Para Ana (de tu muerto) (16 page)

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Authors: Juan del Val y Nuria Roca

Tags: #Erótico, humor, romántico

BOOK: Para Ana (de tu muerto)
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—Yo no te he juzgado.

—¡Carlos, no seas infantil! Yoli tiene la opinión que tú le has dado.

—Bueno, yo opino que…

—Tú no opinas nada —corto a Yoli—. Esto es entre él y yo.

Yoli se calla y se recuesta sobre el respaldo de la silla, en claro síntoma de retirada.

—Tú sabes lo difícil que fue, te tuve con veinte años y sola.

—¿Y papá?

—Papá nunca estaba cuando se trataba de ti. ¿No lo sabes?

—Sí, pero entre él y yo, siempre le elegiste a él.

—¡Joder con la frasecita! Es la segunda vez que me la dices. Yo elegí una vida con tu padre, buena o mala, pero era la mía. ¡Tú eres mi hijo, no eres el hombre de mi vida!

Mi hijo no contesta, Yoli permanece en silencio y yo no puedo dejar la oportunidad de decirle algunas cosas que quiero que sepa. Es el momento.

—A mí nadie me enseñó cómo se hace. No tengo padres desde que tenía once años, tampoco sé muy bien qué es serlo. He pasado mucho tiempo torturándome con la idea de que yo era una huérfana que había criado a otro huérfano. Y no es verdad. Hemos llegado hasta aquí, tienes casi veinticinco años, muchas oportunidades, dinero y vas a ser padre. ¡Sal al mundo y deja de echarme la culpa de todo!

… Te he querido mucho. Lo sabes, pero te lo vuelvo a decir. Has sido la persona más importante de mi vida. Me has hecho vivir, disfrutar, amar y escribir mucho mejor de lo que lo hubiera hecho sin conocerte. Sobre todo, escribir…

35

E
lena ha ido a comprarse una guitarra. La suya se había quemado en el incendio. Uno de esos jueves le contó al encargado de uno de los bares que era cantante y éste le habló de un grupo que toca allí algunas veces. Se llaman Gerundio. Le presentaron primero al guitarra, luego a la chica que toca el órgano, más tarde al de la batería y después al más mayor, Elías, que compone y toca el bajo. El cantante es el guitarra y pensaron que podía ser bueno introducir una voz femenina. Carla, la del órgano, no sabe cantar. El día que Elena hizo la prueba para entrar en el grupo estaba tan nerviosa como no recordaba haberlo estado antes. Pidió a su jefe el día libre. El primero que pedía desde que había entrado a trabajar en la tienda. El estudio estaba en un polígono de las afueras. Tardó en encontrarlo, y más en encontrar la calle Antonio Machado número 7 bis nave B. Las calles del polígono, como las de todos los polígonos, tenían nombre de escritores. Antonio Machado era perpendicular a Pío Baroja y paralela a Miguel de Unamuno. Cuando Elena abrió la puerta gris de metal y entró en la nave, los cuatro músicos del grupo estaban ensayando desde hacía rato. En ese momento estaban tocando una versión de
Shine a Light
de los Rolling. No pararon al verla entrar, tan sólo la miraron mientras seguían tocando. Al terminar, se saludaron con un par de besos sin hacer referencia al retraso y la invitaron a coger la guitarra acústica para unirse a ellos. Elena tenía los dedos helados, pero no quiso pedir más tiempo para que se le calentaran. Al tocar los primeros acordes, sintió que la iba a fastidiar.

—¿Te parece que sigamos con los Rolling? —le preguntó Rony, el guitarra.

—¡Perfecto! —contestó Elena, consciente de que hubiera contestado de igual modo a cualquier propuesta.

—¿Conoces
Live With Me
?

—Me encanta ese tema. Vamos allá.

Elena suelta la guitarra acústica y coge el micrófono de mano. No necesita la guitarra para esa canción. Rony comienza los primeros acordes con la eléctrica y canta las primeras estrofas. Con la mirada, le da paso a Elena para que se sume, pero Elena no recuerda la letra. Intenta balbucear alguna palabra inglesa con un
na na na…
que sale muy desentonado.

—¡Perdón, lo siento! —se disculpa al tiempo que los músicos paran.

Elena está nerviosa. Intenta recordar la letra musitándola bajito.

—¿Quieres que intentemos otra? —le propone Carla, la del órgano.

—¡No, no! Vamos con ésta. ¡Cuando queráis!

Rony vuelve a hacer sonar su guitarra, tras él entra Braulio, el batería, se añade Carla y Elías, el bajo. Rony canta la primera estrofa y le vuelve a dar paso con la mirada para que se sume. Elena empieza con el primer verso —«
my best friend, shoots water rust
»— y a partir de ahi se siente tan feliz que continua imparable cantando y bailando hasta la última estrofa. Ni ella misma creía que fuera capaz de cantar con tanta pasión. Los músicos se pusieron a aplaudir y a gritar nada más parar los instrumentos. Elena estaba tan contenta que no sabía si saludar o llorar.

—¡Joder, tía! —dijo Elías—. ¿Tú de dónde has salido?

Voy a ser una abuela con cuarenta y seis años y dos amantes. Bueno, a lo mejor cuando nazca el niño, ya no tengo dos amantes, a lo mejor no me queda ninguno. O quién sabe, puede que tenga tres. El sexo me está ayudando mucho. Encontrarme con Carlos el camarero en este momento de mi vida es tener mucha suerte. Lo de Nacho es distinto. No está mal, pero es otra cosa. Me encanta su manera de hablar, tiene mucho sentido del humor, es culto sin alardear y sabe escuchar. Como amante, es completamente normal. No está mal, tiene experiencia y se nota que conoce el cuerpo de las mujeres, pero el sexo con él no es precisamente inolvidable. Carlos tiene más imaginación y, sobre todo, es mucho más generoso. Con Nacho lo paso bien, pero necesito más motivación. De noche, después de unas copas, buena música… entonces me apetece y el sexo es más o menos bueno. Con Carlos el camarero me apetece siempre, no es necesaria ni una cerveza y el sitio da igual.

Con Nacho estuve ayer. Cenamos en un asador nuevo que han abierto en el barrio y luego se quedó a dormir en casa. Esta mañana se ha levantado pronto y hemos quedado en vernos la próxima semana.

Esta noche he quedado con Carlos en El Olivo. Vamos a cenar pronto porque mañana madrugamos los dos. A las nueve y media me está esperando en una mesa en el rincón. Es muy pronto, así que todavía no hay ninguna otra mesa ocupada. A las diez hay tres reservas y a las diez y media, cuatro más. Un día más van a llenar. De eso empezamos a hablar nada más sentarme. Me cuenta que está decidido a dejar el Manolo y venirse aquí. Necesitan gente y es absurdo que él esté trabajando en otro bar siendo dueño en parte de este restaurante. Le apoyo en su decisión y brindamos por ello. Mañana mismo dirá al dueño del Manolo que se va. Me pone al día sobre el último cuento que está escribiendo y yo sobre las novedades de la editorial. Una de ellas es que el libro de Martín Gracia se está vendiendo muy bien y la próxima semana vamos a hacer una segunda edición. Carlos no pierde esta vez mucho tiempo explicándome los problemas que tiene con su ex y le agradezco más que me cuente lo bien que lo pasó el sábado con su hija Martina, a la que le tocaba dormir con él. La cena transcurre bien, casi nos hemos acabado la botella de vino y todas las mesas del restaurante se han llenado sin que nos diéramos apenas cuenta.

—¡Carlos! Voy a ser abuela.

—¡No jodas! —le sale del alma.

—¡Como lo oyes!

—¡Enhorabuena! —Y añade antes de dudar—: Porque te doy la enhorabuena, ¿no?

—Me siento rara al pronunciar la palabra, pero me hace ilusión.

—Yo nunca me he acostado con una abuela.

—Yo todavía no lo soy.

—No, pero estás muy cerca. Esta noche me lo voy a hacer con una casi abuela.

Lo mejor de Carlos el camarero en la cama es su boca. Ya lo tengo comprobado. Es muy bueno en todo, pero con la boca tiene un don. Ha estado dedicado a mí hasta que creía que ya no podía más. No he contado las veces, pero venía uno detrás de otro. No me ha dejado tomar la iniciativa en ningún momento. Y yo, encantada. He seguido tumbada y él, frente a mí, me ha levantado las dos piernas, cada una con un brazo. Dentro de mí ha empezado a moverse despacio, acercando cada vez más y muy poco a poco su pecho contra el mío. Con suavidad, ha doblado mis piernas y las ha echado hacia atrás a medida que iba entrando más. Casi sin darme cuenta mis rodillas y mis hombros se están tocando y el peso de Carlos sobre mí apenas me deja moverme. Es él quien se mueve y cada roce dentro de mí me proporciona tanto placer que me es difícil reconocer alguna parte de mi propio cuerpo. No me gusta cerrar los ojos cuando hago sexo, me gusta mirar lo que pasa, pero ahora es mejor cerrarlos. Quiero sentir, concentrarme en mi placer, cada vez más intenso y cada vez más distinto. La cama está empapada y yo tengo la sensación de que en cualquier momento voy a marearme. Oigo la respiración de Carlos cada vez más intensa y su forma de jadear anuncia que pronto va a terminar. Me concentro para sentir ese momento. Llega acompañado de un último y sonoro jadeo. Yo no tengo fuerzas para gritar, estoy exhausta, mareada, con un cuerpo que ni siquiera parece mío. O me falla la memoria o a mis cuarenta y seis años he sentido algo que no había sentido antes. Me da tanta alegría pensar en eso que me pongo a reír con Carlos todavía dentro. Al salir de mí, tengo la necesidad de fumarme un cigarro. Carlos enciende los dos. Doy la luz y fumo desnuda en la cama. Miro mi cuerpo, con un poco más de tripa de la que me gustaría. Sigo siendo delgada, pero mi piel no es tan turgente como lo era hacía años. Donde más noto el paso de los años es en mi pecho. Ya no está donde me gustaría. Tengo la opción de cubrir con la sábana todos esos defectos, pero no lo voy a hacer. Lo que veo es lo que hay y me gusta lo que veo.

36

… En los últimos meses he estado escribiendo una novela (son los folios que acompañan a esta carta). Es nuestra historia, pero yo no sé cómo acabarla. Mi final lo tengo claro, es el que va a suceder, aunque no hace falta que el de Fernando sea el mismo. Él debería seguir pintando, aunque, si nos ajustamos a la verdad, debería hacerlo mucho peor que cuando Elena vivía con él: ya leíste mis dos últimas novelas. El final de Elena lo dejo abierto. Un día te fuiste y ya no sé qué más pasó…

37

E
sta mañana he entregado la novela a Luisa. Se la está leyendo al mismo tiempo que Laura, la ayudante a la que tuvimos que despedir. Le he pedido que haga este trabajo y que nos lo facture como un servicio independiente. Me fío mucho de ella, es muy buena editando defectos de estilo, repetición de palabras, construcción de oraciones, pero, sobre todo, me fío mucho de su criterio literario. Además, dice lo que piensa, sea el autor que sea. No tiene ningún complejo. Cuando ella termine, hay que maquetar la novela, después la leerán un par de correctores más y, por último, la lectura final del autor. Ése es el proceso normal antes de que el texto entre en la imprenta.

Vamos a hacer la mayor tirada que se haya hecho nunca en esta editorial, los pedidos de los libreros están siendo muy grandes y las peticiones de entrevistas para que mi hijo promocione en los medios la novela son abrumadoras. Las mejores estrategias de
marketing
suelen ser las que no se planean. El tema tiene mucho morbo y a la gente le interesa la vida de Carlos Pacheco y, sobre todo, su forma de morir. Los programas de televisión van a tener carnaza y nadie mejor para hablar de un padre que su propio hijo, que, además, ha concluido su obra inacabada. Hoy he hablado con él por primera vez desde que discutimos el otro día. Los dos nos hemos comportado como si no hubiera pasado nada. Así es mejor, aunque lo que le dije, dicho está. Le he contado por encima las solicitudes de entrevistas que hay para él y se ha puesto muy contento. Ha intentado disimular que, en el fondo, se muere por salir en televisión argumentando que no piensa ir a algunos programas del corazón o los que no traten el libro como se merece. Yo estoy de acuerdo, pero sé que acabará yendo a todas las entrevistas porque le hace mucha ilusión ser famoso.

Yoli también me ha llamado esta mañana. Me ha encantado que lo hiciera.

—¡Ana, quería volver a disculparme por lo que dije el otro día!

—No es necesario.

—También quería decirte que estoy de acuerdo con todo lo que le dijiste a Carlos.

—Yo también te debo una disculpa.

—¿Ah, sí?

—Si te soy sincera, nunca me gustaste para mi hijo. Me parecías un poco… no sé… un poco así…

—Te parecía gilipollas —me interrumpe.

—Pues sí. Y ahora me arrepiento. La gilipollas era yo.

—Pues ahí no te voy a quitar la razón. —Se ríe ella y me río yo.

Tras mi panel aparece Luisa con los folios en la mano. Se sienta enfrente de mí dispuesta a contarme lo que le parece. Estoy ansiosa por conocer su opinión. Me suena el móvil. En la pantalla pone «Carlos camarero». No es el momento de hablar con él, pero Luisa me pide que lo coja y después de colgar hablamos más tranquilas.

—¿Diga?

—¿Qué tal, Ana?

—Un poco liada. Ahora no puedo hablar…

Suena también el móvil de Luisa, que me pide con los dedos un momento y sale de mi cubículo para hablar. Aprovecho para seguir con Carlos.

—Bueno, dime, que sí tengo un momento ahora.

—Es que quería decirte que lo de ayer fue una pasada. Es recordarlo y me pongo como una moto.

—Yo llevo toda la mañana igual —le reconozco.

—Ana, quería proponerte algo.

—Dime.

—Es que no sé si por teléfono es lo más adecuado —me dice.

—Pues no haber empezado. ¿De qué se trata?

—Ana, ¿tú has hecho alguna vez un trío?

Me entra la risa, que no exteriorizo, así que me mantengo en silencio. Luisa ya ha terminado su llamada y vuelve a entrar.

—Carlos, ahora no puedo. Luego te llamo.

—¿Pero no estás enfadada por la propuesta, verdad?

—No, hombre, no —le tranquilizo con una sonrisa esta vez sonora.

Tengo a Luisa otra vez delante de mí dispuesta a darme su opinión.

—¡Me ha encantado! Es más, yo creo que la segunda parte es mejor aún que la primera.

Yo creía estar segura de que era una buena novela, pero nunca se sabe hasta que no tienes más opiniones. Sin tiempo para contestar a Luisa, aparece Laura, que también ha terminado de leerla.

—¡Me ha encantado! Es más, te diré que la segunda parte es mejor que la primera.

—¡Vaya! —digo rotundamente feliz—. Eso es coincidir.

—Yo le he dicho exactamente lo mismo —le cuenta Luisa.

—Tu hijo tiene mucho futuro como escritor —añade Laura—. Escribe muy distinto a su padre, pero consigue el mismo efecto.

Carlos está en Jaén viendo a su abuela Dolores. Ha ido a contarle en persona que va a ser bisabuela. Desde allí me han llamado por teléfono y he podido hablar con ella. Ha llorado un poco pensando que su hijo no iba a conocer a su nieta, aunque rápidamente la he hecho cambiar de conversación y me ha contado que está muy feliz viviendo en casa de su hermana. Dolores está convencida de que será una niña. Ha tenido un hijo y un nieto varones y me dice que ahora le hace muy feliz que la vida le vaya a regalar una niña antes de morirse. Siempre he tenido claro que la sensibilidad de Carlos al escribir era herencia directa de su madre. Le he prometido a Dolores que dentro de un mes la acompañaré a Asturias para que vaya al cementerio a visitar a su marido y a su hijo. Estar tan lejos de sus tumbas le hace sentirse un poco culpable. Como los niños, mi suegra me ha dado un beso sonoro por el teléfono y me ha vuelto a pasar con mi hijo.

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