—Puedo atacarte —dijo Jody, aunque en realidad no lo creía. Tenía ganas de soltarse y salir corriendo.
El vampiro dijo sin dejar de sonreír:
—Sería una noticia interesante, ¿no crees? «Pareja pálida destroza discoteca en pelea doméstica». ¿Lo hacemos?
Jody le soltó la muñeca, pero siguió mirándolo a los ojos. Eran negros, no parecían tener iris.
—¿Qué quieres?
El vampiro apartó la mirada y sacudió la cabeza.
—Quiero tu compañía, polluela, naturalmente. Ahora, siéntate.
Jody volvió a encaramarse al taburete y se quedó mirando el vaso que tenía delante.
—Eso está mejor. Ya casi ha acabado, ¿sabes? Creía que no ibas a durar tanto, pero bueno, hay que ponerle fin en algún momento. El juego se ha vuelto demasiado público. Tienes que apartarte del ganado. Ellos no te entienden. Ya no eres uno de los suyos. Eres su enemiga. Lo sabes, ¿no? Lo sabes desde que mataste por primera vez. Hasta tu mascota lo sabe.
Jody empezó a temblar.
—¿Cómo entraste en el 7orfpara coger el libro de Tommy?
El vampiro volvió a sonreír.
—Con el tiempo, uno desarrolla ciertas habilidades. Tú todavía eres joven, no lo entenderías.
Por un lado, Jody tenía ganas de darle un puñetazo en la cara y echar a correr, y por otro, de que contestara a todas las preguntas que se le habían pasado por la cabeza desde la noche de su transformación.
—¿Por qué yo? ¿Por qué me has hecho esto?
El vampiro se levantó y le dio unas palmaditas en el hombro.
—Ya casi ha acabado. Lo triste de tener mascota es que siempre se te mueren. Cuando acaba la noche, siempre estás solo. Muy pronto conocerás esa sensación. Bebe. —Se dio la vuelta y se alejó.
Jody lo vio marcharse, aliviada por que se hubiera ido y decepcionada al mismo tiempo. Tenía tantas preguntas...
Cogió el vaso, olió el líquido y estuvo a punto de vomitar.
El barman se acercó.
—Es la primera vez que me piden un doble de granadina solo. ¿Te pongo otra cosa?
—No, tengo que alcanzarlo.
Cogió su periódico, se levantó, subió corriendo las escaleras y salió de la discoteca. Descubrió que, si se ponía de puntillas, podía correr con los tacones de aguja. Viva la fuerza vampírica, pensó.
Agarró al portero del hombro y le hizo darse la vuelta.
—¿Has visto a un tipo pálido y flaco vestido de negro que acaba de irse?
—Por allí. —El portero señaló hacia el este, por Geary—. Iba a pie.
—Gracias —dijo Jody mirando hacia atrás mientras echaba a andar por la acera. No empezó a correr hasta que estuvo segura de que no la verían desde la discoteca. Corrió una manzana, luego se quitó los zapatos y los llevó en la mano. La calle estaba vacía. Solo el zumbido de los cables y el ruido suave y blando de sus pies sobre la acera rompía el silencio.
Llevaba corriendo diez manzanas cuando lo vio a una manzana de distancia, apoyado contra una farola.
El se volvió y la miró cuando se detuvo.
—Bueno, polluela, ¿qué pensabas hacer cuando me alcanzaras? —preguntó con voz suave, sabiendo que ella lo oía—. ¿Matarme? ¿Arrancar un poste y clavármelo en el corazón? ¿Cortarme la cabeza y jugar a las marionetas con ella mientras mi cuerpo se retuerce sobre la acera? —El vampiro empezó a mover los brazos, puso los ojos en blanco y sonrió.
Jody no dijo nada. No sabía qué iba a hacer. No lo había pensado.
—No —dijo—. ¿Qué tengo que hacer para que no mates a Tommy?
—Siempre te traicionan, ¿sabes? Es su naturaleza.
—¿Y si me voy? ¿Y si no le digo dónde voy?
—El sabe que existimos. Tenemos que escondernos, polluela. Siempre. Completamente.
Jody sintió una extraña calma. Quizá fue al oír que hablaba en plural. Quizá fue porque estaba hablando en voz normal con alguien que estaba a una manzana de allí. Fuera por lo que fuese, no tenía miedo. Por ella, al menos. Dijo:
—Si tenemos que escondernos, ¿a qué vienen tantas muertes?
El vampiro volvió a reírse.
—¿Nunca has tenido gato y te ha traído un pájaro que ha matado?
—¿Por qué?
—Regalos, polluela. Ahora, si vas a matarme, hazlo, por favor. Si no, vete a jugar con tu mascota mientras todavía puedas.
Se volvió y empezó a alejarse.
—¡Espera! —gritó Jody—. ¿Fuiste tú quien me metió por la ventana del sótano?
—No —dijo el vampiro sin mirar atrás—. No me interesa salvarte. Y si me sigues descubrirás cómo se mata a un vampiro.
Te he pillado, capullo, pensó Jody. Era él quien la había salvado.
Las doce y media de la noche. De pie en lo alto de la torre suroeste del puente de la bahía de Oakland, unos cincuenta pisos por encima del mar metalizado, pensaba: ¿de pie o de cabeza? Llevaba un traje de seda negra y se quedó parado un momento. Le daba pena estropear el traje. Le gustaba el tacto de la seda sobre su piel. Pero en fin...
A tres kilómetros de allí, Jody subía por la calle Market pensando que ojalá pudiera emborracharse y perder el conocimiento. ¿Qué pasará, pensaba, si encuentro a alguien que esté borracho perdido y me bebo su sangre? No, seguro que mi dichoso metabolismo identifica el alcohol como un veneno y se resiste a sus efectos. Tengo tantas preguntas... Ojálame hubiera acordado de hacérselas.
Se paró delante de una cabina telefónica y llamó a Tommy a la tienda.
—Safeway de Marina.
—Tommy, soy yo.
—¿Todavía estás enfadada?
—No mucho, creo. Solo quería decirte que te quedes en la tienda hasta que se haga de día. No salgas bajo ningún concepto. Y quédate con los otros, si puedes.
—¿Por qué? ¿Qué pasa?
—Tú haz lo que te digo, Tommy.
—He limpiado el loft. Casi todo, por lo menos.
—Ya hablaremos mañana por la noche. Quédate en casa hasta que me despierte, ¿vale?
—¿Vas a seguir enfadada?
—Seguramente. Nos vemos. Adiós. —Colgó. ¿Cómo podía ser Tommy tan listo a veces y tan ignorante otras? Quizás el vampiro tuviera razón: un humano no podía entenderla. De pronto se sentía muy sola.
Se metió en una cafetería que abría toda la noche y pidió un café como alquiler de una silla. Todavía podía disfrutar de su aroma, aunque no pudiera tragárselo.
Abrió el periódico que le había cambiado al indigente por la bolsa de cosméticos y empezó a leer los anuncios personales. Hombres que buscaban mujeres, mujeres que buscaban hombres, hombres que buscaban hombres, mujeres que buscaban mujeres, hombres que buscaban pequeños animales peludos. Había una amplia selección de categorías. Echó un vistazo a los más prosaicos hasta que sus ojos se posaron en uno que decía: «Grupos de apoyo. ¿Eres un vampiro? No afrontes solo tu problema. La Asociación de Bebedores de Sangre Anónimos puede ayudarte. Lunvi, medianoche. Aula 212, Centro de Cultura Asiática, no fumadores».
Era viernes. Era medianoche. Solo estaba a diez minutos del Centro de Cultura Asiática. ¿Podía ser así de sencillo?
Lo primero que notó al entrar en el aula 212 del Centro de Cultura Asiática fue que las veinte personas que había allí, sentadas en sillas de plástico formando un corro, tenían improntas de calor. Eran todos humanos.
Iba a marcharse cuando una mujer en forma de pera y vestida con mallas y capa negra le cortó el paso y la cogió de la mano.
—Bienvenida—dijo. Llevaba unos colmillos afilados que la hacían cecear—. Zoy Tabitha. Eztábamos a punto de empezar. Paza. Hay café y galletaz.
Condujo a Jody a una silla de plástico naranja y la animó a sentarse.
—La primera vez cuezta, pero a todoz noz ha pazado.
—Lo dudo —dijo Jody, limpiándose una salpicadura de saliva de la mejilla.
Tabitha señaló el medallón de plástico que llevaba al cuello, colgado de una gruesa cadena de plata.
—¿Vez esto? Llevo zeiz mezez limpia de zangre. Zi yo puedo, tú también. Noche a noche.
Tabitha le apretó el brazo, se echó luego la capa sobre el hombro, se volvió melodramáticamente y cruzó la habitación hacia la mesa de las galletas con la capa flotando tras ella.
Jody miró a los otros ocupantes del aula. Estaban hablando y casi todos la miraban de reojo entre sorbo y sorbo de café. Los hombres eran todos altos y delgados, con la nuez muy marcada y mal cutis. Sus atuendos iban desde el traje formal a los vaqueros y las camisas de franela. Podrían haber sido los miembros de un club de ajedrez que habían salido a tomar algo, si no fuera por las capas. Todos llevaban capa. De siete, cuatro llevaban colmillos. Dos de ellos, de plástico fosforescente.
Jody se fijó en dos que murmuraban en un rincón.
—Te lo dije, esto es un festín de tías. ¿Has visto a la pelirroja? —Lanzó una ojeada a Jody.
Su compañero contestó:
—Creo que la vi en Limpiadores Compulsivos la semana pasada.
—Limpiadores Compulsivos, iba a probarlo. ¿Hay posibilidades?
—Hay montones de tíos gais, pero también unas cuantas tías. La mayoría huele a limpiador de pino, pero pone, si te gustan los guantes de látex.
—Genial, iré a echar un vistazo. Creo que voy a dejar de ir a Hijos Adultos de Alcohólicos, allí va todo el mundo a quejarse, no a echar un polvo.
Jody pensó: No sé si quiero oír tan claramente la desesperación íntima del prójimo. Se concentró en las mujeres que había en el aula.
Una morena que medía cerca de un metro noventa, vestida con una túnica de coro negra y maquillada estilo kabuki, se estaba quejando a una rubia descolorida que llevaba un vestido de novia hecho trizas.
—Que quieren que los ate, yo los ato. Que quieren que los azote, los azoto. Que quieren que los insulte, los insulto. Pero si intentas beberte un poquito de su sangre, se ponen a chillar como bebés. ¿Qué hay de mis necesidades?
—Ya —dijo la rubia—. Yo le pedí a Robert que durmiera en el ataúd una sola vez y se largó.
—¿Tienes ataúd? Yo quiero uno.
Dios mío, pensó Jody, tengo que salir de aquí.
Tabitha dio unas palmadas.
—¡Vamos a empezar la reunión!
Los que estaban de pie buscaron silla. Varios hombres intentaron abrirse paso a empujones para sentarse junto a Jody. Un tipo flacucho, al que el aliento le olía a mantequilla de cacahuete, se inclinó hacia ella y le dijo:
—En Halloween salí en el programa de Oprah. «Hombres que beben sangre y mujeres a las que les dan asco». Si quieres, podemos ir a mi casa a ver el vídeo después de la reunión.
—Yo me largo de aquí —dijo Jody. Se levantó de un salto y se dirigió a la puerta.
Tras ella oyó decir a Tabitha:
—Hola, me llamo Tabitha y soy un demonio chupasangre.
—Hola, Tabitha —contestó el grupo a coro.
Fuera, Jody miró calle arriba y calle abajo preguntándose adonde ir, qué hacer. Se paró junto a una cabina y se dio cuenta de que no tenía a quién llamar. Se le saltaron las lágrimas. ¿Por qué molestarse siquiera en hacerse ilusiones? La única persona que tenía la más leve idea de cómo se sentía era el vampiro que la había transformado. Y le había dejado muy claro que no le interesaba ayudarla, el muy cabrón.
Debería organizarle una encerrona con mi madre, pensó, así podrían mirar juntos a la humanidad por encima del hombro. La idea le hizo sonreír.
Entonces sonó el teléfono. Jody lo miró un segundo, miró a su alrededor para ver si contestaba alguien, pero en la calle solo había un tipo que estaba de pie junto a su coche, un par de manzanas más allá.
Cogió el teléfono.
—Diga.
Una voz de hombre dijo:
—Sabía que acabarías por aparecer.
—¿Quién es? —preguntó Jody. Parecía un hombre joven. Su voz no le sonaba.
—No puedo decírtelo todavía.
—Vale —dijo Jody—. Adiós.
—Espera, espera, espera, no cuelgues.
—¿Y bien?
—Eres de verdad, ¿no? Eres real. Quiero decir que eres de verdad una vampira.
Jody apartó el teléfono y lo miró como si fuera un objeto extraño.
—¿Quién es?
—No quiero decirte mi nombre. No quiero que puedas encontrarme. Digamos que soy un amigo.
—Así son casi todos mis amigos —dijo Jody—. No me dicen su nombre ni cómo encontrarlos. Tengo la agenda muy despejada. —¿Quién era aquel tipo? ¿Quién podía saber que estaba allí en ese preciso momento?
—Vale, supongo que te debo una explicación. Estudio medicina en... una universidad de por aquí. Le hice unos análisis a uno de los cuerpos... a uno de los cuerpos de la gente a la que has matado.
—Yo no he matado a nadie. No sé de qué estás hablando. Si soy quien crees que soy, ¿cómo sabías que estaría aquí? Yo no sabía que iba a pasar por aquí hasta hace una hora.
—He estado esperando, vigilando cada noche desde hace un par de semanas. Tenía una teoría: que no tenías calor corporal visible y es verdad.
—¿De qué estás hablando? Nadie ve el calor corporal de los demás.
—Mira calle arriba. Junto al Toyota blanco. Está en marcha, por cierto. Si haces intento de acercarte, me voy.
Jody miró más atentamente a la persona que había calle arriba, de pie junto a un coche blanco. El coche estaba en marcha. El hombre sujetaba un teléfono móvil y la miraba a través de unos prismáticos muy grandes.
—Ya te veo —dijo ella—. ¿Qué quieres?
—Te estoy mirando con lentes de infrarrojos. No despides calor corporal, así que sé que eres tú. Mi teoría era cierta.
—¿Eres poli?
—No, ya te lo he dicho, estudio medicina. No quiero entregarte. De hecho, creo que podría ayudarte, si te interés;) que te ayuden.
—Habla —dijo ella. Tapó el teléfono con la mano y se concentró en el tipo del coche. Lo oía hablar por el móvil.
—Donaron uno de los cadáveres a nuestro departamento cuando el forense acabó con él. Era un varón de unos sesenta años, la tercera víctima, creo. Me fijé en que tenía una zona limpia en el cuello, como si se la hubieran lavado. El forense no lo había puesto en su informe. Tomé una muestra de tejido y la puse al microscopio. El tejido de esa zona estaba vivo. Se estaba regenerando. Hice un cultivo y empezó a morirse, pero tuve una corazonada y le añadí una cosa.
—¿El qué? —preguntó Jody. No sabía qué pensar. Aquel hombre sabía que era una vampira y, curiosamente, ella sentía el impulso de atacar. Cierto instinto de supervivencia la empujaba a hacerle daño. A matarlo. Intentó mantener la calma.
—Hemoglobina. Le puse un poco de hemoglobina y el tejido empezó a regenerarse otra vez. Lo pasé por el secuenciador. No es ADN humano. Se parece, pero no es humano. No produce calor, no parece quemar combustible igual que las células de los mamíferos. El forense dijo que había sido él quien le había extraído la sangre, pero nunca antes lo había hecho. Y yo sabía que a aquel tipo lo habían asesinado. Até cabos. Vi el anuncio del grupo de apoyo a vampiros en el Weekly y he estado vigilando.