—Eso es lo que siempre me dijo mi Duque —observó Idaho.
Algo le hizo pensar a Jessica que estaba hablando del viejo Leto, no de Paul. Preguntó:
—¿Dónde seré llevada en este… secuestro?
Idaho la estudió fijamente, como intentando ver a través de las sombras creadas por la capucha.
Al-Fali se adelantó un paso.
—Mi Dama, no estaréis pensando seriamente…
—¿Acaso no tengo derecho a decidir mi propio destino? —preguntó Jessica.
—Pero este hombre… —al-Fali señaló con la cabeza a Idaho.
—Este hombre fue mi leal guardián antes de que Alia hubiera nacido —dijo Jessica—. Antes de morir salvando la vida de mi hijo y la mía. Nosotros los Atreides rendimos honor a ciertas obligaciones.
—Entonces, ¿vendréis conmigo? —preguntó Idaho.
—¿Dónde la llevarás? —preguntó al-Fali.
—Es mejor que tú no lo sepas —dijo Jessica.
Al-Fali frunció el ceño, pero permaneció en silencio. Su rostro traicionó la indecisión y la comprensión de la sabiduría contenida en las palabras de Jessica, junto con una tenaz duda sobre la fidelidad de Idaho.
—¿Qué ocurrirá con los Fedaykin que me han ayudado? —preguntó Jessica.
—Tendrán todo el apoyo de Stilgar si consiguen llegar al Tabr —dijo Idaho.
Jessica se giró hacia al-Fali.
—Te ordeno que te dirijas allí, amigo mío. Stilgar podrá necesitar a los Fedaykin para buscar a mis nietos.
El viejo Naib bajó la mirada.
—Como ordene la madre de Muad’Dib.
Siguen obedeciendo a Paul
, pensó ella.
—Debemos irnos rápidamente de aquí —dijo Idaho—. Seguro que la búsqueda incluirá este lugar, y muy pronto.
Jessica se inclinó hacia adelante y se puso en pie con aquella fluida gracia que nunca abandonaba del todo a las Bene Gesserit, incluso cuando se dejaban sentir los achaques de la edad. Y se sentía realmente vieja tras una noche de fuga. Mientras se levantaba, su mente regresó a aquella peculiar entrevista con su nieto. ¿Qué estaba haciendo realmente? Agitó la cabeza, ajustando su capucha para ocultar el movimiento. Era demasiado fácil caer en la trampa de infravalorar a Leto. Su vida con niños ordinarios la condicionaba a ver desde un falso punto de vista las capacidades hereditarias que albergaban los dos gemelos.
Su atención fue atraída por la actitud de Idaho. Permanecía inmóvil en esa relajación que indica preparación a la violencia, un pie un poco más adelante que el otro, una postura que ella misma le había enseñado. Dirigió una rápida mirada a los dos jóvenes Fremen y a al-Fali. Las dudas seguían asaltando todavía al viejo Naib Fremen, y los dos jóvenes lo notaban.
—Confío en este hombre para que proteja mi vida —dijo Jessica, dirigiéndose a al-Fali—. Y no es la primera vez.
—Mi Dama —protestó al-Fali—. Pero si es… —echó una fugitiva mirada a Idaho—… ¡es el esposo de la Coan-Teen!
—Y fue adiestrado por mi Duque y por mí —dijo ella.
—¡Pero es un
ghola
! —las palabras surgieron como arrancadas de la garganta de al-Fali.
—El ghola de mi hijo —le recordó ella.
Aquello era demasiado para un simple Fedaykin que hacía tiempo había jurado defender a Muad’Dib hasta la muerte. Suspiró, se echó a un lado, e hizo una seña a los dos jóvenes de que abrieran las cortinas.
Jessica las cruzó, con Idaho tras ella. Se giró en el umbral y se dirigió a al-Fali:
—Tú ve a reunirte con Stilgar. Confía en él.
—Sí… —pero captó todavía la duda en la voz del viejo hombre.
Idaho rozó su brazo.
—Debemos partir inmediatamente. ¿Hay algo que deseéis llevar con vos?
—Sólo mi sentido común —dijo ella.
—¿Por qué? ¿Teméis estar cometiendo un error?
Ella levantó la mirada hacia él.
—Tú siempre has sido el mejor piloto de tópteros a nuestro servicio, Duncan.
Aquello no le hizo gracia a Idaho. Avanzó delante de ella, moviéndose rápidamente, haciendo a la inversa el camino que había seguido antes. Al-Fali se adelantó unos pasos hasta situarse al lado de Jessica.
—¿Cómo habéis sabido que ha venido con un tóptero?
—No lleva destiltraje —dijo Jessica.
Al-Fali pareció desconcertado por aquella obvia observación. Sin embargo, aquello no le hizo callar:
—Nuestro mensajero lo ha traído hasta aquí directamente desde Stilgar. Puede que lo hayan visto.
—¿Te han visto, Duncan? —preguntó Jessica a Idaho, que le daba la espalda.
—Vos lo sabéis tan bien como yo —dijo él—. Hemos volado más bajo que las cimas de las dunas.
Giraron hacia un corredor lateral que llevaba hacia abajo a través de una escalera en espiral, desembocando finalmente en una amplia cámara bien iluminada por globos situados muy arriba, contra las oscuras rocas. Un único ornitóptero estaba posado junto a la pared más alejada, agazapado como un insecto preparado para saltar. La pared debía ser de falsa roca… una puerta que se abría al desierto. Por pobre que fuese aquel sietch, seguía manteniendo los instrumentos de su carácter secreto y de su movilidad.
Idaho abrió la portezuela del ornitóptero para Jessica, ayudándola a ocupar el sillín de la derecha. Mientras pasaba ante ella, vio que el sudor perlaba su frente allá donde le había caído un mechón de negros cabellos. Jessica recordó repentinamente aquella otra cabeza de la que manaba sangre, allá en una caverna llena de ruidos. El acerado brillo de los ojos tleilaxu la arrancó de aquella evocación. Nada era como parecía ser. Se enfrascó en ajustarse el cinturón de seguridad.
—Ha pasado mucho tiempo desde que pilotaste para mí, Duncan —dijo.
—Mucho tiempo y muy lejos —dijo él. Estaba ya revisando los controles.
Al-Fali y los dos jóvenes Fremen aguardaban junto a los controles de la falsa pared, preparados para abrirla.
—¿Piensas que todavía albergo dudas acerca de ti? —preguntó Jessica, hablándole con voz muy baja a Idaho.
Idaho se concentró aún más en el cuadro de instrumentos, conectó los impulsores y observó oscilar una aguja indicadora. Una sonrisa cruzó por su boca, una rápida y dura mueca en sus afilados rasgos que desapareció tan pronto como había venido.
—Yo sigo siendo una Atreides —dijo Jessica—. Alia ya no lo es.
—No temáis —gruñó él, con los dientes apretados—. Sigo sirviendo a los Atreides.
—Alia ya no es una Atreides —repitió Jessica.
—¡No necesito que me lo recordéis! —restalló él—. Ahora callad y dejadme pilotar esta cosa.
La desesperación en su voz la tomó por sorpresa, era algo que no encajaba en absoluto con el Idaho que había conocido. Rechazando un renovado sentimiento de temor, preguntó:
—¿A dónde vamos, Duncan? Ahora puedes decírmelo.
Pero él señaló a al-Fali y a la falsa roca abriéndose hacia afuera, hacia la brillante luz plateada del sol. El ornitóptero saltó y remontó el vuelo, las alas vibrando con el esfuerzo, los jets rugiendo, y ascendieron a un cielo vacío. Idaho tomó rumbo sudoeste, en dirección a la Cadena Sihaya, que se entreveía a lo lejos como una línea oscura contra el horizonte de arena.
Un poco después dijo:
—No penséis mal de mí, mi Dama.
—No pensé mal de ti cuando aquella noche entraste en nuestro gran vestíbulo en Arrakeen gritando, borracho de cerveza de especia —dijo Jessica. Pero sus palabras renovaron sus dudas, y se dejó caer en la relajada preparación de la defensa completa
prana-bindu
.
—Recuerdo muy bien aquella noche —dijo él—. Yo era muy joven y… sin experiencia.
—Pero el mejor maestro de armas en el séquito de mi Duque.
—No tanto, mi Dama. Gurney podía batirme seis veces de cada diez. —La miró de reojo—. ¿Dónde está Gurney?
—Está siguiendo mis órdenes.
Idaho agitó la cabeza.
—¿Sabes hacia dónde vamos? —preguntó ella.
—Sí, mi Dama.
—Entonces, dímelo.
—Muy bien. Prometí que crearía un complot creíble contra la Casa de los Atreides. Y en realidad sólo hay una forma de llevarlo a término. —Pulsó un botón en el panel de control, y una red inmovilizadora cayó sobre la silla de Jessica, rodeándola con una inflexible blandura, dejando solo libre su cabeza.
—Os estoy llevando a Salusa Secundus —dijo Idaho—. Con Farad’n.
En un extraño e incontrolado espasmo, Jessica intentó liberarse de sus ataduras, sintiendo como se apretaban a su alrededor, relajándose tan sólo cuando ella se relajó, no sin haber captado el mortal hilo shiga rodeándola.
—El activador del hilo shiga está desconectado —dijo Idaho, sin mirarla—. Oh, sí, y no intentéis la Voz contra mí. Ha pasado mucho tiempo desde los días en que podíais obligarme a actuar de esa manera. —La miró ahora—. Los tleilaxu me han dado una armadura contra tales ardides.
—Estás obedeciendo a Alia —dijo Jessica—, y ella…
—No a Alia —dijo Idaho—. Sigo instrucciones del Predicador. Quiere que instruyas a Farad’n del mismo modo que instruiste, en su tiempo… a Paul.
Jessica permaneció sumida en un helado silencio, recordando las palabras de Leto de que hallaría a un alumno muy interesante. Al cabo de un tiempo dijo:
—Este Predicador… ¿es mi hijo?
La voz de Idaho pareció llegar desde una enorme distancia:
—De veras, me gustaría saberlo.
El universo está simplemente allí; esta es la única forma en que un Fedaykin puede imaginarlo y permanecer dueño de sus sentidos. El universo ni amenaza ni promete. Contiene cosas más allá de nuestro dominio: la caída de un meteoro, la erupción de una masa de especia, cosas que crecen y mueren. Estas son las realidades de este universo y deben ser afrontadas tal como sentimos con respecto a ellas. Uno no puede apartar de sí tales realidades con palabras. Ellas se precipitarán contra uno a su propia muda manera y entonces, entonces, uno comprenderá lo que significan «vida y muerte». Y, comprendiendo esto, uno se sentirá colmado de alegría.
M
UAD
’D
IB
a sus Fedaykin
—Y esas son las cosas que hemos puesto en movimiento dijo Wensicia—. Cosas que han sido hechas
por ti
.
Farad’n permaneció inmóvil, sentado frente a su madre en su estancia matutina. El dorado sol lo iluminaba desde atrás, proyectando su sombra en el suelo recubierto por una alfombra blanca. La luz que se reflejaba en la pared tras su madre dibujaba una aureola en torno a sus cabellos. Wensicia llevaba su habitual traje blanco bordado con oro… recuerdo de sus días reales. Su rostro en forma de corazón parecía tranquilo, pero Farad’n sabía que estaba estudiando cada una de sus reacciones. Su estómago estaba como vacío, aunque recién terminaba de comer.
—¿No lo apruebas? —preguntó Wensicia.
—¿Qué es lo que debería desaprobar? —dijo Farad’n.
—Bueno… el hecho de que te lo hayamos ocultado hasta ahora.
—Oh, esto. —Estudió a su madre, intentando reflejar la compleja posición que tenía él en aquel asunto. Sólo podía pensar en una cosa de la que se había dado cuenta recientemente, el hecho de que Tyekanik ya no la llamaba «Mi Princesa». ¿Cómo la llamaba ahora? ¿Reina Madre?
¿Por qué experimento una tal sensación de pérdida?
, se preguntó.
¿Qué es lo que estoy perdiendo?
La respuesta era obvia: estaba perdiendo sus días despreocupados, el tiempo para cultivar aquellas intelectualidades que tanto lo atraían. Si aquel complot que le había revelado su madre tenía éxito, aquellas cosas estarían perdidas para siempre. Nuevas responsabilidades reclamarían su atención. Se descubrió a sí mismo profundamente irritado. ¿Cómo se atrevían a tomarse tantas libertades con su tiempo? ¡Y sin siquiera consultarle!
—Suéltalo —dijo su madre—. Hay algo que no marcha.
—¿Qué ocurrirá si este plan falla? —preguntó él, diciendo lo primero que pasó por su mente.
—¿Cómo puede fallar?
—No sé… Cualquier plan puede fallar. ¿Cómo usáis a Idaho en todo esto?
—¿Idaho? ¿Cuál es su relación con…? Oh, sí, aquel místico que Tyek trajo aquí sin consultarme. Fue un error por su parte. Aquel místico habló de Idaho, ¿no?
Era una torpe mentira por su parte, y Farad’n se descubrió a sí mismo observando maravillado a su madre. ¡Ella sabía del Predicador desde hacía mucho tiempo!
—Se trata tan sólo de que nunca he visto a un ghola —dijo.
Ella aceptó aquello.
—Estamos reservando a Idaho para algo importante —dijo.
Farad’n se mordió silenciosamente el labio superior.
Wensicia se lo quedó mirando, pensando en cuánto le recordaba a su difunto padre. Dalak había sido así a menudo, introvertido y complejo, difícil de comprender. Dalak, se recordó a sí misma, era pariente lejano del Conde Hasimir Fenring, y en ambos había algo de dandy y algo de fanático. ¿Les habría seguido Farad’n por el mismo camino? Empezó a lamentar haber convencido a Tyek de que condujera al muchacho a la religión Arrakeena. ¿Cómo saber hasta dónde le había llevado esto?
—¿Cómo te llama Tyek ahora? —preguntó Farad’n.
—¿Qué? —Wensicia se sintió tomada por sorpresa ante aquel giro de la conversación.
—He observado que ya no te llama «Mi Princesa».
Qué observador es
, pensó ella, preguntándose por qué esto la hacía sentirse inquieta.
¿Acaso piensa que he tomado a Tyek como amante? Es una estupidez, no tendría la menor importancia aunque fuera cierto. Entonces, ¿por qué esta pregunta?
—Me llama «Mi Dama» —dijo.
—¿Por qué?
—Porque esta es la costumbre en todas las Grandes Casas.
Incluida la de los Atreides
, pensó él.
—Es menos sugerente si alguien escucha —explicó ella—. Algunos podrían pensar que hemos renunciado a nuestras legítimas aspiraciones.
—¿Quién podría ser tan estúpido? —preguntó él.
Ella frunció los labios, luego decidió dejarlo correr. Era algo sin demasiada importancia, pero las grandes campañas estaban hechas con tantas cosas sin demasiada importancia.
—Dama Jessica no tendría que haber abandonado Caladan —dijo él.
Ella agitó secamente la cabeza. ¿Qué significaba aquello? ¡Su mente estaba dando vueltas como enloquecida a su alrededor!
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—No debería haber vuelto a Arrakis —dijo él—. Es una mala estrategia. Empuja a la gente a hacerse preguntas. Hubiera sido mucho mejor que sus nietos la hubieran visitado en Caladan.