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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (36 page)

BOOK: Hijos de Dune
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Wensicia inspiró profunda y temblorosamente.

—Muy bien —dijo—. La investidura formal tendrá lugar mañana. Pero puedes actuar desde ahora como si ya se hubiera producido. —Miró a Tyekanik, que se negó a cruzar su mirada.

Habrá una auténtica batalla de gritos apenas madre e hijo hayan salido de aquí
, pensó Jessica.
Pero creo que el vencedor va a ser él.
Dejó que sus pensamientos regresaran al mensaje del Landsraad. La Hermandad había elaborado su mensaje con una sutileza típica de la Bene Gesserit. Oculto en aquella nota formal de protesta había un mensaje para los ojos de Jessica. Las interlíneas del mensaje decían que los espías de la Hermandad sabían la situación de Jessica y habían calificado a Farad’n con una suprema exactitud al calcular quién le iba a mostrar el mensaje a su prisionera.

—Desearía una respuesta a mi pregunta —dijo Jessica, dirigiéndose a Farad’n apenas este giró el rostro hacia ella.

—Diré al Landsraad que no tengo nada que ver con este asesinato —dijo Farad’n—. Añadiré que comparto la repugnancia de la Hermandad por el modo en que ha sido realizado, aunque no pueda sentirme totalmente disgustado por los resultados. Mis excusas por el dolor que este hecho os haya podido causar. El destino golpea en cualquier lugar.

¡El destino golpea en cualquier lugar!
, pensó Jessica. Aquella había sido una de las frases favoritas de su Duque, y algo en las maneras de Farad’n indicaba que debía saberlo muy bien. Se forzó a sí misma a ignorar la posibilidad de que realmente hubiera sido él el causante de la muerte de Leto. Debía asumir que los temores de Ghanima en relación a Leto habían motivado una completa revelación de los planes de los gemelos. Los contrabandistas pondrían a Gurney en situación de encontrarse con Leto, y entonces la Hermandad podría actuar. Leto debía ser probado. Tenía que serlo. Sin la prueba estaba condenado, como Alia estaba condenada. Y Ghanima… Bueno, se ocuparía de aquello más tarde. No había forma de enviar a la prenacida a la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam ahora.

Jessica suspiró profundamente.

—Más pronto o más tarde —dijo—, a alguien se le ocurrirá que tú y mi nieta podríais unir nuestras dos casas y cicatrizar así las viejas heridas.

—Ya se me ha hablado de ello como una posibilidad —dijo Farad’n, mirando brevemente a su madre—. Mi respuesta fue que prefiero esperar al resultado de los recientes acontecimientos en Arrakis. No necesitamos una decisión apresurada.

—Existe también la posibilidad de que tú le hayas hecho el juego a mi hija —dijo Jessica.

Farad’n se envaró.

—¡Explicaos!

—Las cosas en Arrakis no son como pueden parecerte —dijo Jessica—. Alia lleva a cabo su propio juego. El juego de una Abominación. Mi nieta está en peligro a menos que Alia encuentre un medio de servirse de ella.

—¿Esperas hacerme creer que vos y vuestra hija estáis en campos opuestos, que los Atreides luchan con los Atreides?

Jessica miró a Wensicia, luego de nuevo a Farad’n.

—Los Corrino luchan con los Corrino.

Una agria sonrisa se dibujó en los labios de Farad’n.

—Tocado. ¿Cómo creéis que le he hecho el juego a vuestra hija?

—Dejándote implicar en la muerte de mi nieto, secuestrándome.

—Secues…

—No creas a esa bruja —advirtió Wensicia.

—Yo elegiré a quién debo creer, madre —dijo Farad’n—. Perdonadme, Dama Jessica, pero no comprendo ese asunto del secuestro. Se me ha dado a entender que vos y vuestro fiel secuaz…

—Que es el esposo de Alia —dijo Jessica.

Farad’n dirigió una inquisitiva mirada a Idaho, luego miró al Bashar.

—¿Qué opinas tú, Tyek?

Aparentemente, el Bashar pensaba casi lo mismo que Jessica. Dijo:

—Me gusta su razonamiento. Es cauteloso.

—Él es un ghola-mentat —dijo Farad’n—. Podemos sondearlo hasta la muerte sin conseguir arrancarle una respuesta segura.

—Pero es una buena premisa trabajar pensando que podemos ser engañados —dijo Tyekanik.

Jessica supo que había llegado el instante de efectuar su movimiento. Si tan sólo la pesadumbre de Idaho lo mantenía dentro de los límites de la parte reservada a él. Le desagradaba utilizarlo de aquella manera, pero había otras consideraciones más importantes.

—Para empezar —dijo Jessica—, puedo anunciar públicamente que he venido aquí por mi propia y libre elección.

—Interesante —dijo Farad’n.

—Deberás tener confianza en mí y garantizarme la completa libertad en Salusa Secundus —dijo Jessica—. No debe haber la menor apariencia de que estoy hablando bajo coerción.

—¡No! —protestó Wensicia. Farad’n la ignoró.

—¿Qué razón aduciréis?

—Que soy la plenipotenciaria de la Hermandad enviada para tomar a mi cargo tu educación.

—Pero la Hermandad acusa…

—Esto requiere una acción decisiva por tu parte —dijo Jessica.

—¡No confíes en ella! —dijo Wensicia.

Con extremada cortesía, Farad’n miró a su madre y dijo:

—Si me interrumpes una vez más, haré que Tyek te saque de aquí. Ha oído tu consentimiento a mi investidura formal. Esto lo ata a

ahora.

—¡Te digo que es una bruja! —Wensicia miró al guardia sordomudo junto a la pared lateral.

Farad’n vaciló. Luego:

—Tyek, ¿qué piensas de esto? ¿Te sientes embrujado?

—No, a mi modo de ver. Ella…

—¡Ambos estáis embrujados!

—Madre —el tono de Farad’n era llano y conclusivo.

Wensicia apretó los puños, intentó hablar, se giró bruscamente y salió de la estancia.

Dirigiéndose una vez más a Jessica, Farad’n preguntó:

—¿Consentirá esto la Bene Gesserit?

—Lo hará.

Farad’n absorbió las implicaciones de aquello, sonrió ácidamente.

—¿Qué espera obtener la Hermandad con todo esto?

—Tu matrimonio con mi nieta.

Idaho lanzó una interrogativa mirada a Jessica, pareció como si fuera a hablar, pero permaneció en silencio.

—¿Ibas a decir algo, Duncan? —preguntó Jessica.

—Iba a decir que la Bene Gesserit desea lo que siempre ha deseado: un universo que no interfiera con ella.

—Una hipótesis obvia —dijo Farad’n—, pero difícilmente veo por qué haces hincapié en ella.

Las cejas de Idaho suplieron el alzarse de hombros que el hilo shiga no le permitía efectuar. Desconcertantemente sonrió.

Farad’n captó su sonrisa y se giró para enfrentarse a Idaho.

—¿Te divierto?

—Toda esta situación me divierte. Alguien en vuestra familia ha comprometido a la Cofradía Espacial usándola para transportar instrumentos de asesinato a Arrakis, instrumentos cuyo destino no podía ser ocultado. Habéis ofendido a la Bene Gesserit matando a un macho que deseaban para su programa de…

—¿Me estás llamando mentiroso, ghola?

—No. Creo que no sabíais nada de la conjura. Pero pienso que la situación necesita ser enfocada.

—No olvides que es un mentat —hizo notar Jessica.

—En ello pensaba —dijo Farad’n. De nuevo hizo frente a Jessica—. Supongamos que os dejo libre y que vos hacéis vuestro anuncio. Queda en el aire la cuestión de la muerte de vuestro nieto. El mentat está en lo cierto.

—¿Ha sido tu madre? —preguntó Jessica.

—¡Mi Señor! —avisó Tyekanik.

—Está bien, Tyek —Farad’n hizo un gesto con la mano—. ¿Y si yo dijera que ha sido mi madre?

Arriesgándolo todo en un intento de abrir aún más aquella brecha en el seno de los Corrino, Jessica dijo:

—Deberías denunciarla y exiliarla.

—Mi Señor —dijo Tyekanik—, aquí podría haber un engaño dentro de otro engaño.

—Y Dama Jessica y yo somos quienes hemos sido engañados —dijo Idaho.

La mandíbula de Farad’n se endureció.

Y Jessica pensó:
¡No interfieras, Duncan! ¡No ahora!
Pero las palabras de Idaho habían puesto en movimiento sus habilidades Bene Gesserit. Aquello la impresionó. Y empezó a preguntarse si no habría la posibilidad de que ella estuviera siendo usada en una forma que no conseguía comprender. Ghanima y Leto… Los prenacidos podían alcanzar incontables experiencias interiores, un inmenso depósito de consejos mucho más extenso que todo lo que cualquier Bene Gesserit viva podía utilizar. Y había también aquella otra cuestión: ¿Había sido su propia Hermandad completamente sincera con ella? Podía ser que aún no confiaran en ella por completo. Después de todo, ya la había traicionado en una ocasión… por su Duque.

Farad’n miró a Idaho con el ceño perplejamente fruncido.

—Mentat, necesito saber qué es para ti ese Predicador.

—Ha arreglado nuestro viaje hasta aquí. Yo… no hemos intercambiado más de diez palabras. Otros han actuado por él. Podría ser… podría ser Paul Atreides, pero no tengo ninguna seguridad. Todo lo que sé con certeza es que había llegado para mí el tiempo de irme y él disponía de los medios.

—Has dicho que has sido engañado —le recordó Farad’n.

—Alia espera que vos nos asesinéis discretamente y ocultéis toda evidencia de ello —dijo Idaho—. Habiéndola librado de Dama Jessica, yo ya no soy de ninguna utilidad para ella. Y Dama Jessica, habiendo servido a los propósitos de su Hermandad, ya no es de ninguna utilidad para la misma. Alia pedirá cuentas de ello a la Bene Gesserit, pero ésta triunfará.

Jessica cerró los ojos, concentrándose. ¡Tenía razón! Podía oír la firmeza del mentat en su voz, aquella profunda sinceridad en su declaración.

El esquema completo encajó en su lugar sin una grieta. Inspiró profundamente dos veces y activó el trance mnemónico, hizo rodar los datos en su mente, saltó del trance y abrió los ojos. Todo aquello se produjo en los breves instantes en que Farad’n se alejaba de ella para situarse a medio paso de Idaho… un recorrido de no más de tres pasos.

—No digas nada más, Duncan —dijo Jessica, y pensó tristemente en cómo Leto lo había puesto en guardia contra el condicionamiento Bene Gesserit.

Idaho, a punto de hablar, cerró la boca.

—Aquí soy yo quien manda —dijo Farad’n—. Continúa, mentat.

Idaho permaneció en silencio.

Farad’n se giró a medias para estudiar a Jessica.

Ella miraba a un punto en la pared más alejada, revisado lo que Idaho y el trance habían edificado en su mente.

La Bene Gesserit no había abandonado la línea Atreides, por supuesto. Pero buscaban el control de un Kwisatz Haderach y habían invertido demasiado en aquel largo programa de selección genética. Deseaban un enfrentamiento abierto entre los Atreides y los Corrino, una situación en la que pudieran actuar como árbitros. Y Duncan tenía razón.

Aquello surgiría con el control de Ghanima y de Farad’n. Era el único compromiso posible. Lo alucinante era que Alia no se hubiera dado cuenta de ello. Jessica intentó deglutir el nudo que se formó en su garganta. Alia… ¡Una Abominación! Ghanima tenía razón al sentir piedad por ella. ¿Pero quién sentiría piedad por Ghanima?

—La Hermandad ha prometido situarte en el trono con Ghanima como compañera —dijo Jessica.

Farad’n retrocedió un paso. ¿Acaso las brujas podían leer los pensamientos?

—Han trabajado en secreto y no a través de tu madre —dijo Jessica—. Te han dicho que yo no estaba al corriente de sus planes.

Jessica leyó la confirmación en el rostro de Farad’n. Qué claro era ahora todo. Y era cierto, toda la estructura. Idaho había demostrado una habilidad maestra como mentat viendo a través de todos los velos con los limitados datos que tenía disponibles.

—Así que han jugado un doble juego y te lo han dicho —observó Farad’n.

—No me han dicho nada de esto —dijo Jessica—. Duncan estaba en lo cierto: me engañaron. —Asintió para sí misma. Había sido la clásica acción dilatoria según el esquema tradicional de la Hermandad… una historia razonable, fácilmente aceptada debido a que encajaba con todo lo que se podía creer acerca de sus motivaciones. Pero deseaban a Jessica fuera de su camino… una hermana defectuosa que ya les había fallado una vez.

Tyekanik se situó al lado de Farad’n.

—Mi Señor, esos dos son demasiado peligrosos para…

—Espera un momento, Tyek —dijo Farad’n—. Hay ruedas dentro de otras ruedas aquí. —Hizo frente a Jessica—. Tenemos razones para creer que Alia podría ofrecerse a mí como esposa.

Idaho experimentó un involuntario sobresalto, pero se controló inmediatamente. La sangre empezó a manar de su muñeca izquierda, allá donde el hilo shiga había cortado la carne.

Jessica se permitió una pequeña reacción abriendo mucho los ojos. Ella, que había conocido al Leto original como amante y padre de sus hijos, confidente y amigo, reconoció allí su característico rasgo de frío razonamiento infiltrado ahora a través de las alteraciones de una Abominación.

—¿Aceptaríais? —preguntó Idaho.

—Es una posibilidad que hay que considerar.

—Duncan, te he dicho que te mantuvieras callado —dijo Jessica. Se dirigió a Farad’n—. Su precio son dos muertes insignificantes… nosotros dos.

—Hemos sospechado la traición —dijo Farad’n—. ¿No fue tu hijo quien dijo: «la traición engendra la traición»?

—La Hermandad está intentando controlar tanto a los Atreides como a los Corrino —dijo Jessica—. ¿Acaso no es obvio?

—Estoy estudiando la idea de aceptar vuestra oferta, Dama Jessica. Pero Duncan Idaho debería ser enviado de nuevo a su amante esposa.

El dolor es una función nerviosa
, se recordó a sí mismo Idaho.
El dolor llega como la luz llega al ojo. El esfuerzo viene de los músculos, no de los nervios.
Era un viejo ejercicio mentat, y lo completó en el espacio de un suspiro: flexionó su muñeca derecha, y apretó una arteria contra el hilo shiga.

Tyekanik saltó hacia la silla, golpeó el dispositivo que soltaba las ligaduras, y pidió ayuda médica. Fue revelador el que los sirvientes aparecieran inmediatamente a través de una serie de puertas ocultas en los paneles de las paredes.

Siempre ha existido un asomo de estupidez en Duncan
, pensó Jessica.

Farad’n estudió por un momento a Jessica mientras los médicos auxiliaban a Idaho.

—No he dicho que estuviera dispuesto a aceptar a su Alia.

—No es por eso por lo que se ha cortado la vena —dijo Jessica.

—¿Oh? Creí que simplemente quería suicidarse.

—No eres tan estúpido —dijo Jessica—. Deja de fingir conmigo.

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