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Authors: Frank Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

Hijos de Dune (69 page)

BOOK: Hijos de Dune
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Como muchas otras religiones, el Dorado Elixir de la Vida de Muad’Dib degeneró en una brujería externa. Sus místicos signos se convirtieron en meros símbolos para más profundos procesos psicológicos, y esos procesos, por supuesto, escaparon a todo control. Lo que ellos necesitaban era un dios vivo, y no lo tenían… una situación que fue corregida por el hijo de Muad’Dib.

Máxima atribuida a L
U
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El Huésped de la Caverna

Leto estaba sentado en el Trono del León para aceptar el homenaje de las tribus. Ghanima permanecía de pie junto a él, un peldaño más abajo. La ceremonia en la Gran Sala duró horas. Tribu tras tribu Fremen pasaron ante él representadas por sus delegados y sus Naibs. Cada grupo llevaba regalos adecuados para un dios de terribles poderes, un dios de venganza que les había prometido la paz.

Las había intimidado a someterse la semana anterior, exhibiendo sus poderes ante la asamblea de arifas de todas las tribus. Los Jueces lo habían visto pasear a través de un pozo de fuego, emerger indemne, y dejar que lo examinaran de cerca para demostrar que su piel no había sufrido el menor daño. Había ordenado que intentaran atravesar su cuerpo con cuchillos, y la impenetrable piel había sellado su rostro mientras intentaban herirlo en vano. Habían arrojado sobre él ácidos, que tan solo habían conseguido levantar pequeñas nubecillas de vapor. Había engullido sus venenos, y se había reído de ellos.

Al final había llamado a un gusano y se había inmovilizado haciendo frente a su terrible boca. Luego se había dirigido al campo de aterrizaje de Arrakeen, donde había volcado fácilmente una fragata de la Cofradía simplemente tirando de un lado de su tren de aterrizaje.

Los arifa habían informado de todo aquello con un temor reverencial, y ahora los delegados de las tribus habían acudido a sellar su sumisión.

El abovedado techo de la Gran Sala, con sus sistemas de absorción acústica, tendían a eliminar los ruidos demasiado intensos, pero el constante roce de pies moviéndose se insinuaba en todos los sentidos, mezclándose con el polvo y el olor a roca que entraban del exterior.

Jessica, que se había negado a participar en la ceremonia, observaba desde una alta ventana espía tras el trono. Su atención estaba centrada en Farad’n, y en su convicción de que tanto ella como Farad’n habían sido manipulados. ¡Por supuesto que Leto y Ghanima se habían anticipado a la Hermandad! Los gemelos podían consultar dentro de sí mismos a una legión de Bene Gesserit mayor que todas las Reverendas Madres que vivían en el Imperio.

Sentía particularmente la amargura de la forma en que la mitología de la Hermandad había atrapado a Alia.
¡Miedo edificado en el miedo!
Los hábitos de generaciones habían impreso el destino de la Abominación en ella. Alia no había conocido la esperanza. Por supuesto que había sucumbido. Su destino hacía que el éxito de Leto y Ghanima fuera aún más difícil de soportar. No había un solo camino para salir de la trampa, sino dos. La victoria de Ghanima sobre sus vidas interiores y su insistencia en que Alia merecía tan sólo piedad eran lo más amargo de todo. La supresión hipnótica bajo stress ligada con el apoyo de un antepasado benigno había salvado a Ghanima. Hubieran podido salvar a Alia. Pero sin esperanzas, no había sido intentado nada hasta que ya era demasiado tarde. El agua de Alia había sido esparcida por la arena.

Jessica suspiró, fijando su atención en Leto sentado en el trono. Un gran canope conteniendo el agua de Muad’Dib ocupaba un lugar de honor a su derecha. Leto se había jactado a Jessica de que su padre dentro de él se había reído de su gesto, pese a admirarlo.

Aquel canope y aquella jactancia habían motivado el que resolviera no participar en aquel ritual. Por mucho tiempo que viviera, sabía que nunca aceptarla a Paul hablando por boca de Leto. Se alegraba de que la Casa de los Atreides hubiera sobrevivido, pero el precio que había habido que pagar por ello estaba más allá de su fortaleza.

Farad’n se sentaba, con las piernas cruzadas, junto al canope con el agua de Muad’Dib. Era la posición del Escriba Real, un honor recientemente conferido y recientemente aceptado.

Farad’n sentía que se estaba adaptando muy bien a aquellas nuevas realidades, pese a que Tyekanik seguía irritándose y prometiendo terribles consecuencias. Tyekanik y Stilgar habían formado un dúo agorero que parecía divertir a Leto.

Durante las horas que duró la ceremonia de homenaje, Farad’n había pasado de la admiración al aburrimiento y de nuevo a la admiración. Aquel era un fluir incesante de humanidad, formado por incomparables guerreros. Su renovada lealtad al Atreides sentado en el trono no podía ser discutida. Permanecían en sometido terror ante él, completamente alucinados por lo que el arifa les había informado.

Finalmente, la ceremonia llegó a su conclusión. El último Naib se detuvo frente a Leto: Stilgar, en la «posición de honor en la retaguardia». En lugar de cestos repletos de especia, joyas ígneas o cualquier otro de los costosos regalos que se amontonaban en torno al trono, Stilgar llevaba una banda en la frente hecha de fibra de especia trenzada. El Halcón de los Atreides había sido recamado en oro y verde en la banda.

Ghanima la reconoció y lanzó una mirada a Leto con el rabillo del ojo.

Stilgar depositó la banda en el segundo peldaño bajo el trono y se inclinó profundamente.

—Os entrego la banda que llevaba vuestra hermana cuando me fue traída al desierto para que la protegiera —dijo.

Leto contuvo una sonrisa.

—Sé que has tenido momentos difíciles, Stilgar —dijo Leto—. ¿Hay algo que yo pueda darte como compensación? —Hizo un gesto hacia los montones de costosos regalos.

—No, mi señor.

—Entonces acepto tu regalo —dijo Leto. Se inclinó hacia delante, tomó un extremo de la ropa de Ghanima y rasgó una delgada tira.

—A cambio, yo te entrego este pedazo de la ropa de Ghanima, la misma ropa que llevaba cuando fue raptada de tu campamento en el desierto, obligándome a acudir a salvarla.

Stilgar aceptó el trozo de tela con mano temblorosa.

—¿No os estáis burlando de mi, mi Señor?

—¿Burlarme de ti? Por mi nombre, Stilgar, nunca podré burlarme de ti. Te he hecho un regalo que no tiene precio. Te ordeno que lo lleves siempre cerca de tu corazón, para que te recuerde que todos los seres humanos son propensos al error, y que todos los líderes son seres humanos.

Una débil sonrisa escapó de los labios de Stilgar.

—¡Qué Naib hubierais sido!

—¡Qué Naib soy! Naib de los Naibs. ¡Nunca lo olvides!

—Como digáis, mi Señor —Stilgar tragó saliva, recordando el informe de su arifa. Y pensó:
En una ocasión pensé en matarlo. Ahora ya es demasiado tarde
. Su mirada se detuvo en el canope, de un elegante color dorado verdoso.

—Esa es agua de mi tribu.

—Y mía —dijo Leto—. Te ordeno que leas la inscripción que hay a este lado. Léela en voz alta para que todos podamos oírla.

Stilgar dirigió una interrogativa mirada a Ghanima, pero ella le devolvió un ligero alzamiento de su barbilla, una fría respuesta que puso un estremecimiento en todo su cuerpo. ¿Acaso aquellos dos diablillos Atreides habían decidido hacerle pagar su impetuosidad y sus errores?

—Léela —dijo Leto, señalando.

Lentamente, Stilgar ascendió los peldaños, se inclinó sobre el canope. Leyó en voz alta:

—«Esta agua es la esencia suprema, una fuente de creatividad proyectada al exterior. Aunque parezca inmóvil, esta agua es la esencia de todo movimiento».

—¿Qué significa, mi Señor? —susurró Stilgar. Aquellas palabras lo habían emocionado, tocando algo en su interior que no podía comprender.

—El cuerpo de Muad’Dib es un caparazón seco como el abandonado por un insecto —dijo Leto—. Él dominó el mundo interior mientras despreciaba el exterior, y aquello condujo a la catástrofe. Él dominó el mundo exterior excluyendo al mismo tiempo el interior, y aquello entregó a sus descendientes a los demonios. El Elixir Dorado desaparecerá de Dune, pero la semilla de Muad’Dib pervivirá, y su agua moverá nuestro universo.

Stilgar inclinó la cabeza. Todo lo místico creaba un torbellino en su interior.

—El principio y el fin son una sola cosa —dijo Leto—. Tú vives en el aire pero no lo ves. Se ha cerrado una fase. Ahora viene el inicio de su opuesto. Así tendremos el Kralizec. Todo regresa en una forma cambiada. Tú has sentido los pensamientos en tu cabeza; tus descendientes los sentirán en sus vientres. Vuelve al Sietch Tabr, Stilgar. Gurney Halleck se te unirá como mi consultor en tu Consejo.

—¿No confías en mi, mi Señor? —la voz de Stilgar era muy baja.

—Completamente, o de otro modo no te enviaría a Gurney. Él empezará a reclutar la nueva fuerza que muy pronto necesitaremos. Acepto tu voto de fidelidad, Stilgar. Puedes retirarte.

Stilgar se inclinó profundamente, descendió de espaldas los peldaños, se giró, y salió de la sala. Los otros Naibs le siguieron, de acuerdo con el principio Fremen de que «el último será siempre el primero». Pero algunas de sus preguntas siguieron oyéndose desde el trono una vez hubieron partido.

—¿Qué habéis estado hablando ahí, Stilgar? ¿Qué significan esas palabras en el agua de Muad’Dib?

Leto se dirigió a Farad’n.

—¿Has registrado todo, Escriba?

—Sí, mi Señor.

—Mi abuela dice que te ha entrenado bien en el proceso mnemónico de la Bene Gesserit. Eso es bueno. No quiero verte garabateando junto a mí.

—Como ordenes, mi Señor.

—Ven y quédate de pie junto a mí —dijo Leto.

Farad’n obedeció, agradecido más que nunca del adiestramiento de Jessica. Cuando uno aceptaba el hecho de que Leto ya no era humano, de que ya no podía pensar como pensaba un ser humano, el discurrir de su Sendero de Oro se hacía más estremecedor todavía.

Leto alzó la vista hacia Farad’n. Los guardias permanecían inmóviles al fondo, fuera del alcance de sus voces. Sólo los consejeros de la Presencia Interior permanecían en el recinto de la Gran Sala, formando reverentes grupos más allá del primer peldaño. Ghanima se había acercado también, apoyando un brazo en el respaldo del trono.

—No has aceptado cederme tus Sardaukar —dijo Leto—. Pero lo harás.

—Te debo mucho, pero no esto —dijo Farad’n.

—¿Crees que les será difícil hacer amistad con mis Fremen?

—Tan difícil como les ha sido hacerse amigos a Stilgar y Tyekanik.

—¿Entonces rehúsas?

—Espero tu oferta.

—Así que debo hacerte una oferta, sabiendo que no habrá una segunda vez. Ruego por que mi abuela haya hecho bien su parte, que estés preparado para comprender.

—¿Qué debo comprender?

—Siempre hay una mística que prevalece en toda civilización —dijo Leto—. Se edifica a sí misma como una barrera contra el cambio, y esto contribuye indefectiblemente a dejar a las futuras generaciones impreparadas para afrontar los peligros del universo. Todas las místicas son iguales en edificar esas barreras… la mística religiosa, la mística del héroe-líder, la mística del mesías, la mística de la ciencia/tecnología, la mística de la propia naturaleza. Vivimos en un Imperio que ha sido configurado por una tal mística; y ahora este Imperio se está derrumbando porque la mayor parte de la gente no distingue entre la mística y su universo. ¿Ves?, la mística es como una posesión demoníaca; tiende a asumir la consciencia, convirtiéndose en todas las cosas para el observador.

—Reconozco la sabiduría de tu abuela en esas palabras —dijo Farad’n.

—Muy bien, muy bien, primo. Ella me preguntó si yo era una Abominación. Le respondí negativamente. Esa fue mi primera falsedad. ¿Sabes? Ghanima escapó a ello, pero yo no. Yo me vi forzado a un equilibrio con mis vidas interiores bajo la presión de una excesiva cantidad de melange. Tuve que buscar la activa cooperación de esas vidas despertadas dentro de mí. Al hacer esto, rechacé a las más malignas, y elegí a un protector dominante para que formara un nexo entre yo, mi consciencia interior y mi padre. En realidad, no soy ni mi padre ni ese protector. Y tampoco soy el Segundo Leto.

—Explícate.

—Tienes una admirable sinceridad —dijo Leto—. Soy una comunidad dominada por un ser increíblemente antiguo y poderoso. Dio origen a una dinastía que prevaleció durante tres mil de nuestros años. Su nombre era Harum y, hasta que su estirpe degeneró en una acumulación de debilidades congénitas y supersticiones de su descendencia, sus súbditos vivieron en una armonía sublime. Se movían inconscientemente con los cambios de las estaciones. Generaban individuos que tendían a tener vidas breves, eran supersticiosos, y fácilmente dominables por un dios-rey. Pero tomados como un conjunto, eran un pueblo poderoso. Su supervivencia como especie se convierte en una costumbre.

—No me gusta como suena esto —dijo Farad’n.

—Ni a mí tampoco, en realidad —dijo Leto—. Pero este es el universo que he creado.

—¿Por qué?

—Es una lección que he aprendido en Dune. Hemos mantenido la presencia de la muerte como un espectro dominante entre los seres que viven aquí. Debido a esa presencia, los muertos han cambiado a los vivos. La gente de una tal sociedad se sumerge en sus propias vísceras. Pero cuando llega el momento de invertir el proceso, cuando vuelven a emerger, entonces son grandes y hermosos.

—Eso no responde a mi pregunta —protestó Farad’n.

—No confías en mi, primo.

—Ni tampoco en tu abuela.

—Y con buenas razones —dijo Leto—. Pero la aceptas porque debes hacerlo. Las Bene Gesserit son pragmáticas hasta el fin. Yo comparto su punto de vista sobre nuestro universo, ¿sabes? Tú llevas las marcas de este universo. Tienes los hábitos del gobernante, catalogando a tu alrededor en términos de posible amenaza o valor.

—He aceptado ser tu escriba.

—Porque te divertía y porque halagaba a tu auténtico talento, que es el de historiador. Posees un genio definitivo en interpretar el presente en términos del pasado. Te me has anticipado en varias ocasiones.

—No me gustan tus veladas insinuaciones —dijo Farad’n.

—Muy bien. Tú vienes desde una infinita ambición hasta tu presente estado, algo más degradado. ¿No te puso en guardia mi abuela contra lo infinito? Es algo que atrae como un proyector en la noche, cegándolo a uno con el exceso que puede infligir a lo finito.

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