—En eso consiste el multiverso —respondió Gordon—. Recuerde que, en el multiverso, los universos se dividen continuamente, lo cual implica que muchos otros universos son muy similares al nuestro. Y son los universos similares los que interactúan. Cada vez que emitimos un haz de luz en nuestro universo, simultáneamente se emiten haces de luz en muchos universos similares, y los fotones de esos otros universos interfieren con los fotones de nuestro universo y producen la figura que vemos.
—¿Y está diciéndonos que eso es cierto?
—Absolutamente cierto. El experimento se ha realizado en muchas ocasiones.
Marek frunció el entrecejo. Kate fijó la mirada en la mesa. Chris se rascó la cabeza. Finalmente David Stern dijo:
—¿No todos los universos son similares al nuestro?
—No.
—¿Son todos
simultáneos
al nuestro? —No todos, no.
—¿Algunos universos, por tanto, existen desde un tiempo anterior?
—Sí. En realidad, dado que hay un número infinito, los universos existen en todo tiempo anterior.
Stern reflexionó por un momento.
—Y está diciéndonos que la ITC tiene la tecnología que permite viajar a esos otros universos.
—Sí —contestó Gordon—. Eso es lo que digo. —¿Cómo?
—Establecemos conexiones a través de agujeros de gusano en la espuma cuántica.
—¿Se refiere a la espuma descrita por Wheeler? ¿Fluctuaciones subatómicas de espacio-tiempo?
—Sí.
—Pero eso es imposible. Gordon sonrió.
—Lo verán con sus propios ojos, y muy pronto.
—¿Lo veremos? ¿Nosotros? ¿Qué quiere decir? —preguntó Marek.
—Creía que ya lo habían entendido —repuso Gordon—. El profesor Johnston está en el siglo
XIV
. Quiero que vayan ustedes allí y lo traigan.
Nadie habló. La auxiliar de vuelo pulsó un botón y las persianas de todas las ventanillas se cerraron simultáneamente, impidiendo el paso del sol. Recorriendo la cabina, colocó sábanas y mantas en los sofás, convirtiéndolos en camas. Al lado de cada uno de ellos dejó unos grandes auriculares almohadillados.
—¿Que vayamos allí? —dijo Chris Hughes—. ¿Cómo?
—Será mejor que lo vean ustedes mismos al llegar —contestó Gordon, repartiendo entre ellos unas pequeñas bolsas de celofán con píldoras en el interior—. Ahora quiero que se tomen estas pastillas.
—¿Qué son? —inquirió Chris.
—Tres clases distintas de sedantes —explicó Gordon—. Luego quiero que se tiendan en las camas y escuchen por los auriculares. Pueden dormir si lo desean. Llegaremos en menos de diez horas, así que en cualquier caso no asimilarán demasiado. Pero como mínimo les servirá para empezar a familiarizarse con el idioma y la pronunciación.
—¿Qué idioma? —preguntó Chris, tomándose las píldoras.
—Inglés medio y francés antiguo.
—Yo ya los conozco —afirmó Marek.
—Dudo que conozca la pronunciación correcta. Póngase los auriculares.
—Pero nadie conoce la pronunciación correcta —objetó Marek, comprendiendo que se equivocaba aún antes de concluir la frase.
—Como comprobará,
nosotros
sí la conocemos.
Chris se echó en una cama, se tapó con la manta y se encasquetó los auriculares. Al menos amortiguaban el ruido del avión.
Estas pastillas deben de ser potentes, pensó, sintiéndose de pronto muy relajado. No podía mantener los ojos abiertos. Escuchó atentamente el inicio de una grabación. Una voz decía: «Respire hondo. Imagine que se encuentra en un hermoso y cálido jardín. Alrededor, todo es conocido y reconfortante. Enfrente ve la puerta de un sótano. Abre la puerta. Conoce bien ese sótano, porque es su sótano. Empieza a descender por la escalera del sótano cálido y reconfortante. A cada paso, oye voces. Le resulta agradable escucharlas, le resulta fácil escucharlas».
A partir de ahí se alternaban dos voces, una masculina y otra femenina.
«Deme mi sombrero.
Dadme el mi capiello.
»Aquí tiene su sombrero.
Aved aca el vuestro capiello.
»Muchas gracias.
Grandes merçedes.
»De nada.
Non lo meresqen».
Las frases se alargaron. A Chris pronto le costó seguirlas.
«Tengo mucho frío. Me gustaría tener un abrigo.
De frido só muy coytado. Ploguieseme aver un manto comígo
».
Casi sin darse cuenta, Chris se adormeció, aún con la sensación de que descendía más y más por una escalera, adentrándose en un espacio profundo, resonante, agradable. Aunque estaba tranquilo, las dos últimas frases que escuchó antes de invadirlo el sueño le dejaron un regusto inquietante:
«Prepárese para luchar.
Paraos a lidiar.
»¿Dónde está mi lanza?
¿Do esta la mi lança?
».
Pero, dejando escapar un suspiro, se durmió.
Arriésgalo todo o no ganarás nada.
G
EOFFREY
DE C
HARNY
, 1358
Cuando descendieron del avión a la pista mojada, la noche era fría y el cielo estaba estrellado. Al este, Marek distinguió los contornos de varias mesetas bajo una capa de nubes bajas. Un Land Cruiser los aguardaba junto a la pista.
Al cabo de unos minutos avanzaban por una carretera a través de espesos bosques.
—¿Dónde estamos exactamente? —preguntó Marek.
—A una hora de viaje al norte de Albuquerque —respondió Gordon—. El pueblo más cercano es Black Rock, y ahí se encuentra nuestro centro de investigación.
—Esto parece el último rincón del mundo —comentó Marek.
—Sólo de noche. En realidad, hay en Black Rock quince empresas dedicadas a la alta tecnología. Y Sandia está a un paso por esta misma carretera. A Los Álamos se llega en menos de una hora, y un poco más allá se encuentra White Sands.
Unos kilómetros más adelante vieron un enorme indicador verde y blanco donde se leía:
LABORATORIO DE ITC
,
BLACK ROCK
. El Land Cruiser se desvió a la derecha y empezó a ascender por una tortuosa carretera entre boscosos montes.
En el asiento trasero, Stern dijo:
—Nos ha dicho que pueden comunicarse con otros universos.
—Sí.
—A través de la espuma cuántica.
—En efecto.
—Pero eso no tiene sentido —declaró Stern.
—¿Por qué? —preguntó Kate, ahogando un bostezo—. ¿Qué es la espuma cuántica?
—Es un vestigio del nacimiento del universo —contestó Stern. Explicó que el universo fue en su origen un diminuto y denso punto de materia. Luego, hacía dieciocho mil millones de años, ese punto comenzó de pronto a expandirse como consecuencia de una explosión, conocida como el
big bang
—. Después de la explosión, el universo se expandió en forma de esfera. Sólo que no era una esfera perfecta. En el interior de la esfera, el universo no era absolutamente homogéneo, y por eso ahora las galaxias se agrupan de manera irregular en vez de estar distribuidas regularmente. La cuestión es, en todo caso, que esa esfera en expansión tenía minúsculas imperfecciones. Y esas imperfecciones nunca llegaron a eliminarse; aún forman parte del universo.
—¿Aún? ¿Dónde están?
—En dimensiones subatómicas. El término espuma cuántica es sólo un modo de describir que, en dimensiones muy pequeñas, el espacio-tiempo forma ondulaciones y burbujas. Pero la espuma es menor que una partícula atómica. En esa espuma puede haber o no agujeros de gusano.
—Los hay —afirmó Gordon.
—Pero ¿podrían usarse para viajar? Es imposible hacer pasar a una persona por un agujero de ese tamaño. No cabría ni una persona ni
nada
.
—Correcto —admitió Gordon—. Pero tampoco es posible hacer pasar una hoja de papel por un hilo telefónico, y sin embargo podemos enviar un fax.
Stern arrugó la frente.
—Eso es muy distinto.
—¿Por qué? —repuso Gordon—. Podemos transmitir cualquier cosa siempre que dispongamos de un medio para comprimirla y codificarla, ¿no es así?
—En teoría, sí —convino Stern—. Pero hablamos de comprimir y codificar la información de todo un cuerpo humano.
—Exacto.
—Eso no puede hacerse.
Gordon sonreía, encontrando divertido el escepticismo del muchacho.
—¿Por qué no?
—Porque la descripción completa de un ser humano, con sus miles de millones de células, la que existe entre ellas, las sustancias químicas y las moléculas que contienen, su estado bioquímico, consta de una cantidad de información que ningún ordenador puede procesar.
—Es sólo información —adujo Gordon con un gesto de indiferencia.
—Sí, demasiada información.
—La comprimimos mediante un algoritmo fractal sin pérdidas.
—Aun así, es un volumen enorme de…
—Perdone —saltó Chris—, ¿está diciendo que comprimen a una persona?
—No —corrigió Gordon—. Comprimimos la información equivalente a una persona.
—¿Y cómo se hace eso? —preguntó Chris.
—Con algoritmos de compresión, métodos de almacenamiento de datos en un ordenador de manera que ocupen menos espacio. Como los formatos JPEG y MPEG para material gráfico. ¿Los conoce?
—Tengo software que los usa, pero eso es todo.
—Verá —dijo Gordon—, todos los programas de compresión funcionan del mismo modo. Buscan similitudes en los datos. Imagine una fotografía de una rosa, compuesta de un millón de pixels. Cada pixel tiene asignada una posición y un color. Eso equivale a tres millones de unidades de información, es decir, una gran cantidad de datos. Pero la mayoría de esos pixels serán rojos, rodeados de otros pixels rojos. Así pues, el programa examina la fotografía línea a línea y establece si los pixels adyacentes son del mismo color. Si lo son, envía una instrucción al ordenador para que atribuya el color rojo a determinado pixel, y también a los cincuenta pixels siguientes de la línea. Luego cambia al gris, e indica que los diez pixels posteriores deben ser grises. Y así sucesivamente. No almacena información sobre cada punto; almacena instrucciones sobre cómo reconstruir la imagen. De ese modo, los datos se reducen a una décima parte.
—Aun así —insistió Stern—, no hablamos de una imagen bidimensional; hablamos de un ser vivo tridimensional, y su descripción requiere tal magnitud de datos…
—Que se necesitará un ingente procesamiento paralelo —concluyó Gordon, asintiendo con la cabeza—. Sí, es cierto.
Chris frunció el entrecejo.
—¿Qué es «procesamiento paralelo»?
—Consiste simplemente en conectar entre sí varios ordenadores y dividir la tarea entre ellos para realizarla con mayor rapidez. Un gran ordenador de procesamiento paralelo requeriría dieciséis mil procesadores interconectados, y uno muy grande, treinta y dos mil. Nosotros tenemos
treinta y dos mil millones
de procesadores interconectados.
—¿Treinta y dos mil millones? —repitió Chris.
Stern se inclinó hacia él.
—Eso es imposible. Incluso si se intentara construirlo… —Fijó la mirada en el techo del automóvil y calculó mentalmente—. Si dejáramos, por ejemplo, una separación de dos centímetros y medio entre las placas base…, tendríamos una pila de… esto… unos ochocientos metros de altura. Incluso reconfigurada en forma cúbica, resultaría un edificio de tamaño considerable. Sería imposible montarlo. Sería imposible enfriarlo. Y en cualquier caso no daría resultado, porque existiría una distancia excesiva entre algunos de los procesadores.
Gordon miraba a Stern en silencio y sonreía, esperando a que continuara.
—La única manera posible de llevar a cabo semejante volumen de procesamiento sería utilizar las características cuánticas de los electrones aislados —dedujo Stern—. Pero en ese caso estaríamos hablando de un ordenador cuántico, y nunca se ha construido ninguno.
Gordon se limitó a sonreír.
—¿O sí se ha construido? —añadió Stern.
—Permítanme explicarles a qué se refiere David —dijo Gordon a los demás—. Los ordenadores corrientes realizan sus cálculos basándose en dos estados electrónicos, designados uno y cero. Así funcionan todos los ordenadores, operando con unos y ceros. Pero hace veinte años Richard Feynman planteó la posibilidad de crear un ordenador de gran potencia aprovechando los treinta y dos estados cuánticos de un electrón. Actualmente, muchos laboratorios trabajan en el desarrollo de esa clase de ordenadores. Su mayor ventaja es una potencia inimaginable, tan grande que de hecho permite describir y comprimir a un ser vivo tridimensional en un haz de electrones. Exactamente igual que un fax. Y puede entonces transmitirse ese haz de electrones a través de uno de los agujeros de gusano de la espuma cuántica y reconstruirse en otro universo. Y eso hacemos nosotros. No se trata de teletransporte cuántico. Ni de ligadura de partículas. Es transmisión directa a otro universo.
Todos permanecieron en silencio, sus miradas fijas en Gordon. El Land Cruiser llegó a un claro. Vieron varios edificios de dos plantas, ladrillo y cristal. Ofrecían un aspecto inesperadamente normal. No se diferenciaba en nada de cualquiera de los pequeños polígonos industriales que uno encontraba en las afueras de muchos pueblos y ciudades de Estados Unidos.
—¿Esto es la ITC? —dijo Marek.
—Nos gusta mantener una apariencia discreta —respondió Gordon—. En realidad, elegimos este lugar porque había una vieja mina. Hoy en día es difícil encontrar minas en buenas condiciones. Son necesarias para muchos proyectos físicos.
En la periferia del recinto, trabajando a la luz de unos reflectores, un grupo de hombres se disponía a lanzar un globo sonda. Era un globo blanco, de unos dos metros de diámetro. Mientras observaban, se elevó rápidamente hacia el cielo con una pequeña caja de instrumentos suspendida debajo.
—¿Para qué es eso? —preguntó Marek.
—Realizamos un control de la capa de nubes cada hora, especialmente riguroso cuando amenaza tormenta. Es un proyecto de investigación en curso, para comprobar si la meteorología provoca alguna interferencia.
—Alguna interferencia ¿en qué? —quiso saber Marek.
El vehículo se detuvo frente al edificio de mayor tamaño, Un guardia de seguridad abrió la puerta.
—Bienvenidos a la ITC —dijo con una amplia sonrisa—. El señor Doniger los espera.
Doniger caminaba rápidamente por el pasillo con Gordon a su lado. Kramer los seguía. Entretanto, Doniger leía un informe con los nombres y currículos de los cuatro miembros del grupo.