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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (40 page)

BOOK: Hijos de Dune
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El alto sol proyectaba un rayo de luz a través del polvoriento aire hasta el interior del jardín, haciendo resaltar la plateada rueda de una tela de araña tendida entre las ramas de un tilo que llegaba casi hasta su ventana. Hacía fresco en el interior de sus apartamentos, pero al otro lado de su sellada ventana el aire se estremecía con el calor emanado de las piedras. Castel Corrino se erguía en un lugar estancado que desmentía el verdor de aquel jardín interno.

Oyó a Idaho detenerse directamente detrás de ella.

—El don de la palabra es el don del engaño y de la ilusión, Duncan —dijo, sin girarse—. ¿Por qué deseas intercambiar palabras conmigo?

—Podría ocurrir que tan sólo uno de nosotros sobreviviera —dijo él.

—¿Y tu deseas que haga un buen informe de tus esfuerzos? —Se giró, vio con cuanta calma estaba él allí inmóvil, observándola con aquellos ojos de metal gris que parecían no enfocarse nunca en nada. ¡Qué ciegos parecían!

—Duncan, ¿es posible que estés hasta tal punto celoso de tu lugar en la historia?

Habló acusadoramente, y mientras lo hacía recordó aquella otra ocasión en que se había enfrentado con aquel hombre. Entonces él estaba bebido, había sido encargado de espiarla, y se sentía desgarrado por conflictivas obligaciones. Pero aquel había sido un Duncan pre-ghola. Este no era en absoluto el mismo hombre. Este no se hallaba dividido en sus acciones, no había sido desgarrado.

El confirmó su suposición con una sonrisa.

—La historia es quien tiene que formar su propio tribunal y emitir sus propios juicios —dijo—. Dudo que me sienta preocupado el día en que mi juicio sea emitido.

—¿Por qué estás aquí? —preguntó ella.

—Por la misma razón que vos estáis aquí, mi Dama.

Ningún signo externo traicionó la impresionante fuerza de aquellas simples palabras, pero ella reflexionó con una furiosa intensidad:
¿Sabe realmente por qué estoy aquí?
¿Cómo podía saberlo? Tan sólo Ghanima lo sabía. ¿Tenía entonces los datos suficientes como para una computación mentat? Era posible. ¿Y si hubiera dicho aquello para empujarla a traicionarse? ¿Habría hecho aquello si realmente compartiera sus razones de hallarse allí? Tenía que saber que cada uno de sus movimientos, cada palabra, estaban siendo espiados por Farad’n o por sus secuaces.

—La Casa de los Atreides ha llegado a una amarga encrucijada —dijo ella—. La familia se ha vuelto contra sí misma. Tú estabas entre los más leales hombres de mi Duque, Duncan. Cuando el Barón Harkonnen…

—No hablemos de los Harkonnen —dijo él—. Aquello era otra época, y vuestro Duque está muerto. —Y ella se dijo:
¿Es posible que ignore que Paul le reveló que había sangre Harkonnen en los Atreides?
Qué riesgo había sido aquél para Paul, pero con ello había ligado a Duncan Idaho aún más firmemente a él. La confianza demostrada con aquella revelación había sido una moneda casi demasiado grande para ser imaginada. Paul sabía lo que la gente del Barón le había hecho a Idaho.

—La Casa de los Atreides no está muerta —dijo Jessica.

—¿Qué es la Casa de los Atreides? —preguntó él—. ¿Sois vos la Casa de los Atreides? ¿Es Alia? ¿Ghanima? ¿Es la gente que sirve a esa Casa? Miro a toda esa gente y veo que llevan la marca de un trabajo indecible. ¿Cómo pueden ser ellos Atreides? Vuestro hijo lo expresó certeramente: «El trabajo y la persecución son el destino de todos aquellos que me siguen». Desearía escapar a todo esto, mi Dama.

—¿Te has pasado realmente del lado de Farad’n?

—¿No es lo mismo que habéis hecho vos, mi Dama? ¿No habéis venido aquí para convencer a Farad’n de que un matrimonio con Ghanima podría resolver todos nuestros problemas?

¿Piensa realmente esto?
, se dijo ella.
¿O está hablando para los espías que nos observan?

—La Casa de los Atreides ha sido siempre esencialmente una idea —dijo ella—. Tú lo sabes, Duncan. Siempre hemos comprado la lealtad con la lealtad.

—Al servicio del pueblo —dijo burlonamente Idaho—. Ahhh, cuántas veces he oído a vuestro Duque decir esto. Debe yacer muy inquieto en su tumba, mi Dama.

—¿Realmente piensas que hemos caído tan bajo?

—Mi Dama, ¿no sabéis que hay Fremen rebeldes, aquello que se llaman a sí mismos «Maquis del Desierto Profundo», que maldicen la Casa de los Atreides e incluso a Muad’Dib?

—He oído el informe de Farad’n —dijo ella, preguntándose dónde la estaba llevando aquella conversación, y qué finalidad.

—Más que eso, mi Dama. Más que el informe de Farad’n. Yo mismo he oído su maldición. Dice así: «¡Caiga el fuego sobre vosotros, Atreides! No tendréis ni alma, ni mente, ni cuerpo, ni sombra ni magia ni huesos, ni pelo ni lengua ni palabras. No tendréis ni un refugio, ni casa ni choza ni tumba. No tendréis ni un jardín, ni un árbol ni una planta. No tendréis ni agua, ni comida ni luz ni fuego. No tendréis ni un hijo, ni familia ni herederos ni tribu. No tendréis ni cabeza, ni brazos ni piernas ni pies ni semilla. No tendréis un lugar en ningún planeta. A vuestras almas no se les permitirá salir de las profundidades, y nunca más se les concederá vivir sobre la tierra. Nunca más podréis contemplar a Shai-Hulud, sino que estaréis para siempre encadenados a la más ínfima abominación, y vuestras almas no entrarán jamás en la gloriosa luz por los siglos de los siglos». Esta es la forma de la maldición, mi Dama. ¿Podéis imaginar un tal odio por parte de los Fremen? Sitúa a todos los Atreides a la izquierda de los condenados, de la Mujer-Sol que arde eternamente.

Jessica se estremeció de la cabeza a los pies. Indudablemente Idaho había pronunciado aquellas palabras con la misma voz con que las había oído originalmente. ¿Por qué ahora se las exponía a la Casa de los Corrino? Ella podía imaginar a un Fremen ultrajado, terrible en su ira, de pie ante toda su tribu, lanzando aquella antigua maldición. ¿Por qué Idaho quería que Farad’n la oyera?

—Tú has proporcionado un buen argumento para el matrimonio de Ghanima y Farad’n —dijo ella.

—Vos siempre habéis considerado un solo aspecto de los problemas —dijo él—. Ghanima es Fremen. Sólo puede casarse con alguien que no pague el
fai
, la tasa por la protección. La Casa de los Corrino cedió todas sus acciones de la CHOAM a tu hijo y a sus herederos. Farad’n existe gracias a la tolerancia de los Atreides. Y recordad que cuando vuestro Duque plantó la enseña del Halcón en Arrakis, recordad que dijo: «¡Aquí estoy, aquí me quedo!». Sus huesos siguen allí. Y Farad’n querrá vivir en Arrakis, con sus Sardaukar con él. —Idaho agitó la cabeza ante el pensamiento de una tal alianza.

—Hay un viejo refrán que dice que uno debe pelar un problema como si fuera una cebolla —dijo ella con voz fría.
¿Cómo se atreve a mostrarse condescendiente conmigo? A menos que esté recitando para los atentos ojos de Farad’n…

—Por alguna razón, no consigo ver a los Fremen y a los Sardaukar compartiendo un planeta —dijo Idaho—. Es una capa que no consigo pelar de la cebolla.

A Jessica no le gustaban los pensamientos que las palabras de Idaho podían despertar en Farad’n y sus consejeros. Con voz cortante, dijo:

—¡La casa de los Atreides aún sigue siendo la ley en este Imperio! —y pensó:
¿Intenta Idaho conducir a Farad’n a creer que puede alcanzar de nuevo el trono sin los Atreides?

—Oh, sí —dijo Idaho—. Casi lo había olvidado. ¡La ley de los Atreides! Interpretada, por supuesto, por los Sacerdotes del Elixir Dorado. Tan sólo debo cerrar mis ojos y puedo oír a vuestro Duque diciéndome que una propiedad se conquista y se defiende siempre con la violencia o con la amenaza de ella. El destino golpea en cualquier lugar, como solía cantar Gurney. ¿El fin justifica los medios? ¿O acaso he mezclado los proverbios? Bueno, no importa si el puño de hierro es blandido abiertamente por las legiones Fremen o los Sardaukar, o en cambio se esconde en la Ley de los Atreides… basta con que el puño esté. Y la cebolla… no es necesario pelarla capa a capa, mi Dama. ¿Sabéis?, me pregunto qué puño preferirá Farad’n.

¿Qué es lo que pretende?
, se preguntó Jessica.
¡La Casa de los Corrino tomará esta argumentación y gozará malignamente con ella!

—¿Así que tú crees que los Sacerdotes no dejarán que Ghanima se case con Farad’n? —aventuró Jessica, intentando ver adónde conducían las palabras de Idaho.

—¿Dejarla? ¡Dioses de las profundidades! Los Sacerdotes dejarán que Alia haga todo lo que ella decrete. ¡Podría desear casarse ella misma con Farad’n!

¿Entonces es esto lo que está persiguiendo?
, se dijo Jessica.

—No, mi Dama —dijo Idaho—. Esta no es la salida. El pueblo de este Imperio no puede distinguir entre el gobierno de los Atreides y el gobierno de la Bestia Rabban. Cada día mueren hombres en las mazmorras de Arrakeen. Yo me he ido porque no hubiera podido ofrecer ni una sola hora más mi espada a los Atreides. ¿Podéis comprender lo que estoy diciendo, el por qué he venido aquí hasta vos como la más cercana representante de los Atreides? El Imperio de los Atreides ha traicionado a vuestro Duque y a vuestro hijo. Yo amé a vuestra hija, pero ella ha tomado un camino y yo otro. Si la cosa ha de llegar hasta ese extremo, soy de la opinión de que Farad’n acepte la mano de Ghanima… o la de Alia… ¡pero sólo bajo nuestras propias condiciones!

Ahhh, está preparando el decorado para una retirada formal y con honor del servicio de los Atreides
, pensó ella. Pero aquellos otros temas de los cuales había hablado, ¿era posible que supiera cómo le estaba facilitando el trabajo a ella? Le miró, frunciendo el ceño.

—Sabes que hay espías escuchando todas nuestras palabras, ¿verdad?

—¿Espías? —Idaho se echó a reír—. Escuchan del mismo modo que escucharía yo en su lugar. Ahora vos sabéis cómo mis lealtades se mueven en otra dirección. He pasado muchas noches a solas en el desierto, y los Fremen tienen razón al respecto. En el desierto, especialmente por la noche, uno descubre los peligros de pensar intensamente.

—¿Es allí donde oíste a los Fremen maldecirnos?

—Sí. Entre el al-Ourouba. Me he unido a ellos por mandato del Predicador, mi Dama. Nos llamamos a nosotros mismos los Zarr Sadus, aquellos que se niegan a someterse a los Sacerdotes. Estoy aquí para anunciar formalmente a una Atreides que me he pasado por voluntad propia al territorio enemigo.

Jessica lo estudió, buscando algo que le traicionara en los pequeños detalles, pero Idaho no daba la menor indicación de que hablara con falsedad o con planes ocultos. ¿Era realmente posible que se hubiera pasado a Farad’n? Recordó la máxima de la Hermandad:
En los asuntos humanos, nada permanece; todos los asuntos humanos se mueven en espiral, girando alrededor y hacia afuera.
Si Idaho había dejado realmente el redil de los Atreides, esto podía explicar su actual comportamiento. Se estaba moviendo alrededor y hacia afuera. Tenía que considerar aquello como una posibilidad.

¿Pero por qué ha enfatizado el hecho de que ha cumplido órdenes del Predicador?

La mente de Jessica aceleró y, una vez consideradas las alternativas, llegó a la conclusión de que quizás hubiera debido matar a Idaho. El plan en el que había basado todas sus esperanzas era tan delicado que si quería llevarlo a buen término no podía permitir que nada interfiriera con él. Nada. Y las palabras de Idaho demostraban que él conocía este plan. Estudió sus respectivas posiciones en la estancia, moviéndose y girando a fin de situarse en posición para dar un golpe mortal.

—Siempre he considerado el efecto normalizador del
faufreluche
como el pilar de nuestra fuerza —dijo. Permitió que él se preguntara por qué estaba desviando su conversación hacia el sistema de distinción de clases—. El Consejo del Landsraad de las Grandes Casas, los Sysselraads regionales, todos ellos merecen nuestro…

—No me distraigáis —dijo él.

E Idaho se maravilló al darse cuenta de cuán transparentes se habían vuelto las acciones de ella. Quizá fuera debido a que había relajado su disimulo, o tal vez él había terminado por derribar las barreras de su adiestramiento Bene Gesserit. Lo último era lo más probable, decidió, pero buena parte de su éxito se debía a ella misma… a los cambios producidos por la edad. Aquello lo entristeció, del mismo modo que lo entristecían los pequeños cambios que podían apreciarse en los nuevos Fremen, comparándolos con los viejos. La transformación del desierto era la transformación de algo precioso a los seres humanos, algo que no podía describir, como tampoco podía describir lo que le había ocurrido a Dama Jessica.

Jessica miró a Idaho con clara sorpresa, sin intentar ocultar su reacción. ¿Podía él leer tan fácilmente en ella?

—Vos no me mataréis —dijo él. Usó las palabras Fremen de advertencia: «No mancharéis vuestro cuchillo con mi sangre». Y pensó:
Cada vez me siento más Fremen.
El pensar cuán profundamente había aceptado las formas de vida del planeta que había dado asilo a su segunda vida le dio una falsa sensación de seguridad.

—Creo que será mejor que te vayas —dijo ella.

—No hasta que aceptéis mi dimisión al servicio de los Atreides.

—¡Aceptada! —restalló ella. Y sólo después de haber pronunciado aquella palabra se dio cuenta de lo reflejo que había sido aquel cambio en ella. Necesitaba tiempo para pensar y reconsiderar las cosas. ¿Cómo había podido saber Idaho lo que ella iba a hacer? No podía creer que fuera capaz de saltar en el Tiempo con ayuda de la especia.

Idaho retrocedió hasta tocar la puerta que había a sus espaldas. Hizo una inclinación.

—Os llamaré una vez más Mi Dama, pero esta será la última vez. Mi consejo a Farad’n será que os envíe a Wallach, rápida y discretamente, a la primera ocasión que se presente. Sois un juguete demasiado peligroso para tener cerca. Aunque no creo que él piense en vos como en un juguete. Vos trabajáis para la Hermandad, no para los Atreides. Ahora me pregunto si alguna vez habéis trabajado realmente para los Atreides. Vosotras las brujas os movéis demasiado profundamente y demasiado oscuramente para que los simples mortales puedan confiar en vosotras.

—Un ghola considerándose a sí mismo como un simple mortal —se burló ella.

—Comparado con vos —dijo él.

—¡Vete! —ordenó ella.

—Esta es mi intención. —Idaho abrió la puerta y salió, pasando ante la mirada curiosa de la sirvienta que, obviamente, había estado escuchando.

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