Está mintiendo
, pensó Jessica.
Pero ¿por qué miente?
—Ayúdanos, Madre de la Humedad —suplicó al-Fali.
Con una repentina sensación de doble visión, Jessica sintió que su consciencia se tambaleaba, empujada por las palabras del viejo Naib. Era el inequívoco
adab
, la memoria que exige, que se despierta por sí misma. Surgió sin ningún aviso previo y mantuvo inmóviles sus sentidos mientras las lecciones del pasado quedaban impresas en su consciencia. Se sintió completamente atrapada en ella, como un pez en la red. Sin embargo sintió aquella exigencia como un momento
esencialmente humano
, con cada pequeña parte de ella un vívido recuerdo de la creación. Cada elemento de aquella lección-memoria era real pero insustancial en su constante cambio, y se dio cuenta de que era lo más próximo que había experimentado nunca de la mordiente presciencia que había afligido a su hijo.
Alia ha mentido porque está poseída por alguien que quiere destruir a los Atreides. Ella misma ha sido quien ha iniciado esta destrucción. Entonces al-Fali dice la verdad: los gusanos están condenados a menos que el curso de la transformación ecológica sea modificado.
Atrapada por la revelación, Jessica vio a la gente de la audiencia reducida a débiles movimientos, con sus respectivos papeles claramente identificados para ella. Reconoció inmediatamente a aquellos encargados de que no saliera viva de allí. Y su camino entre ellos se destacó en su consciencia como si estuviera dibujado con una brillante luz… una repentina confusión, uno de ellos tropezando accidentalmente contra otro, grupos enteros arracimándose. Vio también que si conseguía salir viva de aquella Gran Sala sería tan sólo para caer en otras manos. A Alia no le importaba crear de ella un mártir. No… a
la cosa que la poseía
no le importaba.
Ahora, en aquel instante congelado de tiempo, Jessica eligió la manera de salvar al viejo Naib y enviarle al mismo tiempo como mensajero. El camino a través de la audiencia seguía perfectamente claro a sus ojos. ¡Qué sencillo era! Aquellos hombres eran bufones de ojos cegatos, con los hombros encogidos en una actitud de inamovible defensa. Cada una de sus posiciones en el enorme suelo podía ser considerada como el resultado de colisiones estáticas de aquellas carnes muertas que llegaban incluso a revelar los esqueletos. Sus cuerpos, sus ropas y sus rostros describían infiernos individuales… los pechos excavados por ocultos terrores, la destellante presencia de una joya convertida en sustituto de una armadura; las bocas eran juicios llenos de aterrorizados absolutismos, catedrales prismáticas de cejas enarcadas exhibiendo sentimientos religiosos que sus entrañas renegaban.
Jessica captó la disolución de las fuerzas creadoras liberadas sobre Arrakis. La voz de al-Fali había sido como un distrans en su alma, despertando a la bestia que yacía en lo más profundo de su ser.
En un parpadeo, Jessica se movió del
adab
al universo del movimiento, pero era un universo distinto del que había reclamado su atención hacía tan sólo un segundo.
Alia estaba empezando a decir algo, pero Jessica gritó:
—¡Silencio! —Y luego—: Hay algunos de vosotros que temen que haya vuelto sin reservas a la Hermandad. Pero desde aquel día en el desierto, cuando los Fremen nos hicieron el don de la vida a mí y a mi hijo, me convertí en Fremen. —Y pasó a la antigua lengua que tan sólo aquellos de la enorme estancia que podían sacar provecho de ello podían comprender—.
¡Onsar akhaka zeliman aw maslumen!
—
¡Hay que sostener a vuestro hermano en estos tiempos de necesidad, sea él justo o injusto!
Sus palabras causaron el efecto deseado, un sutil cambio de posiciones en la Gran Sala.
Pero Jessica rugió:
—Este Ghadhean al-Fali, un honesto Fremen, ha venido aquí para decirme lo que otros debieran haberme dicho hace ya tiempo. ¡Que nadie se atreva a negarlo! ¡La transformación ecológica se ha convertido en una tempestad fuera de control!
Mudas confirmaciones surgieron por toda la estancia.
—¡Y mi hija se alegra de ello! —dijo Jessica—.
¡Mektub al-mellah!
¡Herís mi carne y echáis encima sal! ¿Por qué los Atreides no han hallado un hogar aquí? Porque el
Mohalata
era algo natural para nosotros. Para los Atreides el gobierno ha sido siempre un compromiso mutuo de protección:
Mohalata
, como los Fremen lo han conocido siempre. ¡Y ahora miradla! —Jessica señaló a Alia—. ¡Ríe sola por la noche contemplando su propia maldad! ¡La producción de especia caerá a cero, o en el mejor de los casos a una fracción ínfima de su nivel actual! Y cuando
esto
se sepa fuera de aquí…
—¡Tendremos una reserva del más inapreciable producto del universo! —gritó Alia.
—¡Tendremos una reserva de infierno! —rugió Jessica.
Y Alia empezó a hablar en el más antiguo chakobsa, el lenguaje privado de los Atreides, con sus difíciles pausas guturales y clics:
—¡Ahora ya lo sabes,
madre
! ¿Creías que una nieta del Barón Harkonnen no iba a apreciar todas las vidas que tú metiste en mi consciencia antes de que yo naciera? Cuando me rebelé contra aquello que me habías dado, necesité tan sólo preguntarme cómo habría actuado el Barón. ¡Y él me respondió! ¡Compréndelo, perra Atreides! ¡Él
me
respondió!
Jessica sintió todo el veneno que surgía de aquella boca, y tuvo la confirmación de su sospecha.
¡Abominación!
Alia se había visto dominada por su interior, poseída por aquel
cahueit
diabólico, el Barón Vladimir Harkonnen. El propio Barón hablaba ahora por su boca, indiferente de lo que revelaba. Quería que ella viera su venganza, que supiera que no podía ser arrojado de allí.
Se supone que yo permaneceré aquí, indefensa en mi conocimiento de lo que s
é, pensó Jessica. Y con este pensamiento, se lanzó por el sendero que le había revelado el adab, gritando:
—¡Fedaykin, seguidme!
Había seis Fedaykin en la estancia, y cinco de ellos lograron pasar tras ella.
Cuando yo soy más débil que tú, te pido la libertad porque es algo que está de acuerdo con tus principios; cuando soy más fuerte que tú, te quito tu libertad porque es algo que está de acuerdo con mis principios.
Palabras de un antiguo filósofo (atribuidas por Harq al-Ada a un tal L
OUIS
V
EUILLOT
)
Leto surgió por la salida oculta del sietch y vio la silueta del farallón alzándose sobre su limitada visión. El sol del atardecer proyectaba largas sombras en las estrías verticales del farallón. Una mariposa esqueleto volaba entrando y saliendo de las sombras, con sus palmeadas alas convertidas en una película transparente contra la luz.
Qué delicada era aquella mariposa para el ambiente en el que vivía
, pensó.
Directamente frente a él estaban las plantaciones de albaricoques, con muchachos trabajando en recoger los frutos caídos. Tras las plantaciones estaba el qanat. El y Ghanima habían conseguido escurrirse de sus guardias perdiéndose en un repentino grupo de trabajadores. Luego había sido relativamente simple abrirse camino a lo largo de una conducción de aire hasta su unión con la escalera que llevaba hasta la salida oculta. Ahora tan sólo tenían que mezclarse con aquellos muchachos, alcanzar el qanat y meterse en el túnel. Allí podrían moverse cerca de los peces predadores que impedían que las truchas de arena enquistaran el agua de irrigación de la tribu. Ningún Fremen pensaría en la posibilidad de que un ser humano corriera el riesgo de una accidental inmersión en aquella agua.
Salió fuera del protector pasadizo. El farallón pareció enderezarse sobre él, perdiéndose a ambos lados en la lejanía.
Ghanima avanzó muy cerca de él. Ambos llevaban pequeños cestos de fruta hechos con fibra de especia, pero cada cesto contenía un paquete sellado: una fremochila, una pistola maula, un crys… y las nuevas ropas enviadas por Farad’n.
Ghanima siguió a su hermano hasta la plantación, y ambos se mezclaron con los muchachos que trabajaban. Las máscaras de los destiltrajes ocultaban todos los rostros. Allí eran tan sólo dos trabajadores más, pero Ghanima sintió que aquella acción estaba llevando a sus vidas fuera de los protectores límites que siempre les habían rodeado. ¡Qué simple paso era el que llevaba de un peligro a otro!
Aquellos nuevos indumentos enviados por Farad’n, allí en sus cestos, daban un propósito bien definido a las acciones de ambos. Ghanima lo había acentuado bordando su propia divisa personal,
«Compartimos»
, en chakobsa, sobre el emblema del halcón bordado en cada pecho.
Pronto llegaría el crepúsculo y, más allá del qanat que señalaba el final de los cultivos del sietch, se extendería una noche indefinible, que muy pocos otros lugares en el universo podrían igualar. Un mundo desértico sumido en una suave luz, con su persistente soledad, un saturado sentimiento de que cada criatura en él estaba sola en un nuevo universo.
—Nos han visto —susurró Ghanima, inclinándose para trabajar junto a su hermano.
—¿Los guardias?
—No… los otros.
—Bien.
—Debemos movernos con rapidez —dijo ella.
Leto asintió mientras se movía en dirección al farallón, a través de la plantación. Pensó en una frase de su padre:
«Todo debe moverse en el desierto o perecer».
Lejos en la arena pudo ver el promontorio rocoso de El Que Espera, y aquello le recordó la necesidad de mantenerse en constante movimiento. Las rocas yacían estáticas y rígidas en su enigmática espera, consumiéndose año tras año bajo los efectos de la arena arrojada por el viento. Un día, también El Que Espera se convertirá en arena».
A medida que se acercaban al qanat oyeron música procedente de la entrada superior del sietch. Era un grupo Fremen viejo estilo: dos flautas de agujeros, panderetas, tímpanos hechos con plástico de especia con piel tensada en uno de sus extremos. Nadie se preguntaba qué animal de aquel planeta podía proporcionar una piel tan grande.
Stilgar recordará lo que le dije acerca de ese risco en El Que Espera
, pensó Leto.
Se precipitará en la oscuridad cuando sea demasiado tarde… y entonces sabrá.
Finalmente llegaron al qanat. Se deslizaron en el abierto tubo, saltando de la escalerilla de inspección a la plataforma de servicio. Estaba oscuro, húmedo y frío en el qanat, y pudieron oír a los peces predadores agitándose. Cualquier trucha de arena que intentara enquistar aquella agua se hubiera visto con su blando cuerpo a merced de los peces. Incluso los seres humanos debían tomar precauciones con ellos.
—Con cuidado —dijo Leto, avanzando por el resbaladizo suelo. Dirigió su memoria a tiempos y lugares que su carne no había conocido nunca. Ghanima lo siguió.
Al final del qanat se despojaron de los monos de trabajo que cubrían sus destiltrajes y se pusieron sus nuevas ropas. Dejaron los viejos atuendos Fremen debajo del lugar donde treparon a otro tubo de inspección y salieron al exterior, emergiendo sobre una duna y descendiendo por el otro lado. Se sentaron en un lugar donde no podían ser vistos desde el sietch, sacaron las pistolas maula y los crys, y se echaron al hombro las fremochilas. Ya no oían la música.
Leto se puso en pie y caminó a través del valle formado entre las dunas.
Ghanima lo siguió un paso tras él, moviéndose con el paso arrítmico propio para la arena al aire libre.
Cada vez que alcanzaban la cresta de una duna se echaban al suelo y reptaban hacia la vertiente oculta, haciendo entonces una pausa para mirar atrás por si alguien les perseguía.
Ningún cazador había emergido al desierto cuando alcanzaron las primeras rocas.
A la sombra de las rocas bordearon El Que Espera, hasta subir a un saliente que dominaba el desierto. Los colores parpadeaban allá a lo lejos, en el
bled
. El oscureciente aire tenía la limpidez del más fino cristal. El paisaje que se desplegó ante sus ojos era despiadado, ilimitadamente inmenso… sin la menor alteración en él. La mirada resbalaba por aquella uniforme superficie que se extendía hasta el infinito.
Este es el horizonte de la eternidad
, pensó Leto.
Ghanima se acurrucó al lado de su hermano, pensando:
El ataque se producirá pronto.
Escuchó, atenta a los menores sonidos, con todo su cuerpo transformado en un único sentido tenso al máximo.
Leto estaba igualmente alerta. Se daba cuenta de que aquello era la culminación de todo el adiestramiento que habían recibido de las vidas que tan íntimamente compartían. En aquella desolación, uno desarrollaba una firme dependencia a los sentidos, a
todos
los sentidos. La vida se convertía en un cúmulo de percepciones, cada una de ellas abocada exclusivamente a la momentánea supervivencia.
Un poco más tarde Ghanima subió a lo alto de las rocas y escrutó a través de una hendidura hacia el lugar por donde habían venido. La seguridad del sietch le pareció que estaba toda una vida lejos, una masa de vagos promontorios surgiendo en la lejanía marrón-púrpura, de bordes imprecisos a causa del polvo en los márgenes donde el sol del final del atardecer lanzaba sus últimos rayos plateados. No se veía ninguna señal de perseguidores en toda la distancia que alcanzaba la vista. Regresó al lado de Leto.
—Será un animal predador —dijo Leto—. Esta es mi computación terciaria.
—Creo que has dejado de computar demasiado pronto —dijo Ghanima—. Será más de un animal. La Casa de los Corrino ha aprendido a no basar todas sus esperanzas en una única carta.
Leto asintió su aprobación.
Su mente se sintió bruscamente agobiada por la multitud de vidas que le imponía su
diferencia
: todas aquellas vidas, las suyas incluso antes de nacer. Estaba saturado de vida, y deseaba huir hacia su propia consciencia. El mundo interior era una pesada bestia que podía terminar por devorarlo.
Se puso en pie, inquieto, y subió a la hendidura que había usado Ghanima, escrutando el macizo del sietch. Allá abajo, ante el promontorio, pudo ver cómo el qanat trazaba una línea entre la vida y la muerte. Al borde del oasis pudo ver salvia camello, hierba cebolla, hierba pluma del Gobi, alfalfa silvestre. A la última luz del día pudo distinguir los negros movimientos de los pájaros picoteando la alfalfa. Los distantes tallos cargados de granos se agitaban al compás del viento creando sombras movientes hasta el límite de la plantación. Aquel movimiento captó su atención, y se dio cuenta de que aquellas sombras ocultaban en su fluida forma un cambio más grande, y este cambio era una especie de tributo silencioso a los palpitantes arcoíris de aquel cielo de polvorienta plata.