Jessica, bajando sus manos, vio que estaban mojadas de lágrimas.
Alia rodó sobre sí misma y se puso de rodillas, luego de pie, tambaleante.
—¿Acaso no sabéis quién soy? —preguntó. Era su antigua voz, la dulce y musical voz de la juvenil Alia que ya no existía—. ¿Por qué me miráis de esta manera? —Giró unos suplicantes ojos hacia Jessica—. Madre, diles que paren todo esto.
Jessica tan sólo consiguió agitar su cabeza de uno a otro lado, consumida por un supremo horror. Todas las antiguas advertencias Bene Gesserit eran ciertas. Miró a Leto y a Ghani, de pie uno al lado del otro cerca de Alia. ¿Qué significaban aquellas advertencias para aquellos pobres gemelos?
—Abuela —dijo Leto, y había súplica en su voz—. ¿Debemos realizar la Prueba de la Posesión?
—¿Quién eres tú para hablar de pruebas? —preguntó Alia, y su voz era la de un hombre irritable, un hombre autocrático y sensual lleno de petulancia.
Tanto Leto como Ghanima reconocieron aquella voz. El Viejo Barón Harkonnen. Ghanima oyó la misma voz surgir como un eco en su propia cabeza, pero su puerta interior se cerró, y sintió la presencia benévola de su madre montando guardia allí.
Jessica permaneció en silencio.
—Entonces la decisión es mía —dijo Leto—. Y la elección es tuya, Alia. La Prueba de la Posesión, o… —indicó con la cabeza la abierta ventana.
—¿Quién eres tú para darme una elección? —preguntó Alia, y su voz seguía siendo la del Viejo Barón.
—¡Demonio! —gritó Ghanima—. ¡Deja que ella haga su propia elección!
—Madre —suplicó Alia, con su voz de cuando era niña—. Madre, ¿qué están haciendo? ¿Qué es lo que quieren que haga yo? Ayúdame.
—Ayúdate tú misma —ordenó Leto y, por un instante tan solo, vio la inconexa presencia de su tía en aquellos ojos, un destello desamparado que se asomó por un breve momento, lo miró, y luego desapareció. Pero su cuerpo se movió, avanzó con paso desmadejado. Se tambaleó, tropezó, se desvió de su camino y luego regresó a él, acercándose cada vez más a la abierta ventana.
De nuevo la voz del Viejo Barón retumbó en sus labios:
—¡Detente! ¡Detente, te digo! Te lo ordeno! ¡Detente! ¡Siente esto! —Alia se sujetó la cabeza con las manos, se derrumbó cerca de la ventana. Volvió a levantarse tambaleante, se apoyó en el alféizar, pero la voz seguía delirando—:
¡No lo hagas! Detente y te ayudaré. Tengo un plan. Escúchame. Detente, te digo. ¡Espera! —Pero Alia apartó las manos de su cabeza, se apoyó en el alféizar. Con un solo movimiento, tomó impulso y se lanzó a través de la ventana, desapareció. No gritó mientras caía.
En la estancia se oyó la exclamación de la multitud, el blando golpe del cuerpo de Alia al estrellarse contra los peldaños, allá abajo.
Leto miró a Jessica.
—Merece nuestra piedad —dijo.
Jessica se giró y hundió su rostro en la casaca de Farad’n.
La hipótesis de que un sistema entero pueda ser llevado a funcionar mejor a través de una agresión a sus elementos conscientes revela una peligrosa ignorancia. Esta ha sido a menudo la ignorante aproximación de aquellos que se llaman a sí mismos científicos y tecnólogos.
La Jihad Butleriana
, por H
ARQ AL
-A
DA
—Corre durante la noche, primo —dijo Ghanima—. Corre. ¿Lo has visto correr?
—No —dijo Farad’n.
Esperaba junto con Ghanima fuera de la pequeña sala de audiencias de la Ciudadela, donde Leto los había convocado. Tyekanik aguardaba inmóvil a un lado, a disgusto junto con Dama Jessica, que parecía ausente, como si su mente estuviera viviendo en otro lugar. Aun no había pasado una hora desde la comida matutina, pero muchas cosas se habían puesto ya en movimiento: una convocatoria a la Cofradía, mensajes a la CHOAM y al Landsraad.
Farad’n encontraba difícil comprender a aquellos Atreides. Dama Jessica se lo había advertido, pero constatar aquella realidad lo desconcertaba. Seguían hablando del compromiso, aunque la mayor parte de las razones políticas que lo habían justificado antes parecían hacer desaparecido. Leto iba a asumir su puesto en el trono; no parecía haber ninguna duda al respecto. Su extraña
piel viviente
debería serle extirpada, por supuesto… pero, con el tiempo…
—Corre para cansarse —dijo Ghanima—. Es el Kralizec encarnado. Ningún viviente ha corrido nunca como corre él. Es una confusa mancha en la cresta de las dunas. Lo he visto. Corre y corre. Y cuando finalmente ha conseguido cansarse, regresa y apoya su cabeza en mi regazo. «Pídele a nuestra madre interior que me proporcione una forma de morir», me suplica.
Farad’n la miró. En aquella semana desde el tumulto en la plaza, la Ciudadela se había movido según extraños ritmos, con misteriosas idas y venidas; historias de encarnizados combates más allá de la Muralla Escudo habían llegado hasta él a través de Tyekanik, de quien se habían solicitado consejos militares.
—No te entiendo —dijo Farad’n—. ¿Una forma de morir?
—Me ha dicho que te prepare —dijo Ghanima. No era la primera vez que se sentía desconcertada por la curiosa inocencia de aquel Príncipe Corrino. ¿Era aquello obra de Jessica, o algo innato en él?
—¿Para qué?
—Ya no es humano —dijo Ghanima—. Ayer preguntaste cuándo le seria extirpada esa
piel viviente
. Nunca. Ahora forma parte de él, y él forma parte de ella. Leto estima que tiene quizás ante sí cuatro mil años antes de que la metamorfosis lo destruya.
Farad’n intentó deglutir en su seca garganta.
—¿Comprendes ahora por qué corre? —preguntó Ghanima.
—Pero si va a vivir tanto y va a ser…
—Porque el recuerdo de haber sido humano es tan rico en él. Piensa en todas esas vidas, primo. No. No puedes imaginar lo que es porque no lo has experimentado. Pero yo lo sé. Yo puedo imaginar su dolor. El da más de cuanto ha dado nunca nadie. Nuestro padre se adentró en el desierto intentando escapar a ello. Alia se convirtió en una Abominación por miedo a ello. Nuestra abuela tiene tan sólo un vago atisbo de esa condición, y sin embargo necesita utilizar cada resorte Bene Gesserit para vivir con ello… y esta es precisamente la finalidad del adiestramiento de una Reverenda Madre. ¡Pero Leto! Él está solo, nunca habrá otro como él.
Farad’n permaneció atónito ante aquellas palabras. ¿Emperador por cuatro mil años?
—Jessica lo sabe —dijo Ghanima, mirando a su abuela—. Él se lo ha dicho esta noche. Se ha calificado a sí mismo como el primer auténtico planificador a largo plazo de la historia de la humanidad.
—¿Cuál es… su plan?
—El Sendero de Oro. Te lo explicará más tarde.
—¿Y tiene un papel para mi en ese… plan?
—Como mi compañero —dijo Ghanima—. Está tomando el control del programa genético de la Hermandad. Estoy segura de que mi abuela le ha hablado del sueño Bene Gesserit de un Reverendo macho con poderes extraordinarios. El…
—¿Quieres decir que lo único que se espera de nosotros…?
—No
lo único
—apoyó su mano en el brazo de él, apretándolo con una cálida familiaridad—. Nos dará a ambos tareas de muy grande responsabilidad. Cuando no estemos produciendo niños, claro.
—Bueno, tú eres un poco pequeña todavía —dijo Farad’n, soltando su brazo.
—No vuelvas a cometer nunca más este mismo error —dijo ella. Había hielo en su tono.
Jessica se acercó junto con Tyekanik.
—Tyek me dice que los combates se han extendido a otros planetas —dijo Jessica—. El Templo Central de Biarek está sitiado.
Farad’n captó la extraña calma de aquella declaración. Él y Tyekanik habían examinado aquellos informes durante la noche. Una incontrolable llamarada de rebelión estaba esparciéndose por todo el Imperio. Sería sofocada, naturalmente, pero Leto tendría un maltrecho Imperio que restaurar.
—Aquí está Stilgar —dijo Ghanima—. Lo estábamos esperando. —Y sujetó una vez más el brazo de Farad’n.
El viejo Naib Fremen había entrado por la puerta más alejada, escoltado por dos Comandos de la Muerte antiguos compañeros suyos de los días del desierto. Todos ellos iban vestidos con las formales ropas negras con cordones blancos y bandas amarillas en la frente en señal de luto. Se acercaron con pasos lentos, pero Stilgar mantenía su atención fija en Jessica. Se detuvo frente a ella, la saludó cautamente con una inclinación de cabeza.
—¿Te preocupas aún por la muerte de Duncan Idaho? —dijo Jessica. No le gustaba aquella cautela en un viejo amigo.
—Reverenda Madre —dijo él.
¡Así que este es el camino que ha elegido!
, pensó Jessica.
Todo el tratamiento formal de acuerdo con el código Fremen, con una sangre de por medio que será difícil borrar.
—Según nuestro punto de vista —dijo—, tú simplemente representaste la parte que Duncan te había asignado. No es la primera vez que un hombre da su vida por los Atreides. ¿Y por qué no, Stil? Tú has estado a punto de darla más de una vez. ¿Por qué? ¿Es quizá porque sabes lo mucho que dan los Atreides a cambio?
—Me siento feliz de que no busquéis ningún pretexto para una venganza —dijo él—. Pero hay asuntos que debo discutir con vuestro nieto. Asuntos que podrían separarnos para siempre.
—¿Quieres decir que el Tabr no le rendirá homenaje? —preguntó Ghanima.
—Quiero decir que me reservo el juicio —miró fríamente a Ghanima—. No me gusta eso en lo que mis Fremen se han convertido —gruñó—. Volveremos a las antiguas tradiciones. Sin vosotros si es necesario.
—Por un tiempo, quizá —dijo Ghanima—. Pero el desierto está muriendo, Stil. ¿Qué haréis cuando ya no haya más gusanos, cuando ya no haya más desierto?
—¡No puedo creer en ello!
—Dentro de cien años —dijo Ghanima— habrá menos de cincuenta gusanos, y todos ellos estarán enfermos y encerrados en una reserva cuidadosamente administrada. Su especia será tan sólo para la Cofradía Espacial, y su precio… —agitó la cabeza—. He visto los cálculos de Leto. Ha recorrido todo el planeta. Lo sabe.
—¿Es este otro truco para mantener a los Fremen como vuestros vasallos?
—¿Cuándo has sido tú nunca mi vasallo? —preguntó Ghanima.
Stilgar frunció el ceño. ¡No importaba lo que él dijese o hiciese, aquellos gemelos siempre lo hacían aparecer como culpable!
—La pasada noche me ha hablado acerca de su Sendero de Oro —gruñó Stilgar—. ¡No me gusta!
—Es extraño —dijo Ghanima, mirando a su abuela—. La mayor parte del Imperio lo recibirá con alegría.
—La destrucción de todos nosotros —murmuró Stilgar.
—Pero todos anhelan una Edad de Oro —dijo Ghanima—. ¿No es así, abuela?
—Todos —confirmó Jessica.
—Anhelan el Imperio Faraónico que Leto les dará —dijo Ghanima—. Anhelan una larga paz con abundantes cosechas, rico comercio, donde todos sean iguales excepto el Soberano de Oro.
—¡Será la muerte de los Fremen! —protestó Stilgar.
—¿Cómo puedes decir esto? ¿No vamos a necesitar soldados y hombres valerosos para eliminar la insatisfacción ocasional? Stil, tú y los bravos compañeros de Tyek tendréis un trabajo más duro del que podéis imaginar.
Stilgar miró al oficial Sardaukar, y un extraño ramalazo de comprensión se cruzó entre ellos.
—Y Leto controlará la especia —les recordó Jessica.
—La controlará absolutamente —dijo Ghanima. Farad’n, escuchando con la nueva consciencia que Jessica le había proporcionado, oyó algo así como una pieza preorganizada, una representación preparada entre Ghanima y su abuela.
—La paz durará y durará y durará —dijo Ghanima—. El recuerdo de la guerra terminará por desvanecerse. Leto conducirá a la humanidad a través de ese jardín durante al menos cuatro mil años.
Tyekanik miró interrogativamente a Farad’n, carraspeó.
—¿Si, Tyek? —dijo Farad’n.
—Desearía hablar privadamente con vos, mi Príncipe.
Farad’n sonrió, sabiendo cuál era la cuestión que bullía en la militar mente de Tyekanik, sabiendo que al menos otros dos de los presentes habían reconocido también cuál era esa cuestión.
—No venderé a los Sardaukar —dijo Farad’n.
—No será necesario —dijo Ghanima.
—¿Hacéis caso a esta niña? —preguntó Tyekanik. Se sentía ultrajado. El viejo Naib comprendía los problemas suscitados por todo aquel complotar, ¡pero nadie más sabía una maldita cosa acerca de la situación!
Ghanima sonrió sombríamente y dijo:
—Díselo, Farad’n.
Farad’n suspiró. Era fácil olvidar lo extraña que resultaba aquella niña que no era una niña. Podía imaginar toda una vida casado con ella, las dificultades de una intimidad compartida. No era una perspectiva muy alentadora, pero estaba empezando a reconocer su inevitabilidad. ¡Control absoluto de las descendentes reservas de especia! Nada podría moverse en el universo sin la especia.
—Más tarde, Tyek —dijo Farad’n.
—Pero…
—
¡Más tarde, he dicho!
—por primera vez usó la Voz en Tyekanik: vio al hombre parpadear, sorprendido, y permanecer callado.
Una forzada sonrisa rozó los labios de Jessica.
—Habla de paz y de muerte con el mismo aliento —murmuró Stilgar—. ¡Una Edad de Oro!
—¡Conducirá a los seres humanos a través del culto a la muerte hasta un aire libre y una vida exuberante! —dijo Ghanima—. Habla de muerte porque es necesario, Stil. Es una tensión a través de la cual los seres vivos saben que están vivos. Cuando su Imperio se derrumbe… Oh, sí, algún día se derrumbará. Tú piensas que ahora nos adentramos en el Kralizec, pero el Kralizec está todavía lejos. Y cuando venga, los seres humanos habrán readquirido su memoria de lo que quiere decir estar vivo. Una memoria que persistirá tanto tiempo como quede un solo ser humano vivo. Tendremos que atravesar una vez más esa encrucijada, Stil. Y la superaremos. Siempre resurgimos de nuestras propias cenizas. Siempre.
Farad’n, oyendo sus palabras, comprendió entonces lo que ella había querido decir al hablarle de Leto corriendo.
Ya no es humano.
Stilgar todavía no estaba convencido.
—No más gusanos —gruñó.
—Oh, los gusanos volverán —lo tranquilizó Ghanima—. Todos ellos morirán dentro de los próximos doscientos años, pero volverán.
—¿Cómo…? —Stilgar se interrumpió.
Farad’n sintió que su mente se abría a la revelación. Supo lo que Ghanima quería decir antes de que ella hablase.
—La Cofradía lo pasará mal durante los años de escasez, pero los superará gracias a sus reservas y a las nuestras —dijo Ghanima—. Y volverá la abundancia después del Kralizec. Los gusanos regresarán después de que mi hermano se haya adentrado en la arena.