Hijos de Dune (62 page)

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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Hijos de Dune
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Equipos de reparación trabajaban en las abiertas paredes del qanat. Otros transportaban mínimas cantidades de agua para regar las plantas más necesitadas. La fuente de agua en la gigantesca cisterna bajo la trampa de viento del Tuek había sido cerrada, cortando el fluir hacia el roto qanat. Tres bombas movidas por energía solar habían sido desconectadas. El agua para regar era recogida ahora de los charcos que habían quedado en el fondo del qanat y, laboriosamente, de la cisterna bajo el sietch.

La estructura metálica del sello de entrada tras Halleck crepitaba al creciente calor del día. Como si este sonido guiara sus ojos, Halleck dirigió su mirada hacia la curva más lejana del qanat, al lugar donde el agua se había derramado más impúdicamente en el desierto. Los planificadores de jardines, que esperaban fuera el jardín del sietch habían plantado allí un árbol de características especiales, que estaba condenado a menos que el flujo de agua fuera restaurado inmediatamente. Halleck contempló la estúpida y ondeante fronda de un sauce ya hecho jirones por la arena y el viento. Para él, aquel árbol simbolizaba la nueva realidad para sí mismo y para Arrakis.

Ambos somos extranjeros aquí.

Se estaban tomando mucho tiempo para su decisión en el sietch, pero le podía ser útil un buen luchador. Los contrabandistas necesitaban siempre buenos hombres. Halleck no se hacía ilusiones acerca de ellos, de todos modos. Los contrabandistas de ahora no eran los contrabandistas que le habían dado refugio hacía ya muchos años, cuando había huido de la disolución del feudo de su Duque. No, aquella era una nueva raza, preocupada tan sólo por el beneficio.

De nuevo centró su atención en aquél estúpido sauce. Le vino a la mente que los tormentosos vientos de aquella nueva realidad podían despedazar a aquellos contrabandistas y a todos sus amigos. Podían destruir a Stilgar con su frágil neutralidad y arrastrar consigo a todas las tribus que permanecían leales a Alia. Todas ellas se convertirían en colonias. Halleck había visto ocurrir lo mismo otras veces, conocía su amargo sabor en su propio mundo natal. Podía verlo claramente, recordando los manierismos de los Fremen de ciudad, la disposición de los suburbios, y la inequívoca forma de proceder de los sietchs rurales que llegaban incluso a influenciar a los propios contrabandistas ocultos allí. Los distritos rurales eran colonias de los centros urbanos. Habían aprendido como llevar aquel blando yugo, se habían juntado con su codicia si no con sus supersticiones. Incluso aquí, especialmente aquí, la gente mostraba la actitud de la población sometida, no la actitud de los hombres libres. Estaban a la defensiva, disimulaban, eran evasivos. Cualquier manifestación de autoridad suscitaba el resentimiento… cualquier autoridad: la Regencia, Stilgar, su propio Consejo…

No puedo confiar en ellos
, pensó Halleck. Tan sólo podía servirse de ellos y alimentar su desconfianza hacia los demás. Era triste. Se había perdido el antiguo dar y tomar de los hombres libres. Las viejas tradiciones se habían visto reducidas a palabras rituales, cuyos orígenes se perdían en los recuerdos.

Alia había hecho bien su trabajo, castigando a la oposición y premiando a los aliados, disponiendo las fuerzas Imperiales en forma aparentemente fortuita, ocultando los elementos más importantes de su poder Imperial. ¡Los espías! ¡Dioses de las profundidades, cuántos espías debía tener!

Halleck casi podía ver el mortal ritmo de movimientos y contramovimientos con el cual Alia esperaba mantener siempre desequilibrada a la oposición.

Si los Fremen siguen dormidos, vencerá
, pensó.

El sello tras él crujió al ser abierto. Un ayudante del sietch llamado Melides apareció. Era un hombre bajo con un cuerpo parecido a una calabaza que se bamboleaba sobre unas largas piernas y cuya fealdad acentuaba aún más el destiltraje.

—Has sido aceptado —dijo Melides.

Y Halleck percibió el falso disimulo en la voz del hombre. Lo que revelaba aquella voz le dijo a Halleck que aquel iba a ser para él un refugio para un espacio muy limitado de tiempo.

Justo hasta que pueda robar uno de sus tópteros
, pensó.

—Mi gratitud a tu Consejo —dijo. Y pensó en Esmar Tuek, de quien aquel sietch había adquirido el nombre. Esmar, muerto hacía mucho tiempo por la traición de alguien, hubiera degollado inmediatamente a aquel Melides.

57

Cualquier sendero que restrinja las posibilidades futuras puede convertirse en una trampa letal. Los seres humanos no buscan su camino en un laberinto; escrutan un vasto horizonte lleno de oportunidades únicas. La estrecha y limitada visión de un laberinto atrae tan sólo a las criaturas que tienen su nariz enterrada en la arena. La sexualidad produce las singularidades y las diferencias que son la protección de la vida de las especies.

Manual de la Cofradía Espacial

—¿Por qué no siento ningún dolor? —Alia dirigió la pregunta al techo de su pequeña cámara de audiencias, una estancia que podía cruzar en diez pasos en una dirección y en quince en la otra. Dos altas y angostas ventanas se abrían sobre los techos de Arrakeen hasta la Muralla Escudo.

Era casi mediodía. El sol ardía en el pan sobre el que había sido edificada la ciudad.

Alia bajó su vista hacia Buer Agarves, el antiguo tabrita y ahora ayudante de Zia que mandaba a los guardias del Templo. Había sido Agarves quien había traído la noticia de que Javid e Idaho habían muerto. Una multitud de aduladores, ayudantes y guardias había acudido con él, y muchos más de ellos se apiñaban fuera, revelando con ello conocer cuál era el mensaje de Agarves.

Las malas noticias viajaban rápido en Arrakis.

Aquel Agarves era un hombre bajo, con un rostro redondo para un Fremen, casi infantil en su rubicundez. Era uno de los componentes de la nueva raza, con la gordura del agua. Alia lo veía como a través de dos imágenes superpuestas: una con un rostro serio y unos opacos ojos índigo, con una expresión preocupada cercando su boca, y otra imagen sensual y vulnerable, excitantemente vulnerable. A Alia le gustaban especialmente los labios llenos.

Aunque aún no fuera mediodía, Alia captó algo en el impresionado silencio a su alrededor que hablaba de atardeceres.

Idaho debió morir al atardecer
, se dijo a sí misma.

—¿Cómo eres tú, Buer, el portador de estas noticias? —preguntó, notando la rápida expresión de alerta que apareció en el rostro del hombre.

Agarves intentó deglutir, y habló con una voz ronca que era apenas un susurro:

—Yo acompañaba a Javid, ¿recordáis? Y cuando… Stilgar me envió a vos, me dijo que os comunicara que él llevaría a cabo su última obediencia.

—Su última obediencia —hizo eco ella—. ¿Qué quiso decir con eso?

—No lo sé, Dama Alia —se excusó él.

—Explícame de nuevo lo que viste —ordenó ella, y se preguntó por qué su piel estaba tan fría.

—Vi… —bamboleó nerviosamente su cabeza, miró al sujeto frente a Alia—. Vi al Sacro Consorte muerto en el suelo del pasillo central, y a Javid yaciendo muerto cerca, en un pasillo lateral. Las mujeres ya los estaban preparando para el Huanui.

—¿Y Stilgar te llamó para que vieras aquello?

—Así es, mi Dama. Stilgar me llamó. Envió a Modibo, el Jorobado, su mensajero en el sietch. Modibo no me previno. Simplemente me dijo que Stilgar quería verme.

—¿Y viste el cuerpo de mi esposo allí en el suelo?

Agarves dirigió una huidiza mirada a Alia y volvió atención al suelo frente a él antes de asentir.

—Sí, mi Dama. Y Javid estaba muerto a su lado. Stilgar me dijo… me dijo que el Sacro Consorte había matado a Javid.

—Y mi esposo, has dicho que Stilgar…

—Me lo dijo con su propia boca, mi Dama, Stilgar me dijo que había sido él quien lo había hecho. Me dijo que el Sacro Consorte provocó su ira.

—Su ira —repitió Alia—. ¿De qué forma?

—No me lo dijo. Nadie me lo dijo. Yo lo pregunté, pero nadie me lo dijo.

—¿Y fue entonces cuando te enviaron a mí con estas noticias?

—Sí, mi Dama.

—¿No había nada que tú pudieras hacer?

Agarves se pasó la lengua por los gordezuelos labios.

—Era Stilgar quien ordenaba, mi Dama. Aquel era su sietch.

—Entiendo. Y tú siempre has obedecido a Stilgar.

—Siempre lo hice, mi Dama, hasta que él me liberó de mi obligación.

—¿Quieres decir hasta que fuiste enviado a mi servicio?

—Ahora os obedezco sólo a vos, mi Dama.

—¿Es eso cierto? Dime, Buer, si yo te ordenara matar a Stilgar, tu viejo Naib, ¿lo harías?

El hombre sostuvo su mirada con una adusta firmeza.

—Si vos lo ordenáis, mi Dama.

—Te lo ordeno. ¿Tienes alguna idea de adónde ha ido?

—Al desierto; eso es todo lo que sé, mi Dama.

—¿Cuántos hombres se ha llevado consigo?

—Quizá la mitad de los efectivos.

—¡Y a Ghanima y a Irulan!

—Sí, mi Dama. Todos los que se han ido iban cargados con sus posesiones, sus mujeres y sus hijos. Stilgar les ha dado a todos a elegir… o ir con él o verse desligados de su obligación. Algunos han elegido verse desligados. Elegirán a un nuevo Naib.

—¡Yo elegiré a su nuevo Naib! Y este serás tú, Buer Agarves, el día en que me traigas la cabeza de Stilgar.

Agarves podía aceptar la selección a través de la lucha. Era una manera Fremen. Dijo:

—Como ordenéis, mi Dama. ¿Qué fuerzas puedo…?

—Habla con Zia. No puedo darte muchos tópteros para la búsqueda. Son necesarios en otros lugares. Pero tendrás suficientes guerreros. Stilgar ha difamado su honor. Muchos se sentirán orgullosos de ponerse a tu servicio.

—Me pondré inmediatamente al trabajo entonces, mi Dama.

—¡Espera! —Lo estudió por un momento, pensando en quién podía mandar para vigilar a aquel vulnerable hombre de rostro infantil. Era necesario vigilarlo de cerca hasta que probara su valía. Zia hubiera sabido a quién enviar.

—¿No me habéis despedido, mi Dama?

—No te he despedido. Debo discutir privada y largamente contigo tus planes para eliminar a Stilgar. —Se llevó una mano al rostro—. No me mostraré afligida hasta que haya llevado a cabo mi venganza. Dame unos pocos minutos para componerme. —Apartó su mano—. Una de mis ayudantes te indicará el camino. —Hizo un sutil signo con la mano a una de sus ayudantes, y le susurró algo a Shalus, la nueva Dama de Cámara—: Haz que sea lavado y perfumado antes de traérmelo. Apesta a gusano.

—Sí, mi Ama.

Entonces Alia se giró, fingiendo un dolor que no sentía, y huyó a sus estancias privadas. Allá en su dormitorio, cerró de golpe la puerta a sus espaldas y pateó el suelo.

¡Maldito Duncan! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Captó la deliberada provocación de Idaho. Había matado a Javid y provocado a Stilgar. Aquello indicaba que lo sabía todo sobre Javid. Todo aquello podía ser tomado como un mensaje que le enviaba Duncan Idaho, su gesto final.

Pateó de nuevo el suelo, una y otra vez, paseando arriba y abajo por el dormitorio.

¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito!

Stilgar pasado a los rebeldes, y Ghanima con él. Y también Irulan.

¡Malditos todos!

Sus pateantes pies pisaron un objeto metálico. Lanzó un grito de dolor. Se inclinó para ver qué era, y descubrió una hebilla metálica de las usadas para ceñir la espada. La tomó, y se quedó helada con ella en la mano. Era una hebilla antigua, de plata y platino, originaria de Caladan, regalada originalmente por el Duque Leto Atreides I a su maestro de armas, Duncan Idaho. Se la había visto llevar muchas veces a Duncan. Y había sido él precisamente quien la había arrojado allí.

Los dedos de Alia estrujaron convulsivamente la hebilla. Idaho la había arrojado allí cuando… cuando…

Las lágrimas brotaron de sus ojos, se abrieron camino pese a su gran condicionamiento Fremen. Su boca se curvó en una helada mueca, y sintió la antigua batalla iniciarse de nuevo en su cráneo, atravesándola hasta los dedos de sus manos y sus pies. Notó que se convertía en dos personas. Una de ellas miraba sorprendida las contorsiones de aquella carne. La otra intentaba dominar el enorme dolor que se expandía por su pecho. Las lágrimas fluyeron libres de sus ojos entonces, y la Persona Sorprendida que estaba en su interior preguntó lastimosamente:

—¿Quién llora? ¿Quién es el que llora? ¿Quién está llorando ahora?

Pero nada detuvo las lágrimas, y sintió que el dolor llameaba en su pecho y hacía que su cuerpo se moviera y se derrumbara sobre la cama.

Y algo dentro de ella seguía preguntando, con un profundo estupor:

—¿Quién llora? ¿Quién es…?

58

Con esos actos Leto II se apartó a sí mismo de la sucesión evolutiva. Lo hizo con una deliberada y cortante acción, diciendo: «Ser independiente es ser apartado». Ambos gemelos veían más allá de las necesidades de la memoria como un proceso mensurable, es decir, una forma de determinar su distancia de sus orígenes humanos. Pero fue encomendado a Leto II el realizar tan audaz acto, reconociendo que una creación red es independiente de su creador. Rehusó revalidar la secuencia de la evolución, diciendo: «Eso también me aparta más y más de la humanidad». Vio las implicaciones de todo aquello: que no existen realmente sistemas cerrados en la vida.

La Sagrada Metamorfosis
, por H
ARQ AL
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Había pájaros que se alimentaban de los insectos que vivían en la arena húmeda más allá del roto qanat: papagayos, urracas, grajos. Aquello había sido una djedida, la última de las nuevas ciudades, edificada sobre unos cimientos de basalto al descubierto. Ahora había sido abandonada. Ghanima, utilizando las horas matutinas para estudiar el área más allá de las plantaciones originales del abandonado sietch, detectó movimiento y vio un lagarto geco estriado. Poco antes había visto un pájaro carpintero gila construyendo su nido en una pared de barro de la djedida.

Ghanima pensaba en aquella ciudad como en un sietch pero en realidad era tan sólo una colección de bajas paredes hechas con ladrillos de fango prensado rodeadas de plantaciones que mantenían alejadas a las dunas. Había sido edificada en el Tanzerouft, a seiscientos kilómetros al sur de la Cadena Sihaya. Sin manos humanas que lo mantuvieran, el sietch estaba empezando a confundirse de nuevo con el desierto, a causa de los vientos cargados de arena que erosionaban sus paredes, de sus plantas que se morían, de su área de plantaciones resecada por el ardiente sol.

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