Noche salvaje (3 page)

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Authors: Jim Thompson

Tags: #Novela Negra

BOOK: Noche salvaje
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Me volví y eché un vistazo alrededor del corral vacío;
era un maldito holgazán para sembrar nada
. Miré a la cerca, que tenía la pintura descarnada y las estaquillas medio rotas. Entonces levanté la cabeza, miré a través de la calle y la vi a ella.

No me habría atrevido a decirlo, pero estaba seguro de que era ella. Llevaba puesto un jersey, pantalones tejanos y el cabello recogido hacia atrás en cola de caballo. Se encontraba de pie junto a la puerta de un pequeño bar que había más abajo en la calle, indecisa de si merecía la pena ocuparse de mí.

Bajé los escalones y salí por la cancela. Ella empezó a acercarse, con paso vacilante.

—¿Diga? —exclamó, cuando aún estaba a varios pasos de distancia—. ¿Qué puedo hacer por usted? —Tenía una de esas voces roncas de buena crianza; una de esas voces entrenadas para aparentar buena crianza. Nada más mirarla, uno comprendía la clase de crianza que había recibido: salida directamente de mullidos somieres «Beautyrest». Con mirarla a los ojos bastaba para saber que era capaz de llamarte más palabras obscenas de las que encontrarías en un millar de retretes.

—Estoy buscando a Mr. Winroy o a Mrs. Winroy —dije.

—¿Sí? Yo soy Mrs. Winroy.

—Encantado de conocerla —dije—. Soy Carl Bigelow.

—¿Sí? —Aquel retintín me estaba poniendo nervioso—. ¿Significa eso algo para mí?

—Depende —dije— de lo que puedan significar para usted quince dólares a la semana.

—Quinc… ¡Oh, desde luego! —Se echó a reír súbitamente—. Lo siento mucho, Carl… Mr. Bigelow. Nuestra sirvienta, nuestra camarera, verá, tuvo que irse con su gente… crisis familiar no sé de qué clase… Le estamos esperando a usted realmente desde la semana pasada, y las cosas han estado tan revueltas que…

—Claro. Naturalmente. —La corté de golpe. Me angustiaba ver a alguien pasar tales apuros por un puñado de dólares—. Es totalmente culpa mía. ¿Puedo redimirme de ello invitándola a un trago?

—Bueno, yo
iba
… —Se puso a titubear, y a mí empezó a gustarme un poco más que antes—. Si está usted seguro de…

—Por supuesto —dije—. Hoy hay que celebrarlo. Mañana empezaremos a ser estrictos.

—Bien —dijo ella—, en tal caso…

La invité a dos copas. Luego, como supe que me iba a pedir el dinero, le di treinta dólares.

—Dos semanas por adelantado —le dije—. ¿Le parece bien?

—Oh, ¿pero qué hace? —protestó, con su voz ronca y de buena crianza golpeando todas las notas—. Eso es absolutamente innecesario. Después de todo, nosotros…, Mr. Winroy y yo no estamos haciendo esto por dinero. Creímos que era más o menos nuestro deber, ya sabe, el vivir en esta población con colegio para…

—Seamos amigos —dije.

—¿Amigos? Me temo que yo no…

—Claro que sí. Eso nos permitirá relajarnos. A los quince minutos de mi llegada aquí, ya me había enterado de los problemas de Mr. Winroy.

Su rostro mostró un poco de rigidez.

—Me gustaría que me lo contara —dijo—. Me habrá tomado usted por una terrible necia que…

—¿Quiere relajarse? —dije, y le dirigí mi mejor sonrisa, amplia, infantil y atrayente—. Si continúa usted hablándome de cosas revueltas, de que es una necia y todo eso, acabará produciéndome vértigos. Ya siento bastantes vértigos tan sólo con mirarla.

Se echó a reír y me dio un apretón de mano.

—¡Vaya con el hombre! ¿O lo ha dicho en el buen sentido?

—Ya sabe que hablo en serio —dije.

—Apuesto a que parezco un espantajo. Por la Madre de Samuel, Carl… ¡Vaya! Ya le estoy llamando Carl.

—Así me llaman todos —dije—. No sabría cómo tomarlo si alguien me llamara señor.

Pero me gustaría probarlo
, pensé.
Y trataría de probarlo
.

—Ha sido tan espantoso, Carl. Durante meses no podía abrir una puerta sin que me abordara algún poli o algún periodista. Y luego, cuando creo que ha terminado todo y voy a tener un poco de paz, comienza de nuevo. No me gusta quejarme, Carl, no me gusta realmente quejarme, pero…

Claro que le gustaba quejarse. A todo el mundo le gusta. Pero, una dama que durante tanto tiempo había vivido con dinero fácil, lo hacía con mucho dolor.

Se despojó de los formalismos para ser más amigable.

—Ciertamente, tiene que haber sido espantoso —dije—. ¿Cuánto tiempo piensan quedarse aquí?

—¿Cuánto tiempo? —Se rió brevemente—. Por lo que parece, el resto de mi vida.

—No está hablando en serio —añadí—. ¿Una mujer como usted?

—¿Por qué no iba a hablar en serio? ¿Qué más puedo hacer? Lo abandoné todo al casarme con Jake. Abandoné el canto… ¿Sabía usted que fui cantante? Bueno, lo dejé todo. Absolutamente todo; mi voz, mis relaciones, todo. Y ya no soy una niña.

—No hable así —dije—. Deje ya de hablar así.

—Oh, no me estoy quejando, Carl. Realmente, no me estoy… ¿Qué le parece otra copa?

La dejé que invitara.

—Bueno —dije—, yo no conozco bien el caso y para mí resulta fácil hablar como hablo. Pero…

—¿Pero qué?

—Creo que Mr. Winroy debería haber seguido en la cárcel. Eso es lo que yo hubiera hecho.

—¡Por supuesto, usted lo habría hecho! Y cualquier
hombre
.

—Pero quizás él sepa mejor lo que se hace —dije—. Es posible que tenga algún plan importante entre manos para encumbrarla mucho más que antes.

Volvió enérgicamente la cabeza, echando fuego con la mirada. Pero yo, con los ojos como platos, ponía cara de inocente.

Cuando cesó el fuego, se puso a sonreír y me volvió a apretar la mano.

—Es muy amable por su parte hablar así, Carl, pero me temo que… ¡Oh, dejemos ya de hablar de esto! De nada sirve. Y estoy tan condenadamente consumida… Bueno, ¿de qué vale seguir hablando de esto si no puedo
hacer
nada?

Dejé escapar un suspiro y quise pagar otra ronda.

—No —dijo ella—. Sé que no puede usted permitírselo… y ya he bebido demasiado. Creo que ya estoy un poco alegre. Si hay una cosa que no me gusta, es ver cómo la gente sigue tomando copas cuando ya ha bebido bastante.

—¿Sabe? —dije—, es curioso, pero es exactamente lo que me pasa a mí. Puedo tomar una copa, o incluso tres o cuatro, pero entonces ya estoy dispuesto a dejarlo. Para mí, lo que cuenta es la compañía.

—Ciertamente, así debería ser —asintió ella.

Recogí mi cambio y salimos del bar. Cruzamos la calle, cogí mis maletas del porche y la fui siguiendo hasta mi habitación. Se estaba comportando bastante atentamente.

—Carl… —Me estaba mirando con curiosidad, un tanto amigablemente pero con curiosidad.

—¿Sí? —dije—. ¿Pasa algo?

—Es usted bastante más mayor de lo que parece, ¿verdad?

—Vamos, ¿cómo cree usted que debía ser? —Y entonces asentí con seriedad—. Debí habérselo hecho saber —dije—. Jamás lo adivinaría usted mirándome.

—¿Por qué lo dice de ese modo? No le gusta…

Me encogí de hombros y añadí:

—¿De qué sirve que no me guste? Claro que me gusta. ¿A quién no le iba a gustar ser hombre y parecer un muchacho?

—Carl, no me he reído de usted.

—No le he dado ocasión —dije—. Suponga que las cosas hubieran sido diferentes. Suponga, digamos, que la hubiera conocido en una fiesta y hubiese intentado besarla, como haría cualquier hombre en sus cabales. ¡Cómo, lo hubiera usted tomado a risa! ¡Y no me diga que no, porque sé que lo habría hecho!

Me embutí las manos en los bolsillos y le di la espalda. Continué allí plantado con la cabeza gacha y los hombros hundidos, mirando fijamente a la raída alfombra… Era una actitud la mía endemoniadamente descarnada y sensiblera, pero casi siempre me había dado buenos resultados y estaba bien seguro de que los daría con ella.

Rodeó la habitación y vino a situarse delante de mí. Me cogió por la barbilla y me ladeó la cara.

—¿Sabe lo que es usted? —preguntó con voz ronca—. Un embaucador.

Me besó en la boca.

—Un embaucador —repitió, sonriéndome de soslayo—. ¿Qué está haciendo un individuo, que quiere llegar pronto como usted, en el colegio de profesores de un pueblo insignificante?

—No lo sé —repuse—. Es difícil decirlo con palabras. Estoy aquí…, bueno, ya sabe lo que son estas cosas. Usted ha estado haciendo lo mismo durante mucho tiempo, y no cree que esté avanzando con la suficiente rapidez. Entonces se pone uno a mirar a su alrededor a ver si hay alguna manera de cambiar las cosas. Y está tan harto de lo que ha estado haciendo, que cualquier cosa que se presente le parece buena.

Ella asintió. Sabía que yo tenía razón.

—Yo nunca he hecho mucho dinero —dije—, y pensé que un poco de cultura no me vendría mal. Esto era barato y parecía estar bien en los folletos. Cuando llegué y vi lo que era, me faltó poco para que cogiera el tren de vuelta.

—Sí —dijo ella con tristeza—. Le comprendo bien. Sin embargo… piensa probar, ¿no?

—Sí, creo que lo probaré —respondí—. Y ahora, ¿quiere decirme una cosa?

—Si puedo.

—¿Son auténticos?

—¿Auténticos? ¿El qué…? Oh —dijo lanzando una breve risotada—. ¡Muchacho,
vamos
muy de prisa…! ¿Le gustaría saberlo, no obstante?

—¿Bueno?

—Bueno…

Se inclinó hacia delante repentinamente. Con los ojos danzando mientras me miraba a la cara, se puso a mover los hombros de un lado a otro y de arriba abajo. Entonces retrocedió ágilmente, riendo, sujetándome con sus manos.

—Ay, ay. ¡No, señor, Carl! No sé por qué… debo estar perdiendo la cabeza al permitirle que se salga con la suya en esto.

—Sólo con eso no pierde nada más —dije, y ella soltó otra carcajada.

Fue una risotada más fuerte y bronca que las anteriores. Era como esas risas que se oyen a altas horas de la noche en ciertos establecimientos de bebidas. Ya saben, la gente se amontona en un extremo del bar y todos miran con los labios un poco retraídos y los ojos como vidriosos a un individuo; y él da de pronto una palmada sobre el mostrador, provocando las risas.

—Es dulce —me dio otra palmadita en la mejilla—, tan dulce como es posible. Y ahora tengo que bajar a preparar rápidamente algo de comer. Por si quiere echarse una siestecita, será dentro de una hora.

Le dije que lo haría cuando hubiera deshecho las maletas, y ella me despidió con una sonrisa. Comencé a sacar mi equipaje.

Me sentía bastante satisfecho de lo bien que iban las cosas. Durante un par de minutos pensé que me estaba moviendo con demasiada rapidez, pero parecía que me estaba saliendo bien. Con una señora como ella, si realmente le gustabas, prácticamente podías avanzar sin frenos.

Terminé de deshacer las maletas y me tendí sobre la cama con una revista de historias verídicas de detectives.

Pasé las páginas hasta dar con el lugar que yo había dejado:

…el relato de Charlie (
Little
) Bigger, el más sanguinario y escurridizo asesino de la historia del crimen. Probablemente no se sabrá nunca el número total de las muertes de este asesino a sueldo, pero oficialmente ha sido acusado de dieciséis. Está reclamado por asesinato en Nueva York, Filadelfia, Boston, Chicago y Detroit.

Little
Bigger desapareció de la faz de la tierra en 1943, inmediatamente después de que las bandas rivales asesinaran a su hermano y hombre-contacto «Big Luke» Bigger. Qué fue de él continúa siendo un tópico para las acaloradas discusiones en los círculos policiales y de los bajos fondos. Según apuntan algunos rumores, murió de tuberculosis hace años. Otros sostendrían que fue asesinado por venganza, como su hermano «Big». Todavía hay quienes sostienen que está vivo. La verdad, por supuesto, es simplemente ésta: nadie sabe lo que fue de
Little
Bigger, porque no le
conocía
ninguno. Mejor dicho, ninguno de los que sobrevivieron a su muerte.

Todos sus contactos eran a través de su hermano. Jamás fue arrestado, reseñado ni fotografiado. Naturalmente, ningún criminal tan activo como él podría permanecer completamente anónimo, y
Little
Bigger no lo permaneció. Pero el retrato que tenemos de él, montado a través de varias fuentes, es más tentador que satisfactorio.

Suponiendo que continúe vivo y no haya cambiado,
Little
Bigger es un hombrecillo de semblante afable, mide poco más de metro y medio de estatura y pesa unos cuarenta y cinco kilos. Es corto de vista y lleva gafas de recios cristales. Se cree que padece de tuberculosis. Tiene mal la dentadura y le faltan algunas piezas bucales. Es irritable, meticuloso, fumador moderado y bebedor. Se calcula que ahora tiene de treinta a treinta y cinco años, pero representa menos.

Pese a su aspecto físico,
Little
Bigger puede ser muy sugestivo, especialmente con las mujeres…

Tiré a un lado la revista. Me incorporé, sacudiendo los zapatos de tacones altos. Me acerqué a la cómoda, dirigí el espejo hacia abajo y abrí la boca. Me quité la dentadura postiza de abajo y de arriba. Forcé los párpados hacia atrás —primero en un ojo y luego en el otro— y me quité las lentillas de contacto.

Me estuve mirando en el espejo un rato, satisfecho del bronceado de mi piel y de los kilos que había ganado. Tosí y miré el pañuelo; eso no me gustó mucho.

Volví a tenderme en la cama, convencido de que iba a tener que vigilar mi salud, preguntándome si no se perjudicaría mi estado cuando empezara a hacer el amor con ella.

Cerré los ojos, y me quedé pensando en ella… y en él… y en el Jefe… y en Fruit Jar… y en esta casa extremadamente repulsiva, y en el pelado jardín delantero, y en los crujientes peldaños de la puerta… y en aquella entrada.

Se me abrieron los ojos de repente y luego volvieron a cerrarse. Tenía que hacer algo con aquella puerta. Alguien podía pasar por allí y dejarse enganchadas las ropas.

CAPÍTULO III

Cuando bajaba al comedor me encontré con Mr. Kendall, el otro huésped. Era un tipejo mayor y de corteses maneras; la clase de sujetos que no pierden la dignidad aunque se queden encerrados en un retrete de pago automático y tengan que salir arrastrándose por debajo de la puerta. Dijo que estaba encantado de conocerme y que consideraría un privilegio ayudarme a integrarme en Peardale. Yo le agradecí su amabilidad.

—He estado pensando en el trabajo —me confesó cuando bajábamos al comedor—. A estas alturas puede resultar algo difícil. Los medios empleos están ahora mucho mejor. Pero no perderé de vista la fábrica de pan. Creo que somos los que proporcionamos más trabajo de ayuda a los estudiantes en toda la población; y es posible que salga alguna cosa.

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