido introducir una pistola maula en aquella sala, donde las armas no eran permitidas. Una conspiración que involucraba a la gente de Javid era la única respuesta, y la impasibilidad de Alia con respecto a su propia persona revelaba a todos que ella formaba parte de la conspiración.

El viejo Naib se dirigió a Jessica sin dejar de apoyar su espalda contra la de ella:

—Aceptad mis disculpas, mi Dama. Nosotros los del desierto hemos acudido a vos como nuestra última esperanza, y ahora hemos visto que sois vos quien todavía necesita de nosotros.

—El matricidio no se le da bien a mi hija —dijo Jessica.

—Las tribus oirán de esto —prometió al-Fali.

—Si tenéis una necesidad tan desesperada de mí —preguntó Jessica—, ¿por qué no os acercasteis a mí en la Convocación en el Sietch Tabr?

—Stilgar no lo hubiera permitido.

Ahhh
, pensó Jessica,
la regla de los Naibs. En el Tabr, la palabra de Stilgar era la ley.

El trono volcado había sido puesto de nuevo en su sitio. Alia invitó a su madre a regresar y dijo:

—Todos vosotros tomad nota de la muerte de ese sacerdote traidor. Todos aquellos que me amenazan mueren. —Miró a al-Fali—. Mi agradecimiento hacia ti, Naib.

—Gracias por un error —murmuró al-Fali. Miró a Jessica—. Vos estabais en lo cierto. Mi rabia eliminó a un hombre que debería haber sido interrogado.

—Recuerda a esos dos cortesanos y a la mujer de las ropas chillonas, Fedaykin —susurró Jessica—. Quiero que sean apresados e interrogados.

—Será hecho —dijo el hombre.

—Si salimos vivos de aquí —dijo Jessica—. Vamos, regresemos a nuestros puestos y representemos nuestros papeles.

—Como digáis, mi Dama.

Juntos regresaron a la plataforma, Jessica subiendo los peldaños y ocupando su lugar junto a Alia, al-Fali deteniéndose en el lugar de los suplicantes, abajo.

—Adelante —dijo Alia.

—Un momento, hija —dijo Jessica. Levantó su manga y mostró el orificio pasando un dedo a su través—. El ataque iba dirigido contra mí. El proyectil casi me alcanzó, pese a esquivarlo. Y como todos pueden observar, la pistola maula ya no está donde estaba. —Señaló—. ¿Quién la ha tomado?

No hubo respuesta.

—Quizá si buscásemos bien —dijo Jessica.

—¡Qué tontería! —dijo Alia—. Era yo el…

Jessica se giró a medias hacia su hija, haciendo un gesto con su mano izquierda.

—Alguien ahí abajo tiene esa pistola. ¿No temes que…?

—¡Una de mis guardianas la tiene! —dijo Alia.

—Entonces que esa guardiana me la entregue a mi —dijo Jessica.

—Ya se la ha llevado de aquí.

—Qué conveniente —dijo Jessica.

—¿Qué estás insinuando? —preguntó Alia.

Jessica se permitió una sardónica sonrisa.

—Estoy insinuando que dos de tus cortesanos fueron encargados de salvar a ese
Sacerdote traidor
. Les advertí de que ambos morirían si él moría. Así que morirán.

—¡Lo prohíbo!

Jessica se limitó a alzarse de hombros.

—Tenemos aquí a un bravo Fedaykin —dijo Alia, señalando hacia al-Fali—. Esta discusión puede esperar.

—Puede esperar por siempre —dijo Jessica, hablando en chakobsa. Sus palabras de doble filo le dijeron a Alia que ninguna discusión podría detener aquella sentencia de muerte.

—¡Ya lo veremos! —dijo Alia. Se giró hacia al-Fali—. ¿Por qué estás aquí, Ghadhean al-Fali?

—Para ver a la madre de Muad’Dib —dijo el Naib—. Unos pocos Fedaykin, ese grupo de hermanos que servimos a su hijo, han reunido sus pobres recursos para comprar mi entrada aquí a los avariciosos guardias que aíslan a los Atreides de las realidades de Arrakis.

—Cualquier cosa que deseen los Fedaykin —dijo Alia—, sólo tienen que…

—Ha venido a verme a mí —interrumpió Jessica—. ¿Cuál es tu desesperada necesidad, Fedaykin?

—¡Yo soy quien habla en nombre de los Atreides aquí! —dijo Alia—. ¿Qué es…?

—¡Calla, Abominación asesina! —restalló Jessica—. ¡Has intentado matarme,
hija
! Lo digo para que todo el mundo lo sepa. No podrás eliminar a todos los que están en esta sala para silenciarlos… como ha sido silenciado ese sacerdote. Sí, el golpe del Naib casi mató a ese hombre, pero hubiera podido ser salvado. ¡Hubiera podido ser interrogado! No te importó que fuera silenciado. ¡Derrama tus protestas sobre quien quieras, pero tu culpabilidad está escrita en tus acciones!

Alia se inmovilizó en un helado silencio, con el rostro pálido. Y Jessica, observando el juego de emociones a través del rostro de su hija, vio un terriblemente familiar movimiento en las manos de Alia, una inconsciente respuesta que en un tiempo había identificado a un mortal enemigo de los Atreides. Los dedos de Alia se movían en un rítmico tamborilear… el dedo meñique dos veces, el dedo índice tres veces, el dedo anular dos veces, el dedo meñique una vez, el dedo anular dos veces… y de nuevo siguiendo el mismo orden.

¡El viejo Barón!

La fijeza de los ojos de Jessica llamó la atención de Alia; bajó su mirada hacia sus propios dedos, los cerró, miró de nuevo a su madre, y captó el terrible reconocimiento. Una maligna sonrisa distendió la boca de Alia.

—Así es que te estás vengando de nosotros —susurró Jessica.

—¿Te has vuelto loca, madre? —preguntó Alia.

—Querría estarlo —dijo Jessica. Y pensó:
Sabe que confirmaré esto a la Hermandad. Lo sabe. Podría incluso sospechar que voy a decírselo a los Fremen y a obligarla a someterse a la Prueba de la Posesión. No puede dejarme salir viva de aquí.

—Nuestro bravo Fedaykin espera mientras nosotros discutimos —dijo Alia.

Jessica se obligó a fijar su atención en el viejo Naib. Controló sus propias reacciones y dijo—:

—Has venido a verme, Ghadhean.

—Si, mi Dama. Nosotros los del desierto vemos que están ocurriendo cosas terribles. Los Pequeños Hacedores surgen de la arena tal como había sido predicho en las antiguas profecías. Shai-Hulud ya no se encuentra excepto en las profundidades de la Región Vacía. ¡Hemos abandonado a nuestro amigo, el desierto!

Jessica miró a Alia, que simplemente se limitó a hacerle una seña para que continuara. Jessica contempló la multitud que llenaba la Sala y vio la sorprendida tensión en todos sus rostros. La importancia de la lucha entre madre e hija no había pasado inadvertida para ellos, y debían estarse preguntando por qué continuaba la audiencia. Volvió su atención a al-Fali.

—Ghadhean, ¿qué son esas historias sobre los Pequeños Hacedores y la escasez de los gusanos de arena?

—Madre de la Humedad —dijo el hombre, utilizando el antiguo título Fremen—, fuimos advertidos de esto por el Kitab al-Ibar. Te suplicamos. ¡Nadie puede olvidar que el día en que murió Muad’Dib, todo Arrakis giró sobre sí mismo! Nosotros no podemos abandonar el desierto.

—¡Ja! —se burló Alia—. La supersticiosa gentuza del Desierto Profundo teme a la transformación ecológica. Ellos…

—Te he comprendido, Ghadhean —dijo Jessica—. Si el gusano se va, la especia se va. Si la especia se va, ¿con qué moneda pagaremos nuestro camino?

Sonidos de sorpresa: jadeos y susurros apresurados, pudieron oírse a través de toda la Gran Sala. La enorme estancia recogió los ecos del sonido.

Alia se alzó de hombros.

—¡Supersticiones estúpidas!

Al-Fali levantó su mano derecha, señalando a Alia.

—¡Hablo a la Madre de la Humedad, no a la Coan-Teen!

Las manos de Alia se crisparon sobre los brazos de su trono, pero permaneció sentada.

Al-Fali miró a Jessica.

—Hubo un tiempo en el que ésta era la tierra donde no crecía nada. Ahora hay plantas. Que se desparraman como piojos sobre una herida. ¡Se han producido nubes y lluvias alrededor de todo el cinturón de Dune! ¡Lluvias, mi Dama! Oh, preciosa madre de Muad’Dib, al igual que el sueño es el hermano de la muerte, la lluvia en el Cinturón de Dune es la muerte de todos nosotros.

—Nosotros tan sólo hacemos lo que Liet-Kynes y el propio Muad’Dib nos dijeron que hiciéramos —protestó Alia—. ¿Qué son todas esas habladurías supersticiosas? Nosotros reverenciamos las palabras de Liet-Kynes, que nos dijo: «Quiero ver este planeta completamente cubierto de una capa de plantas verdes». Y así será.

—¿Y qué ocurrirá con los gusanos y la especia? —preguntó Jessica.

—Siempre habrá algo de desierto —dijo Alia—. Los gusanos sobrevivirán.

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