Read Para Ana (de tu muerto) Online
Authors: Juan del Val y Nuria Roca
Tags: #Erótico, humor, romántico
—La gente lo irá conociendo poco a poco.
—Lo importante es que el que venga se vaya contento.
—El boca a boca es fundamental.
—Eso también pasa con los libros.
—Claro, además Madrid no se conquistó en una hora.
—Zamora.
—¿Cómo que Zamora?
—Que la que no se conquistó en una hora fue Zamora.
—Fue Madrid.
—Que no, que fue Zamora, hombre. Tiene su origen en el
Mío Cid.
—Bueno, qué más da. Lo importante es que venga gente al restaurante.
La cena está rica y el vino es bueno. Hemos tardado un poco en ubicarnos, pero antes de que lleguen los segundos el ambiente de la mesa ha mejorado mucho. Martín y Carlos han comenzado a conectar hasta el punto de que la conversación se divide a ratos en dos, la de ellos y la de Luisa y la mía. Martín tiene mucha gracia, no me acordaba, con un humor bastante excesivo y provocador. Carlos intenta estar a la altura y hay veces que lo consigue. La cena está siendo divertida.
—Yo creo que para que una pareja funcione en la cama tienen que pasar unos cuantos meses —opina Martín.
—¿Cuántos meses exactamente? —pregunto yo.
—Cinco o seis —contesta él.
—Entonces nosotros todavía no… —me dice Carlos, riendo.
—A una mujer no puedes conocerla sexualmente hasta que no has estado con ella varias veces —insiste Martín.
—Eso es cierto —le da la razón Luisa.
—A mí esa afirmación me parece muy machista —corrijo yo.
—Pues yo creo que hay gente más habilidosa que otra para encontrar las teclas —dice Carlos, queriendo hablar de él.
—Eso me parece aún más machista —le reprocho yo—. Os creéis que sois vosotros los que nos dais placer. Que disfrutemos o no depende de nosotras mucho más que de vosotros.
—Ya, pero hay cada torpe por el mundo… —interviene Luisa.
—Eso es cierto. —Otra vez Carlos.
—¿Y tú qué sabes sobre la torpeza de los hombres en la cama? —le pregunto.
—Sé lo que me contáis las mujeres, que no paráis de quejaros de lo mal que está el
mercao.
—Eso es verdad —confirma Luisa, riendo—, qué mal está el
mercao.
La segunda botella está a punto de acabarse. Estamos contentos y apenas me he acordado de Enrique, que sigue sin llegar. Supongo que a estas horas ya no vendrá. Puede que se le haya complicado algo con su madre.
—El mes que viene —nos informa Luisa— publicamos la novela de Martín.
—¿Vas a publicar una novela? —pregunta Carlos.
—Sí, una de un enano —le informo yo.
—No es exactamente de un enano. Sale un enano —se molesta Martín.
—¡Qué envidia! —dice Carlos—. Yo también escribo.
—Joder —se sorprende Luisa—, aquí todo el mundo es escritor.
—Aquí todo el mundo escribe, pero ser escritor es otra cosa —corrijo yo sin buena fe.
—Escritor es el que escribe. Lo demás son prejuicios —se defiende Martín.
—Y tú, Carlos, ¿qué escribes? —pregunta Luisa.
—Cuentos, casi siempre.
—¿Infantiles?
—No. Son para adultos, algunos muy para adultos.
—¿Y nunca has pensado en escribir una novela? —pregunta Martín.
—No creo que sea capaz —se justifica Carlos—. Alguna vez lo he intentado, pero no tengo el talento suficiente para hacer una historia larga con interés.
—¿Ves, Luisa? Lo que te decía. Es un escritor sin ego, con lo cual, no puede ser escritor.
D
olores, mi suegra, ha vuelto a Jaén. Me ha llamado esta mañana para contarme que se va a vivir con una hermana. No quiere estar sola en la casa de Asturias y prefiere pasar sus últimos años en el pueblo que nunca dejó de añorar. Estaba contenta, pero me ha encargado que, cuando ella muera, me ocupe de que su cuerpo regrese a Asturias para ser enterrada junto a Marcelino. Al parecer, en los últimos años, la duda de dónde ser enterrados fue frecuente entre mis suegros. Los dos tenían claro que habría de ser juntos, pero Marcelino quería ser enterrado en Asturias y Dolores en Jaén. Finalmente, concluyeron que el primero que muriera elegía y el otro se enterraría junto a él. Dos tumbas tenían pagadas, una en cada sitio. Marcelino murió primero y mi suegra ha cumplido el pacto. Dolores me ha dicho por teléfono que no quiere morirse todavía, aunque ya no le quede nada por hacer. Quiere regresar a Jaén y pasar allí lo que le queda de vida, aunque luego tenga que volver a Asturias para estar con su hombre. «Hija mía —me ha dicho—, no quiero morirme en Asturias, pero si no me entierran junto a Marcelino, me da algo».
No lo he pensado mucho, pero creo que soy atea. Carlos lo era por convicción y yo creo que lo soy porque no me queda más remedio. Mis padres eran religiosos, muy conservadores, creo. A mis padres no les dio tiempo a educarme, pero en ocasiones he pensado que algunas cosas de las que hago, sobre todo en el sexo, no les habrían parecido bien. Yo fui a catequesis e hice la comunión. Los tres íbamos a misa todos los domingos. A misa de once para ser exactos, y luego a un bar donde mi padre tomaba cerveza y mi madre mosto. Yo me quedaba jugando en un parque que había justo entre la parroquia y el bar. Después nos íbamos a comer a casa de mi abuela, con ella y con mi tía. Recuerdo cómo iba vestida de domingo. Antes, a los niños nos vestían de domingo. Mi uniforme era un vestido de florecitas azules, leotardos blancos, un abrigo gris de botones muy grandes y una diadema de terciopelo negra. Una vez tuve unos zapatos de charol granate oscuro que me compró mi madre. Ese día fue posiblemente el más feliz de toda mi infancia. Yo tendría unos siete años y me los compró un martes. Contaba los días con ansiedad para que llegara el siguiente domingo y poder estrenarlos. Fui a misa con ellos y me la pasé mirando el maravilloso brillo de mis zapatos de charol granate. Después, como siempre, mis padres fueron al bar y yo al parque. Me puse de rodillas en un arenero a jugar con la tierra. Estuve allí todo el rato hasta que mis padres salieron del bar. Al levantarme, comprobé que las punteras de mis zapatos de charol estaban arañadas por la tierra y se veía el cuero negro que había debajo del charol. Ver aquellas punteras destrozadas me provocó una tristeza que recuerdo insuperable. Algunas veces me acuerdo todavía de mis zapatos rotos y creo que ahora mismo podría dibujar con absoluta precisión la forma de aquellas nubes negras que se instalaron en mis zapatos hasta que mi madre me los cambió por otros negros normales, «mucho más sufridos», según ella. Recordando el brillo de mis zapatos granates, creo que aquella mañana en el parque descubrí que las cosas que realmente quieres mucho duran demasiado poco. Y lo peor es que fui yo quien los destrocé sin darme cuenta.
A la vida de Fernando y Elena le falta una parte. Es una historia de dos, pero debería ser de tres. Eso hubiera sido lo más justo, aunque esa parte no habría aportado nada a la novela. Me entristece ese pensamiento, pero la novela es la que es. Así la quiso Carlos y no puede cambiarse. Carlos no ha escrito un hijo a Fernando y Elena. Y no lo ha dejado de hacer de manera premeditada. Simplemente, se le ha olvidado. No era necesario ni importante en la vida de los protagonistas: da igual que el final sea feliz, esta historia me parece demasiado dura.
Fernando pretendía seguir teniendo relación con Elena después de su ruptura. Ella no quería. En algún rincón de su interior tenía un resquicio de ilusión por empezar a vivir de manera diferente. No sabía qué iba a hacer, a qué se iba a dedicar, ni siquiera dónde iba a vivir. Tampoco le importaba mucho, porque lo que le daba esperanza es que todo sería nuevo. Por eso no quería ver a Fernando. No tenía nada que ver con el rencor, sólo sabía que, si volvía a verle, no se movería.
A Fernando le interesan las drogas. Sabe mucho de ellas, experimenta con sus reacciones, le gusta ponerse al límite algunas veces, pero nunca ha sido dependiente de ninguna. Elena las prueba, las consume, pero no le gustan. Por encima de todo, le dan miedo. Tiene muy interiorizado que son algo malo, así que no las puede disfrutar del todo. Un amigo de Londres trajo a Fernando una nueva cosa para probar. A Elena no le apetecía. Fernando y su amigo insisten y ella la consume. Es un líquido transparente que hay que inhalar. Una especie de euforia se apoderó de Elena y Fernando a los pocos minutos. No podían contenerse. Dejaron al amigo en el estudio escuchando a Deep Purple a todo volumen y ellos subieron a la habitación. Él estaba muy duro y ella empapada antes de haberse rozado. Apenas sin desnudarse y sentir a Fernando dentro de ella nada más tumbarse en la cama, Elena se corrió de una manera tan intensa que perdió la sensibilidad mientras Fernando continuaba moviéndose. Imaginó que esa sensación es la que experimentan los hombres al terminar. Fernando tardó algo más. No mucho. Los dos quedaron exhaustos. Al tiempo que el calentón, también desapareció el efecto de la droga. Un terrible dolor de cabeza hizo que Elena tardase en quedarse dormida, ni se acuerda de cuándo lo logró. Con la sensación de sentirse con una terrible resaca, Elena tuvo algún pensamiento lúcido. Las drogas a ella le dan igual, porque la única de quien depende es el propio Fernando. Él es la más adictiva de todas.
Y
oli ha venido llorando a mi casa. Hace un rato me llamó porque quería contarme algo. Ha tenido una enorme bronca con mi hijo. Ella dice que han roto. Caliento agua para hacer dos tés mientras me empieza a contar un montón de problemas de pareja que no quiero que me interesen. Me dice que ella ya es mayor como para perder el tiempo en una relación sin futuro, ha pasado los treinta y tiene la intención de ser madre. Con Carlos eso no va a pasar y ella no quiere seguir perdiendo el tiempo. Me parece lógico y le doy la razón. De vez en cuando, suelta algunas lágrimas, pero a mí no me parece que esté tan mal.
—Las relaciones —le digo— no tienen que ser para siempre. Los dos sois muy jóvenes para rehacer vuestras vidas.
No soporto esa frase que acabo de decir, pero la he dicho. Siempre se utiliza eso de «rehacer tu vida» cuando después de haber acabado una relación vuelves a tener pareja. Es una perversión del lenguaje que se utiliza como coletilla en los programas de televisión. Me parece que lo de «rehacer tu vida» debería utilizarse justo el día que una pareja se separa, no al contrario. «Fulanito y Menganita han rehecho sus vidas separándose», ésa debería ser la noticia en televisión. En esto estoy pensando mientras Yoli me cuenta sus preocupaciones. La casa en la que viven es de ella, así que Carlos debería irse lo antes posible. Mientras me va contando, suena mi móvil. Es mi hijo.
—¡Carlos! ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Por qué lo preguntas?
Yoli se suena los mocos y se seca las lágrimas.
—Yoli está aquí conmigo y me ha contado que lo habéis dejado.
—¡Claro, como ahora sois amiguitas! —dice, burlón.
—¿Dónde vas a ir? —digo ignorando su tono.
—No lo sé, mañana voy a casa de un amigo. Me quedaré allí hasta que busque algo.
—¿Por qué no te vienes aquí?
—Sabes que eso no es una buena idea.
—Es verdad.
—¡Mamá, tenemos que hablar! —Noto en el tono que es importante.
—¿De qué se trata?
—Mejor te lo cuento en persona. Es sobre la novela. Mañana te llamo y me paso a verte al Manolo.
Carlos se despide enviándome un beso para Yoli, que ya se ha levantado y está a punto de irse.
—¿Qué quería? —me pregunta Yoli.
—Dice que tiene que contarme algo importante sobre la novela.
—Aún no has podido convencerle para que publique en Uriarte.
—Tranquila, ya se convencerá solo.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque llevo mucho tiempo en este oficio.
—¡Ah! —dice Yoli, sin entenderme, pero intuyendo algo—. Ayer le oí discutir con Marta. Carlos gritaba bastante.
—Entonces, ¡ya está!
Carlos, mi ex, leía muy poco siempre, pero cuando escribía no leía nada. Ni siquiera sobre toros. Yo estoy leyendo mucho menos. Esta noche no he dormido apenas porque empecé una novela y no fui capaz de parar hasta que terminé de leerla.
—¿Nacho Clavado?
—Sí, soy yo.
—Hola, soy Ana Santos, la editora de Uriarte. Es que quería hablar con Noelia otra vez.
—No sé si es una buena idea. No salió muy contenta de vuestro último encuentro.
—Por favor, dame su móvil, te aseguro que lo que voy a decirle le gustará.
Cada año salen a la venta decenas de miles de libros. Todo el mundo que trabaja en este sector cree que son demasiados, pero nadie hace nada por cambiarlo. Las editoriales son un negocio como cualquier otro en el que hay balances y cuentas que tienen que cuadrar. Da igual lo que se publique si al cierre de cada libro el resultado económico es positivo. Está muy bien que así sea —yo he vivido toda la vida de esto—, pero no hay que engañarse: los negocios nunca son por amor al arte.
Autores, editores, libreros, críticos y lectores, todos tenemos una función en este circo y a todos nos sobra —a los lectores también— vanidad, complejos, prejuicios y ego.
Me encanta la idea de que una persona escriba una historia y que a otra le emocione, le haga soñar, reflexionar, sentir… Me parece un ejercicio de generosidad por ambas partes y en ese momento me dan ganas de hacer «un brindis a la salud del tipo que inventó la letra A, que fue el comienzo de todo».
Una vez me dijo alguien que todo el mundo cree que puede escribir por el simple hecho de que en el colegio nos enseñaron a hacerlo. Me refiero a juntar letras. La eme con la a: ma. Ése es el motivo por el cual las supuestas inquietudes artísticas de los más vanidosos se reflejan en la intención de querer ser escritores y no en componer, por ejemplo, una sinfonía para piano y violín. Si todo el mundo supiera unir notas musicales, imagínate el dolor de oídos.
—¡Dígame!
—Hola, Noelia. Soy Ana Santos, la editora de Uriarte.
—Hola, ya me dijo Nacho que ibas a llamarme. ¡Tú dirás!
—Ayer leí tu novela y me ha gustado mucho.
—Eso ya me lo dijiste la otra vez.
—Sí, pero te mentí. No la había leído. Sólo la miré por encima un rato antes de verte. Lo único que quería decirte es que ahora entiendo tu enfado.
A Marián Solá le han hecho una oferta de otra editorial para publicar su próxima novela. Ha vendido muy poco, pero tiene prestigio. El prestigio en el mundo literario no se sabe muy bien por qué se tiene, pero si se alcanza, ya nunca se pierde. Pasa también al contrario, como no se tenga desde el principio, jamás se logra. En este mundo de autores, editores, libreros, críticos y lectores se mantienen inercias como para darnos la razón a nosotros mismos, aunque tengamos ante nuestros ojos la realidad llevándonos la contraria.