Para Ana (de tu muerto) (14 page)

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Authors: Juan del Val y Nuria Roca

Tags: #Erótico, humor, romántico

BOOK: Para Ana (de tu muerto)
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—¿Qué pasa? ¿Que no te alegras? —me dice, desconcertado.

—¡Claro que me alegro, hijo, pero no me sorprende nada! —Paro para comerme un calamar—. ¡Mira, los calamares no están tan buenos, está mejor el pulpo!

—¿Cómo que no te sorprende que quiera publicar en Uriarte?

—¡Yo ya lo sabía! —digo para desconcertarle aún más—. Lo que pasa es que pensaba que me ibas a contar el verdadero motivo.

—¡Que me lo he pensado mejor!

—Tú no te has pensado nada. No quieres publicar con ellos porque no te dejan firmar la parte del libro que has escrito.

—¿Cómo lo sabes?

—Llevo mucho tiempo en esto.

Mi hijo come algo de pulpo, más para ganar tiempo que por hambre. Yo dejo que se explique después de tragar.

—Dicen que si aparece mi nombre, la novela se venderá menos.

—Los departamentos comerciales de las editoriales son así.

—Ya, pero si la novela está escrita por dos personas, deben firmar las dos personas.

—Para la red comercial de un grupo editorial tan grande no tiene importancia quién escribe las novelas. Les da igual quién lo haga.

—¡Vaya mundo de mierda!

—Mira, Carlos —le corrijo enfadada—, no vengas ahora tú tampoco a dar lecciones de ética. Te recuerdo que quisiste robar la novela de tu padre para firmarla tú.

No me gusta recordarle eso porque sé que le avergüenza hasta el extremo. A mí también. Carlos me cuenta que, cuando dijo que si no firmaba la novela publicaría en Uriarte, dieron marcha atrás y accedieron a su petición.

—Pero ya no me fío de ellos —asegura.

Le creo. Pedimos los cafés. Yo pido uno solo y él también. Antes siempre lo tomaba manchado. Estamos relajados, más bien liberados. Siento que las cosas van estando en su sitio.

—Cada vez me gusta más el café —me dice.

—Carlos, hijo, una vez más, voy a serte sincera sobre la novela.

—¡Vale!

—Lo que has escrito no tiene nivel para ser publicado como la segunda parte de la novela de tu padre. Si publicas eso, las críticas te destrozarán y no creo que puedas volver a publicar.

—¡Pero a Marta no le pareció tan mal!

—A ella le da igual tu futuro. A mí no.

—¿Y qué hago?

—Tienes que mejorar el texto. Y lo tienes que hacer rápido porque en un mes y medio tiene que estar en las librerías.

La novela de Martín Gracia está a la venta. Hemos hecho una tirada modesta, unos tres mil ejemplares. Luego ya veremos cómo va. Tiene una buena portada, en colores negro y rojo y el dibujo de una chica espectacular besando a un enano en la frente. Al enano se le ve encantado.

La portada es muy importante en los libros y, como en todo, también existen las modas. Por ejemplo, antes nunca se hacían portadas en las que predominara el color negro y ahora se hacen un montón. El motivo de estas modas suele ser que unos señores que trabajan en el departamento comercial opinan que una portada de color negro no es atractiva para el lector; después, alguien se atreve a ponerla, el libro se vende y los mismos que antes decían que las portadas negras no, ahora dicen que las portadas negras sí. Los señores de la red comercial opinan de todo. También de los títulos de los libros, de cómo tienen que ser y de las palabras que deben llevar o no. «No es bueno que en un título aparezca la palabra "muerte" porque no vende», me dijeron un día ante la propuesta de un autor. Yo, aunque pensé en García Márquez, no me atreví a contestar. Es importante la portada, el título y, por supuesto, la contra. El texto elegido para la espalda del libro tiene una importancia mayúscula. Un señor llega a una librería, coge el libro y le da la vuelta para ver de qué va. Hay veces que es más importante lo que pone en esas diez líneas que en las trescientas páginas que hay dentro. Y después, la promoción. El autor que tenga la fortuna de ser invitado debe ir a cuantos más programas mejor a hacerse el simpático, el interesante, el accesible, hacer experimentos y hasta disfrazarse de algo que tenga que ver con el libro.

En las editoriales hay departamentos de diseño para las cubiertas, de comerciales para vender el libro a los libreros y de comunicación para organizar la promoción en los medios. Después, lo que son las cosas, todos ellos te dicen, por separado y juntos, que los libros se venden por el boca a boca. ¡Pues haberlo dicho antes!

30

M
ucha más tirada que la de Martín Gracia tendrá la próxima novela de Noelia Regüela. Después del éxito de la anterior, se espera que con la siguiente se afiance definitivamente como autora. Noelia agradeció mucho mi llamada y está dispuesta a valorar la propuesta de publicar con nosotros. Tiene más ofertas, que le negociará su representante, y después elegirán la que consideren mejor. Yo seré la encargada de intentar convencer a Nacho Clavado, para que la presentadora que escribe se decante por nosotros.

Carlos, mi hijo, me ha llamado muy orgulloso de él mismo para decirme que Marta Sanchizdrián le ha propuesto negociar para él los derechos de la novela en Uriarte y que él le ha dicho que no. Marta ha pasado demasiado tiempo convenciéndole para que publicara en Tierra y después ha sido de la opinión de que la firma de mi hijo no apareciera en el libro. En esas dos apuestas se ha desgastado frente a él y ha perdido su parte del pastel. Yo creo que los mejores agentes son los menos avariciosos. En el cine y en la tele se llaman representantes; en el fútbol y en los libros se llaman agentes, y en los toros, me decía mi ex, se llaman apoderados. Da igual, los mejores representantes, agentes o apoderados son los que no tienen prisa por ganar dinero.

Nacho Clavado no ha querido quedar conmigo en la editorial. Me ha dicho que mejor en su oficina. Está en el centro y es pequeña. Una recepción, una sala de espera a la derecha de la entrada y el despacho de Nacho, que tampoco es grande. De las paredes cuelgan fotos de varios presentadores de televisión a los que también debe de representar, aunque la estrella de la oficina es, desde luego, Noelia Regüela. Nacho tiene la puerta de su despacho abierta y, al verme, sale a recibirme antes de terminar de darle mi nombre a la recepcionista. «No te preocupes, Maripili —le dice a la chica—, la estaba esperando». Me sorprende que una chica tan joven se haga llamar Maripili, que me parece más nombre de secretaria de los años sesenta.

No me acordaba de lo atractivo que es Nacho Clavado. Es el típico castaño que fue rubio de pequeño, alto, no demasiado delgado porque es fuerte y con los ojos claros. Tardo un poco más de lo normal en darme cuenta de cuál es el secreto de su atractivo: cuando sonríe, parece un poco malvado. Al verle al lado de Noelia parecía menos, se mantenía en segundo plano, pero aquí solo y en la distancia corta Nacho se hace grande. Es un poco sorprendente su manera tan directa de hablar.

—¿Por qué crees —me pregunta— que Noelia debería publicar en Uriarte?

—Porque nosotros no queremos sólo aprovechar el tirón de su fama para vender libros, sino que pensamos que ella tiene futuro como autora.

—Si te soy sincero, es lo mismo que me han dicho las otras dos editoriales con las que he hablado.

—Siento no ser muy original, pero esto es lo que hay. Yo sólo puedo prometerte que para nosotros será una autora muy importante. A lo mejor para otras editoriales más grandes será una más.

Durante los minutos que llevo en su despacho, el móvil de Nacho Clavado ha sonado ocho veces. En todas ha mirado la pantalla y después le ha dado a la tecla de silencio sin cogerlo. Es un hombre ocupado.

—¿Dónde comes hoy? —me pregunta de repente.

—Pues no sé —contesto, encantada de que me lo haya preguntado.

—Yo no he quedado con nadie y aquí abajo hay un asiático muy bueno. ¿Te apetece?

—¡Vamos!

Se despide de Maripili diciéndole que estará en el móvil si hay algo urgente.

—Sí —le contesta con confianza—, pero si te llamo, cógelo.

En el restaurante pide Nacho. Conoce la carta y todo el mundo le conoce a él. El camarero trae un vino que no ha hecho falta pedir. Antes de que traigan la comida, Nacho va al grano.

—Dime qué anticipo estáis dispuestos a pagar y qué porcentaje de derechos.

Le contesto, pero le parece poco. Me hace una contraoferta y le digo que la debo consultar con mi directora.

—¡Consúltala ahora! —me pide—. Llámala y pregúntaselo.

Me encanta esa actitud. En las reuniones a las que estoy acostumbrada se suelen dar muchas más vueltas a las cosas. Le hago caso, me levanto de la mesa y llamo a Luisa. Le pregunto si podemos llegar económicamente hasta la cifra que Nacho me pide. Luisa me dice que sí. Vuelvo a la mesa. Le digo que aceptamos su contraoferta.

—¡Hecho! —me dice.

—¿Qué quiere decir «¡hecho!»?

—Pues que Noelia publicará en Uriarte.

—¡Qué alegría! ¡Qué fácil! ¡Qué bien!

Me doy cuenta de que me ha salido un poco infantil, pero me da igual. Nacho alza la copa y me propone brindar para celebrar el acuerdo. Me confiesa que es el mismo que ofrecían las otras dos editoriales, pero que a Noelia le apetecía desde el principio publicar en Uriarte.

—¡Y ahora dejemos los negocios y vamos a comer tranquilos! —me dice.

Hablamos de todo, me cuenta un montón de cotilleos de la tele y yo algunas curiosidades del mundo editorial. Nacho no sabía que yo era la ex mujer de Carlos Pacheco, del que ha leído casi todos sus libros. Hablamos un rato de él y me pregunta por la novela que dejó escrita antes de morir. Le cuento lo que puedo.

Nacho es un seductor, que es otra manera de decir que en cada una de sus palabras hay una segunda intención.

Es un provocador tan sutil que en vez de querer que dé un paso atrás, estás deseando que lo dé hacia delante.

—¿Tienes pareja? —me pregunta.

—Yo no. ¿Y tú?

—Sí, tengo una amiga.

—Bueno, yo también tengo un amigo, pero da igual.

Me doy cuenta al instante de que la frase que acabo de decir ha quedado fatal. Se me ha escapado, pero era lo que estaba pensando. Nacho no hace referencia a ese «da igual», pero seguro que lo va a utilizar. Nos hemos terminado la botella de vino y nos pedimos dos
gin-tonics
. En el restaurante ya no queda casi gente y los camareros están montando las mesas para por la noche. No pasa nada porque hay confianza. Mientras nos tomamos el
gin-tonic
, Nacho ha llamado a Maripili para decirle que no va a volver a la oficina. Yo he hecho lo propio para decirle a Luisa que estoy ultimando el acuerdo con Nacho y que la cosa llevará su tiempo.

—¿Nos vamos? —me pregunta Nacho.

—¿A dónde?

—A mi casa.

—Sí.

Nacho vive a las afueras, en un chalé. El salón es precioso, tiene muchos libros, una pantalla de cine con proyector, una tele de un montón de pulgadas a la que están conectados un par de ordenadores y una mesa, que parece la de trabajo, con otro ordenador más. Cuando subes a la planta de arriba, compruebas con mayor claridad que es la casa de un soltero. Hay tres habitaciones sin amueblar, como haciendo las veces de trastero, y una sola amueblada, que es la suya, con una cama gigante, una
chaise-longue
de cuero y otra pantalla plana colgada de la pared.

En esa cama hemos pasado la tarde, después, hemos bajado a la cocina a cenar y hemos vuelto a subir. Cuando hemos terminado, me ha propuesto que me quedara a dormir. Es el inconveniente o la ventaja que tiene vivir en las afueras.

31

L
o primero que me he encontrado en el mail esta mañana al llegar a la oficina es un documento de mi hijo. Es la corrección de una parte del texto que él ha escrito. La corrección consiste sobre todo en haber quitado mucha parte insustancial que no aportaba nada a la historia. Ha dejado sesenta folios en cuarenta. A los escritores, en general, les cuesta mucho reducir lo que han escrito porque cualquiera de sus líneas les suele parecer una aportación imprescindible a la historia de la literatura. Parece que exagero, pero no exagero nada. Se gustan tanto a sí mismos que todo lo que escriben les parece que nadie será capaz de escribirlo. Así que el hecho de haber sido capaz de reducir tantas páginas me parece un buen comienzo. Además, ha introducido algún golpe de humor que a mí me parece de nivel. Sus descripciones siguen siendo buenas, mejores las de los lugares que las de las personas. Las personas le cuestan más porque las observa peor, para eso hacen falta años. De todas formas, lo que ha escrito está mucho mejor y, si sigue así, puede que tenga algún futuro como autor. Eso se verá cuando tenga algo que contar: en esta novela no puede mostrar su talento porque no es su historia.

Luisa me llama y me pide que vaya. Ayer no le conté el final del acuerdo con el representante de Noelia Regüela.

—Ayer no me llamaste y tampoco cogías el móvil.

—Es que lo dejé en silencio y no lo escuché.

—¿Qué tal? ¿Cómo acabó la cosa?

—Noelia Regüela publicará su próxima novela en Uriarte.

—¡Qué buena noticia! Así que te fue bien con el representante.

—Muy bien —digo sin poder evitar que se me escape la risa.

—¿Nooooo? —pregunta con tono de haberme descubierto.

—Sí —digo riendo como una adolescente.

—¿Estuviste con él?

—Toda la noche.

—¡Ya me lo estás contando!

Carlos, mi ex, decía que cuando tu mente está escribiendo, todo surge como sin esfuerzo y puedes hacerlo casi sin pensar, con la tele puesta, con interrupciones, sonando el teléfono y hasta contestando. Cuando no tienes ese momento, ya puedes aislarte en una cabaña con chimenea en un lago de la montaña que no te sale ni una línea. Yo ahora estoy en un buen momento. Habrá varios motivos para que las cosas me salgan bien, pero debe de ser importante que en pocos meses haya pasado de una abstinencia total a tener dos amantes. Aunque uno, la verdad, sea bastante mejor que el otro.

Me ha llamado mi hijo un instante antes de que lo hiciera yo. Quería decirle que me ha gustado mucho el criterio con el que ha cortado el texto. Quería decírselo porque se iba a alegrar y porque a mí también me pone muy contenta. Estaba con el teléfono de mi mesa descolgado y marcando su número cuando ha sonado mi móvil con su nombre en la pantalla. La importancia de las cosas siempre es relativa. A mí me parecía muy importante decirle que me había gustado lo que había escrito, pero lo que él tiene que decirme no deja espacio para nada más. Después del «Carlos, hijo, precisamente te estaba llamando ahora mismo para decirte que…», mi hijo me interrumpe bruscamente con una noticia inesperada, que no sé si es buena o mala o las dos cosas a la vez: «Mamá, vas a ser abuela. Yoli está embarazada». Después de un rato en silencio el discurso no me sale nada ordenado: «Enhorabuena… bueno, ¿lo vais a tener…? Lo tendréis si me das la noticia… Mira que estáis a tiempo de echaros atrás… ¿Yoli qué dice…?». Mi hijo tampoco está mucho más tranquilo. Me cuenta que acaba de estar con Yoli en casa y que ella dice que por supuesto que lo va a tener. Él está contento, pero muy confuso. Mientras me habla, Yoli aparece en la pantalla del móvil como llamada en espera. Será para contármelo. Se lo digo a Carlos, que me pide que lo coja y que luego hablamos nosotros.

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