¿Qué ocurrirá aquí fuera?
, se preguntó.
Y supo que sería la muerte o la simulación de la muerte, con él de protagonista. Sería Ghanima la que regresaría, convencida de la realidad de una muerte que ella misma habría visto, o que informaría sinceramente, convencida a través de una profunda compulsión hipnótica de que su hermano había sido realmente muerto.
Las incógnitas de aquel lugar lo obsesionaban. Pensó en cuán fácil podría haber sido sucumbir a la presciencia, arriesgarse a proyectar su consciencia hacia un futuro absoluto, inamovible. La pequeña visión de su sueño ya era suficientemente mala, pensó. Sabía que nunca se atrevería a correr el riesgo de una visión más amplia.
Tras unos instantes regresó al lado de Ghanima.
—Ninguna persecución todavía —dijo.
—Las bestias que enviarán contra nosotros serán grandes —dijo Ghanima—. Quizá tengamos tiempo de verlas llegar.
—No si vienen de noche.
—Muy pronto se hará oscuro —dijo ella.
—Sí. Es tiempo de que bajemos a
nuestro
lugar. —Señaló las rocas a su izquierda y un poco más abajo, donde la arena arrastrada por el viento había horadado una pequeña depresión en el basalto. Era lo suficientemente amplia como para admitirlos a ellos, pero lo suficientemente pequeña como para no dejar pasar a criaturas mayores. Leto se sentía reluctante a ir allí, pero sabía que debía hacerlo. Aquel era el lugar que le había señalado a Stilgar.
—Podrían matarnos realmente —dijo.
—Este es el riesgo que debemos correr —dijo Ghanima—. Se lo debemos a tu padre.
—No estaba discutiéndolo.
Y pensó:
Este es el camino correcto; estamos haciendo lo que debemos hacer.
Pero sabía lo peligroso que era hacer lo correcto en aquel universo. Ahora su supervivencia exigía vigor y habilidad y un conocimiento de las propias limitaciones a cada momento. La forma de actuar Fremen era su mejor armadura, y el conocimiento Bene Gesserit una eficaz fuerza en reserva. Ambos estaban pensando en estos momentos como veteranos Atreides adiestrados en la batalla, sin otras defensas que la resistencia Fremen, que pese a todo no se insinuaba aún en sus cuerpos infantiles y en sus formales atuendos.
Leto rozó con la yema de sus dedos la empuñadura del crys con punta envenenada en su cintura. Inconscientemente, Ghanima duplicó su gesto.
—¿Bajamos ahora? —preguntó Ghanima. Y mientras hablaba captó un movimiento a lo lejos, bajo ellos, un pequeño movimiento que la distancia hacía menos ominoso. Su repentina rigidez alertó a Leto antes de que ella pudiera dar su aviso.
—Tigres —dijo él.
—Tigres laza —corrigió ella.
—Nos han visto —dijo él.
—Será mejor que nos apresuremos —dijo ella—. Una maula nunca detendrá a esas criaturas. Deben haber sido muy bien adiestrados para esto.
—Tienen a un ser humano que las dirige desde algún lugar de los alrededores —dijo él, abriendo camino a rápidos saltos hacia las rocas de su izquierda.
Ghanima estaba de acuerdo con él, pero se lo guardó para sí misma para ahorrar fuerzas. Tenía que haber algún ser humano en cualquier lugar a su alrededor. No se podía permitir que aquellos tigres corrieran libres hasta el momento adecuado.
Los tigres se movían rápidamente a los últimos rayos de luz, saltando de roca en roca. Eran criaturas de aguda vista, y cuando cayera la noche serían criaturas de agudo oído. La llamada parecida a un campanilleo de un pájaro nocturno les llegó desde las rocas de El Que Espera, marcando el cambio. Las criaturas de las tinieblas estaban alcanzando las sombras de los repliegues rocosos.
Pero seguían siendo visibles todavía para los dos gemelos que corrían. Los animales se movían con un continuado fluir de energía, con una sensación de felina seguridad en cada uno de sus movimientos.
Leto sintió que había alcanzado aquel lugar para librarse de su propia alma. Corría con la seguridad de que él y Ghanima podían alcanzar a tiempo su depresión en la roca, pero su mirada seguía volviéndose, fascinada, hacia las cada vez más próximas bestias.
Un paso en falso y estamos perdidos
, pensó.
Aquel pensamiento redujo drásticamente su seguridad, y corrió más aprisa.
Vosotras, Bene Gesserit, llamáis a vuestra actividad de la Panoplia Prophetica una «Ciencia de la Religión». Muy bien. Yo, que busco otro tipo de cientifismo la considero una definición apropiada. Por supuesto, habéis edificado vuestros propios mitos, pero esto es lo que hacen todas las sociedades. De todos modos, debo poneros en guardia. Estáis actuando como muchos otros científicos equivocados han actuado. Vuestras acciones revelan que deseáis arrancarle (quitarle) algo a la vida. Es tiempo que se os recuerde lo que vosotras mismas habéis profesado a menudo: No se puede conseguir nada sin su opuesto.
El P
REDICADOR
a Arrakeen: Mensaje de la Hermandad
En la hora que precede al alba, Jessica permaneció sentada inmóvil en una gastada alfombra de tela de especia. A su alrededor había las desnudas rocas de un viejo y pobre sietch, uno de los asentamientos originales. Estaba bajo el borde de la Hendidura Roja, que lo protegía de los vientos occidentales del desierto. Al-Fali y sus hermanos la habían traído allí; ahora esperaban noticias de Stilgar. Sin embargo, los Fedaykin se habían movido cautelosamente en sus comunicaciones. Stilgar no había sido informado de dónde estaba ella exactamente.
Los Fedaykin sabían ya que estaban bajo la acción de un
procès-verbal
, un informe oficial por crímenes contra el Imperio. Alia había elegido la postura de difundir que su madre había sido sobornada por enemigos del reino, aunque la Hermandad no había sido nombrada todavía. De todos modos, la naturaleza arbitraria y tiránica del poder de Alia había sido puesta en evidencia, y su convicción de que al controlar al Sacerdocio controlaba también a los Fremen, estaba en entredicho.
El mensaje de Jessica a Stilgar había sido directo y simple:
«Mi hija está poseída y debe ser sometida a la prueba».
Los miedos destruyen los valores
, pensó, y era sabido que algunos Fremen preferirían no pensar en aquella acusación. Sus tentativas de usar la acusación como un salvoconducto habían provocado ya dos batallas durante la noche, pero los ornitópteros que la gente de al-Fali había robado habían conseguido llevar a los fugitivos hasta su precaria seguridad: el Sietch de la Hendidura Roja. Desde allí se estaban enviando mensajes a los Fedaykin, pero en Arrakis quedaban ya menos de doscientos. Los otros habían sido enviados en misiones a través de todo el Imperio.
Reflexionando en estos hechos, Jessica se preguntó si no había llegado al lugar de su muerte. Algunos de los Fedaykin lo creían, pero los comandos de la muerte aceptaban este concepto con demasiada facilidad. Al-Fali se había limitado a sonreírle a ella cuando algunos de sus hombres más jóvenes habían expresado sus temores.
—Cuando Dios ordena que una criatura muera en un lugar en particular, hace que la criatura en cuestión se dirija por voluntad propia a este lugar —había dicho el viejo Naib.
Las remendadas cortinas que cubrían la entrada susurraron; al-Fali entró. El enjuto y curtido rostro del viejo aparecía ojeroso, la mirada febril. Obviamente no había dormido.
—Está llegando alguien —dijo.
—¿De parte de Stilgar?
—Quizá. —El hombre bajó los ojos y miró furtivamente a la izquierda, al antiguo modo del Fremen que trae malas noticias.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jessica.
—Hemos recibido noticias del Tabr de que vuestros nietos ya no están allá. —Habló sin mirarla.
—Alia…
—Ha ordenado que los gemelos le sean entregados para su custodia, pero el Sietch Tabr informa que los niños ya no están allí. Esto es todo lo que sabemos.
—Stilgar los ha enviado al desierto —dijo Jessica.
—Es posible, pero se sabe que los ha estado buscando durante toda la noche. Quizá se trate de un truco por su parte…
—Este no es el modo de actuar de Stilgar —dijo ella, y pensó:
A menos que los gemelos lo hayan empujado a hacerlo.
Pero aquello tampoco le pareció verosímil. Se sorprendió de sí misma: ninguna sensación de pánico que dominar, y su miedo por los gemelos estaba temperado por lo que Ghanima le había revelado. Estudió a al-Fali, captó piedad en sus ojos. Dijo: Han ido al desierto por sus propios medios.
—¿Solos? ¡Son dos niños!
Ella no creyó necesario explicarle que «aquellos dos niños» probablemente sabían mucho más acerca de la supervivencia en el desierto que la mayoría de los Fremen vivientes. Sus pensamientos, en cambio, se concentraron en la extraña conducta de Leto cuando había insistido en que ella se dejara secuestrar. Había dejado aquel recuerdo a un lado, pero este instante lo reclamaba de nuevo. Leto le había dicho que reconocería el momento en que tenía que obedecerle.
—El mensajero debe haber llegado ya al sietch —dijo al-Fali—. Lo conduciré hasta vos. —Salió, apartando la remendada cortina.
Jessica se quedó contemplando la cortina. Estaba hecha con tela roja de fibra de especia, pero los remiendos eran azules. La historia decía que aquel sietch se había negado a aprovecharse de la religión de Muad’Dib, ganándose así la enemistad de los Sacerdotes de Alia. Por lo que, se decía, la gente había empleado todos sus recursos en la cría de perros grandes como ponis, canes seleccionados por su inteligencia como guardianes de niños. Pero todos los perros habían muerto. Algunos dijeron que habían sido envenenados, y el Sacerdocio fue culpado de ello.
Jessica agitó la cabeza para alejar aquellas reflexiones, reconociéndolas como lo que eran:
ghafla
, la molesta distracción.
¿Dónde habían ido aquellos niños? ¿A Jacurutu? Tenían un plan.
Han intentado iluminarme hasta el punto en que creían que aceptaría
, recordó. Y cuando hubieron alcanzado lo que consideraban el límite, Leto le ordenó que obedeciera.
¡
Él
le ordenó a
ella
!
Leto se había dado cuenta de lo que Alia estaba haciendo: aquello era obvio. Ambos gemelos habían hablado de la «aflicción» de su tía, incluso cuando la defendían. Alia se apoyaba en la
legalidad
de su posición de Regente. Solicitando la custodia de los gemelos lo confirmaba. Jessica sintió que una sarcástica risa agitaba su pecho. A la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam siempre le había gustado explicar este error en particular a su alumna, Jessica:
«Si tú concentras tu consciencia tan sólo en tu propia rectitud, entonces estás invitando a las fuerzas de la oposición a arrollarte. Este es un error muy común. Incluso yo, tu maestra, lo he cometido».
—Y también yo, tu alumna, lo he cometido —se susurró Jessica.
Oyó el roce de telas en el pasillo al otro lado de la cortina. Dos jóvenes Fremen entraron, parte del séquito que habían agrupado durante la noche. Ambos estaban obviamente atemorizados por hallarse en presencia de la madre de Muad’Dib. Jessica leyó enteramente en ellos: eran no pensantes, agarrándose a cualquier tipo de poder con tal de que les proporcionara una cierta identidad. Sin el reflejo de un tal poder estarían vacíos. Por eso eran peligrosos.
—Hemos sido enviados por al-Fali para prepararos —dijo uno de los jóvenes Fremen.
Jessica sintió una repentina y aguda opresión en el pecho, pero su voz se mantuvo calmada:
—¿Prepararme para qué?
—Stilgar ha enviado a Duncan Idaho como su mensajero.
Jessica se echó la capucha de su aba sobre su cabello, un gesto instintivo.
¿Duncan?
Pero si era el instrumento de Alia.
El Fremen que había hablado dio medio paso adelante.
—Idaho dice que ha venido a poneros a salvo, pero al-Fali no ve cómo esto es posible.
—Parece extraño, realmente —dijo Jessica—. Pero hay cosas extrañas en nuestro universo. Traedlo.
Intercambiaron una mirada pero obedecieron, saliendo juntos con tal apresuramiento que añadieron otro desgarrón a la remendada cortina.
Unos instantes más tarde Idaho apartaba la cortina, seguido por los dos Fremen y al-Fali cerrando la marcha, una mano en su crys. Idaho parecía tranquilo. Llevaba el uniforme de Guardia de la Casa de los Atreides, un atuendo que había permanecido casi sin cambios por más de catorce siglos. Arrakis había reemplazado el antiguo puñal de plastiacero con empuñadura de oro por un crys, pero este era un detalle menor.
—Me dicen que quieres ayudarme —habló Jessica.
—Por extraño que pueda parecer —dijo él.
—¿Acaso Alia no te ha enviado a secuestrarme? —preguntó ella.
Un casi imperceptible sobresalto en sus negras cejas fue la única evidencia de su sorpresa. Los multifacetados ojos tleilaxu continuaron mirándola con resplandeciente intensidad.
—Esas eran sus órdenes —dijo.
Los nudillos de al-Fali adquirieron una tonalidad blanca sobre su crys, pero no lo desenfundó.
—He pasado gran parte de esta noche revisando los errores que he cometido con mi hija —dijo Jessica.
—Han sido muchos —admitió Idaho—, y yo he compartido gran parte de ellos.
Jessica se dio cuenta de que los músculos de la mejilla del hombre estaban temblando.
—Fue muy fácil escuchar los argumentos que nos apartaron del camino —dijo Jessica—. Yo quería abandonar este lugar… Tú… tú deseabas a una muchacha a la que veías como una versión más joven de mí.
El aceptó aquello en silencio.
—¿Dónde están mis nietos? —preguntó ella, con voz de repente dura.
—Stilgar cree que se han adentrado en el desierto… para ocultarse —dijo—. Quizá vean acercarse la crisis.
Jessica miró a al-Fali, que asintió, reconociendo que él ya había anticipado aquello.
—¿Qué está haciendo Alia? —preguntó Jessica.
—Está arriesgándose a desencadenar una guerra civil —dijo Idaho.
—¿Crees que puede llegarse a esto?
Idaho se alzó de hombros.
—Probablemente no. Estamos en tiempos de blandura. Hay mucha gente que sólo quiere escuchar argumentos complacientes.
—Estoy de acuerdo contigo —dijo ella—. Bien, volvamos a lo nuestro: ¿qué hay de mis nietos?
—Stilgar los hallará… sí…
—Entiendo. —De modo que era asunto de Gurney Halleck ahora. Se giró para mirar a la pared de roca de su izquierda—. Así que Alia está sujetando firmemente el poder ahora. —Miró de frente a Idaho—. ¿Comprendes? El poder debe ser sujetado con mano suave. Sujetarlo demasiado fuertemente es igual que dejarse ganar por el poder, y entonces uno se convierte en su víctima.