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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (7 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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La tensión aumentó cuando acaricié con mis labios la oreja desgarrada. El aroma a cuero ya seda me golpeó con fuerza, y cerré los ojos, imaginando lo que se avecinaba.

—¿Has traído protección? —le susurré.

Noté que asentía, pero estaba más interesada en ver hacia dónde se dirigían sus labios. Me agarró la barbilla con la mano y me levantó el rostro, para que lo mirase.

—Siempre —respondió—. Siempre contigo… para siempre.

Oh, Dios
, pensé, casi fundiéndome. Kisten siempre me protegía colocándose unos capuchones en los colmillos para evitar morderme en un momento de pasión. Eran los mismos que llevaban normalmente los vampiros vivos adolescentes, que todavía no tenían control; Kisten se arriesgaba a que se mofasen de él para siempre si descubrían que se los ponía cuando se acostaba conmigo. Había tomado aquella decisión porque respetaba mi deseo de que mi sangre no fuese suya, aparte de la amenaza de Ivy de clavarle una estaca repetidamente si bebía mi sangre en algún momento. Kisten decía que era posible crear un vínculo y no convertirse en la sombra de un vampiro, pero todo lo que yo había visto me demostraba lo contrario. Seguía teniendo miedo. Y él seguía llevando protección.

Respiré profundamente, atrayendo a lo más profundo de mi ser las feromonas de vampiro; deseaba que me relajasen, quería que aquella promesa que cosquilleaba en la cicatriz demoníaca me recorriese todo el cuerpo. Pero Kisten se puso tenso y se alejó.

—¿Ivy? —susurré, sintiendo que en mis ojos empezaba a reflejarse algo de preocupación cuando su mirada se quedó clavada en la distancia.

—Alas de pixie —respondió, alejando mi silla.

—Matalina —confirmé yo, mirando al arco de entrada. Se oyó un golpe seco, distante.

—¿Jenks? —Oí la voz amortiguada de Ivy, que me llegaba desde su dormitorio.

La sorpresa me hizo abrir la boca. ¿Había podido oír el aleteo de Matalina a pesar de la puerta cerrada? Genial. Estupendo. También debía de haber escuchado nuestra conversación.

—¡Es Matalina! —le informé a voz en grito; no deseaba que saliese echa una exhalación pensando que era Jenks.

Pero era demasiado tarde. Me puse de pie apresuradamente cuando su puerta se abrió de golpe. Matalina se coló en la cocina un segundo antes de que Ivy se abalanzase al interior y se detuviese con un movimiento completamente falto de gracia; tuvo que mantener el equilibrio sujetándose con una mano al marco de la puerta abierta.

Todavía iba vestida únicamente con un brevísimo camisón; aquel pequeño trozo de seda negra casi no lograba disimular su figura alta y desgarbada, de músculos muy marcados gracias a la práctica constante de artes marciales. Su pelo negro y liso, revuelto a causa del sueño, enmarcaba su cara ovalada de forma desordenada. Se lo había cortado no hacía mucho, y me seguía sorprendiendo que la melena le llegase solo hasta las orejas. Ahora parecía tener el cuello mucho más largo. La cicatriz de la garganta había quedado convertida en una pequeña línea, poco más que una sombra después de la cirugía estética. Abría mucho los párpados para disimular que acababa de despertarse, y sus ojos almendrados parecían mucho más grandes de lo habitual; tenía los finos labios un poco separados, con lo que sus pequeños dientes quedaban a la vista.

Con la cabeza ladeada, Kisten giró sobre su silla, y su sonrisa se hizo mucho más ancha cuando apreció que iba medio desnuda.

Haciendo una mueca al darse cuenta de que había efectuado una entrada poco digna, Ivy se envaró mucho e intentó volver a controlar de forma férrea sus emociones, como hacía siempre. Tenía las mejillas sonrojadas, y mientras se recolocaba el camisón con movimientos abruptos no quiso mirarme a los ojos.

—Matalina —dijo, con la voz todavía quebrada por haberse acabado de despertar—. ¿Jenks está bien? ¿Hablará con nosotras?

—Dios, eso espero —respondió Kisten secamente, y dio la vuelta a la silla, para no tener que estar sentado de espaldas a Ivy.

La agitada pixie revoloteó hasta posarse en la isla central. Dejó tras ella una estela de chispitas plateadas, que lentamente adquirieron el tono de un rayo de sol, lo que demostraba su nerviosismo. Yo ya conocía la respuesta, pero no pude evitar volver a sentirme acongojada cuando ella meneó la cabeza y sus alas se quedaron quietas. Abrió aquellos ojos tan hermosos mientras se retorcía una punta del vestido de seda.

—Por favor —suplicó, con una voz que arrastraba en su interior una terrorífica cantidad de preocupación—, Jenks no vendrá a pedíroslo, pero yo estoy demasiado asustada, Rachel. No puede ir él solo. ¡Si va solo no volverá!

De pronto me sentí mucho más preocupada.

—¿Si va adonde? —le pregunté. Me acerqué un poco más a ella; Ivy también lo hizo y nos quedamos a su lado, sintiéndonos impotentes cuando aquella mujer tan diminuta que había logrado mantener a raya a seis hadas empezó a llorar. Kisten, siempre tan caballeroso, rompió un pañuelo de papel y le ofreció a la pixie un pedazo no mayor que la yema de su pulgar. Casi podría haberlo usado de toalla de ducha.

—Es Jax —continuó Matalina, intentando respirar entre sollozos. Jax era su hijo mayor.

—Está en el apartamento de Nick —expliqué yo, sintiendo que mi miedo crecía—. Te llevaré.

—Ya no está allí —me corrigió ella, meneando la cabeza—. Se fue con Nick en el solsticio de invierno.

Me erguí completamente; me sentía como si me hubiesen pegado una patada en el estómago.

—¿Nick estuvo aquí? —tartamudeé—. ¿Durante el solsticio? ¡Ni me llamó! —Miré a Ivy, sorprendida. ¡Aquel cabrón humano! Había venido, había vaciado su apartamento y se había largado de nuevo. Lo mismo que Jenks dijo que haría. Y yo que pensaba que se preocupaba por mí; yo había estado herida, casi muriéndome de hipotermia… ¿y él se había largado? Mientras le daba vueltas a todo esto, furiosa, la sensación de traición y confusión, que hacía tiempo que creía desaparecida, empezó a hacer que me doliese la cabeza.

—Esta mañana hemos recibido una llamada —seguía explicando Matalina, ajena a mi estado, aunque Ivy y Kisten intercambiaron una mirada de complicidad—. Creemos que está en Michigan.

—¿En Michigan? —solté yo—. En nombre de la Revelación, ¿qué hace en Michigan?

Ivy se acercó un poco más, y casi se colocó entre Matalina y yo.

—Has dicho que es lo que creéis… ¿no estáis seguros?

La pixie volvió su rostro bañado en lágrimas hacia Ivy; tenía un aspecto tan trágico y tan fuerte como un ángel de la muerte.

—Nick le dijo a Jax que estaban en Michigan, pero como lo trasladaron, Jax no está seguro del todo.

—¿«Lo trasladaron»?

—¿Quién lo trasladó? —pregunté, inclinándome para estar más cerca de ella—. ¿Tienen problemas?

Los ojos de la diminuta mujer parecían aterrorizados.

—Nunca había visto a Jenks tan enfadado. Nick se llevó a Jax para que lo ayudase en su trabajo, pero algo fue mal. Ahora Nick está herido, y Jax no puede volver. Allí arriba hace mucho frío, y yo estoy muy asustada.

Eché una mirada a Ivy, que tenía los ojos muy oscuros; sus pupilas se estaban ensanchando y apretaba los labios hasta formar una fina línea de rabia.

¿Trabajo? Nick se ocupaba de la limpieza de piezas de museo y restauraba libros viejos. ¿Qué tipo de trabajo estaría realizando para necesitar la ayuda de un pixie? ¿En Michigan? ¿En primavera, cuando la mayoría de pixies de aquella latitud todavía se encontraban hibernando?

Mis pensamientos vagaron hacia los recuerdos de la despreocupada naturalidad de Nick, su aversión a cualquier persona que llevase una placa, su mente extrañamente rápida, su extraordinaria tendencia para comprender cualquier cosa, si tenía el tiempo suficiente. Lo había conocido en las peleas de ratas de Cincinnati; lo habían convertido en una rata después de que él «tomase prestado» un volumen de un vampiro.

Había vuelto a Cincinnati y se había largado acompañado de Jax, sin decirme que estaba aquí. ¿Y por qué se había llevado a Jax?

Me subió toda la sangre a la cara y sentí que me empezaban a temblar las rodillas. Los pixies tenían otras habilidades, aparte de la jardinería. Mierda. Nick era un ladrón.

Me apoyé pesadamente sobre la isla central, miré a Kisten ya Ivy; la expresión de mi compañera de piso me indicaba que ella lo sabía, pero que era consciente de que si yo no lo hubiese deducido por mí misma me habría enfadado con ella. Dios, qué idiota había sido. Lo había tenido siempre delante de los ojos, pero no me había permitido verlo.

Abrí la boca, y di un respingo cuando Kisten me pegó un codazo en las costillas. Me señalaba a Matalina con los ojos. La pobrecilla no lo sabía. Cerré la boca, notando frío alrededor de mi cuerpo.

—Matalina —me dirigía ella con un tono de voz suave—, ¿ha y alguna forma de averiguar dónde se encuentra n? Tal vez Jax pueda localizar un periódico o algo…

—Jax no sabe leer —susurró, escondiendo la cara entre sus manos; sus alas cayeron, mustias—. Ningún pixie sabe —continuó entre sollozos, y añadió—: Solo Jenks. Aprendió para poder trabajar para la SI.

Me sentí impotente, incapaz de hacer nada. ¿Cómo puedes darle un abrazo reconfortante a alguien que solo mide diez centímetros de altura? ¿Cómo le cuentas que un ladrón ha engañado a su hijo mayor? El mismo ladrón en quien yo había confiado…

—Estoy tan asustada —añadió la pequeña pixie, con voz apagada—. Jenks va a irá buscarlo. Irá hacia el norte… y no volverá. Está demasiado lejos. No será capaz de encontrar suficiente alimento, y hace demasiado frío, a menos que encuentre un lugar seguro en el que pasar las noches. —Sus manos cayeron a los costados, el dolor que reflejaban sus pequeños rasgos faciales hacía que unas descargas de miedo me recorriesen el cuerpo.

—¿Dónde está? —logré preguntar. La furia, cada vez mayor, estaba barriendo el miedo.

—No lo sé. —Matalina sorbió mientras miraba el pequeño pedazo de pañuelo que sostenía en la mano—. Jax dijo que hacía frío, y que todo el mundo hacía
fudge
. Hay un puente verde, muy grande, y montones de agua.

—Jax no. ¿Dónde está Jenks? —pregunté de nuevo, sacudiendo la cabeza, impaciente.

La expresión esperanzada de Matalina hacía que tuviese un aspecto más bello que cualquiera de los ángeles de Dios.

—¿Hablarás con él? —dijo con voz temblorosa.

—Lleva demasiado tiempo enfurruñado —respondí, cogiendo un poco de aire y dirigiéndole una mirada a Ivy—. Hablaré con ese pequeñajo, y va a escucharme. Y después los dos saldremos de viaje.

Ivy se tensó, con los brazos colocados a los costados, y dio dos pasos atrás. Había abierto completamente los ojos; su rostro estaba cuidadosamente inexpresivo.

—Rachel… —empezó Kisten. El tono de advertencia de su voz hizo que me volviese hacia él.

Matalina se elevó unos diez centímetros en el aire; aunque las lágrimas continuaban cayendo, tenía el rostro iluminado.

—Se enfadará si descubre que he venido a pedirte ayuda. N… no le digas que te lo he pedido…

Hice caso omiso de Kisten y respiré, profundamente resuelta.

—Dime dónde va a estar y me encontraré con él. No va a hacer esto solo. No me importa si me dirige la palabra o si no lo hace, pero voy a acompañarle.

3.

El café de la taza se había enfriado, pero no me di cuenta hasta que no mojé los labios en él. Amargo y ácido, al notar el gusto hice una mueca un instante antes de que empezase a deslizarse por mi garganta. Con un estremecimiento, tomé otro sorbo y lo mantuve en la boca. Un escalofrío suave me recorrió mientras yo contactaba con la línea del cementerio y dejaba el lápiz sobre la mesa de la cocina.

—El fuego de la vela y los giros del planeta —susurré, con el café aún en la boca y con los dedos dibujando una extraña figura— con fricción empiezan y la ficción los completa. —Puse los ojos en blanco, junté las manos hasta emitir un sonido chasqueante al mismo tiempo que pronunciaba—:
Consimilis
. —Por Dios, era un poco cutre pero la rima me ayudaba a recordar los movimientos dactilares y las dos palabras que tenían que realizar el hechizo.

—Que de frío a calor lo de dentro se meta —acabé, haciendo el gesto de control de la línea luminosa que usaría el café de la boca como un objeto focal, para que no acabase calentando… no sé… la pecera del
señor Pez—. Calefacáo
—concluí, sonriendo al sentir el familiar flujo de energía por mi cuerpo. Me concentré para que pasase a través de mí lo que consideraba la cantidad de energía necesaria para poner en movimiento las moléculas de agua y calentar el café—. Excelente. —Soplé a la taza cuando empezó a humear.

Mis dedos se curvaron sobre la cerámica caliente, y solté completamente la línea.
Mucho mejor
, aprecié cuando tomé un nuevo sorbo. Hice otra mueca, y me llevé la mano al labio; ahora estaba demasiado caliente. Ceri me había dicho que con la práctica llegaría el control, pero yo todavía seguía esperando.

Dejé la taza en la mesa, y empujé el mapa de Ivy, para que ocupase más su espacio y menos el mío. Los petirrojos cantaban con fuerza y yo bizqueé, en un intento de leer los libros que me había traído Kisten bajo la luz de aquel crepúsculo temprano que estaban creando las nubes de tormenta. Tenía que marcharme en media hora para poder tropezarme con Jenks cuando saliese en su misión, y me sentía inquieta.

Ivy estaba de mal humor, y Kisten se la había llevado poco después de que Matalina se fuese, para que no se pasase la tarde haciéndome enfadar. Pronto descubriría qué era lo que la preocupaba, y tal vez Kisten pudiera ocuparse de ello.

Mi columna crujió cuando me erguí, la doblé y respiré profundamente. Aparté los dedos de aquellas páginas, oscurecidas por el crepúsculo, y sentí que el cosquilleo de la desconexión me golpeaba como si fuese una descarga. No había duda de que los libros de Kist eran textos demoníacos. Me había acostumbrado enseguida al tacto entumecedor de aquellas páginas, y me había lanzado a explorarlas cuando me había dado cuenta de que mezclaban magia de tierra y de líneas luminosas. Utilizaba ambas para crear algo que era mayor que la suma de las partes. Era una lectura fascinante, incluso aunque yo tuviese un latín pésimo… Solo ahora empezaba a recordar que debería estar asustada ante este tipo de cosas. Pero no eran lo que yo me había esperado.

Vale, también estaban los típicos hechizos asquerosos que podían hacerte volver al perro de tu vecino, que no paraba de ladrar, del revés, hacer que tu profesor de cuarto se retorciese de dolor, o invocar una bola de fuego desde el infierno para acabar con el tipo que te está acosando, pero también había otros encantamientos más suaves. En algunos no percibía ningún peligro, y había otros que tenían el mismo efecto que muchos de mis amuletos terrestres, eminentemente legales… Eso es lo que me asustaba más.

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