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Authors: José Mallorquí

Tags: #Aventuras

La mano del Coyote / La ley de los vigilantes (11 page)

BOOK: La mano del Coyote / La ley de los vigilantes
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Edwin Wade no replicó. Se hallaba frente a un espejo y en él veía reflejada la figura del hombre que estaba detrás de él. Aún empuñaba su revólver, y quizá con un poco de audacia…

Edwin meditó velozmente lo que debía hacer. Debía volverse con la rapidez del rayo y con la mano o el brazo izquierdo desviar el revólver que
El Coyote
mantenía contra su espalda. Al mismo tiempo con el revólver que empuñaba con la mano derecha dispararía contra el rostro de su enemigo.

—¿Qué venía a buscar? —preguntó, anhelando distraer la atención del
Coyote
.

—Unos documentos…

Edwin inició la realización del plan trazado unos segundos antes. Se volvió como una fiera acorralada y…

Como si hubiese adivinado sus intenciones,
El Coyote
dio, al mismo tiempo, un paso atrás, levantó su revólver y lo dejó caer con toda su fuerza contra la cabeza de Edwin, que se desplomó como un buey desnucado.

—¡Imbécil! —exclamó
El Coyote
, golpeando con el pie al inconsciente Wade. Luego se inclinó sobre él y le registró los bolsillos, pero su busca no dio resultado, y antes de que Mathias bajara a ver lo que sucedía,
El Coyote
saltó al jardín y un momento después emprendía el galope hacia el rancho de San Antonio. Aunque le disgustaba reconocerlo, su misión había fracasado.

Pero aún le aguardaba un fracaso mayor que iba a poner en peligro todos sus planes.

Capítulo X: La reacción de los Wade

Mathias Wade había bajado para buscar algunos medicamentos que guardaban en la planta baja, y al ver a su hermano tendido en el suelo no pudo contener un grito de espanto. Inclinóse sobre él y durante unos minutos intentó, en vano, captar los latidos de su corazón. Un intenso terror le dominó. Sin su hermano se sentía desamparado y demasiado expuesto a los peligros que le rodeaban.

Por fin, con infinito alivio, notó que el corazón de Edwin seguía latiendo. Después de asegurarse de que su hermano no tenía ninguna herida que pusiera en inmediato peligro su vida, corrió en busca de los desinfectantes y vendas y regresó junto a su hijo. Después de hacerle una primera cura, volvió a bajar y tras una breve vacilación salió de su casa en busca de un médico que pudiera atender a los heridos, a quienes no tenía más remedio que dejar solos durante algún tiempo.

Dos horas después el médico se marchaba luego de haber dejado bien vendado el rostro de Archie y de haber hecho recobrar el conocimiento a Edwin.

Éste, al quedar solo con su hermano, declaró:

—Tenemos que obrar sin pérdida de tiempo. ¿Se llevó
El Coyote
los documentos firmados por Garrido?

—No… No pudo encontrarlos. Estaban en un departamento secreto. ¿Crees que andaba detrás de ellos?

—Casi estoy seguro. Tenemos que precipitar los acontecimientos. ¿Para cuándo se ha fijado la boda?

—No se ha fijado aún…

—Pues se ha de celebrar mañana. Sea como sea.

—¿Mañana?

—Sí.

—Pero si Archie está herido…

—En ese caso se puede celebrar en artículo mortis, o como se quiera; pero mañana a mediodía Archie y Lucía han de estar casados, y tu hijo debe tener a su nombre la cesión de las antiguas tierras de los Garrido.

—¿Por qué tanta prisa?

—¿Sabes quién me dejó sin sentido?
El Coyote
. Quiere acorralarnos y temo que lo consiga. Si no nos anticipamos a él estaremos en desventaja. Los documentos que firmó José Garrido son papeles mojados si…

—No lo nombres. Creo que tienes razón y que un poco de prisa es conveniente. Pero ¿crees que debemos empezar ahora las gestiones para la boda?

—Claro que debemos iniciarlas ahora.
El Coyote
se ha marchado y nos deja el campo libre. Aprovechemos la oportunidad. Tú conoces a todos los empleados del Ayuntamiento. Visítalos y consigue que el alcalde case mañana, civilmente, a Archie y a Lucía Garrido. El matrimonio eclesiástico podrá venir luego.

—Me recibirán a tiros si me presento ahora…

—Y si no lo haces en seguida perderás la oportunidad de hacerte con las mejores tierras de esta región, y, además, piensa que te expones a muchas cosas malas.

—Está bien; pero Archie se encuentra herido. Tiene la cara llena de esquirlas de metal…

—Ya sabes que Lucía no se casa con él por su cara bonita; y no olvides que de un momento a otro se puede venir abajo todo el edificio que hemos levantado. Si cuando llegue ese momento nos encontramos en lugar seguro, tanto mejor; pero si aún estamos en descubierto, la cárcel es lo menos que nos puede resultar.

—¡Cállate! —pidió Mathias Wade—. Haré lo que tú quieres.

Envolviéndose en una larga capa y armado con un buen revólver Colt el usurero abandonó la casa y dirigióse hacia el domicilio del alcalde de Los Ángeles. Aunque varias veces volvió la cabeza para averiguar si alguien le seguía, ni por un momento vio la silueta de Celestino, el sordomudo medio ciego, que avanzaba a unos cincuenta metros detrás de él, pegándose a las paredes y disimulando su figura en puertas, portales y callejas transversales.

Después de una larga espera, Mathias Wade fue recibido por el alcalde, que se había levantado de muy mala gana al serle anunciada su visita.

—¿Qué le trae por aquí a estas horas, Wade? —preguntó cuando los dos se encontraron en el despacho del alcalde que daba a un patio interior.

Celestino tardó mucho rato en poder alcanzar el patio de la residencia del alcalde. Estaba seguro de llegar demasiado tarde; pero cuando, arrastrándose, llegó hasta debajo de la ventana del despacho aún pudo oír al alcalde protestando:

—¡Pero eso es imposible, Mathias! ¿Cómo vamos a casar a una pareja cuya boda ni siquiera se ha anunciado?

—Tiene que haber algún medio —replicó Mathias Wade—. Búsquelo. Pero recuerde que me es necesario que mañana a las once o a las doce mi hijo se case con Lucía Garrido.

—¿Tiene ya el consentimiento paterno de la muchacha?

—Mañana lo tendrá.

—¿Seguro?

—Positivo.

—¿Desea también Lucía casarse tan de prisa? —preguntó el alcalde.

—Claro.

—Entonces… por una vez veremos de resolver ese asunto; pero temo que no sea muy legal la solución que vamos a dar.

—Lo importante es que se casen.

—Bien, avisaré a mi secretario y él se encargará de arreglarlo todo. Mañana, a las once, se celebrará la boda.

Mathias Wade estrechó la mano del alcalde y, saliendo de la casa, dirigióse hacia la calle del Junco, o sea la residencia de los Garrido.

Celestino, cuando al fin consiguió salir del patio del alcalde y llegar a la calle, comprendió que era inútil tratar de dar con Mathias Wade, que debía de encontrarse ya muy lejos; por ello se encaminó directamente a la posada del Rey don Carlos y llamó a la ventanita, como se le había indicado que lo hiciera; pero en aquellos momentos Ricardo Yesares estaba ya durmiendo, lejos de aquella habitación, y la llamada de Celestino quedó sin respuesta.

El hombre continuó insistiendo; pero la hora, ya tan avanzada, no era la más indicada para que su llamada obtuviera respuesta.

Celestino maldijo aquel contratiempo y el no conocer la identidad del
Coyote
o, por lo menos, un lugar donde le fuese posible dar con él, a fin de poder avisarle con tiempo para impedir lo que iba a suceder. Por fin, comprendiendo que sus llamadas no obtendrían respuesta, encaminóse hacia la residencia de los Garrido con la esperanza de poder averiguar algo más. Cuando llegó, Mathias Wade salía de la casa, y por lo alegre de su paso, Celestino comprendió que la boda se iba a celebrar.

¡Y
El Coyote
deseaba que aquella boda no se celebrase! ¿Cómo podría impedirlo si le era imposible comunicarle lo que estaba ocurriendo?

Muy abatido, Celestino regresó a la posada del Rey don Carlos. Alguien de allí dentro era el intermediario entre
El Coyote
y sus servidores; pero Celestino no conocía a la persona que se asomaba, embozada, a la ventana cuando él llamaba. De haberle conocido no habría vacilado en armar el escándalo necesario para que despertaran todos cuantos se encontraban en la posada. Al fin, decidió seguir llamando de cuando en cuando con la esperanza de que al fin le oyeran.

¡Pero hasta las siete de la mañana las llamadas de Celestino no obtuvieron respuesta! ¡Hasta entonces no pudo comunicar el espía del
Coyote
la noticia del inminente casamiento de Lucía Garrido con Archie Wade!

Diez minutos más tarde un jinete partía al galope hacia el rancho de San Antonio.

¡Ricardo Yesares iba a comunicar personalmente a su jefe la noticia!

*****

César de Echagüe escuchó impasible a Yesares. Éste se hallaba en la habitación de su jefe y acababa de relatar lo descubierto por Celestino. Sus últimas palabras fueron:

—¿Qué podemos hacer?

Al cabo de un momento, César replicó:

—Podemos hacer bastantes cosas. En primer lugar, podemos no perder la serenidad, pues si la perdemos estamos vencidos.

—¿Qué medida debemos tomar?

—Ante todo, ir a ver a dos personas. Luego…

César de Echagüe dio unas largas y minuciosas instrucciones a Yesares; luego, al terminar, llamó a Guadalupe, anunciándole:

—Hoy estaré indispuesto durante todo el día. Haz que me preparen caldo, medicinas y lo que creas necesario. No me moveré del cuarto y ya sabes que no quiero que se me moleste.

—¿Qué sucede? —preguntó Lupe.

—Que los Wade aún colean y acaban de dar un golpe audaz; sólo tengo un poco más de tres horas para hacerles fracasar en sus planes.

—¿Y tendrá que trabajar otra vez de día? —preguntó angustiada Lupe.

—Por desgracia, no puedo gobernar el sol a mi antojo —sonrió
El Coyote
—. No olvides que todos deben creer que estoy aquí, reponiéndome de las emociones de ayer.

Luego, volviéndose hacia Yesares, César agregó:

—Ahora en marcha. No pierdas un momento.

*****

A las nueve de la mañana José Garrido llegó al rancho de San Antonio.

—Necesito hablar en seguida con don César —dijo a Guadalupe, que salió a recibirle.

—Don César está indispuesto y no se levantará en todo el día —replicó Lupe.

—A pesar de todo, es preciso que hable con él —insistió el joven.

—Ya le digo que está indispuesto. No se levantará.

—Es que ocurre algo horrible, señorita. Dígale que mi hermana se casa dentro de dos horas con Archie Wade.

Lupe se encogió de hombros y pidió a José Garrido que aguardara un momento mientras ella iba a explicar aquello al señor Echagüe. Regresó al cabo de unos minutos, anunciando al impaciente Garrido:

—Don César le desea muchas felicidades.

—¿Qué? ¿Dice usted que don César me desea…?

—Sí, muchas felicidades. Le ha asombrado mucho la rapidez de la boda y dice que lamenta no haber podido enviarles un regalo; pero promete que lo hará en cuanto pueda levantarse.

—No es posible que don César haya dicho eso —jadeó Garrido.

—Perdone, señor Garrido: eso es lo que ha dicho don César.

—Pero… es que él prometió ayudarme… ¿Cómo se puede desentender de todo y decirme…?

—Ya le he dicho que don César no se encuentra bien y que tendrá que guardar cama durante todo el día. Si no tiene nada más que anunciarle…

—¡Sí! —gritó Garrido—. ¡Dígale de mi parte que es un imbécil!

Y dando media vuelta José Garrido salió precipitadamente del rancho, mientras Guadalupe murmuraba:

—¡Tú sí que eres un completo imbécil!

*****

La hacienda de los Alza era una de las más antiguas de la región de Los Ángeles. Buena tierra, bien cuidada, abundante ganado, mucho trigo y alfalfa. Los Alza eran una familia muy trabajadora que año tras año, había ido aumentando su fortuna, hasta llegar a una posición excelente.

Jorge de Alza continuaba la tradición de su familia; pero en los últimos tiempos la alegría había desaparecido de su corazón. Tenía el convencimiento de hallarse entregado a una tarea inútil, pues había visto hundirse todas sus esperanzas de llegar a tener un hogar formado por Lucía Garrido y él.

Aquella mañana había salido a inspeccionar sus tierras y a preparar lo necesario para la próxima siega del trigo. Al llegar al riachuelo que más arriba había sido embalsado para proveer de agua durante todo el año a las tierras, observó, sin darse cuenta de que lo observaban, que el agua del vado estaba aún enturbiada.

Súbitamente comprendió que alguien había cruzado el riachuelo, y al volver la cabeza para buscar a la persona que había cruzado el vado y que no podía hallarse muy lejos, vio surgir de detrás de un macizo de laureles a un jinete enmascarado.

Jorge de Alza no llevaba revólver; pero su mano buscó la culata del fusil que pendía de su silla.

—No tema —le dijo el enmascarado—. Vengo en son de paz. Quiero ayudarle.

—¿Quién es usted? —preguntó Jorge.


El Coyote
. ¿No ha oído nunca hablar de mí?

—Sí…, desde luego; pero… No comprendo…

—Vengo a ayudarle. Dentro de unas dos horas, Lucía Garrido tiene que casarse con Archie Wade. ¿Está dispuesto a permitirlo?

—¿Qué puedo yo hacer si la voluntad de ella es unirse a ese hombre?

—¿Y si no fuera ésa su voluntad? —preguntó
El Coyote
.

—¿Qué quiere decir? ¿Es que Lucía se va a casar contra su voluntad?

—Sí.

—¿Quién la obliga? ¿Su padre?

—No, su amor a los suyos; pero si hubiera un hombre dispuesto a jugarse la vida por ella…

—Yo soy ese hombre, señor
Coyote
—dijo Jorge de Alza—. ¿Qué debo hacer?

—Acompañarme.

—Avisaré a mis padres…

—No avise a nadie. Lo que vamos a hacer es peligroso e ilegal. No olvide que trabaja unido al
Coyote
.

Jorge de Alza asintió con la cabeza, declarando:

—Ese será uno de mis mayores orgullos.

—Gracias. Entonces… en marcha.

*****

Lucía Garrido estaba sentada, sin fuerzas para moverse, frente al espejo de su tocador. Por unos días, desde que su hermano le había explicado que
El Coyote
iba a ayudarles, alimentó la esperanza de que fuese posible evitar su boda con un hombre al que odiaba con toda su alma. Pero desde la noche anterior, cuando Mathias Wade se presentó en aquella casa exigiendo el inmediato matrimonio de ella con Archie, bajo la amenaza de entregar a Teodomiro Mateos los documentos firmados por José, en los cuales éste se reconocía culpable de un robo y de un asesinato, la esperanza había muerto en Lucía.

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