Read Hijos de Dune Online

Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (44 page)

BOOK: Hijos de Dune
7.33Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Jessica sonrió, notando la dirección de su mirada pero no dando a entender que sabía lo que llamaba su atención.

Prosiguió:

—Para aprender paciencia a la manera Bene Gesserit, debes empezar por reconocer la esencial y desnuda inestabilidad de nuestro universo. Nosotros llamamos naturaleza, significando con ello su totalidad en todas sus manifestaciones, Supremo No-Absoluto. Para dejar libre tu visión y permitirte reconocer los cambiantes caminos de esta naturaleza condicional, tienes que extender hacia adelante los dos brazos, abrir las manos. Entonces mira hacia tus manos extendiendo primero las palmas, luego el dorso. Examina los dedos, arriba y por abajo. Hazlo.

Farad’n lo hizo, pero se sintió estúpido. Aquellas eran sus propias manos. Las conocía muy bien.

—Imagina que tus manos envejecen —dijo Jessica—. Tienen que hacerse muy viejas a tus ojos. Muy, muy viejas. Observa cómo se reseca la piel…

—Mis manos no cambian —dijo él. Sintió que los músculos de sus brazos temblaban.

—Continúa mirando a tus manos. Hazlas viejas, tan viejas como puedas imaginar. Puede que necesites tiempo. Pero cuando hayas conseguido verlas envejecidas, invierte el proceso. Vuelve de nuevo tus manos jóvenes… tan jóvenes como puedas. Luego esfuérzate en hacerlas pasar de la infancia a la vejez y viceversa, adelante y atrás, adelante y atrás.

—¡No cambian! —protestó él. Sus hombros empezaban a dolerle también.

—Si se lo pides a tus sentidos, tus manos cambiarán —dijo ella—. Concéntrate en visualizar el flujo del tiempo que desees: de la infancia a la vejez, de la vejez a la infancia. Puede ocuparte horas, días, meses. Pero puedes hacerlo. Dominar este flujo te enseñará a ver cualquier sistema como algo girando en una relativa estabilidad… tan sólo relativa.

—Creía que iba a aprender la paciencia —Jessica pudo captar la irritación en su voz, así como un asomo de frustración.

—Y la estabilidad relativa —dijo—. Esta es la perspectiva que tú creas con tus propias creencias, y tus creencias pueden ser manipuladas por la imaginación. Tú has aprendido tan sólo una forma limitada de mirar al universo. Ahora debes hacer del universo tu propia creación. Eso te permitirá controlar cualquier relativa estabilidad para tu propio uso… para cualquier uso que seas capaz de imaginar.

—¿Cuánto tiempo habéis dicho que voy a necesitar?

—Paciencia —le recordó ella.

Una espontánea sonrisa rozó los labios de Farad’n. Sus ojos la miraron, vacilantes.

—¡Mira a tus manos! —restalló ella.

La sonrisa se desvaneció. Sus ojos se clavaron en concentración sobre sus manos extendidas.

—¿Qué debo hacer cuando se me cansen los brazos? preguntó.

—Deja de hablar y concéntrate —dijo ella—. Si te sientes demasiado cansado, déjalo. Vuelve a ello después de pocos minutos de relajación y ejercicios. Debes insistir hasta que tengas éxito. En tus actuales condiciones, esto es mucho más importante de lo que puedes llegar a imaginar. Aprende esta lección, o no recibirás ninguna otra.

Farad’n inhaló profundamente, se mordió los labios, miró fijamente a sus manos. Las giró lentamente: dorso, palma, dorso, palma… Sus hombros se estremecían por la fatiga. Dorso, palma… Nada cambiaba.

Jessica se puso en pie, se dirigió a la única puerta.

Farad’n habló sin apartar la atención de sus manos.

—¿Adónde vais?

—Trabajarás mejor si estás solo. Volveré dentro de una hora. Paciencia.

—¡Lo sé!

Ella lo estudió por unos instantes. Qué concentrado parecía. Por el espacio de un latido de su corazón le recordó bruscamente a su propio perdido hijo. Se permitió un suspiro y dijo:

—Cuando vuelva te enseñaré las lecciones para descansar tus músculos. Lleva tiempo. Te quedarás asombrado cuando descubras lo que puedes hacer con tu cuerpo y tus sentidos.

Salió.

Los omnipresentes guardias ocuparon sus posiciones tres pasos detrás de ella, y la escoltaron en su camino hacia abajo. Su reverente temor era obvio. Eran Sardaukar, triplemente advertidos de sus habilidades, adiestrados en el recuerdo de su fracaso a manos de los Fremen en Arrakis. Aquella bruja era una Reverenda Madre Fremen, una Bene Gesserit y una Atreides.

Jessica, mirando hacia atrás, vio en sus tensos rostros un nuevo hito en sus designios. Apartó la mirada de ellos cuando llegó a la escalinata, descendió delante de ellos y penetró en un corto pasillo que conducía al jardín interior bajo sus ventanas.

Ahora, si tan sólo Duncan y Gurney pudieran cumplir con sus partes
, pensó, mientras sentía chirriar la grava del sendero bajo sus pies, y veía la dorada luz filtrarse entre las verdes hojas.

39

Aprenderás los métodos de comunicación integrada tan pronto como completes el próximo paso en tu educación mentat. Es una función gestáltica que se sobrepondrá a la simple acumulación de datos en tu consciencia, resolviendo complejidades y masas de entrada de datos de las técnicas del catálogo-índice mentat que habrás aprendido a dominar. Tu problema inicial será romper las tensiones surgidas del divergente ensamblamiento de datos/minucia sobre temas especializados. Estáte alerta. Sin la técnica de integración mentat, puedes verte sumergido en el Problema de Babel, que es la etiqueta con la cual designamos el omnipresente peligro de alcanzar combinaciones equivocadas a partir de informaciones correctas.

Manual del Mentat

El sonido de tela rozando contra tela alertó la consciencia de Leto. Se sintió sorprendido de que su sensibilidad estuviera sintonizada hasta tal punto que identificara automáticamente las telas por su sonido: la combinación venia de ropas Fremen rozando contra los gruesos cortinajes de la puerta. Se giró hacia el sonido. Procedía del pasadizo por donde había desaparecido Namri hacía unos minutos. En el momento en que Leto se giraba, su captor entró. Era el mismo hombre que lo había hecho prisionero: la misma oscura franja de piel sobre la máscara de su destiltraje, los mismos ásperos ojos. El hombre llevó una mano a su máscara, se quitó el tubo de recuperación de su nariz, echó a un lado la máscara y, con el mismo movimiento, empujó hacia atrás la capucha. Incluso antes de centrar su atención en la cicatriz de estigma que recorría la mejilla del hombre, Leto lo reconoció. El reconocimiento fue total en su consciencia, con el apoyo de detalles confirmativos que fueron surgiendo más tarde. No había error posible: aquel rodante grumo de humanidad, aquel guerrero trovador, era Gurney Halleck!

Leto se retorció las manos, momentáneamente abrumado por el shock del reconocimiento. Ningún seguidor de los Atreides había sido nunca más leal. Ninguno había sido mejor en el arte de luchar con escudo. Había sido el mejor confidente e instructor de Paul.

Era el servidor de Dama Jessica.

Aquellos reconocimientos y otros muchos más surgieron a través de la mente de Leto. Gurney era su captor. Gurney y Namri estaban ambos metidos en la conjura. Y la mano de Jessica estaba allí con ellos.

—Por lo que veo os habéis encontrado con nuestro Namri —dijo Halleck—. Os ruego que me creáis, joven señor. Él tiene una función y tan sólo una función. Es el único capaz de mataros si cree que es necesario.

Leto respondió automáticamente con el tono de su padre:

—¡Así que te has unido a mis enemigos, Gurney! Nunca hubiera creído que…

—No intentéis ninguno de vuestros diabólicos trucos conmigo, mi muchacho —dijo Halleck—. Estoy más allá de todo ello. Sigo las órdenes de vuestra abuela. Vuestra educación ha sido planeada hasta el último detalle. Incluso mi elección de Namri fue aprobada. Lo que ocurra a continuación, por doloroso que pueda pareceros, son órdenes suyas.

—¿Y qué es lo que ella ha ordenado?

Halleck emergió una mano de entre los pliegues de sus ropas, dejando al descubierto una jeringa Fremen, primitiva pero eficiente. Su tubo transparente estaba cargado con un fluido azul.

Leto retrocedió, esquivando el camastro, hasta ser detenido por la pared rocosa. En aquel momento entró Namri, y se detuvo al lado de Halleck, con una mano en su crys. Ambos bloqueaban la única salida.

—Veo que habéis reconocido la esencia de especia —dijo Halleck—. Debéis realizar el
viaje del gusano
, mi muchacho. Debéis hacerlo. De otro modo, aquello que vuestro padre se atrevió a hacer y vos no, colgará suspendido sobre vuestra cabeza el resto de vuestros días.

Leto agitó la cabeza, aterrado. Aquello era lo que tanto él como Ghanima sabían que podía vencerles. ¡Gurney era un estúpido ignorante! ¿Cómo podía Jessica…? Leto sintió la presencia de su padre en sus memorias. Surgió dentro de su mente, intentando anular sus defensas. Leto quiso gritar el ultraje, pero no consiguió mover los labios. Aquella era la innominable cosa a la que más temía su consciencia de prenacido. Era el trance presciente, la lectura del inmutable futuro con toda su fijeza y sus terrores. Seguro que Jessica no podía haber ordenado una tal prueba para su propio nieto. Pero su presencia estaba también en su mente, obsesionándole con numerosos argumentos para que aceptara. Incluso la letanía contra el miedo fue lanzada contra él de una forma hipnóticamente repetitiva:
«No conoceré el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es la pequeña muerte que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mí y a través de mí. Y cuando haya pasado…».

Con una blasfemia que ya era antigua cuando Caldea era joven, Leto intentó moverse, intentó lanzarse contra los dos hombres que bloqueaban su paso, pero sus músculos se negaron a obedecerle. Como si ya se hubiera sumergido en el trance, Leto vio la mano de Halleck moverse, la jeringa aproximarse. La luz de un globo destelló en el fluido azul. La jeringa tocó el brazo izquierdo de Leto. El dolor lo atravesó de parte a parte, agarrotando los músculos de su cuello y penetrando en su cabeza.

Bruscamente, Leto vio a una mujer joven sentada fuera de una tosca cabaña a la luz del amanecer. Estaba sentado allí frente a él, tostando granos de café hasta que adquirió un color marrón rosado, añadiéndole cardamomo y melange. El sonido de un rabel resonó proveniente de alguna parte, detrás de él. La música resonó y resonó hasta penetrar en su cabeza, donde siguió resonando. Invadió su cuerpo por completo, y Leto se sintió mayor, muy mayor, en absoluto un chiquillo. Y su piel ya no era la misma. ¡Conocía esta sensación! Aquella piel no era la suya. Un calor se difundió por todo su cuerpo. Tan bruscamente como en su primera visión, se encontró de pie en la oscuridad. Era de noche. Las estrellas, como una lluvia de cenizas, caían a racimos de un brillante cosmos.

Parte de él sabía que no había escape, pero intentó luchar, hasta que la presencia de su padre intervino:

—Te protegeré en el trance. Los otros en tu interior no lo conseguirían.

El viento derribó a Leto, lo hizo rodar, lo arrastró, arrojó polvo y arena sobre él, hirió sus brazos, su rostro, desgarró sus ropas, las redujo a harapos. Pero no sintió ningún dolor, y supo que las heridas se cicatrizarían tan rápidamente como aparecían. Siguió rodando con el viento. Y su piel no era su piel.

¡Ocurrirá!
, pensó.

Pero aquel pensamiento era distante y acudía hasta él como si no fuera suyo, no realmente suyo, no más suyo que su propia piel.

La visión lo absorbió. Se desarrolló en una memoria estereológica que separaba pasado y presente, futuro y presente, futuro y pasado. Cada separación se entremezclaba con las demás en una foto triocular que podía captar como un mapa en relieve multidimensional en su propia existencia futura.

Pensó:
El tiempo es una medida del espacio, del mismo modo que un telémetro es una medida del espacio, pero el hecho de medir nos aprisiona en el propio espacio que medimos.

Sintió que el trance se hacía más profundo. Era como una amplificación de su consciencia interna absorbida por su autoidentidad y a través de la cual se sentía a sí mismo cambiar. Era un Tiempo vivo, y no podía detener ningún instante de él. Fragmentos de su memoria, futuro y pasado, lo anegaban. Pero existían como los fragmentos de un caleidoscopio. Sus relaciones mutuas cambiaban en una danza constante. Su memoria era una lente, un reflector que iluminaba a destellos fragmentos aislados, separándolos de los demás, pero siempre incapaz de parar aquel incesante movimiento y modificación que surgía ante él.

Aquello que él y Ghanima habían planeado surgió a la luz del reflector, dominando a todo lo demás, pero ahora lo aterró. La realidad de aquella visión le causó un profundo dolor. La implacable inevitabilidad hizo que su ego se rebajara.

¡Y aquella piel no era la suya!
Pasado y presente se precipitaron a su través, surgiendo entre las barreras de su terror. No podía separarlos. Por un momento se vio a sí mismo preparándose para la Jihad Butleriana, ansioso de destruir cualquier máquina que simulara la consciencia humana. Aquello tenía que ser el pasado… superado y concluido. Pero sus sentidos sufrían con aquella experiencia, absorbiendo sus más insignificantes detalles. Oyó a un compañero-ministro hablando desde un púlpito:

—Debemos renegar de las máquinas-que-piensan. Son los seres humanos quienes deben decidir sus propios destinos. Esto es algo que las máquinas nunca podrán hacer. El renacimiento depende de la programación, no de la computadora en sí, ¡y nosotros somos el supremo programa!

Oyó claramente la voz, reconoció el ambiente que la …… una enorme sala de paredes de madera con oscurecidas ventanas. La luz surgía de crepitantes llamas. Y el compañero-ministro prosiguió:

—Nuestra Jihad es un «programa basculante». ¡Haremos bascular todas las cosas que nos destruyen como seres humanos!

Y la mente de Leto sabía que en aquel orador había un siervo de las computadoras, uno de aquellos que las habían conocido y las habían servido. Pero la escena se desvaneció y Ghanima apareció de pie ante él, diciendo:

—Gurney sabe. Me lo ha dicho. Eran las palabras de Duncan, y Duncan hablaba como mentat. «Al hacer el bien, que los otros lo sepan; al hacer el mal, evita saberlo tú».

Aquello debía ser el futuro… un lejano futuro. Pero tenía su realidad. Era tan intensa como la de cualquier pasado de su multitud de vidas interiores. Y susurró:

—¿No es así, padre?

Pero la presencia de su padre dentro de él habló advirtiéndole:

BOOK: Hijos de Dune
7.33Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Indwelling: The Beast Takes Possession by Lahaye, Tim, Jenkins, Jerry B.
Unholy by Byers, Richard Lee
A Promise of Forever by Marilyn Pappano
My Double Life by Rallison, Janette
Devil’s Kiss by Zoe Archer
The Playmaker by Thomas Keneally
Kingdom Come by J. G. Ballard